3ª semana de cuaresma
Lunes 8 de marzo
Lucas 4,24-30: Jesús dijo:“Ningún profeta es bien recibido en su patria”
Jesús se encuentra en la sinagoga leyendo el pasaje del profeta Isaías. Es entonces cuando la gente del pueblo lo cuestiona porque Jesús no había hecho ningún milagro en Nazareth como los que había hecho en Cafarnaún. Jesús responde: “ningún profeta es bien recibido en su tierra”. En el fondo ellos no aceptaban la nueva imagen de Dios que Jesús les comunicaba, superando los límites de la raza de los judíos para acoger a los excluidos y a toda la humani-dad. Para ayudarlos a superar el escándalo y entender el universalismo de Dios, Jesús usa dos historias bien conocidas en el Antiguo testamento: la de Elías quien fue enviado a la viuda extranjera de Sarepta y la otra la de Eliseo, enviado a atender al extranjero Sirio.
Pidamos al Señor vivir siempre abiertos a la voluntad de Dios que quiere que todos los hom-bres se salven. sin distinción de razas ni credos. Tengamos en cuenta que nuestra misión es “ser misericordiosos como el Padre” buscando llegar a todas las periferias existenciales. También para la reflexión personal es importante preguntarse, ¿mi actitud es la de Jesús o la del pueblo de Israel? ¿Quiénes son los excluídos que deberíamos acoger mejor en nuestra comunidad?
Martes 9 de marzo
Mateo 18,21-35: ” Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?” Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
En el Evangelio de hoy el tema central es el perdón y la reconciliación. Todo lo que se expresa en la parábola, suena exagerado y grandioso. Las deudas de uno y otro son incomparables: una es incontable, mientras la otra es una pequeñez. La severidad del servidor con su compañero llega hasta la crueldad del castigo desproporcionado. Con esta historia, Jesús quiere que nos demos cuenta del amor sin medida de Dios, que está siempre dispuesto a perdonar.
Pero, aunque el perdón de Dios es sin límites, el único límite para la gratuidad de la miseri-cordia de Dios viene de nosotros mismos, de nuestra incapacidad de perdonar al otro. Perdo-nar, no es una operación matemática (hasta 70 veces siete), Dios es quien nos ofrece el perdón, su ofrecimiento es para toda la vida, y en cualquiera de las circunstancias… el perdón es un ofrecimiento total de Dios, el Padre de la misericordia.
Miércoles 10 de marzo
Mateo 5,17-19: “No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento… “
Jesús se dirige a la multitud y a sus discípulos y les dice, ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo, para luego, presentarse como Áquel que viene a dar plenitud, consumar, llevar hasta sus últimas consecuencias la ley. Él no vino a anular la ley, sino a que se cumpla ple-namente, y quien la viva y enseñe a vivirla, será grande en el Reino de Dios
El tiempo de la cuaresma, es un tiempo de gracia, para volver a Jesús, reencontrarnos con Él y su mensaje y desde Él renovar y revitalizar nuestro discipulado, purificando el corazón y volviendo a lo esencial, a lo importante.
Volver al Señor, convertirse, cumplir los mandamientos y enseñar a vivirlos, llevar a plenitud las enseñanzas de la ley, es volver a creer y vivir radicalmente y apasionados la vida de Jesús. Volver a querer con toda la vida seguir sus huellas, llegar hasta “donde no puedas” con la confianza de que su Gracia basta para vivir lo que para muchos es imposible, el ir contraco-rriente, el seguir construyendo su Reino.
Señor dame la gracia de reencontrarme contigo, porque es allí, en ese encuentro intimo y personal con vos, en tu amor que salva y da vida, donde se renueva la experiencia y la certeza de que vale la pena seguir, vale la pena jugarse por el Reino.
Jueves 11 de marzo
Lucas 11,14-23: “El Que No Está Conmigo Está Contra Mí”.
