LECTIO DIVINA 30º domingo del tiempo ordinario ‘L’ 28/10

30º domingo del tiempo ordinario   ‘L’ 28/10

 

El Evangelio del domingo de hoy habla del ciego Bartimeo, que cuando se entera de que Jesús está pasando por allí cerca, comienza a gritar con tal fuerza, que muchos le reprenden para que se calle. Pero él gritaba más fuerte todavía, pues se daba cuenta que aquella era la única oportunidad de su vida para curarse. Por fin Jesús lo manda llamar, lo cura y le dice: “Tu fe te ha curado”.

Saboreemos este pasaje evangélico, lleno del entusiasmo que da la fe.

                                      

                                        ORACIÓN

Espíritu Santo,

ilumina nuestra mente, voluntad y corazón,

para que comprendamos mejor tu mensaje

y lo hagamos vida de nuestra vida.

Jesús Maestro,

creemos con fe viva que estás vivo en la Palabra

para señalarnos el camino hacia Dios.

Guíanos en nuestra lectura

para poder sacar mucho fruto

para nuestra santificación.

 

Lectura del santo evangelio según San Marcos (Marcos 10, 46-52)

 

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: "Hijo de David, ten compasión de mí". Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: "Hijo de David, ten compasión de mí". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Llamaron al ciego, diciéndole: "Ánimo, levántate, que te llama". Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: "¿Qué quieres que haga por ti"? El ciego le contestó: "Maestro, que pueda ver". Jesús le dijo: "Anda, tu fe te ha curado". Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

 

      ¿Qué puedo hacer si quiero buscar a Jesús?

 

Podemos hacer lo que hizo el ciego Bartimeo. Él puede ser un modelo para nosotros. Esto ocurrió en Jericó, aquella ciudad, que aparece en medio del desierto de Judea, como un oasis, verde y fértil; y a la que se le llama también «la ciudad de las palmeras». Eran conocidas y famosas las rosas de Jericó (Eclesiástico 24, 14). Allí ocurrió la curación del ciego Bartimeo, fruto de su entusiasmo y de su fe.

Aquellos días las calles de Jericó estarían llenas de peregrinos de todas partes, que se dirigían hacia Jerusalén, la Ciudad Santa, para la Pascua judía.

Entre ellos va Jesús, a quien algunos consideran el Mesías. La mayoría lo quiere y lo aprecia mucho.

Van junto a Él, pues piensan que quizá puedan presenciar un milagro – o recibir una bendición – o escuchar unas palabras de sabiduría – o hasta ver volar chispas entre Jesús y sus enemigos. En todo caso, la subida a Jerusalén promete ser una gran marcha. Va a ser todo un acontecimiento subir aquellos 25 kilómetros a Jerusalén con Él.  Pero por allí Jesús tiene también sus enemigos: los escribas y fariseos.

Precisamente Jericó es el hogar de muchos sacerdotes y levitas, que sirven en el templo de Jerusalén. Todos ellos andan aferrados a la tradición y al costumbrero. Y por eso no les gusta el aparente desdeño de Jesús hacia la tradición. Seguramente algunos estarán preparando alguna pregunta capciosa para Él.

 

      ¿Y dónde aparece el ciego?

 

Pero junto al camino está sentado el ciego Bartimeo pidiendo limosna. Tiene su manto delante de él para recoger las monedas que le echan los transeúntes. De pronto Bartimeo oye de una conversación que Jesús está pasando por allí. Y comienza a gritar: - Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí.

Entre el ruido de la multitud, Jesús oye el llanto de este mendigo, y se detiene de inmediato. Los oídos de Jesús están predispuestos a escuchar a los marginados, y grita: “Llámenlo”. El ciego sigue en el suelo, y de pronto oye que le dicen los enviados de Jesús: “¡Ánimo! Levántate. Te está llamando”.

Bartimeo deja el manto en el suelo, da un salto y se acerca a Jesús. Cuando Jesús le pregunta qué quiere de Él, el ciego no duda: “Maestro, que pueda ver”.

Y Jesús con una gran sonrisa, le dice: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y recobró la vista de inmediato, y siguió a Jesús.

 

      ¿Nos parecemos a Bartimeo?

 

Bartimeo, el mendigo ciego y sentado a la orilla del camino, es cada uno de nosotros.

 “Estar a la orilla” del camino es vivir marginado,  vivir sin esperanza,  vivir de espaldas a la sociedad, sin relaciones,  vivir sin amor.

Y “estar ciego” es: no ver a Dios,  no ver a los hermanos,  no verme a mi mismo.

La ceguera es también no ver con los ojos de Dios, sino ver con los ojos del odio, del poder, de la avaricia, de la envidia, de la lujuria…

Bartimeo, mendigo ciego y sentado a la orilla del camino, es la historia de nuestra comunidad, la historia de nuestro barrio, de nuestra ciudad, de nuestro país.

 

Cuántos Bartimeos, hombres y mujeres, hay en la orilla de nuestras calles, ciegos a las bendiciones de nuestro Dios y ávidos de hacer negocios con la corrupción.

Vivimos como Bartimeo a veces como ‘ciegos’, sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. Estamos como él ‘sentados’, instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos.

Estamos como él descaminados, ‘al borde del camino’ que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

 

El Bartimeo del evangelio tuvo suerte porque se encontró con Jesús y pudo gritarle su oración: "Jesús, ten compasión de mí". Y pudo expresarle su necesidad: “Señor, que vea”.

Esto es algo que debemos imitar. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo. Y sabemos que Jesús quiere ayudarnos

 

Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida:

 

ü  Primero, arroja el manto porque le estorba para encontrarse con Jesús.

ü  Segundo, aunque todavía se mueve entre tinieblas, da un salto decidido hacia Jesús.

ü  Tercero: de esta manera se acerca a Jesús.

 

Muchos de nosotros necesitamos estos tres pasos:

 

ü  Liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe;

ü  Tomar, por fin, una decisión inmediata;

ü  Y ponerme ante Jesús con confianza sencilla y nueva.

 

*      Y si Jesús nos pregunta qué queremos de Él, le diremos: “Maestro, que pueda ver”.

Esto es lo más importante: ver las cosas de manera nueva, como las ve Jesús. Así nuestra vida se transforma. Y también, cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

Cuando uno se hace mayor, la presbicia no nos deja ver con claridad, y los lentes bifocales nos ayudan. Teniendo cerca a Jesús, uno elimina la presbicia del egoísmo.

Cuando uno se hace más cristiano, uno cree más, y ve mejor, y sale de la orilla para encontrarse en el centro de la vida y del amor.

 

Ésta es la fuerza que respiraba Bartimeo:

“Tu fe te ha salvado”.