Alocución al pueblo de Chiavari

ALOCUCIÓN AL PUEBLO DE CHIÁVARI CON LA OCASIÓN DE LA COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA DEL RETIRO DE LAS HIJAS DE MARÍA DEL HUERTO EL 3 DE ABRIL DE 1837

EL AUTOR

A SU AMADÍSIMO PUEBLO DE CHIÁVARI

No plugo a Dios que yo pudiera presenciar la bendición inaugural de la nueva Iglesia de S. Filomena y del Retiro o Convento de las Hijas de María y dirigirme a vosotros, como había proyectado, con el presente sermón.

No ya porque merezca ver la luz pública, sino únicamente porque no me pareció bien ocultaros el fin y el espíritu que me anima a esta empresa os lo ofrezco impreso.

Vosotros dignaos recibirlo como prenda del amor pastoral que me une indisolublemente a vosotros: y pedid para mí al  Cielo todo los bienes que siempre os deseo.

Con todo el cariño de vuestro pastor Antonio Gianelli, Canónigo Arcipreste.

 

Omnia Facio propter Evangelium, 1 Cor. 9, 23

Omnia, carissimi, propter aedificationem vestram, 2. Cor. 12, 19.

 

Un Párroco, si bien se considera, no es sino el Padre de una gran familia que le ha sido encomendada por la Iglesia y por Dios. El debe regirla, gobernarla y alimentarla sobre todo en el espíritu; pero como padre de los pobres, y como primer guardián del Templo y del Altar, debe tener también alguna cavilación sobre lo que refiere a los beneficios temporales. Todo, sin embargo, debe apuntar siempre y enderezarse al alto fin en orden al cual recibe el encargo de predicar el Evangelio, o sea, la salvación y la santificación de las almas.

Ahora bien, vosotros que me veis dedicado a una obra más bien grandiosa y lisonjera, pero obra dispendiosa y difícil, ¿Qué idea os formaréis de vuestro Pastor? ¿Qué pensarán ellos, los pobres, de este Padre suyo? ¿Busco yo con ella, procuro el verdadero bien de la numerosa y variada familia que he recibido el encargo de gobernar? ¿O bien estoy invirtiendo en una empresa vana y ambiciosa los bienes de los pobres y de los cuidados que están ya consagrados al gran objeto del ministerio Pastoral?

Esto es lo que quizá vosotros no entendéis todavía bien, lo que me imagino que todos pretendéis saber, y lo que cabalmente me he propuesto exponeros. Como, no obstante, yo me propuse hacerlo no ya a modo de puntilloso orador, sino como padre que habla a sus queridos hijos y comunica todos sus proyectos y planes a la entera familia que le rodea, vosotros me debéis escuchar, y os ruego, que lo hagáis como buenos, dóciles y amorosos hijos míos. Si lo hacéis, yo me hago la ilusión de que quedaréis convencidos y persuadidos de que también en esta nueva empresa no pierdo de mira el gran fin de mi ministerio, y que nada hay en ella que no sea santo y todo por vosotros, o, por mejor decirlo con S. Pablo, todo a favor del Evangelio y todo por vuestra santificación: Omnia propter Evangelium – omnia, carissimi; popter aedificationem vestram.

No sé si sabéis todos cómo la necesidad de procurar buenas maestras y directoras a las pobres huerfanitas ya reunidas en el naciente Hospicio  de caridad y de trabajo sugirió la idea del Instituto de las Hijas de María que, en atención a nuestro insigne Santuario, recibieron el apelativo del Huerto; pero ciertamente todos sabréis que, durante la nueva edificación  del Hospicio mismo que , por verdadero milagro de la Provincia surgía bello y majestuoso bajo nuestros ojos, las hijas de María no supieron quedarse inactivas. Puesto que habían nacido para ayudar a sus prójimos, abrieron muy pronto una escuela para en ella instruir religiosamente a las niñas y comenzaron a hacer visitas caritativas a los pobres enfermos de nuestro hospital. Sabéis cómo ésta su piedad hacia los enfermos dio impulso a la sabia Comisión Administrativa a llamarlas a la dirección del hospital mismo, el cual vino a ser así el primer campo en que ejercitaron el espíritu de esa Evangélica Filantropía a la que nosotros llamamos Caridad y de la que Dios había tenido a bien animarlas en beneficio de la humanidad enferma y desfalleciente y de las almas necesitadas de instrucción y de ayuda. Sabréis cómo pasaron luego al gobierno del Orfanatrofio para el que, como os decía, habían sido fundadas; y cómo ya unas setenta niñas que en su mayor parte estarían vagando por las calles y siendo blanco del ocio, de la desesperación, del vicio, de la miseria, guardadas y dirigidas por ellas más que si fueran sus madres, sanas, disciplinadas, activas, se van adiestrando al mismo tiempo en la piedad, en el trabajo, en la virtud.

