Lectio Divina - 25º Domingo del Tiempo Ordinario

Jesús con el grupo de discípulos ha dejado Cesarea de Filipos  y ahora está atravesando Galilea. Muy probablemente, la marcha próxima a Jerusalén está en el horizonte de los discípulos y ellos tienen conciencia de que en Jerusalén se va a jugar la carta decisiva de este proyecto por el que habían decidido apostar. En esta fase, todos creen todavía que Jesús entrará en la ciudad como un Mesías político, poderoso e invencible, capaz de liberar a Israel del dominio romano.


A lo largo de esta “caminata hacia Jerusalén”, Jesús va catequizando a los discípulos, enseñándoles los valores del Reino y mostrándoles, con gestos concretos, que el proyecto del Padre no pasa por esquemas de poder y de dominio.


Los anuncios de la pasión testimonian que Jesús, desde muy temprano, tuvo conciencia de que la misión que el Padre le confiaba iba a pasar por la cruz. Por otro lado, la serenidad y la tranquilidad con la que hablaba de su destino de cruz, muestran una perfecta conformación con la voluntad del Padre y la voluntad de cumplir los proyectos de Dios. La postura de Jesús es la postura de alguien que vive según la “sabiduría de Dios”. Él nunca dirigió su vida según los intereses personales, nunca puso en primer lugar esquemas de egoísmo o de autosuficiencia, nunca se dejó tentar por sueños humanos de poder o de riqueza. Para él, el factor decisivo, el valor supremo fue siempre la voluntad del Padre, el proyecto de salvación que el Padre tenía para los hombres.  Nosotros, cristianos, un día adherimos a Jesús y aceptamos andar por el mismo camino que él recorrió.


¿Qué valor y qué significado tiene, para mí, esa voluntad de Dios que un día descubrí en mi vida? ¿Tenemos la misma disponibilidad de Jesús para vivir en fidelidad a los proyectos del Padre? ¿Qué es lo que dirige y condiciona nuestro caminar: nuestros intereses personales, o los proyectos de Dios?


 


ORACIÓN INICIAL


Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas.

Dame tus mismos sentimientos, tu modo de pensar y de vivir.

Dame la libertad para que nada me importe, fuera de Ti.

Concédeme un corazón libre, un corazón despojado.

Acompáñame a buscar siempre y en todo,

tan sólo amarte y servirte.


 


ORANDO con S.Marcos 9,30-37

“… Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará." Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: "¿De qué discutían por el camino?" Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó llamó a los Doce y les dijo: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos." Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: "El que recibe a un niño como éste en mi nombre me recibe a mí; y el que me recibe a mí no me recibe a mí, sino al que me ha enviado."


 


MEDITACIÓN ¿qué me dice en señor en el texto?


Tras la confesión de Cesarea, Jesús se pone en camino hacia Jerusalén y convierte el camino en un lugar de enseñanza especial para sus discípulos. Las primeras tres lecciones del Maestro son los tres anuncios de su pasión.


Hoy contemplamos la escena del segundo anuncio. Pero ellos, dice el evangelio,  no entendían y les daba miedo preguntarle. Ya Pedro había expresado su resistencia a aceptar el primer anuncio: “¡De ningún modo, Señor! ¡Eso no puede pasarte a ti!”


El Maestro anuncia que va a ser traicionado, entregado y asesinado, y ellos andan dolorosamente enfrascados en lo que más les importa: quién es el más importante del grupo. ¡Cómo ciega la ambición hasta el punto de no ser conscientes de la trascendencia del momento que vive su Maestro!  Les está diciendo que va a ser asesinado. ¿Sentiría miedo Él? ¿Sabía acaso quién le iba a traicionar? ¿Por qué dirigirse a Jerusalén, entonces?... Nada de esto parece importarles a los amigos de Jesús...


Cuando llegan a casa, en Cafarnaún, Jesús les pregunta sobre qué iban hablando, con tanta “pasión”, por el camino. Pero ellos callan. Algo en su interior les dice que su discusión es demasiado mezquina y que no va a gustar al Maestro. Algo en ellos reconoce que hay una distancia infinita entre sus pensamientos y los de Dios, sus pretensiones soberbias y la humildad de su Maestro. Algo en su interior les hace avergonzarse de sus ambiciones de “prosperar” según lo humano.


