LITURGIA SEMANAL - 19º semana durante el año

19º semana durante el año

Lunes 10 de agosto   San Lorenzo  (F)
Juan 12,24-26: “Si el grano de trigo que cae en tierra no muere; queda solo, pero si muere da mucho fruto”.

Hoy la iglesia celebra el martirio del Diacono Lorenzo, que entregó su vida en la persecución del emperador Valeriano en el año 258. El evangelio contiene palabras solemnes y cruciales sobre el modo en que la misión de Jesús y de sus discípulos “produce mucho fruto”, nos pre-senta una breve parábola para transmitirnos el profundo significado de su pasión: la donación de su vida, característica crucial de su mesianismo.
La preciosa imagen del trigo que para granar antes tiene que caer en tierra, morir y brotar en espiga nueva, así su función es hacer un servicio a la vida. Hoy, la fiesta del diácono y mártir san Lorenzo nos muestra una historia de servicio y de entrega sin reservas.
La imagen de la fecundidad del grano de trigo sepultado en la tierra nos revela la fecundidad de su vida y de su muerte.
¿Es tu vida expresión de la donación de ti mismo? ¿Eres una semilla de amor que produce amor?

Martes 11 de agosto      Santa Clara  (MO)
Mateo 18,1-5,10.12-14  “El que se haga pequeño será el más grande”

El evangelio de hoy trae la primera parte del Sermón de la Comunidad que tiene como palabra clave los “pequeños”. Los pequeños no son los niños, sino también las personas pobres y sin importancia en la sociedad y en la comunidad, inclusive los niños.
Jesús pide que estos pequeños estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad, pues «el Padre no quiere que ni uno de estos pequeños perezca». Jesús nos alerta de no despreciar a quienes viven en situaciones de vulnerabilidad y fragilidad. Al contrario, debemos acogerlos, recibirlos, bendecirlos, y sostenerlos.
Eso debe hacer una comunidad cristiana. El amor por los pequeños y los excluidos tiene que ser el eje de la comunidad de los que quieren seguir a Jesús. Pues de este modo la comunidad se vuelve prueba del amor gratuito de Dios que acoge a todos.
Dios Padre no quiere que se pierda ninguno de los pequeños. ¿Qué significa esto para nuestra comunidad?

Miércoles 12 de agosto 
Mateo 18,15-20  También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. 
 
En el Evangelio de Hoy Jesús nos habla de la importancia de la corrección fraterna y nos hace ver que cuando somos unidos podemos alcanzar cualquier cosa que nos propongamos. “Les aseguro que si dos de ustedes llegan a un acuerdo para pedir algo mi Padre se los concederá”.
En el día de hoy preguntémonos como están nuestros hermanos. ¿Cómo están los que viven al lado mío? ¿Cuándo fue la última vez que dialogué seriamente con algunos de ellos? ¿me descuide de alguno?
Capaz uno de los gestos que podríamos hacer hoy es acercarme a esa persona con la que hace mucho que no dialogamos y prestarle más atención. Dialoguemos más, prestémonos más atención, como decía el Papa Francisco “no le tengamos miedo a la ternura”. No nos tengamos miedo a ser más cercanos y fraternos.
Valoremos los detalles entre nosotros. Pensemos y recreemos los vínculos en nuestras co-munidades de tal manera que nadie quede afuera ni descuidado. Estaría bueno pedirle eso también al Señor en este día, pedirle juntos “Señor que sepamos cuidarnos los unos a los otros…” pedirle al Señor la creatividad para sostener nuestras comunidades, y la gracia de salvar a los hermanos.   
Jueves 13 de agosto
Mateo 18,21- 19,1: “No perdones sólo siete veces, sino setenta veces siete.”

En el evangelio de hoy el asunto central es el perdón y la reconciliación. Jesús enseña a sus discípulos que hay que perdonar. Y habla de perdonar al hermano, no de perdonar una falta u otra. El perdón se dirige al ofensor. Por eso no depende del tipo de falta, ni existe una gra-duación según la gravedad. No se puede perdonar más o menos. O sí, o no. Muchas veces es difícil perdonar. Por eso, la parábola nos hace volver la mirada hacia la misericordia de Dios. Él, que es pura santidad, perdona infinitamente, y nos da la oportunidad de volver a empezar. Al abandonarnos en su gracia, seremos capaces de perdonar las ofensas que nos haga el prójimo. Perdonar es cuestión toda la vida, especialmente perdonar como Jesús nos enseña, perdonar por amor. Pero “de toda la vida” no significa que haya que conformarse con lo que somos ahora porque “ya iremos mejorando”; no es cuestión de vivir tranquilos pensando que “ya llegará el momento”. De toda la vida significa también desde el comienzo de la vida; el mandato es que perdonemos ya desde ahora, desde hoy mismo, a todos y para siempre. Por supuesto, sólo lo conseguiremos contando con la ayuda de Dios.  ¿Somos capaces de imitar a Dios? (cfr P. Francisco)

