SOLEMNIDAD
DE LA NATIVIDAD DE JUAN EL BAUTISTA
El
mensaje espiritual de las tres lecturas, que la liturgia propone para esta
solemnidad, subraya el papel de precursor que Dios otorgó a san Juan.
Aparece,
primeramente, en calidad de elegido de Dios desde el vientre de su madre,
porque así lo requiere su misión profética.
En
segundo lugar, nos da ejemplo de sinceridad, verdad y humildad, confesando
paladinamente que él no sueña con ser Mesías en Israel sino con cumplir la
misión de precursor de un Señor cuya grandeza es tanta que no se considera
digno ni de atar los cordones de sus sandalias. Su vocación y pasión no es
prosperar sino servir, denunciar, preparar caminos.
Finalmente,
en el Evangelio, junto a la narración de la mudez de Zacarías, su padre, y de
la imposición del nombre, tenemos el realismo de una infancia y juventud en
carne mortal: Juan, el precursor, es hombre de carne y hueso que al correr de
los días va creciendo, como los demás, en edad, sabiduría, gracia,... Tanto
creció, y tal madurez adquirió, que eligió “vivir en el desierto” hasta que le
llegara el día de “presentarse a Israel” como profeta y vocero de Dios
encarnado.
¡Oh
Dios, que has instruido a tus fieles, iluminando sus corazones
con
la luz del Espíritu Santo, concédenos obtener por el mismo Espíritu
el
gustar del bien y gozar siempre de sus consuelos.
Gloria,
adoración, amor, bendición a Ti eterno divino Espíritu,
que
nos ha traído a la tierra al Salvador de nuestras almas.
Y
gloria y honor a su adorabilísimo Corazón que nos ama con infinito amor!
¡Oh
Espíritu Santo, alma del alma mía, yo te adoro:
ilumíname,
guíame, fortifícame, consuélame,
enséñame
lo que debo hacer, dame tus órdenes!
Te
prometo someterme a lo que permitas que me suceda,
hazme
sólo conocer tu voluntad.
LECTURA Lucas 1, 57-66.80
Se le
cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y
parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con
ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían
ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo:
«No; se ha de llamar Juan.» Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga
ese nombre.» Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase.
El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron
admirados. Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a
Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se
comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su
corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del
Señor estaba con él. El niño crecía y su
espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación
a Israel.
UN APUNTE LITÚRGICO
La
liturgia de la Iglesia coloca la solemnidad de la Natividad de San Juan
Bautista por encima del domingo 12º del Tiempo Ordinario. El Martirologio
Romano presenta con estas palabras a Juan, “el precursor del
Señor que, con su existencia brilló con tal esplendor de gracia, que el mismo
Jesucristo dijo que no había entre los nacidos de mujer, nadie tan grande como
Juan Bautista”.
CUANDO LEAS
Las
dos textos evangélicos están tomados de los evangelios de la infancia narrados
por san Lucas. En la vigilia se proclama la anunciación del nacimiento de Juan
a su padre Zacarías, y en la misa del día la imposición del nombre.
Lucas
presenta a los dos protagonistas de esta primera escena del relato. Sobre todo,
el evangelista subraya lo más grande que se puede decir de un judío, y de un
matrimonio judío: “los dos eran justos ante Dios”.
“Zacarías
e Isabel eran justos ante Dios y caminaban según los mandamientos y leyes del
Señor”. Además de ser “justos”, eran ya de edad avanzada, e Isabel era estéril.
Sin embargo, a pesar del sufrimiento, no habían fallado en su fe, en la
fidelidad a los mandatos del Señor. “Isabel y Zacarías no viven su fe con
cálculo, y he aquí que dentro de aquella disponibilidad Dios actúa con poder”.
Mientras
Zacarías está en el Santo de los Santos, para el servicio sacerdotal y el pueblo Lo acompañaba y se unía ‘desde fuera en oración’
al sacrificio vespertino, Gabriel, el ángel del Señor, se aparece al sacerdote
y le anuncia de parte de Dios la ‘buena noticia’: sus oraciones han sido
escuchadas, Isabel le dará un hijo, al que pondrá el nombre de Juan.
En
pocos versículos el Mensajero de Dios resume la vida, la misión de Juan. Será
el precursor del Mesías, “preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto”; y
será causa de alegría para sus padres y para muchos que “se alegrarán de su
nacimiento”.
El
pasaje evangélico que se proclama en la Misa del día, está centrado de manera
especial en el momento importante de la imposición del nombre.
La
imposición del nombre por parte de Isabel y de Zacarías, es cumplimiento obediente
de las palabras que el ángel mensajero le había dicho a Zacarías en el templo.