Y Jesús, lleno de paciencia y de cariño, conociendo los pensamientos de su corazón, les llamó en torno a sí y les enseñó: “Quien quiera ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Y puso, en medio de ellos a un niño: “Así soy yo y así deben ser ustedes. Tan poco importantes, tan pequeños y tan libres de pretensiones de poder, como un niño”. Todo, en este mundo de apariencias, nos empuja a desear el triunfo, la fama, ser reconocidos, adulados, alabados...


       ¿Por qué nos es tan difícil dejarnos evangelizar en lo más profundo de nuestra interioridad, en nuestras búsquedas y deseos?


      ¿Por qué nos es tan difícil ser como los pájaros del cielo, los lirios del campo o los niños?


      ¿Por qué nos es tan difícil ser como Jesús, así de sabios, pobres, despojados, humildes y servidores?


      ¿Por qué nos es tan difícil callar y escuchar la voz que nos habla dentro y nos dice en qué reside el tesoro de nuestra vida, nuestro verdadero crecimiento y “prosperidad”, nuestra “importancia” y nuestra identidad?


 


 ORACION le respondemos al Señor….



Señor, enséñanos tus caminos, instrúyenos en tus sendas.


Danos tus mismos sentimientos, tu modo de pensar y de vivir.


Danos el ser como niños, despojados de nosotros mismos.


Danos la libertad para que no nos importe no contar en “importancia” humana.


Danos un corazón humilde.


Danos sentir la dicha de ser los últimos de todos y los servidores de todos.


 Si nos llenamos  de vanidad, perdónanos, Señor.


Si nuestro orgullo desea que se nos tenga en cuenta, perdónanos, Señor.


Si deseamos poder, ser significativos y relevantes, ten misericordia de nosotros. 


Danos un corazón libre. Danos un corazón despojado.


Danos buscar, siempre y en todo, tan sólo amar y servir.



CONTEMPLACIÓN  ¿como reflejo en mi vida lo que Dios me dice en el texto?

En el grupo que sigue a Jesús, el que quiera sobresalir y ser más que los demás, se ha de poner el último, detrás de todos; así podrá ver qué necesitan y podrá ser servidor de todos. Sólo así podremos captar que necesitan los hermanos.

La verdadera grandeza consiste en servir. Para Jesús, el primero es el que vive sirviendo y ayudando a los demás, esas personas sencillas que viven ayudando a quienes encuentran en su camino.


“El que recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí” Los seguidores de Jesús han de sentirse responsables ante el mismo Cristo de acoger a esos niños que, sin el cuidado y la ayuda de los adultos, no podrán abrirse a una vida digna y dichosa.


 


ACCIÓN  ¿a qué me comprometo?


      En tu oración examina que debes hacer para que tu servicio sea en verdad de actitud y entrega y no de palabras o buenas intenciones.


      Pon tus actitudes al servicio del amor, haciéndote el último de todos, el siervo de todos, el más pacífico, el más dócil, el más misericordioso, acogedor con todos.


      Piensa qué puedes hacer o qué necesitas para ver al Señor en las personas necesitadas y encontrarlo en los que requieren tu presencia y ayuda.


 


 


 


ORACIÓN A LA LUZ DEL SALMO 131


Señor, nuestro corazón, como el de los discípulos,


a menudo es ambicioso, y nuestros ojos, altaneros.


Buscamos grandezas que superan nuestra capacidad,


buscamos alabanzas, honores y triunfos, un brillante curriculum,


que justifique nuestra existencia a los ojos de los demás.


 


Ayúdanos tú, Dios humilde, a ser servidores en la mesa de tu Reino,


a vestirnos el delantal y a lavar los pies de los demás.


Ayúdanos a acallar los deseos equivocados de nuestro ego,


y haznos como niños, serenos, confiados y satisfechos


en tus brazos, Dios Padre-Madre, que tanto nos amas.


Espíritu Santo  llena de alegría y paz nuestro corazón


y da sabiduría a nuestra mente  


para poder entender la Palabra de Dios. Amén.