20º Domingo TIEMPO DURANTE EL AÑO A
Con su Evangelio, Jesús nos deja hoy una doble enseñanza. Por una parte, nos muestra como se deja cautivar por la confianza de nuestro corazón, y parece como si no pudiera resistirse a los deseos de los que se acercan a Él con una actitud humilde.
Por otra parte nos llama a llegar a todos, sin discriminaciones y nos invita a reconocer las maravillas que Dios hace en los corazones humanos…. El trabaja secretamente en todas partes y nosotros no podemos controlarlo. Esto les enseña Jesús a sus discípulos cuando los prepara para el envío y cuando los manda a evangelizar a todas las naciones, mucho más allá de las fronteras de su pueblo.
ORACION
Yo creo en Ti, mi Señor, pero aumenta mi fe.
Quiero tener una fe tan poderosa
que sea capaz de arrancarte milagros de amor,
como la de aquella mujer cananea.
Dame un poco de esa fe,que pueda sanar mi corazón,
que me dé esperanzas en medio de la adversidad,
me haga fuerte en medio de la prueba
y me libere de toda condición de pecado.
Sé que me invitas siempre a no desistir, a invocar siempre tu auxilio,
a que nunca desespere por muy dura que sea la prueba.
Sé que Tú estás a mi lado dispuesto a acompañarme y acogerme. Amén
TEXTO BÍBLICO Mateo 15,21-28
En el texto de hoy Jesús encuentra a una mujer extranjera, cosa prohibida por la religión de aquel tiempo. Inicialmente Jesús no quería escucharla, pero la mujer insiste y obtiene lo que quería. Este texto ayuda a entender cómo Jesús hacía por conocer y poner en práctica la voluntad del Padre.
Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
CUANDO LEAS, ten en cuenta que:
Este evangelio nos cuenta la historia de Jesús con aquella mujer extranjera, cananea. Esta madre se acerca a Jesús, sin duda porque había oído hablar de él, de los milagros que hacía con los enfermos: Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Pero Jesús no parece darse por aludido y sus discípulos interceden a favor de aquella madre angustiada. La respuesta de Jesús es decepcionante: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel… No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
La mujer responde con humildad pero con gran osadía: Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Tienes razón, Señor, pero... Con ese “pero” pone al Señor de su parte. Lo arranca de los hijos, para interesarle por los “perros”. No pretende el pan de los hijos, se contenta con lo que sobra, suplica los desperdicios que dan los amos a los perros.
Aprendamos de esta mujer, aprendamos la súplica. Tenemos que gritarle a Jesús con expre-siones que nos salgan del alma, con plegarias de una madre, pedirle la salud, pedirle la fuerza, pedirle que salgamos de la rutina. Confianza, sinceridad, todo lo que necesitamos dentro de nuestro corazón.
Hoy nos preguntamos:
¿tenemos fe como esta mujer?
¿Suplicamos así a Jesús?
¿Tenemos esa fuerza de una madre?
¿Qué sería de nosotros sin Jesús?
Esta mujer sabe que lo que pide no lo puede exigir, pero lo pide porque lo necesita y porque tiene fe en Jesús. Mujer, qué grande es tu fe. Jesús se rinde frente al arma de que dispone la mujer: la fe. Jesús se deja vencer por la fe. Y manifiesta su asombro y admiración ante la fe de la cananea. Las palabras de Jesús han purificado y fortalecido la fe de aquella mujer. Y la fe hace que la fuerza de Dios actúe en su favor.
Hoy, como hace 2000 años, la fe crece cuando Dios calla y madura cuando parece que Él no se acuerda de nosotros. Hoy también, la fe hace posible que la misericordia de Dios nos per-done, nos bendiga, nos transforme. Señor, creo, pero aumenta mi fe, sobre todo cuando no te oiga o no te entienda. Ten compasión de mí.
CUANDO MEDITES….
