LECTIO DIVINA II DOMINGO DURANTE EL AÑO


Se celebra una boda en Caná de Galilea. Jesús y sus discípulos son invitados a la fiesta. Y María Santísima está también allí. Las celebraciones nupciales en el Oriente duraban alrededor de una semana. Eran días de alegría y de júbilo. De pronto, a mitad de la fiesta, se acaba el vino.
María, con solicitud de madre, es la primera en darse cuenta y, para evitar un mal rato a esos novios, se acerca a Jesús para decirle: “No tienen vino”.
Obviamente, ni Jesús ni María estaban implicados en el asunto. Ellos eran huéspedes e invi-tados, como los demás. Sin embargo, María no estaba sólo informando algo a su Hijo, sino que era ya una petición de que hiciera algo para solucionar aquella situación. El Señor res-ponde como era lógico que lo hiciera: “¿Qué nos interesa esto a ti y a mí?”. No era problema de ellos. Y añade un motivo aún más fuerte para no involucrarse en la cuestión: “Aún no ha llega-do mi hora”.
Todavía no era el momento de hacer milagros ni de manifestar al mundo su poder.  María insiste. Ella sabía que su Hijo no se negaría a complacerla en aquel favor que le estaba pi-diendo. Por eso, porque conocía el corazón del Hijo, ordena con total seguridad a los sirvien-tes: “Haced lo que Él os diga”. Su Hijo sacaría a aquellos novios de su apuro. (Papa Francisco)

ORACIÓN INICIAL

Espíritu Santo,
ilumina mi oración de modo que pueda salir de mí mismo,
de mis preocupaciones y problemas,
para abrir mi corazón a lo que hoy quieres decirme.
Pido la intercesión de tu Madre santísima,
que solucionó las necesidades de los demás,
poniéndolas en tus manos.
Señor, así como cambiaste el agua en vino
en Caná de Galilea, te pido que transformes
mi vida en la clave del amor.

Canto: Ven, Espíritu Santo

Evangelio: San Juan 2, 1-12
Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: “No tienen vino.” Jesús le responde: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.” Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga.” Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua.” Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.” Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.” Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”.

“Una lectura rápida del texto lleva nos a constatar, que Jesús realiza un milagro a ruegos de su Madre. La celebración de las bodas duraba varios días; y en una aldea pequeña, como Caná, es probable que todos los habitantes participaran en los festejos. Jesús se presentó en compañía de los primeros discípulos. No resulta extraño que, con tantos asistentes, llegase a escasear el vino. María, siempre atenta a las necesidades de los demás, fue la primera en darse cuenta y lo comunicó a su Hijo: “no tienen vino” Después de una respuesta difícil de interpretar, Jesús atendió la petición de su Madre y realizó el gran milagro de la conversión del agua en vino.
En Caná, María advierte que su misión materna no se acaba en el plano natural: Dios cuenta con Ella para ser Madre espiritual de los discípulos de su Hijo, en los que desde este momento, gracias a su intervención cerca de Jesús, comienza a nacer la fe en el Mesías prometido. Lo afirma el mismo San Juan al final de la narración: así, “en Caná de Galilea, hizo Jesús el primero de los signos con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él”.

María ha depositado su confianza en el Señor y adelanta el momento de su manifestación mesiánica. Precede en la fe a los discípulos, que creerán en Jesús después de realizado el prodigio. De este modo, la Virgen colabora con su Hijo en los primeros momentos de la for-mación de la nueva familia de Jesús. Así parece sugerirlo el evangelista, que concluye su narración con las siguientes palabras: “después de esto bajó a Cafarnaún con su madre, sus her-manos y sus discípulos; y se quedaron allí unos días”. Ya está todo preparado para que el Señor, con el anuncio de la Buena Nueva, con sus palabras y sus obras, dé comienzo al nuevo Pue-blo de Dios, que es la Iglesia. (J.A. Loarte)

CUANDO LEAS

La boda sucede en un lugar geográfico: Caná de Galilea, un pueblecito a unos 15 km al norte de Nazaret. Jesús, que se encuentra en Betania, “al otro lado del Jordán”, decide ir a Galilea.  Allí, en aquellas bodas, estaba “la madre de Jesús”.
La boda era, además, el símbolo de la alianza en la que Dios aparecía como el esposo del pueblo y figura de los tiempos mesiánicos

