REFLEXIÓN SOBRE LA ADORACIÓN AL
SSMO. SACRAMENTO
para los últimos
días de carnaval - 1830
¿Por qué está aquí este pueblo devoto? ¿Qué estáis
haciendo? ¿Acaso no son éstos, días de gozo y de alegría popular? Y ya al final
del desborde carnavalesco ¿no se llenan todos de alegría, no brilla cada
corazón y no se desbordan las personas de cualquier condición? y, aún los más
reservados, ¿no se permiten algún placer o alguna extraordinaria alegría? ¿Por
qué entonces no participáis del gozo y del arrebato general? ¿Por qué os veo
aquí, siempre unidos y con devoción, humillados, compungidos y casi llorosos?
¿Falta quizás el tiempo para las lágrimas? ¿No es acaso inminente el ayuno
cuaresmal o no es más oportuno a la tristeza y al llanto? ¿Qué hacéis entonces?
Así podría interpelaros aquel que, mal instruido en el
gran fin en el que vosotros estáis ocupados, pudiese creer ligera o inoportuna
vuestra delicada oración. Pero vosotros, ante este imprudente reclamo, elevando
la mirada a la Hostia Santa y Divina que veneráis, podéis decir: ¿Y qué? ¿Acaso
desconoces tú, al gran Dios que, sobre el Altar y sobre aquel trono, nosotros
adoramos? ¿Eres tan ignorante que no conoces el gran misterio? ¿O eres tan
necio que no le prestas atención? ¿Cómo es posible comparar nuestra adoración
con vuestra alegría profana? Sin embargo, goza en tus desbordes mezquinos y
deja que nosotros gustemos en paz las delicias, tanto más grandes y sublimes,
cuanto menos entendidas por ti.
Indicaríais así el más fuerte argumento y el más capaz
de confundir a los necios del mundo y a los libertinos que, llevados por la
euforia de sus diversiones, llegan a despreciar la más firme y venerada piedad.
Y para que no se crea que lo digo en vano, o para que
alguno demasiado incauto no crea que su alegría profana sea preferible a la
nuestra, me he propuesto, precisamente, detenerme a considerar el mal conocido
destino, pero tan incomparable en la tierra, de quien puede permanecer honrando
en espíritu y en verdad a Jesucristo Sacramentado, expuesto a la devoción popular,
como hoy aquí lo honramos.
Oh, mi Jesús, dadme un solo rayo de aquella luz que,
en abundancia, derramáis sobre tus almas más amadas y estoy seguro que ninguno
de nosotros se atreverá jamás a preferir otro gozo y otro contento que aquel
gozo santo y purísimo que se encuentra al adoraros.
1. Me parece innecesario demostraros o
hablaros de la presencia real de Jesucristo en la Hostia Santa que veneramos,
dado que no es ignorada por nadie y desde niños es conocida y confesada
solemnemente.
Sólo os ruego recordar que aquí lo tenemos en la
manera más amable y más completa, de tal modo que no podría ser mayor, excepto
en el cielo.
· Aquí velada y, si bien escondida,
verdadera y concentrada, dado que aún en el cielo, es incomprensible la
Divinidad;
· Aquí, viva y amante, la
perfectísima humanidad, tal como un día
en el seno de María y como ahora a la derecha del Padre;
· Aquí el Cuerpo, aquí la Sangre
sacratísima;
· Aquí el espejo límpido y primero de
la esencia divina, su alma grande;
· Aquí, para decir brevemente, con las
expresiones davídicas, el Memorial, el Compendio, la grandiosa unión de lo más
sublime, maravilloso, inconcebible y aún amable en todas sus misericordias,
nuestro Buen Dios.
2. Advertid primero el modo
maravilloso en el que se encuentra divinamente todo compendiado. Aquí está todo
y todo lo descubre la fe; pero nada aparece a la mirada de lo que
verdaderamente y principalmente es.
El ojo no ve más que el escaso alimento, y éste
terreno; pero la fe descubre un alimento, una sustancia totalmente celestial, es
más, casi divina.
¡Otra que comida deliciosa soñada por los poetas!
¡Otra que maná llovido en el desierto! Con este alimento nutrió por cuarenta
años a nuestros Padres y no pudo preservarlos de su caducidad.
