LECTIO DIVINA 2º domingo de pascua

2º domingo de pascua


La experiencia de los apóstoles y discípulos luego de la Pasión y Muerte de Jesús seguramente fue muy dura. Los evangelios nos transmiten una serie de detalles que nos hablan de la difícil prueba a la que su fe fue sometida. Incluso los primeros testimonios y la constatación de que el cuerpo del Maestro no estaba en el sepulcro son tomados con cautela. En este sentido, es significativo que aun luego de que Pedro y Juan vieron el sepulcro vacío, de haber escuchado de boca de María Magdalena que había visto al Señor vivo y de haber recibido el testimonio de otras mujeres, encontremos a los discípulos atemorizados y encerrados en una casa.  Esto nos habla de que los discípulos vivieron un proceso de crecimiento y maduración en la fe.  En esta etapa en la vida de fe de los discípulos encontramos una constante. El Señor Jesús siempre sale primero al encuentro de los suyos. Les salió al encuentro a las mujeres que iban al sepulcro; le sale al encuentro a la Magdalena; les sale al encuentro a los discípulos que caminaban a Emaús. El pasaje del Evangelio de Juan que se lee este Domingo de Pascua es, en este sentido, paradigmático. Mientras los discípulos están “con las puertas cerradas” por “miedo”, Jesús se aparece en medio de ellos. La cerradura de las puertas no es obstáculo para que el Resucitado se haga presente en la habitación y toque a la puerta del corazón de cada uno de los presentes: «“Paz a ustedes”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado». Tomás reclama “ver para creer”. Nuevamente el Resucitado se aparece en medio de ellos y esta vez le dice a Tomás: ven, mira y toca. Y Tomás, desde lo profundo de su corazón se adhiere al Señor, lo acoge, le abre la puerta de su corazón incrédulo y proclama una de las confesiones más hermosas que hemos recibido: ¡Señor mío y Dios mío!

¡Cuántas veces nos encontramos como Iglesia, como familia o comunidad de fe, “encerrados y atemorizados”! Son muchas las cosas que hoy ponen en cuestión la fe que hemos recibido.  Sin embargo, hoy como ayer, Jesús resucitado se hace presente en medio de nosotros. También a cada uno de nosotros, una y otra vez, nos sorprende con su presencia luminosa y toca a la puerta de nuestro corazón: “Paz a ustedes”. Esa puerta interior, la del corazón, tiene muchas veces sus propias cerraduras. El Resucitado se hace presente y nos dice: “Soy Yo, no tengas miedo en abrir tu corazón; no seas incrédulo sino creyente”.

 

ORACIÓN

Dios de bondad y misericordia,

Tú que reanimas nuestra fe con la celebración anual

de las fiestas pascuales, concédenos:

- abrir nuestros corazones y nuestras vidas a la PAZ

que nos quiere comunicar cada día tu Hijo Jesús resucitado y Viviente,

- recibir su Espíritu que nos dé vida, aliento y esperanza,

- y sabernos “dichosos” por creer en Él

a pesar de no verle con nuestros ojos.

Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. AMEN.

 

TEXTO Jn 20,19-31

El texto evangélico, denso como pocos, nos presenta dos escenas: la primera se sitúa en “el primer día de la semana”, nombre clásico para indicar el día de la resurrección, el domingo. Tiene dos momentos: la presencia de Jesús con los discípulos sin Tomás  y el diálogo de éstos con Tomás. La escena siguiente es “ocho días después”, cuando Jesús vuelve a estar con los discípulos y habla con Tomás. Después, la primera conclusión del evangelio.

Tres veces repite Jesús el saludo: “¡Paz a vosotros!”. La paz y la serenidad interior es una marca de los discípulos “habitados” por Jesús. La paz, que es un don del Resucitado, se vuelve tarea de los discípulos en el envío. ¿Dónde urge trabajar la paz entre nosotros?

 

LEE …  ¿Qué dice el texto? Atiende a todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca todos los elementos que te son muy significativos. Disfruta de la lectura.

 

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.    Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».  Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

 

+ Decimos tantas veces: “si no lo veo, no lo creo”. Como queriendo exigir una prueba previa, antes de dar nuestro consentimiento. En estas andaban aquellos discípulos de Jesús tras aquellos días terribles. En los momentos más críticos y difíciles, tras el apresamiento del Maestro, casi todos se fueron escabullendo, cada cual con su traición desertora. El miedo, el escondimiento, el ghetto a puerta cerrada… son notas que caracterizan su mundo psicológico y espiritual.

