NOVIEMBRE: MES DE MARÍA

Hemos comenzado el mes de noviembre un tiempo dedicado de manera singular, a la Virgen María.

Este año estamos invitados a contemplar a María como Madre de misericordia. Una lectura atenta del relato de la anunciación, así como del Can-to del Magníficat, donde se cita expresamente la “misericordia, unida a las bodas de Caná, así como a la escena de María al pie de la cruz, ofrece un precioso compendio bíblico de la acción de la misericordia de Dios en María, que puede iluminar con fuerza, nuestras vidas y orientar nuestro testimonio actualizado y diario de las obras de misericordia.

María es, entre todas las criaturas, la que encarna el Evangelio de la misericordia divina de forma más pura. Ella es la más pura representación de la misericordia de Dios y el espejo de aquello que constituye el centro del Evangelio.

¡Cuántas veces nos hemos dirigido confiadamente a María en nuestras oraciones pidiéndole su compañía y ayuda para nosotros y para todos los necesitados! En las letanías del Rosario la imploramos como “madre de la divina gracia”, “salud de los enfermos”, “con-suelo de los afligidos” y “auxilio de los cristianos”, expresiones que nos remiten expresamente a las obras de misericordia.

En nuestras celebraciones recordemos el deseo del Papa Francisco, cuando escribió en la MV: “Que la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Nadie como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Toda su vida estuvo plasmada por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor … María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no cono-ce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús”.

Invocar a María como Madre de Misericordia es reconocer que con su intercesión en nuestro favor ante su Hijo, logra para nosotros la Misericordia de Dios. Rezando: Dios te Sal-ve Reina y Madre de misericordia, pedimos a María que “Vuelva a nosotros sus ojos miseri-cordiosos.” En otras palabras, decimos: míranos a nosotros Madre de Dios, que necesitamos la misericordia que tú misma experimentaste en toda tu vida. Madre de Misericordia, míranos a nosotros que necesitamos la misericordia de tu Hijo. María, si tu nos mitas, Él también nos mirará…es una buena jaculatoria para repetir durante el mes de María.

Mientras tanto, mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer «para su pueblo, todavía peregrino sobre la tierra, un signo de consuelo y de segura esperanza». Aquel signo tiene un rostro, aquel signo tiene un nombre: el rostro radiante de la Madre del Señor, el nombre ben-dito de María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor. Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el Bautismo, somos insertados en este misterio de salvación.

Hoy todos juntos le rezamos para que, mientras se desanuda nuestro camino sobre esta tie-rra, ella vuelva sobre nosotros sus ojos misericordiosos, nos despeje el camino, nos indique la meta, y nos muestre después de este exilio a Jesús, fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos:

¡Oh clemente,

oh piadosa,

oh dulce Virgen María!