REFLEXION CERRETA - MADRE SILVIA SILVESTRE

CERRETA…

El escenario de la infancia y primera juventud de Antonio Gianelli fue un rincón de la Liguria sita en los Apeninos, severa y casi salvaje. Nació y vivió hasta los dieciocho años en CERRETA, un pequeño arrabal de diecinueve casas y unos ciento veinte habitantes, dependiendo del municipio de Carro…

CERRETA estaba encaramada a cuatrocientos metros de altura sobre la ladera de una colina, en la región del Apenino ligur oriental…

Antonio Gianelli nació el 12 de abril de 1789, domingo de Pascua y año de la revolución francesa. Su nacimiento estuvo teñido de preocupación y tristeza por el peligro que corrían la madre y el niño en un parto complicado. El pueblo reunido en la iglesia donde Santiago, el padre era sacristán, se unió en fervorosa plegaria para rogar por la vida de la madre y del niño. En el momento del Gloria, se oyó en la casa vecina el llanto del niño que vino a alegrar la pequeña familia que ya contaba con un hijo. El pueblo de CERRETA, ante este signo concreto del amor de Dios llamo al pequeño “el hijo de la plegaria”.

Los padres Santiago Antonio y María de Toso, cultivaban alguna franja de tierra de su propiedad y los terrenos de una rica señora genovesa, Nicolasa Asseretto viuda de Rebisso, más tarde benefactora y segunda madre de Antonio.

Antonio fue el segundo de seis hijos precedido por Juan y seguido por Vicente, Ana María, Dominica, que se retiró con las Agustinas de  la Virgencita de Génova y Domingo.  Sus hijos crecían laboriosos y devotos, siguiendo el ejemplo paterno en largas jornadas fatigosamente cumplidas sobre la árida y desolada tierra.

El padre era un hombre grave y honesto: “Basta decir Toño de CERRETA para dar a entender todo un caballero” ha dejado escrito el sobrino Don Santiago. La Madre una mujer religiosísima, sencilla y analfabeta.

Tras la muerte del padre (23 de agosto de 1827), Gianelli, a la sazón arcipreste de Chiávari, confió a unos amigos que “la madre lo superaba en agudeza de ingenio en la misma proporción que el padre lo superaba en el ejercicio de la caridad”.

Mamá María, no solo tenía agudeza de ingenio, como lo notó el hijo, sino que acentuaba las dotes más bellas del marido en una riqueza de fe profundamente vivida. No sabía leer ni escribir, pero era maestra de Catecismo y hasta preparaba a los niños para la primera comunión.

…En CERRETA, la infancia de Antonio transcurrió tranquila en el nido familiar. Apenas mostró capacidad para ello, la madre comenzó a enseñarle las primeras oraciones y los rudimentos de la doctrina cristiana. En casa de los Gianelli, por la noche, rezaban juntos el rosario, que fue la primera oración larga de Antonio. De mente despierta y buen carácter, se mostró particularmente interesado  por las prácticas de piedad en casa y en la iglesia.

Los biógrafos de Gianelli concuerdan al comentar algunos aspectos característicos  de la bondad de Antonio siendo niño, la amabilidad de su índole sin asperezas ni violencias, pero dócil, serena, culta con todos y un deseo vivísimo de trasmitir a los otros, especialmente a los pobres y desgraciados, el tesoro de su fe y caridad.

La madre era feliz cuando lo oía repetir con fidelidad las predicaciones oídas o viéndolo alguna vez bajo los frondosos árboles, en recogida oración, junto a su rebaño o lo sentía a su lado escuchando atento sus explicaciones catequísticas. Con los ojos de su maternidad vidente lo miraba entonces más lejos, fuera de Cerreta, en campos más vastos, en la fertilidad de un trabajo divino.

También sus vecinos veían en el pequeño Antonio los signos precoces de un celestial llamado, como cuando uno de ellos en la fiesta de San Juan Bautista le pidió al pequeño Antonio de cinco años: “Don Antonio, haznos un sermón sobre nuestro Santo…” El niño, extendió sus bracitos y con voz infantil, articulando con dificultad las silabas, exhorto a los presentes a imitar las virtudes del santo Patrono. Recibiendo así el nombre del “pequeño predicador”.

A medida que Antonio crecía  manifestaba una inteligencia pronta y receptiva, una singular inclinación al recogimiento y una dulce bondad. Mamá  María intuye que el Señor tiene un proyecto especial para su hijo y  pide permiso a su esposo para que Antonio frecuentara la escuela que el Párroco de Castello, Don Francisco Ricci, había abierto  para los niños de las aldeas vecinas.

Un diario y largo camino le esperaba a Antonio, con todas las incomodidades de las estaciones y una frugal comida. En la escuela su ingenio y su amor al estudio no encontraron competidores. El apodo “emperador de Austria” que le pusieron sus compañeros, hacía referencia a su elevada estatura y a su carácter manso y responsable que contrastaba con el de sus compañeros bulliciosos y traviesos.

 Solamente una caligrafía un poco desaliñada en las tareas para la casa preocupaba a su maestro quien no se explicaba esa diferencia entre lo trabajado en la escuela y lo producido en el hogar.

“Ha de saber, Señor maestro – observó el jovencito mientras el rubor encendía su rostro – que he debido escribir a la luz del fuego, pues no había aceite para la lámpara”. Aquel fuego  que reunía a la pobre familia en las largas  veladas nocturnas, debía el alimentarlo por expreso encargo de su padre.

Durante el día en los intervalos de clases, visitaba a Jesús Eucaristía en la iglesia cercana  o se sentaba bajo los grandes árboles para rezar o estudiar.

A los diez años recibió por primera vez a Jesús Eucaristía, quien iluminó su vida radiante de pureza y de fe sintiendo ya en su corazón   el llamado amoroso de Jesús, Buen Pastor…para ser sacerdote y pastor como El.

Así como la casa de NAZARETH fue para Jesús, el Hijo de Dios y de María,  el lugar donde fue forjando su carácter, su personalidad, su fe, su entrega, su misión redentora…obediente siempre a José y a María.

CERRETA fue para Antonio el hogar donde se fue formando el hombre y el santo… en las rodillas de su madre aprendió el catecismo, al amor a Dios y a María. De su padre aprendió aquella caridad que lo llevo a olvidarse de si mismo para entregar lo poco que tenían al hermano que golpeaba su puerta en busca de alimento o de consuelo.

CERRETA debe ser para cada miembro de la Familia Gianellina el origen donde nace el fuego misionero que habitaba el corazón de Gianelli, la fuente de vida de donde brota la vida en abundancia, que nos recuerde la fuente bautismal y el mandato que nos confió Jesús antes de volver al Padre.

Que este año volvamos nuestros pasos a NAZARETH donde se formó el corazón de nuestro Salvador y también a CERRETA para beber de las aguas vivas de nuestro Carisma que brotan con abundancia y fecundan tantas comunidades huertanas donde juntos: sacerdotes, religiosas y laicos cultivamos  la tierra virgen de los corazones para hacer de cada uno UN JARDIN con flores, plantas y frutos de santidad y poder HACER TAMBIEN DEL MUNDO UN JARDIN PARA DIOS…