17 º semana durante el año
Lunes 27 de julio
Mateo 13,31-35: “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo”.
Este texto evangélico de Mateo nos sumerge, con un lenguaje simbólico, en la comprensión de lo qué es el Reino de Dios. Jesús nos lleva a considerar la pequeñez del inicio del Reino de Dios, su crecimiento oculto y la grandeza y multiplicidad de sus frutos. Dios ha plantado la semilla de su Reino en nosotros, en la realidad, de una manera silenciosa y humilde pero fe-cunda y llena de vida. El Reino de Dios no sigue los criterios de los grandes del mundo. Tiene otro modo de pensar y de proceder.
Hoy en día, nuestro modo de proceder con los valores con los que Jesús nos invita a vivir: el compartir, vivir la compasión, la justicia, la dignidad humana, el respeto, la igualdad y fraterni-dad; la solidaridad, como valor social frente a la discriminación, a los prejuicios, a la superioridad, a la exclusión, y el servicio, como forma de autoridad y poder frente a la dominación, son esas semillas de mostaza que pueden parecer demasiado pequeñas e insignificantes, pero que germinarán un mundo mucho más humano y fraterno donde todos puedan anidar en sus ramas.
A la luz del texto ¿Cuál es la semilla que, sin que nos hayamos dado cuenta, creció en nosotros y en nuestra comunidad?
Martes 28 de julio
Mateo 13,36-43: “El que tenga oídos, que oiga!”
En el Evangelio de hoy, los discípulos piden una explicación sobre la parábola de la cizaña en el campo. Esa explicación no parecía necesaria; sin embargo, tanto para ellos como para no-sotros, Jesús se toma su tiempo y nos aclara cada uno de los términos usados. Quien siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla los ciudadanos del Reino; la cizaña los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. De entre estos, el que más parece remarcar es que el juicio final sobre la cizaña lo tiene el Hijo del hombre. No somos nosotros quienes decidimos qué suerte correrán las diferentes clases de cizaña, sino el mismo Dios. Con este texto no podemos dejar de pensar en la Iglesia aquí y ahora, no en una Iglesia de los puros e impecables, sino en una Iglesia de pecadores llamados a la conversión, llena de trigo y cizaña, que está llamada a imitar la actitud justa y misericordiosa de Dios.
En el campo existe todo mezclado: cizaña y trigo. En el campo de nuestra vida ¿qué prevalece: el trigo o la cizaña?
Miércoles 29 de julio Santa Marta (MO)
Mateo 13,44-46: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo….
En el Evangelio de hoy, una vez más, Jesús habla del reino de los Cielos, o del reino de Dios. En este caso el Reino es comparado con dos objetos sumamente valiosos: un tesoro escon-dido y una perla fina. Es curioso como Jesús siempre utiliza parábolas para hablar del reino de Dios: una realidad presente y escondida, pero que una vez descubierta cambia profundamente la vida de la persona: lo vende todo, lo deja todo por el tesoro descubierto o la perla de gran valor encontrada. La llegada o el descubrimiento del reino de Dios pide un cambio profundo. Por un lado se trata de dejarse transformar y, por otro, de una decisión personal para construir la vida tal y como la quiere Dios. Jesús nos propone un estilo de vida en conformidad con la voluntad de Dios: Es una conversión personal que no se queda en el individuo, sino que lleva a una nueva forma de vivir y comportarse en la familia, con los vecinos, en el trabajo, en la comunidad, en la sociedad. Hoy como ayer, quienes se deciden a entrar en la dinámica del Reino de Dios, experimentan la Vida en abundancia. Por eso quien encuentra este tesoro, lo vende todo, pues la fuerza salvadora de Dios ya está actuando en medio de nosotros.
A la luz del evangelio de hoy nos podemos preguntar: Ese Tesoro escondido, ¿lo hemos encontrado alguna vez? ¿Hemos vendido todo para comprarlo? ¿Qué nos ayuda a encontrarlo?
Jueves 30 de julio
Mateo 13,47-52: Jesús les dijo: "Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: una red que se ha echa-do al mar y que recoge peces de todas clases. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan, escogen los peces buenos y los echan en canastos, y tiran los que no sirven.
Jesús, en su intento de ser bien entendido, instruye a sus oyentes con una escena sacada de la vida diaria de aquella sociedad, donde muchos eran pescadores. El punto fuerte de esta parábola está en la selección de la pesca. Los peces buenos se recogen en cestos y los malos se tiran. La imagen que presenta Jesús es, sin dudas, sobre el día del juicio. En ese día habrá una decisión sobre quienes se salvarán. Pero ese juicio no le corresponderá a los hombres, sino a Dios.
Seguramente ya puedo ir adelantando en mi propia vida. Se trata de que descubra aquello que está demás, aquello de lo cual puedo ir desprendiéndome, ir tirando, ir dejando fuera.