El Evangelio de hoy nos presenta las diversas reacciones ante la expulsión de un demonio. Lucas nos dibuja un escenario de tensión. Muchos creían que los signos milagrosos que Jesús mostraba eran obra del demonio. Y le pedían signos en el cielo. Jesús no cae en la tentación de mostrar signos en el cielo. Al contrario, se pone como punto de inflexión y mediación entre Dios y los hombres: “El que no está conmigo, está contra mí, el que no recoge conmigo desparrama”. No deja lugar a grises. Si estamos con Jesús debemos estarlo siempre, a pesar de todo, y en todo momento. No podemos “jugar a dos puntas”.
Oremos para que la presencia de Dios nos transforme cada día en aquellos que recogen con Jesús la vida que Dios nos proporciona, que nos asemeja a lo divino, y que nos prepara una esperanza sin límites.
Viernes 12 de marzo
Marcos 12,28b-34: “El Señor Nuestro Dios es el Único Señor, Y tú lo amarás”.
La respuesta de Jesús a la pregunta del escriba, “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” no puede ser más clara y concisa y no solamente sirve para el escriba que hace la pregunta, sino también para todos nosotros: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos”. Este escriba no estaba lejos del Reino de Dios. Había comprendido que toda la Ley se resume en amar a Dios y al prójimo. Y él mismo dice que esto es más importante que cualquier ritual y sacrificio. Por hablar con tanta sabiduría, recibe el elogio de Jesús. Y en este diálogo, se nos deja resumido lo más importante, lo más valioso, lo que debe regir toda nuestra existencia: nada, ni siquiera una práctica piadosa está antes que el amor. El amor es el centro de la relación con Dios. «El amor de Dios y el amor al prójimo son inseparables y complementarios». No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios (Papa Francisco).
Nosotros hoy, ¿estamos más cerca o más lejos del Reino de Dios del doctor que fue elogiado por Jesús?
Sábado 13 de marzo
Lucas 18,9-14: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”
En el Evangelio de hoy, Jesús relata la parábola del fariseo y del publicano, para contraponer dos modelos de vida cristiana: la del fariseo que, con arrogancia, piensa obtener la salvación con su propio esfuerzo, y la del publicano que reconoce su condición de pecador y pide la conversión. El Fariseo estaba muy seguro de sí mismo. Todo lo que decía era cierto, su cum-plimiento era intachable. Pero así, tan satisfecho y seguro de sí mismo, contemplando con desprecio a los demás, no tenía lugar para percibir el amor de Dios en su vida. En cambio, el publicano pecador, sabía que lo único que podía hacer era entregar su vida en manos de Dios. Como no tenía nada, podía reconocer que el Dios de Jesús era su último recurso: «Señor ten misericordia de mí que soy un pecador». En esa humildad, arrepentimiento y deseo de conversión, Dios encuentra la tierra fértil donde derrochar su amor. Con este texto y en este caminar cuaresmal hoy estamos llamados a convertirnos profundamente, a reconciliarnos, a mirar al otro en su dignidad y a reconocer humildemente que todo es Gracia.
Mirando de cerca esta parábola, ¿con mis actitudes y mi forma de enfrentar la vida, me asemejo más a la actitud del fariseo o a la del publicano?
Domingo 14 de marzo (4º de Cuaresma ‘B’)
Juan 3,14-21 Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”.
Hoy, el texto del evangelio, es una profunda reflexión del evangelista sobre el amor manifes-tado por Dios. Hoy se nos dice: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único”. Tanto me amó Dios, que mi vida le ha costado la vida al Hijo único de Dios; tanto amó Dios a todo el mundo, que el Hijo es el precio para que el mundo se llene de la gracia de Dios. El inmenso amor de Dios al mundo, un amor extremo y exagerado, le ha costado el desgarro de la entrega de su Hijo, una entrega total y dolorosa, hasta la muerte.
En la muerte de Jesús, descubrimos el amor verdadero, que triunfa sobre el egoísmo, porque se ha entregado del todo, asumiendo el precio que esa entrega comporta. Vivir en este mundo en el ámbito de la fe significa vivir creyendo que ese precio merece la pena, que no es una pérdida, sino una ganancia y que, pese a todas las apariencias, el amor vence.
Si amamos a Dios, no es posible no anunciarlo, no compartir el amor con el que tanto amó Dios al mundo… ¿Cómo lo estamos anunciando hoy? ¿Estamos compartiendo la Luz que se nos ha regalado en Jesús?