“Que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor” (Papa Francisco).
“Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.
Del desierto, donde experimentamos la tentación vencida con la Palabra, subimos al monte, donde acontece el encuentro luminoso con Jesús. En ambos casos, es el Espíritu, que sabe lo que nos hace falta, quien nos empuja a buscar. Necesitamos ambas experiencias, la del desierto y la del monte, para que nuestra fe en Jesús se fortalezca.
Solo un encuentro personal y amoroso con Él nos llevará a tocar la vida de cada día con compromiso y esperanza. Jesús, ante nosotros, se nos muestra como luz y llena nuestras noches de claridad. El cansancio por los problemas cotidianos, el dolor ante un mundo tan herido, el no entender la cruz, la desesperanza ante el futuro… todo se ilumina con su pre-sencia. Qué alegría estar con Jesús en el silencio contemplativo del monte! ¡Cuánto necesi-tamos respirar el aire limpio de su Espíritu! ¡Qué grande es su belleza!
¡Vamos contigo, Señor, al monte y al collado donde mana el agua pura!.
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU (Si se reza en grupo, a dos coros)
Espíritu Santo, Maestro interior, que nos inspiras los caminos a seguir,
imprime en nuestro corazón la Palabra de Jesús;
haz que sea una lámpara para mi pie, luz en mis senderos,
fuerza en el vivir cotidiano.
Dame a entender la dicha de quien hace de tu Palabra su delicia,
de quien la gusta como miel en la boca, de quien encuentra en ella su alimento,
de quien la escucha y la guarda, como María, en su corazón.
Espíritu de fortaleza, hazme subir, tras los pasos de Jesús, al encuentro cotidiano
con el Padre, donde escucharé la buena noticia de que la luz de su ternura
me alcanza siempre.
Y ayúdame a bajar, como Pedro, Santiago y Juan, a los caminos de la historia,
con el rostro radiante y la luz en las manos, para anunciar por todas partes, y actuar,
la buena noticia de tu Reino.
TEXTO BÍBLICO Mateo 17,1-9
"Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un mon-te elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestidu-ras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos»."
CUANDO LEAS
El símbolo por excelencia de la Cuaresma es el desierto en el que Israel y Jesús caminan hacia su tierra prometida. Por que hoy la Palabra nos arrastre hacia otro escenario comple-tamente diferente, positivo y luminoso: el monte Tabor. ¿Qué pretende hacer esta Palabra en nosotros? ¿Por qué camino quiere conducirnos?
Si nos fijamos, el evangelio comienza con una referencia temporal: “seis días después”, de la confesión de Pedro en Cesarea: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”. Inmediatamente, Jesús se pone a decir cómo es ese mesianismo confesado por Pedro: no político, que triunfa me-diante la fuerza o el poder. Sino un mesianismo de servicio y de entrega hasta el extremo.
El Mesías es el Siervo de Yahveh, que debe padecer mucho, morir y resucitar al tercer día.
Así pues, seis días después del primer anuncio de la pasión, camino de Jerusalén, y después de estas palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”.
Después de estas palabras tan duras, el Maestro tomó a Pedro, Santiago y Juan y se los llevó a un monte alto. El monte alto, como el desierto, es un lugar de encuentro privilegiado con Dios. Ya en el monte, los discípulos son espectadores de la transfiguración de Jesús. La imagen que sobresale en esta experiencia es la luz: su rostro resplandecía como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz, una nube luminosa los cubría a todos...
Lo que los discípulos ven en Jesús transfigurado es un anticipo de la Resurrección: el rostro de Cristo brilla como brillarán un día los justos en el Reino de su Padre; sus vestidos se vuelven blancos como la luz, como blanco es el vestido del ángel en la mañana de Pascua.
La transfiguración de Jesús, como su bautismo, es, además, una epifanía de su identidad, es una revelación del verdadero ser de Jesús: Él es la Luz del mundo y el Hijo amado del Padre
Jesús es Luz sin tiniebla alguna.
La aparición de Moisés y Elías en la escena sugieren que la Ley y los Profetas, es decir, toda la Escritura, dan testimonio de Jesús como Hijo amado del Padre.
