16º semana durante el año ‘A’
Lunes 20 de julio
Mateo 12,38-42: “En el día del juicio, la reina del sur se levantará contra esta generación”.
El evangelio de hoy nos relata una discusión entre Jesús y las autoridades religiosas de la época. Esta vez son los doctores de la ley quienes piden a Jesús que haga una señal para poder examinar y verificar si es o no el enviado por Dios, según ellos lo imaginaban y espera-ban. Quieren someterlo a prueba. Quieren que Jesús se someta a sus criterios, pero no hay en ellos apertura para una posible conversión. No habían entendido nada de todo lo que Jesús había hecho. Quieren ver “un signo”, y Jesús no se somete a su petición porque no nace de un corazón sincero que busca la verdad. No verán ahora, pero sí lo harán después. Y como todo signo es ambiguo, deberán esperar ver aquello que no es evidente para todos. Así, tendrán lo que piden: deberán creer sin evidencias. En ocasiones también a nosotros nos cuesta entender los caminos de Dios. Muchas veces la vida se presenta confusa, injusta, oscura….; nuestras miradas ‘algo mezquinas’, no logran apreciar el paso de Dios en nuestra historia. Con sencillez pidamos al Señor que aumente nuestra fe, para poder contemplar los signos de su presencia. Ante la actual renovación de la Iglesia, ¿somos como aquellos que piden una señal o somos como la gente que reconoce que éste es el camino que Dios quiere?
Martes 21 de julio
Mateo 12,46-50: “… todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Jesús no se queda encerrado en los límites de una familia biológica, sino que extiende los vínculos a un lazo más fuerte que el de la sangre. Esta nueva familia está por encima de la familia de sangre. Si los que están unidos a él por el vínculo de la sangre quieren seguir unidos a él, tienen que hacerse sus discípulos, es decir, estar dispuestos a realizar la voluntad del Padre como cualquier otro seguidor de él. Por otro lado, la buena noticia es que todos podemos tener un vínculo tan estrecho con Jesús, como el que tiene una madre con sus hijos y los hermanos entre sí. Jesús nos invita así a llegar a ser discípulos, lo que no significa solamente caminar detrás de él, sino convertirnos en verdaderos miembros de su familia.
Hoy, mirando nuestra vida, nuestra realidad ¿Creemos que Jesús nos cuenta entre los más cercanos, entre sus parientes más cercanos? ¿Con nuestro decir, pensar y hacer, mostramos que ésa es nuestra identidad?
Miércoles 22 de julio Santa María Magdalena (F)
Juan 20,1-2.11-18
Hoy celebramos la fiesta de santa María Magdalena. En el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús, encontró a Jesús resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nues-tro”. En el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos aspectos importantes de la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede tocar con la mano. Puesto que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesga-da y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real, en aquello que no se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado “ve” también al Padre. En la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no ahorró en perfumes para Jesús. El amor es otro “vehícu-lo” de la fe, porque ni escuchamos, ni vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio de Juan aparece claramente que creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver (…). En aquel amanecer, María Magdalena arriesga por su Amor, oye a su Amor (le basta escuchar «María» para re-conocerle) y conoce al Padre. En la mañana de la Pascua (…), a María Magdalena que ve a Jesús, se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión: ‘He visto al Señor’ (Papa Francisco).
Jueves 23 de julio
Mateo 13,10-17: “Felices los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.”
En el evangelio de hoy los discípulos quieren saber por qué Jesús, cuando habla a la multitud, sólo habla en parábolas: “¿Por qué usas parábolas para hablar con ellos?” ¿Cuál es el motivo de esta diferencia? Jesús, en ningún momento responde a la pregunta de los discípulos, solo dice que “a ustedes Dios les concede conocer los misterios del reino… a ellos no”. Las parábolas son una nueva manera de hablar sobre Dios. La gente queda impresionada con la manera que Jesús tiene de enseñar. Se trata de un lenguaje cargado de simbolismos y, sobre todo, de desafíos y contradicciones. Esta forma empleada por Jesús nos induce a pensar, nos lleva a implicarnos en la historia desde nuestra propia experiencia de vida. Las parábolas nos llevan a descubrir que Dios está presente en lo cotidiano de nuestra vida … es una forma participativa de ense-ñar, de educar. No nos da todo… No hace saber, sino que hace descubrir. Hay que tener el espíritu abierto para querer entenderlas, pero no todos están dispuestos a abrirse y dejarse impactar por las palabras de Jesús. En ocasiones también nosotros endurecemos nuestros oídos y cerramos nuestros ojos, para no oír y ver, con el corazón” a Jesús. Necesitamos man-tener los oídos, los ojos, el corazón abiertos a Jesús y a sus palabras para ser “dichosos”. Cuando leemos los evangelios, ¿somos como los que no entienden nada o como aquellos que buscan conocer el Reino?