No sé por otro lado si todos sabéis que, por obra y gracia de una de ellas, Dios las llamaba a ejercitar en el hospital de la Ciudad de Spezia la caridad que ejercitaban en este nuestro; y que animaron a la sabia y celosísima Comisión de allí a crear una Escuela de Caridad para las niñas mas desasistidas o incluso abandonadas, la cual crece y prospera bajo su dirección; y que erigió y fundó una nueva Casa en Marinasco a poco distancia de dicha Ciudad, donde abrían un cómodo Centro Educativo para las niñas de alguna mayor distancia. Dicho Centro cuenta con poca  más de un año de existencia y comienza a ser ambicionado y buscado por la amenidad del lugar, por la salubridad del aire, por la solidez de la disciplina y por la nada común cultura que en el reciben.

Sabéis, Señores, cuánto escasea en establecimientos de este género nuestra Liguria y hasta la misma Metrópoli, por manera que los ciudadanos más acomodados y desahogados se ven forzados a llevar fuera a sus hijas, que luego vuelven junto a sus padres, pero también a llevar dinero que ya no retorna a la patria. Sin embargo, aún tienen suerte los que pueden y saben hacerlo, que son los menos. Lo peor es que la mayoría, o por falta de medios, o por afición al ahorro, no procuran a sus hijas la educación que las guarda al mismo tiempo del vicio y las enraíza en la virtud y las dispone a ser excelentes madres de familia, ornamento de la sociedad, espejo de la piedad cristiana. Ahora bien, las Hijas de María, al tiempo que abrían una de estas felices escuelas en Marinasco, fundaban aquí otra para las niñas de menor posición, escuela que, por los felices resultados que han obtenido hasta ahora, ofrece fundadas esperanzas de éxito bastante halagüeño.

Para un Instituto naciente, y tan escaso, por no decir carente de medios, estas empresas, estas obras pueden despertar en alguno la sospecha de excesiva presunción y temeridad; y lo serían, ciertamente,  si se las sopesa en la balanza de la prudencia humana, acostumbrada a que las iniciativas y proyectos sean proporcionales a los medio, pero no lo fueron ante los ojos de aquella caridad que guiaba el corazón y el espíritu de las Hijas de María, y que, según enseña el gran Pontífice S. Gregorio, siempre quiere hacer cosas grandes y nunca puede quedarse inactiva: Operatur enim magna, si est; si enim operari renuerit, amor non est (Greg. Magn. hom. 27).

Por eso, Señores míos, las Hijas de María, al tener conocimiento de algunas desdichadas jóvenes que por la incuria de los padre, por la falta de disciplina o por la miseria se veían arrastradas a internarse por el camino del desorden, del escándalo, de la ignominia, de la predicación, enternecidas por ellas más que unas madres, se lamentaron de sus males, se horrorizaron de su peligro y del que a muchos otros podían, más aún debían ocasionar; les tendieron las manos con incansable diligencia, amor y paciencia, las abrazaron como hermanas, las alojaron (ejemplo quizá nuevo y quizá totalmente imprudente a los ojos del mundo pero no a los de la Caridad Evangélica, que al decir de S. Pablo, todo lo aguanta, todo lo vence y todo lo espera – 1 Cor. 12, 25-) en las  estrecheces de su pobre casa, las llamaron a emprender una nueva vida, y echaban entretanto los cimientos de un Instituto nuevo para nosotros, pero que bendecido por Dios y por María parece ya alcanzar casi el ápice de la más decorosa madurez(1).

