TERCERA SEMANA DE ADVIENTO
Lunes 17 de diciembre
Mateo 1,1-17 El Evangelio de Mateo se abre con el árbol genealógico de Jesús. En él apa-recen infinidad de personas y de nombres, que a su debido tiempo han escrito con sus vidas y su historia y una página de la historia de la salvación. Lo que Mateo trató de hacer es colocar el nacimiento de Jesús en el contexto de toda la historia judía de la época, desde Abraham hasta el nacimiento de Jesús, y quiere mostrar que en Jesús logra su triunfo más perfecto la antigua bendición de Dios a la humanidad.
Además, en esta genealogía aparecen cuatro mujeres ligadas a situaciones de pecado o al menos de irregularidad: Tamar, Rahab, Rut y la esposa de Urías. Así se muestra que Jesús cumple las promesas de Dios, a pesar de los momentos oscuros que hubo en esta larga historia. Él saca un bien aún de los males. Jesús con su venida sana, purifica y también asume todo lo bueno que Dios hizo en su pueblo. El Evangelio nos lleva a mirar la historia de Israel, cargada de la expectativa del Rey Mesías, que trae la salvación. Hacia ese rey, dirigimos también nosotros, nuestra mirada en estos días.
Martes 18 de diciembre
Mateo 1,18-24: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús,
José ocupa un papel central en el Evangelio de hoy. Su decisión está tomada. Su plan era ser amable y sensible hacia María, y se divorciaría de ella en secreto. Un sueño rompe su decisión original. Dios interviene y se le pide más a José. Está llamado a revisar sus inten-ciones originales. José recibe una lección sobre las sorprendentes maneras en las cuales Dios trabaja. Con seguridad, Dios está diciendo aquí algo sobre la habilidad divina para entregar el bien incluso en situaciones que el mundo piensa que son imposibles: “Nada es imposible para Dios”. Aquí hay un modelo para tomar decisiones y manejar las dudas. Ésta es la historia de la vocación totalmente única de José, como padre adoptivo del Hijo de Dios.
Señor, te agradezco por la forma generosa y valiente en que José toma sus riesgos. Él confió total-mente en tus palabras “no tengas miedo” y permitió que sus cuidadosos planes se desarmaran. ¡Que yo también esté abierto cuando Tú me invites a arriesgar!
Miércoles 19 de diciembre
Lucas 1,5-25 “… te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento."
«Juan es el don divino por mucho tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel; un don inmenso, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril; pero nada es imposible para Dios.
El anuncio de este nacimiento se produce en el lugar de la oración, en el templo de Jeru-salén, es más, sucede cuando a Zacarías le toca el gran privilegio de entrar en el lugar santísimo del templo para quemar incienso al Señor. El nacimiento de Juan el Bautista es-tuvo marcado por la oración: el canto de gozo, de alabanza y de acción de gracias que Za-carías eleva al Señor, y que recitamos cada mañana en los Laudes, el "Benedictus", exalta la acción de Dios en la historia humana» (Benedicto XVI)
Jueves 20 de diciembre
Lucas 1,26-38: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor: María. Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de Dios, Madre de su Creador.
La Virgen María, ante el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de Nazaret, que está abierta a Dios, se fía de Él, aunque no lo comprenda del todo. Su res-puesta es: "He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra". María ha dicho su ‘SÍ’ a Dios, un ‘SÍ’ que ha cambiado su humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de otros muchos ‘SÍ’ pronunciados en su corazón tanto en los momentos gozosos como en los dolorosos; todos estos ‘SÍ’ culminaron en el pronunciado bajo la Cruz.
Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme.
