DOMINGO DE CORPUS CHRISTI A
«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna». Estas palabras del Evangelio de San Juan nos introducen en el misterio de la presencia Eucarística que celebramos en esta solem-nidad. La liturgia nos ofrece tres elementos que orientan nuestra reflexión: la experiencia del desierto del pueblo de Israel, el alimento del camino y la vida que no es derrotada por la muer-te. El libro del Deuteronomio evoca el paso del pueblo por el desierto. Este memorial tiene el objeto de despertar la responsabilidad de los oyentes con respecto a las tareas presentes. La historia enseña al pueblo de Israel que su paso por el desierto, lleno de adversidades y con-tratiempos; no es simplemente una situación ciega, ajena a todo sentido y significado, sino un momento de prueba. Un momento en el que Dios penetra el corazón, se hace presente y ofre-ce el sustento a los que desfallecen. Yahveh sale al paso de sus necesidades y les da el maná. Este alimento que el Señor ofrece en el desierto sostiene la vida del pueblo y lo ayuda a continuar la marcha.
Así como en el pasado, Israel atravesó por el desierto y Dios probó su corazón y lo mantuvo en vida, así ahora, en el presente de nuestras vidas el Señor no es ajeno a la suerte humana. En verdad, Dios es amigo de la vida y no odia nada de lo que ha creado. Esta verdad encuentra su plenitud en Cristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Por eso nos da a comer su carne, verdadera comida, y a beber su sangre, verdadera bebida, para que tengamos vida eterna. Participando todos de un solo pan formamos un solo cuerpo que es la Iglesia.
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO:
Ven Espíritu Santo,
Ven a nuestra vida,
a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad
para entender lo que el Padre quiere decirnos
a través de su Hijo Jesús, el Cristo.
Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida
y se haga vida en nosotros. Amén
Dirijamos nuestra mirada al EVANGELIO DE ESTE DOMINGO. Llegamos al núcleo, al culmen del discur-so sobre el pan de vida. La revelación de Jesús sobre sí mismo en la Eucaristía, llega al momento culminante.
TEXTO BIBLICO Juan 6, 51-58 «Quien come este pan vivirá siempre»
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne. Los judíos se pusieron a discutir: ¿Cómo puede éste darnos de comer [su] carne? Les contestó Jesús: Les aseguro que, si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del Hombre, no tendrán vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo y no es como el que comieron sus padres, y murieron. Quien come este pan vivirá siempre”.
LECTURA Juan 6,51-58:
El evangelio de hoy se puede leer también a la luz de la primera lectura, la dramática situación del pueblo en el desierto. Dios ha conducido a Israel a una situación horrorosa. No existe ningún camino, no tienen pan ni agua, no poseen mayor seguridad y nadie habla de una posible salvación. Sólo mantienen una fe ciega en Dios y en su Palabra. La fe es suficiente. Es la premisa del milagro del maná.
El evangelio completa la fusión entre la Palabra de Dios y el maná (pan) en la persona de Cristo, quien dándose a sí mismo realiza la unidad de ambas. Solo aquel que lo recibe como alimento tiene en sí la Palabra de Dios y a Dios mismo. Esto roza lo increíble. Jesús no explica cómo puede realizarse este milagro, superior al maná que comieron los antepasados en el desierto, que, después de comerlo y quedar saciados, murieron. Jesús quiere que, al participar en la eucaristía, experimentemos la confianza total en Él y su amor, que al comer su carne y beber su sangre habitemos en Él y Él en nosotros. Ofreciéndonos el don de la vida eterna, de modo personal, comunitario y eclesial, «siendo todos uno como Él y el Padre son uno»
Para comprender la Palabra leída, reconstruimos el texto de Juan 6,51-58:
¿A quién dirige su discurso Jesús?
¿Con qué se compara el mismo Jesús?
¿Por qué dice que Él es el Pan de Vida?
¿Cuál es la relación entre el Pan y la carne de Jesús?
¿Qué sucede con quien come el cuerpo y bebe la sangre del Señor?
¿Cuál es la relación entre ‘ quien come el pan’ y la ’vida para siempre’?
MEDITACIÓN para actualizar la Palabra
Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras comunidades cris-tianas. En el fondo de esa cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.
De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invi-tados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a es-cuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identi-ficándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos.
Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. La eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.
Nos impresionan las palabras del Señor proclamadas en el evangelio. Significan que la «muerte» no tiene ninguna posibilidad de acceso allí donde se come «el pan de la vida». Sa-bemos que el pan de la vida es la carne de Jesús entregada para la vida del mundo. Quien come su carne vive en Cristo. Es transformado en una realidad eterna. Y desde ahora. Vive ya la vida eterna, que es propia de Dios.
Desde ahora, y hasta el final, la resurrección está aquí con nosotros: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día».
ORACIÓN para decirle al Señor ‘nuestra palabra’ movidos por ‘la Palabra’
Alma de Cristo, santifícame. Jesús desea que tengas vida y vida abundante; que seas per-fecto como el Padre celestial, que seas santo. ¿Qué te detiene?
Cuerpo de Cristo, sálvame. Dijiste un día Jesús que tu cuerpo es manjar que da vida. Quiero tener cada día hambre de ti. Que sepa comunicar a mis hermanos la necesidad que tenemos de ti. ¡Señor, dame siempre de tu pan!
Sangre de Cristo, embriágame. ¿Qué son las alegrías que producen las cosas del mundo,… comparadas con la alegría, la paz… que produce el recibir la Sangre de Cristo?
No permitas que me aparte de ti. Señor, no permitas que ahora, ni después, ni nunca, me se-pare de Ti. Que yo viva por Ti, para Ti y para mis hermanos en cada momento y circunstan-cias de mi vida.
CONTEMPLACIÓN- ACCIÓN para practicar la Palabra
“El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”
Pide para que la participación en la Eucaristía te provoque a seguir al Señor cada día, a ser instrumento de comunión, a compartir con Él y con los hermanos lo que eres.
Toma conciencia que la Eucaristía es la fuente y la base de tu fe, porque ahí encuentras al Señor en cuerpo y alma. Pídele que te ayude a comprender y valorar lo que significa tenerlo en la Eucaristía y agradece al Señor el don que nos ha hecho con la Eucaristía. El que esté siempre con nosotros.
Acércate a la Eucaristía con espíritu de fe y de oración, de penitencia, de alegría, de preocupación por las necesidades de los hermanos, con la certeza de que el Señor cumplirá lo que ha prometido.
Pide en la oración que Jesús Eucaristía, vida gratuitamente entregada, te ayude a hacer de tú vida una entrega generosa y gratuita, como don de nosotros mismos, sin cerrarnos cada uno en nuestro propio interés, sino que busquemos juntos con co-herencia la comunicación cristiana de los bienes.