II Reflexión cuarenta horas - 1836

2º REFLEXIÓN - CUARENTA HORAS – 1836

Fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo.

 (Apoc 21,3)

Yo me imagino como un rey terreno, que quiere ser padre para sus súbditos, mucho más que soberano, goza días felices y tranquilos sobre esta tierra, cuando se ve rodeado de su amado pueblo, afectuoso y contento, a los cuales prefiere mucho más como hijos amorosos que como fieles vasallos. Y si el pueblo amoroso goza de tener como don del cielo un amoroso soberano, entonces es, ciertamente, cuando piadoso y humano, cuando sonriente y amigo, se lo ve pasear por las calles y el pueblo puede acercarse y aplaudirlo sin terror y aún manifestarle sus necesidades e implorarle ayuda. He aquí entonces el gran espectáculo que mereció ver en la ya anunciada visión el gran profeta de Patmos. Dios que estaba en medio de su pueblo y su pueblo que se regocijaba rodeando a su Divino Redentor - Fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo -. He aquí ahora, mis hermanos, el gran espectáculo que tenemos estos días en medio de nosotros, que no solamente tenemos a Dios con nosotros, sino que podemos estar, es más, estamos invitados a estar con Él; y la manera como quiere que nosotros nos acerquemos y lo adoremos, es el argumento, sobre el cual yo me explayaré esta tarde y sobre el cual os ruego una constante y devota atención.

Para entender bien cómo Él nos quiere en torno a sí, bastará ver cómo se muestra con nosotros. Podría decirnos: Yo soy Dios que... etc. ... pero no - Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo. Quien come de este Pan vivirá eternamente -. Él es el Pan, por tanto, no quiere otros que aquellos que desean saciarse de Él. Él es el pan vivo, o como entienden los Padres, es vivificante para que no nos olvidemos de su divinidad y de su gracia. Él desciende del cielo para hacernos ver su amoroso empeño de llevarnos al cielo con Él. Casi nos dice: Vosotros que rodeáis mi trono, que me adoráis sobre este Altar, recordad que soy vuestro Dios bajado del cielo y por eso estad en mi presencia humildes y reverentes, pero recordad, que no estoy aquí para hacer ostentación de mi poder y de mi gloria. Estoy aquí para mostraros mi grandísimo amor, aquel amor entrañable que, no contento de haberme llevado a ser mortal, a vivir y a morir sobre la cruz por vosotros, me ha enseñado también a hacerme vuestro alimento, para unirme más estrechamente a vosotros, identificarme con vosotros y no separarme más de vosotros. - Yo soy el Pan vivo, Yo soy el Pan vivo -. Pero no soy pan, no soy alimento insensato, indiferente, para ser comido por los perros, sino más bien soy alimento de mis queridos hijos.  Soy pan viviente, soy pan de vida eterna, pan que llueve del cielo – Pan vivo bajado del cielo -. Venid, por tanto, venid a Mí para alimentaros. Pero recordad...

 

Escritos autógrafos de S. Antonio Gianelli

Predicaciones, Volumen 2, Página 71