7ª semana después de pascua
Lunes 17 de mayo
Juan 16,29-33: Dice Jesús “Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no, no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: Yo he vencido al mun-do”.
En el Evangelio de Juan, las palabras y las preguntas de los discípulos no son sólo de los discípulos, sino que en ellas afloran también las preguntas y los problemas de las comunida-des. Son espejo, en el que las comunidades, tanto las de aquel tiempo como las de hoy, se reconocen con sus tristezas y angustias, con sus alegrías y esperanzas. Y ellas encuentran luz y fuerza en las respuestas de Jesús. La ausencia de Jesús, seguramente desarmó a los Apóstoles. Tendrían que aprender a vivir sin Jesús, pero, por otra parte, estimula en ellos y en nosotros el deseo de verle de nuevo. Y ese deseo ayuda a crecer en la fe. Tal vez hoy, pode-mos tener la sensación de que el mundo de la fe en Cristo se debilita. Hay muchas noticias que van en contra de la fortaleza que querríamos recibir de la vida fundamentada en el Evan-gelio. Las palabras de Jesús nos invitan a la confianza: «¡Ánimo!: yo he vencido al mundo», es decir, por su Pasión, Muerte y Resurrección ha alcanzado la vida eterna, aquella que no tiene obstáculos, aquella que no tiene límite porque ha vencido todos los límites y ha supera-do todas las dificultades.
Martes 18 de mayo
Juan 17,1-11ª. “Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y Yo vuelvo a ti.
En el Evangelio de hoy, meditamos las palabras que Jesús dirigió al Padre en el momento de la despedida. Es el Testamento de Jesús en forma de plegaria, también llamada Oración Sa-cerdotal. Hoy Jesús ora. Se comunica con el Padre en una forma familiar, la misma que nos mostró a lo largo de su vida pública y que nos enseñó en la oración del Padre Nuestro. Ahora
Él pide ser glorificado. Nos puede resultar un poco extraño este pedido. Para nosotros la glo-ria significa tener renombre, ser reconocidas por todos…
¿Podemos preguntarnos: ¿En qué queda la humildad de Jesús si pide ser glorificado? Esta-mos muy lejos de la cultura en que vivió Jesús y en la que se desarrollaron los evangelios. Para la tradición bíblica, la “gloria” era lo propio de Dios; consistía en la manifestación de Dios ante este mundo. Jesús glorificó al Padre en la tierra, es decir, lo reveló, lo dio a conocer con toda su vida, mediante signos y palabras. Y esa gloria es la salvación del ser humano, una salvación que viene del conocimiento profundo de Dios y de Jesús. Jesús conoce a Dios y lo da a conocer: en las palabras y en las obras de su vida, Él glorificó al Padre y ahora nos toca a nosotros seguir el camino que Él nos marcó.
Miércoles 19 de mayo
Juan 17,1b.11b-19: “Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me diste, para que sean uno, como nosotros.”
En el texto que nos ocupa hoy, Jesús, encomienda a los suyos a su Padre, pues sabe que va a velar por ellos con el mismo amor con que lo hizo Él. Comienza pidiendo al Padre para que los que han de ser sus discípulos se mantengan en unidad filial y fraterna. Esta petición tiene su razón de ser porque la fragilidad de la naciente comunidad debe ser fortalecida por la co-munión solidaria en torno al Padre, por medio de Jesús. Y sabiendo que la suerte de los discí-pulos, en muchos casos no es distinta a la del Maestro continúa su oración en forma absolu-tamente realista, pero no pide que Dios los ayude a escapar del mundo, que los aparte y los encierre en un “mundo perfecto” o en algún convento remoto… sino que pide para que los discípulos sean protegidos a la hora de enfrentar el mal. Porque el Señor nos ha enviado para
ser luz de las naciones, para que por nuestras buenas obras la gente crea, para ser fermento de la masa. Jesús sabe lo difícil que puede llegar a ser esto y por eso hace esta oración al Padre. No tengamos temor de vivir como auténticos cristianos en medio del mundo, esta es nuestra misión; si nos persiguen, Dios estará para fortalecernos, defendernos y rescatarnos. Su Espíritu nos acompaña hasta el final de los tiempos.