Este es un alimento divino, es Pan de vida venido del
cielo; es totalmente vida, es totalmente divinidad. No puede morir quien
devotamente se alimenta de él. - Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres
comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo,
para que lo coman y no mueran – (Jn
6,48-49). Es pan, es
vida; es el Autor de la vida, es el Redentor, es el Salvador de toda vida; es
la vida misma, - Yo soy el pan de vida. Yo soy la vida -.
3. Ahora bien, mis amados hermanos,
veis que no se trata de tener aquí la presencia de un simple hombre, ni de un
gran hombre y ni siquiera de un señor monarca de la tierra (que tampoco creamos
tener una gran cosa); sino que está aquí Aquel que a todos los reyes los lleva
en un puño y son nada. Poderosos del mundo, ¿qué sois delante de mi Salvador,
delante de mi Dios? También vosotros lo veis: está aquí, nosotros lo adoramos y
como su rebaño somos alimentados por Él y estamos ante Él, gozosos y devotos.
Él no es un Rey o un Dios que acepta sólo a ciertas
personas, que a éstos acoge y a aquellos rechaza. Él acepta, Él abraza tanto al
más pobre como al más rico, al más grande como al más vil; y no hay hombre tan
ignorante y mezquino que no pueda acercarse a hablarle y desahogar los más
vivos, los más tiernos y más cálidos afectos con Él. Es más, son los más
pobres, los más mendigos, los más afligidos y oprimidos los que Él desea tener
más cercanos para confortarlos.
Venid, les dice, venid a mí, vosotros que estáis
cansados y agobiados por el peso de vuestras aflicciones y de los angustiosos
trabajos que no os dan respiro; de toda pena, de toda cruz y de toda
debilidad yo sabré protegeros y os
restauraré por completo.
4. Y fue tan creativo su amor que
mientras nada se reservó de Sí mismo para estar plenamente con nosotros, al
mismo tiempo, nada de Sí ha dejado abierto y visible para que nada pudiese
asustarnos, agobiarnos y hasta alejarnos de Él.
Por poco que Él hubiese dejado transparentar su
inefable divinidad y aún su sacrosanta humanidad divinizada, sería suficiente
para deslumbrarnos y oprimirnos, de modo que no osaríamos ni siquiera
acercarnos; o, al menos, lo haríamos tan temblorosos y estremecidos, que no nos
atreveríamos a fijar la mirada en Él o decir una palabra o elevar un suspiro.
¿Quién se creería capaz de estar ante Él?
Hermanos pecadores que, permaneciendo en el pecado,
sois enemigos de Dios, ¿tendríais corazón para estar delante de Él? ¿No
temeríais aquella mirada que hace temblar la tierra y horrorizar el universo?
Pues bien, he aquí aquella mirada, pero cerrada, para
no ver vuestros pecados, o sólo para verlos y repararlos; es más, los ve pero
siente compasión en vez de indignación; y vosotros no sabéis o no advertís como
Él os mira; dejaos atraer por tanta bondad y convertios.
¡Felices vosotros si os fijáis un poco la mirada en Él
y comprendéis cómo os llama, cómo os invita! Pero vosotros no le prestáis
atención y mostráis así vuestra estúpida ceguera y a la vez su invencible
misericordia y grandeza.
5. Grandeza, dije, hermanos, grandeza.
¿Quién y cuál es aquél grande y poderoso del mundo que no asuste a cualquier
enemigo? ¿Qué son aquellos altos y sólidos palacios? ¿Qué son aquellas armas y
aquellos custodios celosos y prudentes? ¿Qué significan aquellos baluartes y
aquellas reforzadas trincheras? ¿No son todos argumentos de celos, de sospechas,
de temor y de terror? ¿Por qué sois tan poco visibles, Reyes de la tierra? ¿Por
qué es castigado con la pena de muerte, cualquiera que se atreve, sin ser
invitado a presentarse ante el soberbio trono del grandioso Asuero? ¿Quién
podría dudarlo? Vuestra caducidad, vuestra frialdad, vuestro miedo y vuestra
verdadera mezquindad.