Si  yo tuviera tiempo y vosotros paciencia para escucharme más detenidamente, sería éste el momento apropiado para mostraros a las Hijas de María seguidas y casi emuladas por estas discípulas suyas, o mejor dicho, por estas hijas regeneradas, en la atención a los desdichados que fueron blanco o incluso víctimas del nuevo azote con que el Altísimo, provocado por nuestros delitos, humilla desde hace algunos años el orgullo y la infidelidad de la infeliz Europa, el cholera morbus. Sabéis cómo desde el año 1835, mientras que todo el mundo le estremece de horror el mero nombre del pestífero morbo, ellas se han atrevido a afrontarlo impertérritas, y tanto aquí como en la mencionada Ciudad de Spezia, se ofrecieron espontáneas, más aún anhelantes, a ayudar a los pocos o muchos que resultasen contagiados; y lo hicieron de tal modo que no sólo obtuvieron nuestra complacencia, alabanza y honores públicos, sino también los de Su Majestad(2). Sabéis cómo el año pasado, además de estar dispuestas a la misma ayuda a favor nuestro, a la primera   invitación que recibieron, y exultantes como si de una entrada triunfal se tratase, se fueron volando a la vecina población de Casarza y a la alpestre Roccatagliata, para reanimar con su intrepidez a los espíritus profundamente abatidos, a salvar a la mayor parte, y, a los que no pudieron arrebatar a la violencia del morbo, a aliviarlos con todo género de consuelos, a atenuar sus postreras agonías, a encaminarlos al Paraíso y a atender con todo esmero incluso la tan aborrecida y temida sepultura. Sabéis que a pesar de la que en Casarza se halló en trance de muerte al ser atacada por el negro morbo, a pesar de la que fue víctima suya, gloriosa, sí, pero deplorable(3), no por ello suspendieron su actividad, o acudieron con menor intrepidez hasta las cumbres de los Apeninos y prodigaron sus confortantes auxilios a los pocos a los que llegaron todavía a tiempo de asistir en Rosoaglio, en San Esteban y en otras poblaciones de aquellos contornos.

No ignoráis, finalmente, cómo apenas cesado el morbo y vueltas a la calma, las Hijas de María, que estaban como impacientes por actuar y habiéndose percatado de que la más grave necesidad de nuestra Ciudad es quizá la de proveer a la salvación y la educación de los hijos pobres, pero sobre todo de las niñas, para las cuales, aparte del Orfanatrofio arriba mencionado, no tenemos hasta el momento ninguna providencia o remedio oportunos, abrían ellas el 5 de Diciembre último una Escuela de Caridad para sesenta niñas pobres; al acogerse en ella no sólo a las ya creciditas, sino también a las de cuatro y cinco años, dan la impresión, me atrevería a decir, de haber lanzado la primera semilla, o al menos el augurio de las Escuelas de Niños… (Scuole de’ Bambini, Infants-Schools), que tanto prosperan en Inglaterra, de las Salas de asilo para los chicos que se vienen multiplicando en Francia, en Alemania y en otras partes de Europa, y de las Escuelas Infantiles (que viene a ser lo mismo) que con felices resultados alegraron ya algunas regiones de Italia, la cual, como nunca se queda rezagada en el cultivo de las cosas mejores, es de esperar que sepa distinguirse pronto también en este ramo de excelente cultivo y disciplina.

En todas estas cosas obradas por ellas en los primeros siete años de precaria existencia, ¿qué otra cosa veis vosotros en las Hijas de María que no sea espíritu de beneficencia, de amor patrio, de caridad, mejor dicho, de aquella verdadera Caridad Evangélica que, olvidada del propio interés, de la propia comodidad y hasta de sí misma, se siente gozosa de hacerse toda para todos (1 Cor. 9, 22) y, a ejemplo del Divino Maestro, de sacrificarse totalmente por la salvación del prójimo? (Jo. 10, 15). Ahora bien, al fundar entre vosotros este piadoso Establecimiento que debía dar mayor solidez y perfeccionamiento a los excelentes vuestros, y que hace que germinen y surjan nuevos otros muchos, ¿no os parece que yo estaba cooperando en una cosa santa y tal que, así como redunda en lustre y beneficio de ésta nuestra Ciudad, también redunda en gloria de la Divina Religión que profesamos y en pura edificación nuestra? ¿No os parece que puedo en esta ocasión  repetir con el Apóstol: omnia Facio propter Evagelium – omnia propter aedificationem vestram?

