Lucas
2,22.36-40: “El Niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de
Dios estaba con Él”
La
presentación de Jesús en el templo es relatada por Lucas como la manifestación de
Jesús Mesías, a Israel, representado en las figuras del anciano Simeón y de la
profetisa Ana.
Cuando (sus padres) cumplieron las cosas prescritas en la ley del
Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret. Más adelante,
Lucas dirá: “Bajó con ellos a
Nazaret y vivía sujeto a sus padres. Su madre conservaba cuidadosamente todos
estos recuerdos en su corazón.
En esas
frases está todo lo que el evangelio dice de los treinta años de Jesús en Nazaret. En este silencio, en
este “no saber casi nada” podríamos descubrir la primera lección de Nazaret: la
lección del silencio cargado de palabras, pues no cabe duda que la vida oculta
de Jesús tiene una fuerza profética que contradice la lógica del mundo, que es
la del triunfo.
La obra de
Dios y el amor no hacen ruido, no se exhiben con publicidad, no necesitan
dinero o poder para hacer el bien. Dios asume la dimensión humana del
anonimato, del ocultamiento de treinta años transcurridos en una aldea de la
región más pobre y deprimida, del pasar como
“uno de tantos” enseñándonos que “lo cotidiano”, cualquier circunstancia
humana, es valiosísima si se la llena de amor.
Juan 1,1-18 “Y el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros”
El
evangelista Juan, habla hoy del verbo de Dios, del hijo eterno del Padre, de la
palabra que se hace carne, que se hace uno de nosotros, se hace hombre, para
salvarnos, para iluminarnos, para traernos la verdad y la gracia .Todo nos ha
venido de Cristo, todo lo que necesitamos para nuestra salvación.
Dios ha acortado
la distancia, ya el cielo y la tierra en Cristo Jesús están unidos y por eso
Dios se hizo hombre, para que nosotros los hombres podamos encontrarnos con
Dios. Esto es lo que celebramos, este es
el motivo de nuestra alegría. Dios ha tendido un puente con la humanidad y ese
puente, es el mismo Dios que se ha hecho uno de nosotros y ha nacido en Belén.
Esto es lo que hace que podamos mirar a nuestros hermanos, también con una mirada
nueva, con una mirada de amor, de esperanza, de solidaridad para ayudarnos los
unos a los otros, a descubrir que la salvación está entre nosotros y por lo
tanto ya nada tenemos que temer, aunque crucemos por oscuras quebradas, aunque
las circunstancias de la vida puedan ser difíciles, ya nuestra salvación esta
en acto, porque Cristo ha venido.
Señor Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, tuyo el pasado y el futuro. Al terminar este año queremos darte gracias por todo aquello que recibimos de Ti
Lucas 2,16-21 “Encontraron a
María, a José y al recién nacido. Ocho días después se le puso el nombre de
Jesús.
Comenzamos un nuevo año, y lo hacemos contemplando a María. El Evangelio de esta fiesta de la Madre de Dios, nos habla de un encuentro; del encuentro de los pastores con Jesús. En efecto, sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor, no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha permitido un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores, que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño». Ante esta obra amorosa de salvación, sólo podemos tener la actitud de María y de los pastores: contemplar y alabar. Que estas sean actitudes muy presente en nuestra vida durante todo este año. No sabemos qué será del año 2020, pero sí sabemos que Dios no nos abandonará, que siempre nos estará mostrando el camino a recorrer. Eso significa que debemos estar con el corazón atento y puro para descubrir los designios que Él tiene para cada uno.
Con los
deseos de un bendecido año para todos, nos podemos preguntar: ¿a qué me está llamando
el Señor al iniciar este año?
Juan
1,19-28 “En medio de ustedes hay alguien a quien no
conocen”
La figura de Juan el Bautista nos viene bien a
nosotros, que nos disponemos a comenzar este año. Año que necesitamos vivirlo
en la misma actitud que tuvo él. Supo dejarse guiar al desierto, supo estar
atento a la Palabra de Dios y dio testimonio de aquél que vendría, de aquél que
ni siquiera era digno de desatarle la sandalia. La grandeza de Juan está en que
él no se coloca en el centro, sino que le deja lugar al que verdaderamente
importa. Él no se muestra a sí mismo, sino que señala al que sí vale. Él no se
pone delante para que lo vean, sino que da muestras de quién es el que lo llamó
y quién es aquél que todos esperan.