Entonces ¿Cómo es que estáis
delante de mi Dios, de mi Jesús, de mi Rey Sacramentado? Él ve comparecer en su
presencia a sus enemigos y no abaja ni cambia la mirada; los ve rodearlo y no
teme; acercársele y no los aborrece; burlarse y quizás escarnecerlo y aún,
alguna vez, hasta insultarlo y no obstante no se indigna, no los reprende, no
los reprueba; no los vigila, o si los vigila es solamente para convertirlos.
¡Dios! Bastaría un solo rayo de luz que partiese de aquella Hostia, para
aterrarlos, pero Él no se turba, no se mueve, ni quiere que se turbe la paz de
sus confiadas y ávidas ovejas, por las insolencias que se hagan o por algún
mercenario o algún lobo rapaz.
Él se ha hecho alimento y bebida
para sus amados; sólo se mostrará a ellos como buen pan, pan vivo, pan del
cielo; alimento y bebida de Paraíso. - Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida -. Y si sus
perversos enemigos, osaran con labios profanos, es más, sacrílegos, gustar de
aquella Mesa, Él no se turbará, ni verán alterarse las apariencias de pura
bebida, que volverá a ellos como veneno incurable y mortal. Pero, entonces,
hacedlo impunemente, para que la paz no se turbe y el gusto no se cambie y no
se disminuya la avidez, la insaciabilidad de su anhelante grey. – Yo soy el
pan vivo bajado del cielo. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida.
6. Pero volviendo a la primera idea, o
sea al primer pensamiento del destino incomparable de aquel que, animado de
pura fe, permanece aquí honrándolo, os ruego, hermanos, me digáis, si lo
sabéis, ¿qué otra cosa se puede desear sobre la tierra que aquellas delicias
que son más apropiadas para gozar y deleitar el espíritu?
¿Puede el espíritu tener o desear
más cercano, más amado y más amoroso a su Dios? ¿Puede desear mejor medio y
tiempo para expresar todos sus afectos, sus deseos y desahogar su amor? ¿Hay
alguna gracia o plegaria que aquí no se pueda requerirle mil veces? ¿No se
puede aquí volverse mil veces inoportuno de tanto insistir, como nos dice el
Evangelio, hasta que se obtenga la gracia?
No puede negarse que el beneficio
de quien lo recibe al comulgar es sumamente grande, en lo que respecta al
acercarse y a la posesión total; diría que es casi una cierta identificación
con nosotros mismos; pero aquellos felices momentos son demasiados rápidos,
demasiados veloces. Aquellos son una garantía, casi una muestra de Paraíso;
pero un Paraíso que escapa casi apenas comenzado. Es una garantía, es una
muestra de Paraíso, pero que no es siempre abierto para todos, ni se da a
todos.
Se excluyen los niños pequeños,
incapaces todavía de gustarlo; y se niega a los que no han hecho ayuno de todo
otro alimento, como no preparados a un alimento que es totalmente divino; y se
rechazan los impuros, los temerarios y los profanadores. Y para quien está
demasiado ocupado o distraído no parece oportuno. Quien no siente gran hambre
de Él, no logra gustar el sabor, ni la más mínima alegría. Con frecuencia es
negado a quien más ardientemente lo desea. Y para aquellos impíos que alimentan
en su seno la culpa, ¡oh Dios! la fe empuña una espada todavía más cortante que
la que el querubín celestial empuñaba en las puertas del Edén para echar afuera
nuestros imprudentes progenitores. La adoración, por el contrario, es una
bendición que a ninguno se niega. Aún el niño, aún el deficiente, aún el
nutrido con alimento terreno, aún el andrajoso y el inculto, aún el cargado de
preocupaciones y aflicciones, también el afligido, el angustiado, el lloroso,
el apasionado y hasta los mismos pecadores tienen el paso libre, tienen acceso,
tienen paz y en todo tiempo y a toda hora de estos beatos días, a todos está
permitido gustarlo, a todos, a todos. Desde aquel trono de viva misericordia
parece gritar a cada uno que lo mira: ¡Venid, venid todos, que a todos espero e
invito; venid y gustad, probad la dulzura de vuestro buen Dios; venid, venid!
