Familia Gianellina

MES DEL SAGRADO CORAZÓN

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS          

                                   ¿Qué es el hombre para que lo tengas tan en cuenta,
para que pongas en él tu atención y te acuerdes de él? Job 7,17

“He venido a encender fuego a la tierra,  
Y, como desearía que ya estuviera ardiendo!! Lc 12,49

    Si fuese la primera vez que la Iglesia los invita a venerar el Corazón de Jesús, me ha-bría preocupado de presentarles las motivaciones, la modalidad y la finalidad de esta festivi-dad. Pero como  esta devoción tiene en ustedes hondas raíces y suavemente los lleva y los arrastra  hacia el Divino Corazón, lo contemplaré a Él y de Él les hablaré.

El material para mi reflexión me lo proporciona la sencilla y devota imagen del Sagrado Corazón de Jesús que aquí podemos contemplar.  Deteniendo  mi mirada sobre ella, ya me siento invadido de sagrada admiración, y pienso en las palabras dichas por Job:  “¿Qué es el hombre para que lo tengas tan en cuenta, para que pongas en él tu atención y te acuerdes de él?”
Mirando la imagen, me parece que Jesús me responde y me dice  que mediante ese Corazón quiere mantener vivo y hacer que se  propague ese fuego que Él vino a traer al mun-do, con tanto sufrimiento: “He venido a encender fuego a la tierra,  Y, como desearía que ya estuviera ardiendo!!”

Parece decir: El amor me traspasó y es por amor que me ofrezco a ustedes. De uste-des no quiero otra cosa sino amor:   y ese amor “como desearía que ya estuviera ardiendo!!  Amor quiero y nada más!
Por eso, hoy  me propongo hablarles sólo de ese amor y demostrarles que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, no tiene otro objetivo que encender  y difundir el fuego del Amor de Dios! ¡”como desearía que ya estuviera ardiendo!”

Corazón de Jesús, no permitas que yo hable de Ti sin amor, que yo anuncie tu divino amor sin tener el corazón lleno del mismo amor. Mueve mis labios, inflama mi corazón, para que hablando de tu Corazón, encienda en todos el fuego de tu amor. Este corazón traspasado y desangrado hasta la última gota, ¿qué otra cosa podría desear  más que  nuestro amor?

Dios es la fuente de todo amor, mejor dicho, es el Amor mismo, que creó al hombre capaz de amar. Y para que lo amase con todo el corazón, imprimió en toda la creación seña-les explícitas de su amor, como para suscitar en nosotros un tierno y fervoroso reconocimien-to.
 Ni siquiera la ingratitud del hombre pudo detener este Amor. Y Dios quiso colmarnos de gracias todavía más grandes, hasta donarse a sí mismo, haciéndose hombre.  Y como si esto no bastase, se ofreció a sí mismo como víctima por nuestra salvación, para quedarse con nosotros, vivo y presente y para continuar amándonos para siempre:
 “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”. Y este amor que no podía llegar a ser mayor, escogió nuevos modos y ocasiones para obtener una respuesta del hombre. San Agustín dice que no hay otra cosa que pueda encender el amor,  más que la plena certeza de ser amados con un amor fuerte y seguro, que tanto más crece cuanto más se ama.

Jesús es aquel Corazón apasionado que eligió manifestarse a nosotros de esta forma nueva y desconocida hasta entonces. Lanza cruel y al mismo tiempo benigna, que abriste la puerta del Amor infinito, tanto eres para nosotros, fuente de dulzura, cuanto más despiadada fuiste para Cristo. San Bernardo dice que: “la lanza encontró el camino ya abierto por otra es-pada mucho más afilada: el Amor”.

El hombre Dios, murió consumado, más por el amor que por el sufrimiento.  Y la muer-te tuvo su mayor derrota y el infierno su máxima vergüenza, porque el amor fue más fuerte que la muerte y que el infierno. El amor custodiado en aquel Corazón, se sirvió de la lanza, no tanto como arma, sino como llave para extraer todo aquel precioso tesoro.
Yo digo que el inmenso amor con que Dios amó siempre a los hombres, estaba como comprimido en el Corazón de Cristo, y no pudiendo frenar su ímpetu, se abrió una brecha que, como inundación de gracia, se difundió por toda la tierra, de una manera sobreabundante, rompiendo toda barrera.

Les presenté la fuerza de este amor, pero debo decirles que el fin al que tiende Jesús es despertar nuestro amor. Esta es la propiedad fundamental del verdadero amor: no puede permanecer escondido, y se evidencia en cada acción buena y sincera. Lo reconocemos en la relación entre los amigos, en las mil atenciones para los otros, en la competencia en la  ayuda mutua.  Lo vemos expresado por las madres, en su sonrisa, en el llanto, en la ansiedad y en otras mil expresiones que ellas inútilmente tratan de sofocar; podemos reconocerlo en las tier-nas relaciones  que  los niños tienen con sus padres.