Se comprende que los ‘vecinos y parientes’ quieran imponer la tradición judía:
‘lo llamaban Zacarías como a su padre’. Isabel y Zacarías reconocen la voluntad
del Señor y la proclaman. Toma la iniciativa la madre: «Se va a llamar Juan». Y
Zacarías escribe en la tablilla: «Juan es su nombre». En ese momento éste
“empieza a hablar bendiciendo a Dios”.
Todo
el relato indica que Dios ha tomado la iniciativa, que Dios se adelanta a
cambiar los proyectos humanos y actúa con poder. “El Señor ha hecho una gran
misericordia”. Ante el misterio de la acción divina, ante la experiencia de la
benevolencia divina, Isabel había permanecido “recluida cinco meses”, Zacarías
mudo: ambos esperan y experimentan el cumplimiento de la promesa de Dios.
Mirando
a Isabel y a Zacarías, podemos comprender cómo su fe conoció el crisol de la
purificación. Pero supieron vivir aquella hora como un verdadero y propio
magisterio de Dios. Su ofrecimiento, como incienso, fue bendecida en el hijo,
el cual, con su nacimiento, da testimonio de la proximidad del Salvador.
Todo
es sorprendente en el destino del precursor. El Señor ante la gente da un testimonio
pleno de misterio: él es más que profeta. Un profeta revela los secretos de
Dios, transmite a los hombres su Palabra; Juan es un testigo que testimonia el
evento tomando parte en él: él es más que profeta, porque su testimonio es una
de las condiciones humanas de la misión de Cristo: Conviene que cumplamos toda
justicia
CUANDO MEDITES
¿Qué
va a ser de este niño? Los padres de Juan, los vecinos y parientes “tocan”,
experimentan que la mano de Dios estaba con él. Es la explicación de todo lo
que ven, oyen, tocan.
Este
niño, Juan, será signo evidente de lo que su nombre significa: que Dios ha concedido
favor. Anunciará la llegada del Mesías, lo descubrirá presente entre los hombres,
lo anunciará como Cordero que quita el pecado del mundo. Denunciará el mal y la
corrupción, dondequiera que se encuentre, aunque ello le cueste la vida.
A
este punto es bueno que nos preguntemos
cuánto y cómo somos testigos creíbles de la gracia de Dios; cuánto y cómo
nuestra fe es un signo legible y claro para las personas con las que nos
encontramos en nuestra vida, las que habitan nuestra cotidianidad. La fe no es
un hecho emotivo ni mucho menos cultural. Tampoco es una ética o una moral. Es
una comunión de vida con Dios que misteriosa pero realmente viene a nosotros, habla
con nosotros, pidiendo nuestra disponibilidad para la actuación de su proyecto
de salvación.
“La
mano del Seño estaba con él”; la mano del Señor, su providencia, su poder está
sobre y con cada uno de sus hijos, sobre cada uno de nosotros, si nos dejamos
amar, conducir, salvar por Él.
CUANDO ORES
Oremos
con la voz de la Iglesia en su liturgia eucarística, con el prefacio que
sintetiza de manera admirable la figura y la misión del Bautista.
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre
y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno,
por
Cristo, Señor nuestro.
Y al
celebrar hoy la gloria de Juan el Bautista, precursor de tu hijo
y el
mayor de los nacidos de mujer, proclamamos tu grandeza.
Porque
él saltó de alegría en el vientre de su madre,
al
llegar el Salvador de los hombres,
y su
nacimiento fue motivo de gozo para muchos.
Él
fue escogido entre todos los profetas para mostrar a las gentes
el
Cordero que quita el pecado del mundo.
Él
bautizó en el Jordán al Autor del bautismo,
y el
agua viva tiene, desde entonces, poder de salvación para los hombres.
Y él
dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo.
Por
eso, como los ángeles te cantan en el cielo,
te aclamamos
nosotros en la tierra, diciendo sin cesar:
Santo,
Santo, Santo…
CONTEMPLA
Adoremos
juntos la misericordia y la bondad de Dios repitiendo en silencio:
Gloria
al Padre al Hijo y al Espíritu Santo.
Como
era en el principio ahora y siempre
por
los siglos de los siglos. Amén.
ACTÚA
Invoca
cada día al Espíritu Santo para que te fortalezca interiormente y te regale la
energía, el arrojo y la alegría inagotable para cumplir lo que Dio, en su
amor, nos ha encomendado, hasta dejar la
vida en esa entrega,
ORACIÓN FINAL:
Dios,
Padre misericordioso, que quisiste preparar los caminos de tu Hijo
con
el envío de Juan Bautista como su “precursor”;
haznos
portavoces de esperanza para el pueblo,
mensajeros
del Dios de la Vida y constructores de fraternidad
para
que allanemos los caminos y eliminemos los
obstáculos
al
crecimiento de tu Reino de Amor, de justicia y de paz.
AMÈN.
Padre
Nuestro, que estás en el cielo…