7. Que si ciertamente no es permitido
aquí alimentarnos, como cuando se lo recibe en la Comunión sacramental, nadie
puede negar, que un alma verdaderamente hambrienta del divino Pan, no pueda
alimentarse de manera espiritual que, si bien no iguala la suerte del verdadero
comulgante en lo que respecta a la realidad de la presencia, sin embargo, la
puede igualar y quizás a veces superar en lo que respecta a la abundancia de
las gracias, que son los efectos más preciosos de este místico pan.
O que si alguno verdaderamente me ama, decía ya el
amante Señor, si alguno me ama no lo dejo nunca solo. Yo vendré a él, con el
Padre y el Espíritu Santo y gozaremos de permanecer en él para siempre en
felicísima mansión. – Si alguno me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo
amará y vendremos a él para hacer nuestra morada en él. – (Jn 14,23). Por tanto, ¡qué podría hacer, decir y aún gustar un alma
verdaderamente amorosa! ¡Cuántas veces puede unirse y volverse a unir con su
Dios! ¡Cuántas veces puede saciarse de aquel celestial divino Pan! Aquí he
encontrado a mi Amado, puede decir con la Amada de los Cánticos, lo
estrecharé al pecho, no lo dejaré separarse más de mí. Con tal pan, con tal
alimento, con tal Sacramento, ¿qué cosa no obtiene un alma fervorosa y fiel?
8. Este acto en el cual lo adoramos,
no es el verdadero y real sacrificio, como cuando Él estaba allá sobre la cruz
y está cada día entre las manos de los sacerdotes; pero ¡cuántas veces en la
adoración se vuelve a ofrecer esta víctima de expiación y de paz, que está a la
vez silenciosa y parlante, y que siempre redunda de una sangre que grita al
cielo inmensamente más fuerte que la sangre de Abel! ¡Cuántas veces con la
Virgen Dolorosa, allá sobre el Calvario, muestra al Padre los excesos divinos
de esta víctima sacrosanta y lo invita y le ruega y aún lo provoca santamente animada!
¿Por qué no sabe, no puede en tal situación y con una prueba así entre las
manos? ¿Qué cosa no obtiene para sí y para los otros del aplacado cielo? ¿Qué
no obtiene también para vosotros, hermanos disipados del siglo? ¡Y vosotros no
sois capaces de entenderlo! Id, por tanto, a alimentar vuestros caprichosos
consejos, seguid el gusto necio que os arrebata, pero no turbéis tan bella paz,
no profanéis esta imagen suave y dulcísima de Paraíso. Gozad de vuestras
diversiones y de vuestros placeres, pero dejadnos a nosotros esta celestial
alegría.
Y a vosotros, almas devotas que alimentáis una fe
pura, me dirijo ahora y os digo con el
salmista: “Dejad, dejad que los estúpidos y necios se pierdan en sus vanidades
y en sus necedades y venid durante estos días a tener una dulce pausa en este
templo y a exultar jubilosos en la presencia de nuestro buen Dios; caigamos de
rodillas, adorando y confesando así la presencia real de nuestro Señor
Jesucristo en la Hostia Santa y nuestro gozo se exprese ante Él con salmos de
armonioso júbilo. Adorémoslo, devotos e inclinados, mis hermanos, que Él
es grande, majestuoso, tremendo y delante de Él todas las otras divinidades son
mentira; adorémoslo con profunda humildad porque Él no rechazará a su pueblo,
por más que tenga en un puño los confines de la tierra y mire desde lo alto de
las cimas de nuestras montañas.
Venid, adorémoslo, porque el mar es suyo, Él lo hizo
un día y también este mundo terreno fue creado por sus manos; venid a postraros
delante de Él y adoradlo, porque es verdadero Dios; porque Él no es pan, no es
criatura mortal, sino que es el Dios que nos hizo, creándonos un día de la
nada. Lloremos, lloremos de ternura y amor porque Él, que es nuestro verdadero
Señor y buen Dios y nosotros somos su amado y bendecido pueblo, es más, el
verdadero rebaño que tanto amó y tanto ama hasta alimentarlo de Sí mismo.
¡Oh Pueblo! ¡Oh pueblo! ¡Oh alimento! ¡Felices de
nosotros si sabemos adorar a este Dios y aprovechar tan grande don!