“Paz a ustedes”. Es Él, el Señor, que verdaderamente resucitó, según lo predijo. Y para que toda duda quedara disuelta, les mostraría las señales de la muerte: las manos y el costado.

 ”Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Pero… faltaba Tomás. A pesar del testimonio de los demás discípulos, Tomás no creerá posible lo que sus compañeros afirmaban: “hemos visto al Señor”. Sus ojos habían visto agonizar y morir a Jesús. Sus ojos ahora demandaban la prueba suficiente para que se borrase aquella imagen tan terriblemente grabada.   Y la prueba llegó, era Jesús mismo que a los ocho días volverá a anunciar la paz a quien sobre  todo carecía de ella: a Tomás.

 

Más adelante la comunidad cristiana lo aprenderá y lo vivirá de otro modo, como dice Pedro en su carta: “no han visto a Jesucristo, y lo aman; no lo ven y creen en Él”. Aquella comunidad que recibió la pascua de Jesús, vivía resucitadamente. Su cotidianeidad era la prolongación de las señales de Jesús: donde antes había muerte (egoísmo, injusticia, miedo, desesperanza, insolidaridad, increencia…) ahora había vida resucitada (amor, justicia, paz, esperanza, solidaridad, fe…). Es el testimonio de la comunidad cristiana en medio de la cual vive Jesús. ¿Seremos nosotros testigos de esa vida de Jesús para los Tomás que han visto y experimentado demasiada muerte?

 

MEDITA... ¿Qué me dice Dios a través del texto? ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

 

En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: «Hemos visto el Señor»; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia.

Jesús no abandona a Tomás en su incredulidad, no le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe: «Señor mío y Dios mío»: con esta invocación simple, pero llena de fe, responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es incrédulo sino creyente.

Dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.(Papa Francisco)

CONTEMPLA ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? 

Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía. (Papa Francisco

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Sólo paz y alegría. Y hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre encomendó a Jesús

Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un “nuevo inicio” a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Sólo él ha de ocupar el centro de la Iglesia, de nuestros grupos, de nuestras comunidades, de nuestras familias. Sólo él puede impulsar la comunión. Sólo él puede renovar nuestros corazones.

Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el Evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

 

Y REZA … Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso. Habla con Dios…

Que no deje, Señor, que el miedo cierre las puertas de mi corazón a la gran alegría de tu Resurrección; dame coraje y muéstrame la vida que existe tras los signos de muerte que veo.

Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Aquí estoy, Señor, perdóname acógeme, consuélame,  lávame, ámame. Aquí estoy, Señor, aumenta mi fe.

 

ACTÚA... ¿A qué te compromete el texto?¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer efectiva esa enseñanza?

ü  Repite con frecuencia durante la semana: “Señor, aumenta mi fe”

ü  Pon nombre a personas concretas que te parezca que necesitan fortalecer su fe. Ante el Señor pide por ellas.

ü  Esfuérzate por trasmitir la paz y la alegría de la Resurrección a las personas de tu entorno que lo necesiten.

ü  Como Tomás, en tu oración, déjate envolver por la misericordia de Dios.

ü  Reconoce y agradece el testimonio de las personas que entregan su vida porque creen en el Resucitado, como les sucedió a los discípulos.

 

COMPARTE...

Es el momento de compartir con sencillez lo que cada uno ha descubierto, para enriquecimiento del grupo.

 

DA GRACIAS...

Puedes acabar este momento con una oración; expresa a Dios lo que has vivido, dale gracias por lo que te ha manifestado, y pide al Espíritu que te haga pasar de la Palabra a la vida.

 

Gracias, Padre, por lo que me has revelado con esta Palabra,

ayúdame a progresar en el conocimiento de tu Hijo Jesús

y hazme dócil a la acción del Espíritu en mi vida.

Ayúdame, Señor, a conocerte más y mejor

por medio de la meditación de tu Palabra;

sobre todo ayúdame a saber qué quieres de mí,

y a encontrar caminos para saberte presentar

como buena noticia para las personas que me rodean.