Para todos los que creemos en Jesús. Para
todos los que nos toca hablar y sobre todo mostrar, el ejemplo de Juan nos
viene bien. El único que tiene que notarse en lo que hacemos, en lo que
hablamos, en lo que mostramos tiene que ser Él. Para que así nuestro testimonio
valga y los demás puedan ser trasformados. Para ser, así, realmente testigos de
aquél que “está en medio
de ustedes y no lo conocen”
Juan 1.29-34 “Este es el Cordero de Dios”
En el Evangelio
de Juan, historia y símbolo se mezclan. En el texto de hoy, el simbolismo consiste
sobre todo en evocaciones de textos conocidos del Antiguo Testamento, que revelan
algo respecto de la identidad de Jesús. Juan ha visto signos y puede dar testimonio.
Puede hablar de Jesús con palabras que son significativas para su gente: el
Cordero, el que está lleno del Espíritu y el Enviado, son términos que evocan
expectativas del Antiguo Testamento y que llevan al pueblo a volver la mirada
hacia Jesús. Esa es siempre la función del profeta: que su palabra mueva los
corazones hacia Dios. Juan tenía muchos seguidores, pero tenía muy claro que
Jesús era el Salvador y que él, sólo era un profeta que anunciaba la venida del
Salvador-Mesías. Por eso, advierte a sus seguidores que solo a Jesús tienen que seguir. Ojalá que cada
uno de nosotros no esté centrado en sí mismo, sino en Jesús y que toda nuestra
vida, todo nuestro decir y que también como comunidad y como Iglesia estemos
referenciados al Cordero de Dios. Cuando como comunidad dejamos de mirar a
Jesús y de anunciarlo, empezamos como quien dice a mirarnos a nosotros mismos y
ahí entramos en problemas. ¿Nuestra vida y todo lo que hacemos tiene como
referencia a Jesús?
Juan
1,35-42 “Hemos encontrado al Mesías”
El Evangelio
de hoy, en pocas palabras, reafirma la misión que Dios le había encomendado a
Juan el Bautista y que el Evangelio de Juan Evangelista recalca con tanta frecuencia. Juan Bautista no
es la Luz, sino el testigo de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Juan con su testimonio, fue capaz de acercar a
aquellos que realmente querían conocer quién era Jesús; ayudaba a preparar el camino, a orientar los senderos, a que los valles sean rellenados
y que las montañas y las colinas sean aplanadas, los caminos sinuosos sean
enderezados, y nivelados los caminos desparejos, con el único fin de que todos
los hombres vean la salvación de Dios. Mientras
Juan el Bautista indicaba el camino, Jesús invita a compartir su intimidad, respondiendo
a los que le preguntan donde vive: “Vengan a ver ” para que en esa intimidad
descubrieran quien era Él.
Qué bueno
que al comenzar el año nuevo, la palabra nos recuerde, cual es también nuestra
misión. Al igual que Juan el Bautista, debemos ser testigos de la Luz que es
Cristo, al fin de que todos crean el Él por medio de nosotros, por nuestro
testimonio.
Juan 1,1-18 “La Palabra se hizo Carne y habitó entre
nosotros”
San Juan nos
presenta en el prólogo del Evangelio un fluir de Dios hacia nosotros. El
trayecto es de arriba hacia abajo, de lo divino a lo humano y de las tinieblas
a la luz. Con este obrar incesante, Dios nos busca. Con este llegar hasta
nosotros, quiere levantarnos. Con esta presencia del Hijo en nuestro mundo,
quiere que todos redescubramos nuestra condición de hijos muy amados.
Jesús es el
Enviado de Dios, su Palabra por excelencia, que vino a este mundo para hacernos
conocer al Padre. Este tiempo de Navidad es una oportunidad para dejarnos
envolver por el Misterio de Dios; porque Él, siendo grande se hizo pequeño,
rompiendo con nuestras pretensiones; porque Él, que siendo rico se hizo pobre,
nos invita a ser agradecidos y a moderar nuestros deseos; porque Él, que siendo
Dios se hizo hombre, ha proclamado la cercanía y la proximidad como
características propias de la naturaleza divina… así ha decidido confiar y creer
en nosotros, no por nuestros méritos sino por pura iniciativa suya.
Este es el
misterio que San Juan quiso transmitirnos. Sabiendo que me amó con corazón de
hombre y se entregó a sí mismo por mí, ahora me toca a mí transmitirlo a los
demás. Hoy nos podemos preguntar ¿qué está produciendo en nosotros esta
“cercanía de Dios”? ¿nuestras palabras y acciones dan cuenta hoy de la
presencia del “Dios-con-nosotros”?