IV DOMINGO DE CUARESMA CICLO C.
ORACIÓN PARA DISPONER EL CORAZÓN
Dios y Padre Bueno,
quiero contemplar tu misericordia entrañable,
misericordia que acoge, que abraza,
que perdona, que recrea, que lo hace todo nuevo.
Quiero contemplar tu paciencia esperanzada,
que no se cansa de aguardar el regreso del hijo ingrato y perdido.
Quiero contemplar tu Amor infinito, que todo lo excusa, todo lo espera,
todo lo aguanta, con tal de ver nacer a la Vida a tus hijos,
heridos de muerte por el pecado.
Dios y Padre Bueno, quiero contemplarte y darte gracias.
Quiero suplicarte que me acojas, que me abraces,
que me perdones y me recrees, tú que lo haces todo nuevo. Amén.
LECTURA
Pocas páginas del evangelio nos resultan fan familiares como el relato de la parábola del hijo pródigo nos puede sonar a historia tan sabida que no nos dejamos cuestionar por su mensaje. Empecemos por advertir que el centro del relato no está en el comportamiento de uno de los dos hijos; la parábola se centra, más bien, en la actitud que mantiene el padre en toda la historia: en ella lo decisivo no es qué cosas se atrevieron a hacer o decir los hijos, sino qué hizo y dijo el padre a ambos. Sabremos qué nos dice hoy Jesús a nosotros, si logramos identificarnos con uno de los dos hijos de su parábola. Y sabiendo con qué hijo nos identificados mejor, sabremos mejor qué es lo que espera Dios Padre de nosotros.
Lucas 15,1-3.11-32
“… Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Quería llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino…; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»
CUANDO LEAS (trata de entender lo que dice el texto, fijándote en cómo lo dice)
La parábola del hijo pródigo es una de las tres parábolas conocidas con el nombre de “parábolas de la misericordia”. Lo que provoca que Jesús pronuncie estas parábolas es la murmuración de los fariseos y letrados porque Jesús “acoge a los pecadores y come con ellos”. Su actitud es dura, despectiva e inmisericorde. En lugar de alegrarse porque los publicanos y pecadores son acogidos por el Maestro Jesús, los fariseos sienten envidia y critican la actitud misericordiosa del Señor. Ellos entienden mucho de leyes, pero poco de amor y compasión. Entonces Jesús les dirige, con dedicatoria personal, tres parábolas: la del buen pastor, la de la dracma perdida y la del hijo perdido. Las tres tienen mucho en común: algo que se pierde (una oveja, una moneda, un hijo), alguien que busca o que espera (el pastor, la mujer, el padre), la constancia y la paciencia en la búsqueda o la espera, la inmensa alegría de reencontrarlos, la fiesta por haberlos recobrado...
Al leer la parábola, fíjate en cada uno de los personajes principales: el padre, el hijo pequeño y el hijo mayor. ¿Qué actitudes y rasgos caracterizan a cada uno de ellos?
El hijo menor:
- Ingrato y egoísta: sólo piensa en sus deseos de diversión y placer. No le importa herir a su padre con el abandono y el desprecio. No le importa faltarle al respeto y al honor pidiéndole su parte de herencia.
- Calculador e interesado: No le mueve a regresar el amor filial sino la necesidad. El que se enalteció y pisoteó el amor y el honor de su padre, después fue humillado por la vida misma: llegó incluso a cuidar cerdos, animales considerados impuros por los judíos.
- Lo positivo de este personaje es que aprende la lección: no vuelve orgullosamente reclamando sus derechos de hijo, sino que se humilla y pide ser tratado como un jornalero más de su padre.
El padre:
Es la personificación de la caridad: no se irrita cuando su hijo lo desprecia y abandona; no tiene en cuenta el mal y, cuando su hijo regresa, corre a su encuentro, lo abraza, lo besa, lo viste, lo calza, le pone un anillo... y organiza un banquete.
- Lucas dice que el padre, al ver a lo lejos a su hijo despojado de bienes y de su dignidad, sintió compasión, se le conmovieron las entrañas, como a una madre por sus hijos. La compasión es el rostro de este personaje.
El hijo mayor:
- Trabajador, fiel y obediente a su padre. Pero, como el otro hijo, tampoco éste sabe amar. Sirve a su padre como un jornalero más, esperando “la paga”. No se siente verdadero hijo, no ha sabido comprender el amor de su padre, que le dice, perplejo: “Pero, hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo...”. No se parece a su padre ni en la compasión, ni en la genero-sidad ni en la alegría.