Observemos, finalmente, que María “estaba allí”. Se dice de ella lo mismo que de las tinajas: “estaban allí”. Es decir, María pertenece a la antigua alianza. Jesús no. Jesús está fuera de aquellas bodas porque él es la nueva alianza. Sin embargo, María va a hacer de puente entre lo antiguo y lo nuevo. En este sentido, va a ser un poco como Juan Bautista: representa lo más válido de la antigua institución judía, en su capacidad de abrirse a la novedad aportada por Jesús y en su relación con los discípulos..
Al contrario del maestresala, María es consciente que en la antigua alianza se ha terminado el vino.
Su figura indica continuidad y ruptura porque, aunque está allí, no se identifica con lo antiguo: no dice “no tenemos vino” sino “no tienen vino”, marcando una cierta distancia con lo que allí está sucediendo.
Por primera vez, Jesús entra en escena con sus discípulos. Hasta ahora los protagonistas han sido Juan el Bautista y los hombres que, de modo sorprendido y entusiasmado, han entrado en contacto con Jesús y le han seguido. Ahora Jesús comienza su actividad para establecer una alianza nueva con su pueblo.

CUANDO MEDITES

Es en Galilea, en los márgenes, en lo marginal (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”), donde Dios decide comenzar a sembrar salvación, no en el centro, en Jerusalén, la capital “lugar de la Morada de Dios”. Ahora la morada de Dios es Jesús y, donde está Jesús, allí hay salvación: en los lugares más inverosímiles.
    ¿Cuáles son esos lugares inverosímiles a donde tendríamos que llevar a Jesús hoy (lugares de nuestra persona, de la sociedad, de nuestra parroquia, que casi damos por perdidos o adonde no nos atrevemos a ir)?
    En tu vida cristiana, en tu fe y en tu oración:
    ¿qué lugar ocupa María? ¿Cómo te diriges a ella?
Medita cómo su persona apunta continuamente a la de su Hijo Jesús: “Haced lo que Él os diga”.
    ¿La fe cristiana convierte tu vida en una fiesta, en la que la alegría y el “exceso” abun-dan, o más bien tu estilo es rígido, intransigente, perfeccionista y grave?

CUANDO ORES

Sitúate en Caná y colócate junto a una de las enormes tinajas llenas de agua que Juan, in-tencionadamente dice que eran de piedra, destinadas a la purificación de los judíos. Es su ma-nera de hacer ver la rigidez pétrea y la inutilidad del agua para animar una fiesta.
Trata de ver todo lo que hay de agua encerrada e inmóvil en tu vida, todo aquello a lo que quizá das valor de purificarte o acercarte a Dios, pero que te deja frío y es tan incapaz como la piedra de movilizar tu vida.
Contempla después la sala de bodas, después de haber circulado entre los invitados el vino que contienen ahora las tinajas; la preocupación se ha convertido en júbilo, hay una comuni-cación expansiva, se brinda por los novios...
Reconoce y agradece todo lo que en tu vida se parece al vino, lo que te dilata y anima, lo que te da sentido de fiesta. Acércate a María y cuéntaselo. Pídele que te acompañe hasta donde está Jesús y que le susurre: “No tiene vino..., pero quiere hacer lo que tú le digas”.
Quédate un rato bajo la mirada de los dos.

PARA VIVIR ESTA SEMANA

     Tras leer este Evangelio, no podemos dejar de reflexionar sobre la actitud de Jesús.
A pesar de que dice que aún no ha llegado su hora, inmediatamente ordena que llenen las tinajas y actúa arreglando aquella situación.
     Tampoco podemos dejar de mirar y reflexionar sobre la actitud de María.
Está atenta a lo que ocurre a su alrededor y por eso ve el problema que ha surgido. Inmedia-tamente trata de resolverlo. Y lo hace confiando en su hijo, a pesar incluso de su respuesta.
     Quizás debemos fijarnos en estas dos actitudes para tenerlas presentes de manera especial, durante esta semana.



¡Ojalá que nuestra confianza en la poderosa intercesión de María sea total y filial,
como la del niño pequeño que confía ciegamente en su madre!
Acudamos a Ella siempre que lo necesitemos y en todos los momentos de nuestra vida.
Ella, como en Caná, arrancará otro milagro de su Hijo cuando nosotros, como aquellos
jóvenes esposos, “ya no tengamos vino” para seguir viviendo con fe, alegría
y perseverancia nuestra vida cristiana