Fijemos nuevamente nuestra mirada en María, que confiando en Dios, se atrevió a decir “SI”. Un ‘SI’ que cambió la historia del mundo. ‘Sí’ que manifiesta disponibilidad total para aceptar una misión que, a los ojos humanos, parecía imposible realizar … (Papa Francisco)
Viernes 21 de diciembre
Lucas 1,39-45: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
El evangelio de hoy nos muestra una escena costumbrista y hogareña: dos mujeres que se saludan en una aldea perdida de las montañas de Judá; dos mujeres sin ningún poder polí-tico, sin ninguna importancia geoestratégica, sin ninguna riqueza ni patrimonio. Dos mujeres embarazadas que bendicen a Dios.
Los estudiosos subrayan que el encuentro entre las dos mujeres es, sobre todo, el encuentro entre Juan Bautista y Jesús, que están formándose en su interior. María queda retratada como una persona enérgica y dinámica. Después de que el ángel le anuncie que será la madre de Jesús, se pone en camino con prisa y decisión. Todo sucede muy deprisa, con mucha fuerza e intensidad. María entra y saluda; el niño salta en las entrañas de Isabel; la anciana se llena de Espíritu Santo y grita con todas sus fuerzas una bendición.
Isabel comprende que Dios está haciendo cosas grandes en María. La joven insignificante de Nazaret es, en realidad, la mujer más importante entre las mujeres de la Historia. María es grande porque ha creído, porque se ha fiado, porque se ha entregado totalmente a Dios que la ha llamado. María ha sabido en quién confiar, y todo lo que Dios le ha prometido se cumplirá.
Sábado 22 de diciembre
Lucas 1,46-55: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso, desde ahora todas las generaciones me lla-marán bienaventurada…”
Si contemplamos con atención el Magnificat, si nos dejamos habitar por sus palabras, por su melodía, encontraremos en él, al Dios que es misericordia, al Dios que mira y elige lo pe-queño, al Dios que nace niño frágil en un pesebre… Cantemos con María al amor de ese Dios que eleva a los humildes, que se ocupa de los hambrientos, que socorre a los que ne-cesitan auxilio… preguntémonos, delante de María, ¿cómo es nuestro Dios y cuáles son las maravillas que cantamos en Su Nombre?.
Estamos a las puertas de la Navidad y María nos invita a acercarnos al pesebre con un co-razón agradecido. Ella misma nos primerea y nos comparte su “canto de acción de gracias”, su propio Magnificat. Sigamos los pasos a María de Nazaret y compongamos cada uno un canto de acción de Gracias para celebrar al niño Dios, una acción de gracias personal, un Magnificat personal reconociendo cómo Dios se ha hecho presente en nuestras biografías, a lo largo de este año que termina. Seguro que también nosotros, como María, estamos habitados por el Espíritu Santo. Seguro que también nosotros tenemos mucho por qué dar gracias, mucho qué alabar, mucho qué reconocer, mucho qué cantar.
A las puertas del pesebre se nos pide una sola cosa: un corazón agradecido. Pidamos la Gracia de llegar a la Navidad con un Magnificat escrito, con un Magnificat rezado, con un Magnificat que recoja todo lo vivido en este año.
Domingo 23 de diciembre (4º de Adviento)
Lucas 1,39-45: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y exclamó con voz fuerte: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
En lo que queda de este tiempo de Adviento procuremos acercarnos más a María, procu-remos hacerlo con la misma sensibilidad de Isabel, para acompañarla en su espera y para aprender de las grandes lecciones que Ella nos da. Imitemos su prisa, esa que está llena del Señor y que se expresa en el deseo de servir a los demás con la misma caridad de Cristo, así como de anunciar al Señor Jesús y su Evangelio con una vida cristiana coherente, que irradia la luz de Cristo con sus buenas obras. ¿Cómo no vivir la misma prisa de María día a día, la prisa por anunciar a Cristo y difundir su Luz en medio de nuestros familiares, en medio de los hombres y mujeres de nuestra sociedad? Hagamos nuestra la prisa de saber que tenemos a Cristo y que necesitamos comunicarlo a cuantos más podamos, para que tam-bién, como Juan en el seno de su madre, muchos salten de gozo en el encuentro con el Hijo de Santa María.