Pero entre tanto, os decía yo, las Hijas de María no tienen hasta el presente más que una precaria existencia. Sin fondos o rentas de ningún género, sin un huerto en que respirar un poco de aire, sin una Iglesia en que reunirse para las Prácticas Religiosas, sin casa de su propiedad, ¿no es una señal de sorprendente providencia que hayan subsistido, que hayan prosperado así? El Real Gobierno de Su Majestad tuvo conocimiento con toda satisfacción y aplaudió tan útil Instituto  desde 1833, fecha en que todavía no aparecía tan fecundo en logradas creaciones. Pero cabalmente por ser tan pobre y tan precario no se atrevió a impetrar hasta ahora la aprobación formal que da a los Institutos públicos una existencia y una vida legal sin las cuales no se pueden tener el favor y la protección de las Leyes. ¿Os parece, entonces, que yo podría quedarme tranquilo sin mejor asegurar la suerte de este Instituto múltiple y de tan prometedores comienzos? O, ¿no os parece, más bien, que yo sería un padre suyo bastante ruin y un mal padre vuestro por haberos mostrado y prometido  un gran bien sin afanarme por aseguraros su continuación y su incremento?

Ahora bien, hemos llegado al punto sustancial, hijos míos. El Instituto de las Hijas de María y todos los demás que alimentan a sus pechos y aquellos en que puede ser fértil todavía en el porvenir, para subsistir y para crecer y también para hacerse una realidad cabal, no tiene necesidad más que de una Casa, de una Iglesia y de un Huerto. Todo lo demás que podría exigir la humana prudencia lo suple el espíritu de evangélica pobreza, que es su primer y fertilísimo patrimonio, el trabajo asiduo que, después de Dios y de la manifiesta protección de María es su otro apoyo fundamental. La experiencia de siete años y pico, aun careciendo de las tres cosas proyectadas, no es pequeña prueba incluso para el que no quiera mirar la cosa más que con ojos profanos. ¿Cuánto más lo será para aquellos que están acostumbrados a confiar en los medios y las ayudas de Dios bastante más que en los de los hombres? Sin Casa, sin Iglesia y sin Huerto han crecido y prosperado admirablemente; tanto más lo harán, por consiguiente, si se les proporcionan. Pero pretender que progresaran sin estas importantísimas cosas, sería, quizá, tentar a Dios, lo cual no debe hacerse nunca, sería temeridad de cara al mundo, sería imprudencia reprobada por todos, también por los Héroes de caridad que no dejaron a sus seguidores más que la Cruz, como los Franciscos, los Cayetanos, las Teresas y las Claras. Se creyó que una Casa, una Iglesia y un Huerto son indispensables, máxime para el sexo en el que andar de acá para allá fue siempre peligroso o no conveniente.

Y no soy yo el único que ha opinado así sobre el asunto, sino todo el que ha tenido conocimiento de él, y tan evidente ha aparecido a los ojos del Sabio Concejo que está al frente de la cosa pública, que acogió propicio el ruego y a su Real Majestad misma, que con Real Comunicado del 18 de Julio próximo pasado aplaudía y daba su aprobación a la cesión acordada en orden al objetivo proyectado.

