2º DOMINGO DE CUARESMA C
En la Transfiguración, los discípulos pudieron ver un destello de la gloria esplendorosa del Señor. Leyendo este pasaje, los creyentes de hoy podemos formarnos también una idea de cómo será la transformación que todos experimentaremos en la resurrección del último día, cuando todos resucitemos y nuestro cuerpo sea transformado y glorificado, como el de Jesús en el Monte Tabor. Así viviremos para siempre con el Señor en un abrazo tan estre-cho, que su naturaleza divina transformará por completo cada partícula de nuestro ser. Esta promesa, más que ninguna otra, es la base de la esperanza que tenemos en Cristo; es el corazón mismo de la fe cristiana.
¿Por qué es importante la transfiguración? Porque en ella se aprecia algo de lo que Dios tiene reservado para sus fieles. Allí, junto a dos de los personajes más grandes de la historia de Israel (Moisés y Elías), Jesús demostraba ser el cumplimiento de todo lo que Dios había anunciado al pueblo de Israel. Todo indicaba que Dios estaba compartiendo su gloria con su pueblo, con cuantos depositaran su fe en Jesús.
La experiencia de los tres discípulos que vieron al Señor glorificado, los fortaleció para las pruebas que tendrían en los días venideros, cuando Jesús sería arrestado y crucificado. Habiendo visto cómo sería Jesús después de su resurrección, y habiendo escuchado la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo, estos discípulos pudieron reconocer que Dios tenía control absoluto de cuanto les sucedería, a Jesús y a ellos mismos.
La promesa de la transfiguración es también para nosotros, porque más importante que el testimonio de quienes vieron a Jesús transfigurado, es saber que cada creyente puede ex-perimentar algo de lo que ellos vieron. En nuestra propia oración podemos fijar los ojos en Jesús y experimentar su presencia. En la Misa, al arrodillarnos ante el Santísimo Sacramen-to, podemos llenarnos de la gloria de la vida resucitada que nos ofrece Cristo.
ORACIÓN INICIAL
Es a Ti, Señor, a quien queremos seguir.
Gracias, porque sin verte, sabemos que nos amas.
Esperamos que, fiel a tu promesa,
nos darás a conocer tu rostro;
nos mostrarás la intimidad de tu vida,
tu misericordia y la luz de tu Rostro.
Invocamos al Espíritu Santo cantando……
TEXTO BÍBLICO Lc. 9. 28b – 36
Unos ocho días después de estas palabras, tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de res-plandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto”.
LECTURA ¿Qué dice el Texto?
Una clave fundamental para entender esta escena es lo alto del monte y la decisión de Jesús de ir a orar. El monte y la oración de Jesús en el evangelio de Lucas, nos hablan del ser mismo de Jesús, Él es un hombre orante. Este clima espiritual nos ayuda a comprender que esta escena es el relato de una experiencia de fe.
Otra vez se oye en la nube la voz de Dios “«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Con lo que se confirma que es el Hijo de Dios, aunque el camino sea duro. Saben a quién siguen.
Jesús elige a tres de los suyos. Les enseña con su ejemplo lo importante que es la oración para un discípulo. Mientras ellos dormitaban aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús. Ellos eran los representantes de la alianza antigua, representaban a la Ley y los pro-fetas.
Jesús se inserta así en el plan de salvación que Dios ha trazado desde muy antiguo para los hombres y que Jesús ha venido a darle pleno cumplimiento.
La escena fundamental de este evangelio será la manifestación de Dios Padre bajo la nube.
Lo decisivo es que: Jesús es el Hijo de Dios, su escogido, el último y mayor de los profetas, por eso es necesario escucharle.
Podemos preguntarnos.
¿Cómo es nuestra escucha de Jesús? Porque podemos escuchar o leer el evangelio pero podría suceder que su mensaje no calara en nuestro corazón. Nos habría pasado como a Pedro, no habríamos entendido bien el mensaje.
Hemos sido elegidos por Dios para ser testigos de su amor y de su misericordia. Ahora, te-nemos que responder. Mirando y escuchando a Jesús sabremos cómo tenemos que hacerlo.
MEDITACIÓN ¿Qué me dice el Señor en el Texto?
Este segundo domingo de Cuaresma interioricemos estas palabras: “Este es mi Hijo, el elegido, escúchenlo”… Esta obra de la Alianza: la obra de llevar al hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios, Cristo la realiza de modo definitivo a través de la cruz.
Esta es la verdad que la Iglesia, desea poner de relieve de modo particular: sin la cruz de Cristo no existe esa elevación del hombre.
Con esta pregunta podemos quedarnos durante toda la Cuaresma:
¿qué significa escuchar a Cristo en nuestra vida?
¿Cómo podemos mostrar que somos hijos de Dios en Jesús?
¿Nos hemos sentido desanimado cuando las cosas no salen bien?
Los discípulos, aunque débiles, entran en la nube de la presencia divina y allí se escucha la voz, que esta vez no está dirigida a Jesús como en el bautismo sino a los discípulos: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”.
La voz del Padre confirma la identidad de su Hijo, y manda escucharlo, y escuchar en la perspectiva bíblica es obedecer, poner en práctica lo que se escucha. Es la escucha y la puesta en práctica de la palabra de Jesús lo que conduce a los discípulos.
ORACIÓN ¿Qué le respondo al Señor que me habla en el Texto?
Hoy, en tu oración personal, pídele al Señor que abra tus ojos espirituales para que viendo la transfiguración se disipen todos tus temores e inseguridades.
Señor aquí estoy, gracias por invitarme a experimentar tu transfiguración. Gracias porque me permites reconocerte como mi Señor, mi Salvador, como el Hijo amado de Dios.
Con el salmista quiero decirte: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad, respóndeme
Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro, Señor, no rechaces a tu siervo, que eres mi auxilio. Oigo en mi corazón:”Buscad mi rostro”.
CONTEMPLACIÓN ¿Cómo reflejo en mi vida lo que me dice Dios en el texto?
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús.
Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Los discípulos apenas se enteran de nada, pues "se caían de sueño" y solo "al espabilarse", captaron algo.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos necesitamos escuchar la Buena Noticia de Dios, desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Así nuestra fe será más fuerte, más gozosa, más conta-giosa.
ACCIÓN ¿A qué me comprometo?
Repitamos con frecuencia y vivamos hoy esta Palabra:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
Después de meditar e interiorizar esta lectio divina, de sentir a Dios mismo que nos habla preguntémonos:
¿Qué significa escuchar a Cristo en nuestra vida? “…vale la pena escuchar en nuestro inter-ior la Palabra de Jesús y caminar siguiendo sus pasos.”.
“Como Jesús es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros”. Procuremos vivir nuestras relaciones con las personas, nuestra ayuda a los demás… como Jesús.
Seamos para los que se encuentran en lo alto del monte del dolor, enfermedad, sufrimiento… la voz que les recuerda «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo», más que con palabras con nuestra vida.
Animémonos a llevar a otros a lo alto del monte, para orar y percibir la cercanía de Dios.
ORACIÓN FINAL
“Jesús, Salvador mío,
no permitas jamás que pierda de vista la gloria de tu poder,
por mucho que me pesen mis propias culpas y la oscuridad del mundo.
Concédeme, Señor, la gracia de vivir en tu presencia para siempre.”
Amén