El v. 5 describe una teofanía semejante a la de la experiencia del Éxodo: allí, Dios iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos en su camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos. A la sombra de la nube, la voz del Padre nos revelará quién es Jesús y qué tenemos que hacer nosotros respecto a Jesús: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”.
- La voz de Dios tiene tal fuerza que los discípulos caen al suelo llenos de miedo; pero Jesús, tocándoles, disipa su miedo y su angustia y les pone en pie: “Levántense, no tengan miedo”.
La visión maravillosa ha desaparecido y está Jesús solo, despojado de su esplendor, hecho uno de tantos.
Toca bajar del monte. Pedro quería quedarse arriba, arropado a la sombra de la nube de luz, extasiado en la visión. Quería hacer tres tiendas para los tres personajes celestiales. ¿Qué pretendía con ello? Quizá retener la presencia divina allí, en aquel monte. ¿O quizá librar a Jesús del sufrimiento que le esperaba en Jerusalén? El caso es que quería hacer tres tiendas “aquí”. Quería quedarse en lo alto, retener al Mesías lleno de esplendor, anclarse allí, en la gloria.
Y Jesús, Hijo del hombre, les trae a la memoria el anuncio que les había hecho seis días antes: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos»."
Era necesaria esa experiencia de luz y de encuentro con el Padre antes de adentrarse en la tiniebla de la pasión y de la muerte en cruz. Para poder vivir con gracia y en el amor del Padre la experiencia de la cruz, es preciso vislumbrar, si quiera de lejos, la esperanza de la luz y de la Vida.
CUANDO MEDITES
Contempla a los discípulos subiendo al monte con Jesús y luego dejando aquella ex-periencia extraordinaria para bajar a la dureza de lo cotidiano: el cansancio del camino hacia Jerusalén, los enfermos que piden sanación, las multitudes que no dejan tiempo ni para comer...
Escucha que Dios te dice a ti, como a ellos: sal..., sube..., baja...
Mira de qué lugares de tu persona y de tu vida has de salir para poder entrar en lo que Dios reclama de ti.
¿A qué montañas has de subir para que tu noche sea luz y te sientas transfigurado por la presencia de Dios?
¿Buscas de modo especial en esta cuaresma un lugar donde resuene para ti la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo amado”?
¿Escuchas más intensamente la palabra de Jesús?
¿De qué alturas has de bajar para experimentar la vida de la Pascua? ¿A qué lugares has de descender?
CUANDO ORES
Dale gracias a Dios por esta Palabra llena de luz y de vida, que te pone en camino ha-cia lo mejor de ti mismo: tu condición de hijo amado de Dios.
Pídele que te conceda la fe de Abrahán y de Sara para vivir en continua búsqueda de Dios y de su voluntad, saliendo de ti mismo, de tu pequeño yo, de tus cosas...
Pídele que tu oración te lleve a “bajar”, transfigurado, allí donde alguien tiene hambre y sed de pan y de Evangelio.
Gracias Señor por tu Palabra Salvadora.
Gracias porque nos invitas a reconocerte como Dios y Salvador.
Te pedimos la gracia de saber escucharte, de conocer cada vez más tu Palabra.
Permite Señor que sea dócil a tu Palabra, que realmente mi vida sea la de un “escucha atento” a todo lo que me dices.
Señor, al igual que los discípulos tengo miedo. Quisiera que tú también te acerques a mí, que toques y me recuerdes esa frase “no tengas miedo”. Quiero seguirte Señor
Quiero ser tu Discípulo, quiero que en este seguimiento, entienda que debo transfor-marme también en anunciador de la Buena Noticia.
¿A QUÉ ME O NOS COMPROMETEMOS CON DIOS?
Personalmente preguntarme qué puedo hacer para no tener miedo y aceptar el desa-fío de transformarme en un discípulo de Jesús y en su misionero.
En grupo, proponerse una actividad para ser discípulos y misioneros. Puede ser una representación de cuáles son los miedos que hoy tenemos en la escucha y el segui-miento de Jesús.