Jueves 20 de mayo Beata M. Crescencia Pérez
Juan 17,1b.20-26: “Yo en ellos y Tú en mí, para sean completamente uno”
Nos encontramos próximos a la celebración de Pentecostés y con ello al término del Tiempo Pascual. El evangelio de hoy nos presenta la tercera y última parte de la Oración Sacerdotal, en la que Jesús mira hacia el futuro y manifiesta su gran deseo de unidad entre nosotros, sus discípulos, y para la permanencia de todos en el amor que unifica, pues sin amor y sin unidad no merecemos credibilidad. La misión es el tema de unidad profunda de toda la Oración Sa-cerdotal de Jesús.
Su misión histórica llega a su fin y se inicia la de la Iglesia abriéndose a la historia y al futuro. Pero no está sola. El Padre la santifica y guarda; el Hijo la reúne con su palabra y su presen-cia; el Espíritu la hace fuerte. Jesús oró al Padre por todos nosotros. Y pidió para nosotros lo más grande que podamos desear: estar con él en su gloria. Esta belleza de la Vida Eterna se nos anticipa cada vez que vivimos en el amor. Ahí está la Santísima Trinidad, transmitiendo su misma comunión para divinizar nuestra vida ya desde ahora, mientras caminamos en esta tierra.
Viernes 21 de mayo
Juan 21,1.15-19: “Habiéndose aparecido Jesús resucitado a sus discípulos, después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”
El encuentro de Pedro con Jesús resucitado es una verdadera reconstrucción de su relación con él, pues Pedro le había fallado a Jesús. Pedro se sentía humillado por no haber sido fiel a su promesa: “daré mi vida por ti”. Pero lo que vemos en su encuentro con el Resucitado es un gesto elocuente de lo que Dios hizo con él y puede hacer con nosotros. La pregunta, casi insistente de Jesús, por el amor de Pedro, suena como un bálsamo en la herida de su infideli-dad. Jesús no lo reprime por haberlo negado, sino que le da la oportunidad de expresar su amor. Y en cada respuesta dada por Pedro “sí, Señor, tú sabes que te quiero”, es como si fuese sanando, poco a poco, cada una de las tres heridas de su negación. Su respuesta lo rehabilita. La triple respuesta de Pedro suscita una respuesta proporcional a la misericordia recibida. Con todo esto se manifiesta que la condición que Jesús exige a Pedro y a to-dos los encargados de cuidar a los demás, es el amor.
Si después de todo este camino que hemos hecho nos preguntara Jesús: ‘¿Me amas más que los que trabajan contigo, o más que tus hermanos, o más que a tu propia vida?’ ¿Cuál sería tu respuesta?
Sábado 22 de mayo Santa Rita (ML)
Juan 21,19-25: “Jesús resucitado había anunciado con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios.Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: “Señor, ¿y que será de éste?” Jesús le respondió: “Si Yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme”.
Estamos por concluir el tiempo pascual, tiempo especial de gracia por el que escuchamos el testimonio de aquellos que fueron los testigos oculares de la Resurrección. Jesús llama a Pe-dro a su seguimiento, y con él nos llama a nosotros. Todos somos discípulos del Señor. Nues-tro seguimiento es consecuencia de haberlo conocido, de amarlo y de estar totalmente com-prometidos con Él y con su Evangelio. Nadie puede andar ese camino por nosotros, ni noso-tros marcar el paso de los demás El seguimiento de Jesús es único e intransferible para cada persona. Tenemos que descubrir lo que Dios ha soñado para nosotros y pedir la gracia y la fuerza para ser fieles a la llamada del Señor pues, sólo el discípulo que ha experimentado el amor de Jesús, puede dar un testimonio verdadero y eficaz de ese mismo amor de Dios.
Pidamos al Espíritu que nos haga discípulos enamorados y misioneros del evangelio.
Domingo 23 de mayo Solemnidad de Pentecostés
Juan 20, 19-23: “Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y aña-dió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y se-rán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Ven Espíritu Santo. Despierta nuestra fe débil, pequeña y vacilante. Enséñanos a vivir con-fiando en el amor insondable de Dios nuestro Padre a todos sus hijos, estén dentro o fuera de tu Iglesia. Si se apaga esta fe en nuestros corazones, pronto morirá también en nuestras co-munidades e iglesias.
Abre nuestros oídos para escuchar tus llamadas, las que nos llegan hoy, desde los interrogan-tes, sufrimientos, conflictos y contradicciones de los hombres y mujeres de nuestros días. Haznos vivir abiertos a tu poder para engendrar la fe nueva que necesita esta sociedad nue-va. Que, en tu Iglesia, vivamos más atentos a lo que nace que a lo que muere, con el corazón sostenido por la esperanza y no minado por la nostalgia.