Los elementos del bien y del mal son inherentes a la condición humana. Pidamos al Señor que con su Gracia, podamos nutrir la bondad en nuestra vida, de tal manera, que nuestras actitudes puedan reflejar las suyas, y sepamos contribuir a la construcción de su reino de jus-ticia, paz y amor.
Viernes 31 de julio San Ignacio de Loyola (MO)
Mateo 13,54-58 Y no hizo allí muchos milagros porque aquella gente no tenía fe en él.
Los compatriotas de Jesús se maravillan y aparece en ellos una admiración que termina siendo escepticismo. Conocen lo sorprendente de su enseñanza y los milagros que realizó en Galilea, pero en ellos choca fuertemente el hecho de que lo conocen desde niño, o creen conocerlo. No lo aceptan como Mesías pues creen conocer de dónde viene, sin saber que su origen es el Padre, quién lo mandó. Piensan: “como un simple artesano, hijo de un carpintero, puede ser el Mesías enviado de Dios”, para ellos aquella condición de trabajador manual no se corresponde con ser el Elegido.
Jesús concluye que nadie es profeta en su propia tierra y Mateo explica que toda esta situación ha derivado en la imposibilidad de hacer milagros por la falta de fe de ellos.
Cuando Jesús hacía un milagro, era generalmente cuando la gente creía que podía hacerlo. El Señor casi no hizo milagros entre los incrédulos, como sucedió en su pueblo. La fe es la clave que nos da acceso al poder de Dios. Lo contrario de la fe es el temor y la autosuficiencia, que nos impiden reconocer y aceptar la obra de Dios en nuestra vida.
Espíritu Santo, Señor, te pedimos nos hagas ver los hábitos de autosuficiencia profundamente arraigados que nos impiden aceptar la obra de Dios en nuestra vida.
AGOSTO INTENCIÓN DEL SANTO PADRE
Por todas las personas que trabajan y viven del mar, entre ellos los marineros,
los pescadores y sus familias.
Sábado 1º de agosto Primer sábado San Alfonso M. de Ligorio (MO)
Mateo 14, 1-12 “Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas”.
El evangelio de hoy describe cómo Juan Bautista fue víctima de la corrupción y de la prepo-tencia del gobierno de Herodes. Fue condenado a muerte sin proceso, durante un banquete del rey con los grandes del reino.
El texto inicia informando sobre la opinión de Herodes respecto a Jesús. El trataba de entender a Jesús desde los miedos que le asaltaban después del asesinato de Juan.
Los Evangelios, e incluso el mismo Jesús, miran a Juan el Bautista con gran respeto. A me-nudo se lo presenta como muy semejante a Jesús. Sin embargo, los Evangelios insisten que Juan era también muy diferente de Jesús, especialmente en lo que proclamaba ser. También su estilo es muy distinto del de Jesús, que era un predicador itinerante mientras que la gente corría al desierto para escuchar a Juan. Sin embargo, ambos terminaron dando su vida por la verdad. Hablar de la verdad a los poderosos nunca es fácil, siempre tiene un precio.
Herodes no quería ejecutar a Juan esa noche. Su mujer lo convenció de que lo hiciera, porque era un hombre débil. En el entusiasmo de la fiesta y del vino, Herodes hizo un juramento a Salomé, la joven bailarina, hija de Herodías. Él pensaba que debía guardar ese juramento, atendiendo a los caprichos de la muchacha y mandó al soldado a traerle la cabeza de Juan sobre una bandeja y entregarla a la bailarina, que a su vez la entregó a su madre. El temía a la gente que reverenciaba a Juan; ahora teme la reacción de sus invitados si deja de cumplir su palabra.
“Toma, Señor; te entrego mi vida. Concédeme la gracia, te lo ruego, de escuchar tu llamada y responderte con todas mis fuerzas y todo mi corazón.”
Domingo 2 de agosto (18º durante el año)
Mateo 14,13-21: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos”.
El evangelio de hoy proclama un milagro de Jesús: la multiplicación de los panes. ¿Qué hacer para dar de comer a toda aquella gente? Felipe, uno de los Doce, hace un rápido cálculo: organizando una colecta, se podrán recoger, al máximo, doscientos denarios para comprar el pan que, sin embargo, no alcanzaría para dar de comer a cinco mil personas.
Los discípulos razonan en términos de mercado, pero Jesús, a la lógica del comprar, sustituye, la lógica del dar.
Andrés, otro de los Apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un muchacho que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos pescados; pero ciertamente – dice Andrés – son nada para esa muchedumbre. Jesús ordena a los discípulos que hagan sentar a la gente, después tomó aquellos panes y aquellos pescados, dio gracias al Padre y los distribuyó. El pan de Dios es Jesús mismo. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, de la participación. Y por más pobres que seamos, todos podemos dar algo. Frente al sufrimiento, a la soledad, a la pobreza y a las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarnos no resuelve nada, pero podemos ofrecer lo poco que tenemos. ¿Quién de nosotros no tiene sus "cinco panes y dos pescados"? Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y, sobre todo, de alegría. Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.