Una vez aprobado que era menester y que se imponía dicha empresa, ¿qué es lo que debía impedirme afrontarla? La falta de medios, podrías decirme, y quizá lo diréis en vuestro corazón, y no falta, quizá, quien traiga a la memoria el recuerdo y la confusión anunciada por el Evangelio a aquel que coepit aedificare et non potuit consummare (Lc 14, 30); y no pretendo yo que esté mal traída a colación la cita o al menos sin motivo aparente. Pero en caso de que yo quisiera escucharlo y atemorizarme y detenerme, la consecuencia de este abatimiento mío seguiría siendo que las Hijas de María no tengan nunca un punto de apoyo, que su existencia sea siempre indecisa, fluctuante, precaria y expuesta a todos aquellos males que no son para contar, sino para pensarlos quien tenga algo de juicio y de conocimiento de las cosas de esta naturaleza, comprendido el de su destrucción y aniquilamiento. Ahora bien, si el amor, que nunca es poco hacia las cosas que consideramos nuestras, no me engaña por completo, me parece que las Hijas de María están bien lejos de merecerse un abandono tan grande, no sólo por mi parte, ya que después de a Dios y a María se encomendaron a mis manos como a las de un padre, sino también por parte vuestra, puesto que, a menos que yo esté muy equivocado, os han hecho ya mucho bien y mucho prometen todavía. Más aún, si nos fijamos bien en el principio por el que están reunidas y que es como el alma del Instituto, a saber, el de santificarse a sí misma mas ayudando a sus prójimos en todas las ocasiones en que razonablemente y con las debidas aprobaciones pueden hacerlo, parecen que no merecen ser dejadas así por nadie que tenga algún sentido de humanidad. Porque si como nos ayudan a nosotros y como ya sostienen en Spezia tres piadosos establecimientos se les ofrece ocasión de poder hacer otro tanto en otra parte del Reino, de Italia, del mundo, ellas lo hacen con la misma alegría y con el mismo arrobamiento; y considerado bajo este aspecto el Instituto de las Hijas de María no es cosa municipal, ni provincial, es ligur, es nacional, es italiano, es europeo, es universal (4).

En consecuencia, carísimos míos, al afrontar yo esta empresa, no he pretendido hacerla mía, sino nuestra, mejor, vuestra en primer lugar y luego de todos. Contento de cargar yo con los primeros cuidados, los primeros afanes, y también las primeras confusiones, si Dios tuviera a bien enganchar alguna al cortejo de los cuidados y afanes (pues todas me las merezco, como promotor y padre de la familia), toda la gloria debe ser vuestra o, mejor dicho, de Dios y de la Iglesia, pues nada queremos sino para el Evangelio y para la salvación de las almas: omnia propter Evangelium – omnia, carissimi, propter aedificationem vestram.

Y que nadie, al ver el trazado de los cimientos, o al contemplar diseñados lo planos del edificio, entre en sospechas de que me gusta hacer las cosas por lo grande y que a pesar de la penuria de los medios me dejo seducir por el ansia de magnificencia. No, amados míos, si soy en  esto reprensible, lo soy más bien por la estrechez y lo limitado de mis proyectos. No perdáis de vista que Instituto de las Hijas de María tiene ya en sí y lleva consigo otros tres piadosos Establecimientos, todos los cuales exigen tener en la nueva edificación un pabellón distinto y separado (sin contar con que otros buenos planes que vienen abrigando por el bien común; todos requerirían, cuál más cuál menos, espacio y lugar apropiado); y luego encontraréis, espero, que lejos de tener allí algo grandioso, magnifico, superfluo, todo va a ser restringido, escaso, angosto y verdaderamente proporcionado con la pobreza del Instituto. Parece, por así decir, descollar y ser imponente el conjunto por razón de la Iglesia que se alza en el medio enseñoreándose del resto; pero aún ésta ¡cuán módica es si se considera que está destinada a las prácticas de cuatro Comunidades diversas, sin tener en cuenta la población nativa y forastera que acuda! ¿No os parece que sería muy de desear que todo, y principalmente el templo, pudiera ser más majestuoso y en correspondencia con el objetivo que nos proponemos, a saber, la gloria Divina, y la santificación de las almas: propter Evangelium, propter aedificationem vestram?

Pero si el conjunto de estas partes, todas ellas estrechas, y que tienen más pobres y míseras que su contrario, reviste un aire de cierta grandiosidad; si el Templo, sobre todo en la sencillez del diseño es tal que aun careciendo de adornos no desagrada y puede convertirse con el tiempo en elegantísimo y lleno de gracia, todas las alabanzas han de tributársele al hábil e ingenioso Arquitecto(6) que supo unir tan bien lo útil con lo bello, mejor dicho, lo sublime con lo humilde, y que en un sagrado Convento sumamente pobre presenta al ojo experto una imagen de uno de los más distinguidos monumentos de la grandeza romana. Por lo demás, hijos míos, tened por cierto que si en todo me he mostrado confiado, en el diseño de la obra fui sobremanera tímido y desconfiado; y si pequé, a decir verdad he pecado de poca fe, no ciertamente de excesiva…