¿De quién está hablando Jesús?: En el contexto de Jesús, el hijo perdido representa a los publicanos, pecadores, prostitutas..., de los que Jesús era amigo y con los que frecuentemente comía. El padre representa a Dios Padre y al mismo Jesús. Y el hijo mayor representa a los fariseos: rígidos, legalistas, más propensos a juzgar que a acoger y perdonar.
Tres lecturas, desde diversos ojos:
Sumérgete ahora en la historia de esta familia. Sitúate allí, en la casa de aquel hombre que te- nía dos hijos y trata de relatar los hechos con tus palabras adoptando, cada vez, un personaje distinto:
- Dice el padre: “Yo tenía dos hijos. El más pequeño me dijo un día... Con dolor, le repartí los bienes y al poco tiempo se marchó de casa... Lo que sentí... Cada día esperaba su regreso... Cuando lo vi de lejos, se me conmovieron las entrañas, corrí a él y lo llené de besos...”
- Habla el hijo pequeño: “No sé por qué, quise experimentar mi libertad, no tener que depen-der de mi padre para darme a la buena vida. Le pedí la parte de mi herencia y le abandoné a él y a mi hermano mayor...”.
- El hijo mayor: “Siempre fui fiel a mi padre. Por eso no podía dar crédito a lo que allí estaba pasando: mi padre nunca me dio una fiesta, a pesar de haberle servido siempre como si fuera uno de sus criados. Pero llegó mi hermano, sinvergüenza y perdido, y mi padre le preparó una fiesta como a su hijo favorito... Cuando oí la música y las danzas, las risas y sentí...”.
CUANDO MEDITES trata de aplicar a tu vida lo que dice el texto
¿Con qué personaje de la parábola me identifico más y por qué?
2. Imagina la continuación de la parábola:
¿Cómo te sentirías tú, si fueras el hijo pequeño, después de ser recibido con tanto amor? ¿Cómo actuarías después, en la casa de tu padre?
¿Comenzarías a amar mucho, porque tu padre te ha perdonado mucho?...
Y si fueras el hijo mayor, ¿cambiaría algo en ti al escuchar las palabras de tu padre: “Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo...”?
¿Abrazarías a tu padre y entrarías en la fiesta? ¿Acogerías a tu hermano y le preguntarías por su vida...?
3. La parábola tiene una doble llamada para ti:
Te invita a sentirte y ser verdadero hijo amado de Dios.
Te invita a parecerte al Padre en tus relaciones con los demás: siendo paciente, compasivo, generoso, alegre... En definitiva, amando con el Amor del Padre.
¿Cómo puedes responder de un modo más auténtico y fiel a esa doble llamada?
CUANDO ORES
Pídele perdón a Dios por tu pecado, tu infidelidad, tu inconsciencia o tu alejamiento en muchos momentos... Pídele la gracia de volver a Él siempre que te alejes, con confian-za, sin miedo, con corazón humilde y agradecido.
Haz memoria de episodios significativos de tu vida en los que hayas experimentado el amor de Dios y el amor de otras personas que han sido para ti la ternura del Padre. Dale gracias por su amor y por estas personas que ha puesto y pone en tu vida.
Suplícale por todos sus hijos “perdidos”, equivocados, alejados...
Pídele por todos los cristianos y por la Iglesia, para que seamos un espejo de su caridad para el mundo.
quédate en silencio, contemplando agradecidamente su amor para con todas su criatu-ras.
ORACIÓN FINAL
Bendito seas, Jesús, Dios de misericordia infinita,
imagen del Padre, encarnación de su bondad.
Desde el fondo de mi ser te bendigo, Señor,
y recuerdo siempre tus muchos beneficios.
Como un padre y una madre sienten ternura por sus hijos,
así sientes ternura por nosotros,
porque Tú nos conoces enteramente,
y sabes que somos tan frágiles como el barro.
Bendito seas, Jesús, que nos recreas y nos haces de nuevo.
Como a los hijos pródigos de la parábola,
tiras de mí, atrayéndome con tu llamada amorosa,
para que abandone mis intereses y ambiciones
y me abra a la fraternidad, la generosidad y el compartir.
Felices quienes recorren el camino cuaresmal con una sonrisa en el rostro
y sienten cómo brota de su corazón un sentimiento de alegría incontenible…