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija está atormentada por un demonio». Sin em-bargo, su grito cae en el vacío: Jesús guarda un silencio difícil de explicar. Cuando rompe su silencio su negativa es firme y brota de su deseo de ser fiel a la misión recibida de su Padre: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
La mujer no se desalienta. Apresura el paso, se postra ante Jesús y, desde el suelo, repite su petición: «Señor, socórreme». En su grito está resonando el dolor de tantos hombres y mujeres que no pertenecen al grupo de Jesús y sufren una vida indigna. ¿Han de quedar excluidos de su compasión?
Jesús se reafirma en su negativa: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». La mujer no se rinde ante la respuesta de Jesús. No le discute, pero extrae una consecuencia: « también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos». En la mesa de Dios hay pan para todos.
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». El amor de Dios a los que sufren no conoce fronteras, ni sabe de creyentes o paganos. Atender a esta mujer no le aleja de la vo-luntad del Padre sino que le descubre su verdadero alcance.
Los cristianos hemos de aprender hoy a convivir con agnósticos, indiferentes o paganos. No son adversarios a apartar de nuestro camino. Si escuchamos su sufrimiento, descubriremos que son seres frágiles y vulnerables que buscan, como nosotros, un poco de luz y de aliento para vivir.
La luz de Jesús y su fuerza sanadora son para todos. No nos encerremos en nuestros grupos y comunidades, apartando, excluyendo o condenando a quienes no son de los nuestros. Sólo cumplimos la voluntad del Padre cuando vivimos abiertos a todo ser humano que sufre y gime pidiendo compasión.
CAUNDO ORES, atrévete a decir
Jesús mi maestro, cada vez que me encuentro con tu palabra, descubro una nueva luz para afrontar la vida.
Quiero pedir perdón, porque muchas veces discrimino a los demás, he puesto barreras y me he sentido superior a otros.
Pero he aprendido Señor que tú rompes las barreras y que para ti solo es importante la fe. Quiero ser hoy como esta mujer cananea y reconocerte como el Mesías, el que todo lo pue-de, el Hijo de Dios.
Pongo mi entera confianza en ti Jesús, y te pido perdón por las veces que no he perseverado en la oración, porque la falta de fe se ha apropiado de mí y no he sabido esperar con pacien-cia tus respuestas.
Jesús como con la mujer cananea ten misericordia de mí, escucha mi súplica y sáname.
CUANDO CONTEMPLES …
Grita: “Señor, ¡ten compasión de mí!”. Nos vamos a quedar con esta súplica y vamos a ser cananeos, vamos a ser mujer cananea y le vamos a pedir por todo lo que necesitemos.
“¡Mujer, qué grande es tu fe!”. Una y otra vez repitamos: “¡Ten compasión de mí, …!
¡Ten compasión de mí, mira lo que tengo, mira cómo estoy!
¡Ten compasión de mí!”. En todas las circunstancias acudamos a Jesús, gritémosle y Él nos dirá: “Mujer, qué grande es tu fe, que se haga conforme a tu fe”.
Esta escena es maravillosa para contemplarla en silencio, para sentirnos pequeños delante de Dios, para sentirnos pobres, necesitados. Entremos en la plegaria de una madre que siente el dolor y la enfermedad de su hija y sabe que Jesús la puede curar, que Jesús nos puede curar. Y entremos también en el corazón de Jesús que se enternece ante nuestra súplica.
Y VIVE EL EVANGELIO A LO ARGO DE LA SEMANA ….
La cananea se acerca a Jesús y lo llama “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”.
Como la cananea, expresa más que con tus palabras, con un signo de tu vida, que Jesús es para ti, el Hijo de Dios.
Haz un rato largo de oración y suplica a Jesús (como los discípulos) por los necesitados y personas que se sienten alejados de Dios y de la Iglesia.
Pregúntate cómo está tu confianza y cuál es la actitud profunda de tu corazón ante Dios.