Viernes 14 de agosto  S. Maximiliano Kolbe  (MO)
Mateo 19,3-12  “Los dos no serán sino una sola carne”

En cuestión de poner a prueba a Jesús de Nazaret, los fariseos no dan tregua. No le preguntan sobre si el divorcio es o no lícito, sino si se podía romper el vínculo matrimonial por cualquier causa, por banal que fuera. Los fariseos en tiempo de Jesús admitían que el marido podía repudiar a la mujer en ciertos casos y dar por terminado el matrimonio.
Jesús contesta a las preguntas de sus contemporáneos acerca del verdadero significado del matrimonio, subrayando la indisolubilidad del mismo, pero no se queda en los estrictos términos de esta polémica, sino que va mucho más lejos y evoca el primer designio del Creador; da a entender que la ley del divorcio es una clara excepción que admitió Moisés por la terquedad del pueblo. La voluntad creadora nos hizo hombre y mujer en el principio y se entiende que para siempre. Ahora bien, aunque no es razonable establecer rápidos paralelismos entre el momento al que alude el texto y nuestro tiempo presente; se nos desafía a mirar lo que esta-mos haciendo en favor del matrimonio y los efectos del divorcio. Hoy, a la luz del Evangelio hagamos oración, por quienes han sido llamados al camino matrimonial; por su fidelidad en el camino que se han dispuesto recorrer… pero también que nuestra oración fraterna y miseri-cordiosa, se dirija a quienes por alguna razón han visto quebrarse este camino.

Sábado 15 de agosto  Asunción de la Virgen María  (S)
¡Bendita Tú, María, porque por ser fiel a Dios,
 fuiste elevada en cuerpo y alma hasta el mismo cielo!

María está donde tiene que estar: junto a Dios. Su destino, la gloria del cielo, será el nuestro. Pasó haciendo el bien. Abrió sus entrañas para que Dios pusiera su morada en Ella. Cumplió la voluntad del Padre en todo y por donde sus pies pisaron. Su  encanto, su fortaleza, su delicia  fue precisamente eso: volcarse en los planes que Dios había preparado y entretejido para ella. desde el inicio de los tiempos.
Con esta fiesta, la Iglesia, nos invita a mirar una vez más hacia el cielo. Nuestro combate, cada detalle realizado por Dios y en nombre de Dios, no quedará sin recompensa en la vida eterna. Hoy, las puertas del cielo, se abren de par en par. A través de ellas entra la mujer que, siendo sencilla y pobre, amable y obediente, fuerte y solícita, logró enamorar al mismo Dios. Por esas mismas puertas, entraremos también todos aquellos que, con la ayuda del Espíritu Santo, respondamos con generosidad y con la misma valentía con que lo hizo María al proyecto de Dios sobre nuestra vida.  ¿Seremos capaces?
La fiesta de la Asunción es un adelanto, una indicación que la misma Madre nos deja a noso-tros sus hijos para que no nos alejemos del camino de la fe. Para que cumplamos, con tesón y con ilusión, aquello que más agrada al Señor. ¡Bendita Tú, María, encontraste gracia ante Dios y, hoy, ese mismo Dios te llama a su presencia! (J.L)

Domingo 16 de agosto    (20º Durante el Año)
Mateo 15,21-28: Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” Y en ese mo-mento su hija quedó sana”.

Una región apartada; una mujer de otro pueblo, no judía. Esta mujer, desde su condición de “lejana”, expresó el clamor de muchos otros que, sin ser “del pueblo”, irrumpió y rompió los límites. En un primer momento, Jesús no presta oídos a los reclamos de la mujer, ella es una extranjera. La mujer insiste ante la indiferencia de Jesús. Pasa por alto la negativa y sigue rogándole: “dame la sobra de lo que cae de la mesa de los señores”. Los dos, Jesús y la mujer, se encontraron en los márgenes y a la humilde insistencia de su fe, Jesús responde con un gesto de salvación. Jesús queda impactado y alaba a la mujer por su fe. Con esto Jesús revela que la salvación es para todos y nos dirige una invitación a tener una actitud de “apertura” hacia todos, creyentes o no creyentes, y romper con esa mala práctica que distingue y excluye, es decir, una disponibilidad y acogida sin reserva hacia cualquier ser humano. No es un privilegio de algunos, todos los que nos acercamos a Él y lo reconocemos, de algún modo somos salvados.
A la luz de la Palabra de Dios, que nos invita a romper nuestra cerrazón y nuestros pequeños esquemas. ¿Somos capaces de acoger a todos los hermanos que se acercan a nosotros?



María nos recuerda,
con su triunfo,
que sólo Dios permanece
y que lo demás se extingue
con las luces
de nuestro último día.
(J.L)