LECTIO DIVINA - SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

SOLEMNIDAD DE  SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

ORACION INICIAL

Bienaventurada eres tú, María,
porque has dado al mundo al Hijo de Dios;
pero todavía más dichosa por haber creído en él.
Llena de fe, has concebido a Jesús
antes en tu corazón que en tu seno,
para hacerte Madre de todos los creyentes.
Madre, derrama sobre nosotros tu bendición
en este día consagrado a ti;
muéstranos el rostro de tu Hijo Jesús,
que trae al mundo misericordia y paz. Amén.

TEXTO BÍBLICO Lucas 2. 16-21

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, con-servaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor,

LECTURA

Lucas es el evangelista que más destaca los gestos y actitudes de la Virgen María. Y le pre-senta en estos versículos como la “memoria viva” de la historia de la infancia de Jesús.

La Madre María, ya lo dijeron los padres de la Iglesia, “concibió a Dios en su persona antes que lo concibiera en su seno”. María es la oyente de la Palabra. Siempre a la escucha de la Palabra, para sintonizar con el plan de Dios en su vida.

Del encuentro de los pastores con Jesús, María guardó y meditó aquella experiencia sencilla y profunda. María es la que escucha a Dios en los acontecimientos de la vida. Así aparece la Virgen en el cántico del Magnificat.

María es también la orante de la Palabra. Lo que veía en la vida diaria y la Palabra que escu-chaba en la sinagoga de Nazaret, todo lo meditaba y lo oraba, lo convertía en un diálogo inin-terrumpido con el Señor de la historia, su Hijo, totalmente presente en su vida.

María es la oferente de la Palabra. En la circuncisión del Niño y al ponerle el nombre Jesús (Dios salva), María ofrece el fruto de sus entrañas al Padre para la salvación de los humanos. La oblación constante de su vida, de su Hijo, de todos sus gozos y sufrimientos, le lleva a la entrega total de su persona y a la ofrenda de su mismo Hijo, desde este momento doloroso de la circuncisión hasta el último suspiro en la cruz.

MEDITACION

Los hombres, al igual que hace más de dos mil años, siguen necesitando de Cristo. Pero po-cos lo reciben y lo aceptan, porque se olvidan del ejemplo que nos dan María y los pastorcillos.
El Evangelio nos dice que los pastores después de escuchar el mensaje del ángel “fueron a toda prisa”. Es decir, pusieron en práctica lo que les pedía Dios: caminar hacia Belén, donde encontrarían al Salvador. Y es precisamente esto lo que necesitamos.
Para tener a Jesús hay que decidirse a dejar los “rebaños” del egoísmo, de la comodidad, el placer y la vanidad, pues no existe un Jesús a nuestra medida, sino el único que encontraron los pastorcillos “un niño envuelto en pañales recostado en un pesebre”.
Para llegar a Jesús hace falta ser humildes, pues la entrada de la cueva es pequeña y exige agacharse. Es Dios mismo quien nos enseña, desde ese pesebre, que su seguimiento exige cruz, dolor, humildad, pureza y pobreza de corazón, y obediencia a la voluntad de Dios. Y es esto lo que da la paz y la felicidad en el corazón. María, la Madre de Dios, nos enseña que para llegar a Cristo hace falta también la oración. Ella “guardaba todas las cosas y las medi-taba en su corazón”
Desde todos los rincones de la tierra, los creyentes elevan hoy la oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. En este primer día del año, que el Señor nos ayude a encaminarnos todos con más firmeza por las sendas de la justicia y de la paz. Y comencemos en casa. Justicia y paz en casa, entre nosotros. Se comienza en casa y luego se sigue adelante, a toda la humanidad. Pero debemos comenzar en casa.
Que el Espíritu Santo actúe en nuestro corazón, rompa las cerrazones y las durezas y nos conceda enternecernos ante la debilidad del Niño Jesús. La paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y el amor.

ORACION

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
María, ayúdanos a vivir siempre con la certeza
y la confianza de que Dios está con nosotros,
llenándonos con su amor y su gracia en todo lo que vivimos.
“He aquí la esclava del Señor”
Tú que supiste entregarte totalmente a Dios,
ayúdanos a nosotros a vivir con fidelidad
nuestro compromiso como cristianos.
María se puso en camino y fue a prisa a la montaña,
a una ciudad de Judá.
Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
María, enséñanos a estar atentos
a las necesidades de nuestros hermanos
y a poner los medios para remediarlas.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor”
María, como tú, también nosotros
queremos decir esto en todas las circunstancias
de nuestra vida.

CONTEMPLACION

Es bueno comenzar el año con voluntad de renovación. Cada año que se nos ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia y de salvación en el que se nos invita a vivir de manera nueva.

Dos caminos se cruzan hoy: fiesta de María santísima Madre de Dios y Jornada mundial de la paz. Hace ocho días resonaba el anuncio angelical: «Gloria a Dios y paz a los hombres»; hoy lo acogemos nuevamente de la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas cosas, me-ditándolas en su corazón», para hacer de ello nuestro compromiso a lo largo del año que co-mienza.

Pongamos en manos de María nuestras esperanzas. Confiémosle el grito de paz de las po-blaciones oprimidas por la guerra y la violencia, para que la valentía del diálogo y de la re-conciliación predomine sobre las tentaciones de venganza, de prepotencia y corrupción. Pidámosle que el Evangelio de la fraternidad pueda hablar a cada conciencia y derribar los muros que impiden a los enemigos reconocerse hermanos.

Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida la divina maternidad de la Virgen. … Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se re-unían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficial-mente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud es-pontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura.

Nuestro itinerario de fe es igual al de María, y por eso la sentimos cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha caminado por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha avanzado en «la peregrinación de la fe».

La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María.

Confiémosle nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz y de Dios.

ACCION

     A imitación de María nuestra Madre, resuelve tus preocupaciones y esperanzas, tu gratuidad y problemas… en la oración, en diálogo con Dios.
     Encomienda a Santa María Madre de Dios el nuevo año. Pídele que crezcan en ti la paz y la misericordia y que te ayude a llevarlas a los que sufren, se sienten solos, desprotegidos…
     Comprométete a llevar algún consuelo a personas que estén necesitas, de amor, de compañía, de comprensión, de amor… y si te es posible cúbreles alguna necesidad material.
     En tu oración de hoy repite y profundiza: “Santa María, Madre de Dios, ruega por no-sotros ….”