Es propio del Amor, expresarse y no permanecer escondido. ¿Por qué el amor es in-capaz de permanecer escondido? ¿Por qué quiere manifestarse a todos?. ¿Por qué quiere manifestarse a toda costa?  Porque el Amor, busca amor. Cuando es experimentado,  fácil-mente genera y obtiene respuesta, por eso se manifiesta y tiende a revelarse.

¿Cómo se  puede corresponder a aquel Amante perdido que, olvidado de sí mismo y de su gloria, desciende en busca de pobres hombres desbandados,  para  llevarles la llama del Amor de Dios?      Por un poco de amor olvida todo y reduce toda ley al solo amor.    Este Co-razón traspasado y desangrado hasta la ´última gota, ¿Qué podría  desear si no es nuestro amor?  ¡Como desearía que ya estuviera ardiendo!
Bien dice el Cantar de los Cantares: “me has robado el corazón, hermana y novia mía; me has robado el corazón…”.     
Mira en mi corazón si te amo, considera cuánto me cuesta tu amor! No me desagrada haber nacido por ti como pobre niño, haber vivido una vida llena de sufrimientos, no me des-agrada haber muerto mártir, entre ultrajes y desprecios, no me desagrada permanecer contigo en la Eucaristía, si tu miras mi Corazón y me amas. Mira mis heridas, la sangre que de ellas brota, el agua que salta.
¿Qué cosa busco, qué cosa quiero sino tu amor? ¡Como desearía que ya estuviera ar-diendo!

Si el amor no es correspondido se transforma en odio. Todo sufrimiento agraviado se transforma en indignación, pero no hay desprecio mayor que el del amor ofendido. ¿Cuál es la ira de Cristo-Dios, que busca el amor de hombres míseros, que serían infelices sin él? Jesús los benefició, los llamó a la felicidad eterna y, para obtener su amor, muestra el propio Cora-zón traspasado, pero ellos no le muestran ni amor ni reconocimiento.

¿No les parece que tendría que extender aquel brazo, a cuya vista tiemblan los cielos, la tierra y el firmamento? ¿No les parece que al menos podría abandonar a hombres tan in-sensibles? Pero Cristo no ahorra ningún tentativo para obtener de nosotros un amor disponible y generoso, o por lo menos un poco de compasión.

El Sagrado Corazón se reveló a Santa M. Margarita Alacoque, mientras estaba en ado-ración. Y era tal la devoción de la Santa, al contemplar la fuerza del Amor divino, que  se pre-guntó cómo podría corresponder a tanto Amor. En ese momento se le apareció Jesús que, descubriendo su Corazón, dijo con infinita ternura:
“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, He aquí el Corazón que no ahorró nada para dar pruebas de Amor y para suscitar amor. Yo no encuentro ni reconoci-miento ni afecto. Si tú me amas, haz que este Corazón sea conocido,  contemplado y honrado. Todo el Amor que he dado, merece una compensación”.

Tanto  hizo Margarita Alacoque, que superando todas las dificultades, llegó a difundir esta devoción que hoy es floreciente.  
¿Qué hacemos para tener la certeza de que este Corazón quiere ser amado y que está buscando nuestro amor?  ¡“He venido a encender fuego a la tierra,  Y, como desearía que ya estuviera ardiendo!!

¿Puede una persona no corresponde con amor a quien le ofrece un amor tan grande, fuerte, sincero y constante? Demasiado duro es ese corazón que no ama ni quiere responder al amor recibido! ¿Cómo puede suceder que un Corazón que tanto desea ser amado, no en-cuentre en nosotros una respuesta?  
Jesús nos presenta su Corazón como ejemplo de humildad y de dulzura! ¿Será que no lo vemos? Pero si está siempre con nosotros en la Eucaristía!  Depende de cada uno alimen-tarse de Él.

No conforme con darnos mil señales para despertar nuestro amor, nos muestra su Co-razón para que comprendamos cuanto nos ha amado! “He venido a encender fuego a la tierra, Y, como desearía que ya estuviera ardiendo!

Los animales reconocen a sus dueños y no dejan de acariciar la mano que los alimen-ta., ¿será sólo Dios el que no recibe amor de los hombres? Pensando en ese Corazón que fue traspasado, ¿no se despertará un poco nuestra compasión? Un hombre, por malo que sea, recibe amor de las personas por él beneficiadas.
¿Serás sólo Tú, Jesús, Tú que eres la fuente de todo Amor, Tu que tanto has amado a los hombres, en no recibir amor a cambio?

Ustedes, que me escuchan, ofrezcan a Cristo su amor, su devoción; consideren cuán-ta indiferencia, cuántas ofensas recibe; ofrézcanle su amor,  para corresponder al suyo.
 
Corazón de Jesús, danos una chispa de tu amor, para que purifique y encienda nues-tro corazón. Tú quieres amor y nosotros queremos amarte, pero no somos capaces. Aumenta en nuestras almas la efusión de aquella gracia que todo lo puede, que es maestra de amor: entonces te amaremos y haremos de tal manera que muchos otros puedan aprender de noso-tros a amarte con todo el corazón”