Viernes 24 de julio San Francisco Solano (MO)
Marcos 16,15-20: “Jesús se apareció a los once y les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio a toda la creación”.
Hoy celebramos la Memoria litúrgica de San Francisco Solano, misionero franciscano en América, que convirtió a muchos indígenas y colonos españoles. Y el mensaje del evangelio de hoy, es también un mandato para nosotros: ‘anuncien el Evangelio a toda la creación. Dios no hace acepción de personas, quiere que todo el mundo se salve, su Evangelio es para todos y a todos puede llegar su Gracia. Por eso, en lo cotidiano, debemos llevar la buena noticia de la resurrección a nuestro entorno, sin esperar que nos feliciten ni nos digan lo buenos que somos; esto queda entre nosotros y Dios, y las gracias derramadas son regalos de Dios para toda la Creación. No seamos nosotros los que hagamos acepción de personas, tratemos a todos por igual. “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (Francisco, EG, 23). Anunciar implica ser dóciles a la voz del Espíritu Santo, que nos pone en camino y nos da la fuerza. Anunciar es abrir la boca, abrir la vida y el corazón para compartir algo que es más grande que nosotros, la Buena Noticia de la salvación. Por eso preguntémonos: ¿Cómo estamos anunciando a Jesús hoy?
Sábado 25 d julio Santiago Apóstol (F)
Mateo 20,20-28: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu iz-quierda”.“No saben lo que piden”, “¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé?”“Podemos”, respondieron.
Santiago es uno de los apóstoles de los que tenemos más datos bíblicos. Hermano de Juan, es uno de los elegidos para ser testigos de acontecimientos muy importantes: la curación de la suegra de Pedro, la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, la oración en el huerto… Santiago es también el primero de los apóstoles en derramar su sangre por Cristo. Y hoy, día en que celebramos su fiesta, se nos interpela a propósito de aquella actitud inicial y aquel camino de conversión que tuvo que realizar Santiago; ¿para qué vivimos?, ¿quién es el ver-daderamente grande entre nosotros? Ser los primeros del Reino significa ser sus servidores. Esta enseñanza tan primaria en el evangelio de Jesús es la que se nos narra en este evangelio de Mateo, cuando la madre de los Zebedeos pide para sus hijos puestos de honor en su Reino. No recibimos la gracia de Dios para engrandecimiento personal, sino para un servicio a nuestros hermanos. Los discípulos no sólo no entendían, sino que seguían con sus ambiciones personales. Jesús lo deja absolutamente claro para todos, especialmente para sus seguidores, los que han de beber su mismo cáliz, el cáliz del sufrimiento. La cercanía y comunión plena con el Señor exigen seguir su camino hacia la cruz.
Santiago y Juan piden favores, Jesús promete sufrimiento. Yo, ¿qué busco en mi relación con Dios y qué pido en la oración? ¿Cómo acojo el sufrimiento que se da en la vida y que es contrario a aquello que pido en la oración?
Domingo 26 de julio (17º durante el año)
Mateo 13, 44-52 “… el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, un hom-bre lo encuentra, lo esconde de nuevo; y gozoso vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”.
El descubrimiento del reino de Dios puede llegar improvisamente como le sucedió al campesi-no, que encontró el tesoro inesperado; o bien después de una larga búsqueda, como le ocurrió al comerciante de perlas, que al final encontró la perla preciosa que soñaba desde hacía tiempo.
El tesoro y la perla valen más que todos lo otros bienes, y, por lo tanto, el campesino y el co-merciante, cuando los encuentran, renuncian a todo lo demás para poder adquirirlos. No tienen necesidad de hacer razonamientos… inmediatamente se dan cuenta del valor incomparable de aquello que han encontrado, y están dispuestos a perder todo con tal de tenerlo.
Quien encuentra el reino de Dios siente que es eso lo que buscaba, lo que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Quien conoce a Jesús, quien lo encuentra per-sonalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro!
El Evangelio nos permite conocer al verdadero Jesús, al Jesús vivo; nos habla al corazón y nos cambia la vida. Y entonces lo dejamos todo. Podemos cambiar nuestro tipo de vida, o bien seguir haciendo lo que hacíamos, pero nosotros somos otros, hemos renacido: hemos encon-trado lo que da sentido, lo que da sabor, lo que da luz a todo, incluso a las fatigas, al sufrimiento y también a la muerte.
En el Evangelio encontramos este tesoro, que Jesús llama «el reino de Dios», es decir, Dios que reina en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. La alegría de haber encontrado el tesoro del reino de Dios se transparenta, se ve. El cristiano no puede mantener oculta su fe; esta se transparenta en cada palabra, en cada gesto, incluso en los más sencillos y cotidianos.