1º
de mayo: DÍA DEL TRABAJO
SAN
JOSÉ OBRERO
“Es el Evangelio, la luz del mundo, ciencia de Dios y del hombre, código
de la vida. Ese Evangelio que en su primera página se abre con el mudo lenguaje
de San José, custodio y casi portaestandarte de ese reino de Dios, que Cristo
trajo al mundo; él les dice:
Se entra así, la entrada es la vida humilde, fuerte y sagrada del trabajo. Es
decir, en la comprensión cristiana del trabajo tenemos la puerta, tienen la llave para entrar, ustedes los trabajadores, en el mundo del espíritu, de la fe, de la luz
religiosa que da a la vida su sentido, su dignidad y su destino. Para otros, el
trabajo es la introducción, en el mundo de la materia; para ustedes, cristianos, es una iniciación en la vida superior del alma”.
(FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ OBRERO; HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI; Basílica de San Pedro; Viernes 1 de mayo de 1964)
SAN JOSÉ, PADRE
TRABAJADOR
“Un aspecto que caracteriza a san José es su relación
con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para
asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad
y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.
El trabajo se convierte en participación en la obra
misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino,
para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al
servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de
realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de
la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más
expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y
desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad
humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un
sustento digno?
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea,
colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos
rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social,
cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el
significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una
nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos
recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de
trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los
últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar
nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos
que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin
trabajo!”[1]
SAN ANTONIO GIANELLI
Y EL AMOR AL TRABAJO
AMOR AL
TRABAJO
“El amor a las fatigas. Quien es verdaderamente pobre y
lo es por amor, jamás se cansa de trabajar”.
(San Antonio Gianelli; Carta
n. 312 a las Hijas de María del 16.12.1844)
“Gianelli tiene [...] ante sí un trabajo que es
distintivo de los pobres, pero además es un trabajo que se debe amar, como lo
amaron los santos, aceptándolo de Dios y cumpliéndolo como voluntad de Dios. Un
trabajo en el cual no se busca a sí mismos, aún cuando se busca hacerlo bien, o
cuando en ello no se logra como las otras, porque se lo ama como medio de
santificación para sí y para los otros.[...]
Gianelli parte de una
consideración del trabajo como una actividad entendida, directa o
indirectamente, a servir a los pobres en sus múltiples necesidades, pero se
trata siempre de un trabajo desarrollado para santificarse. Esto es, para
Gianelli, el trabajo a amar, buscar, desear sin olvidar “que no sólo de pan
vive el hombre” (Mt 4,4) y que el trabajo no puede ser reducido a la obtención
de utilidades económicas, fuese también sólo para los más necesitados. Antes de
convertirse en una condena para el hombre el trabajo era medio para colaborar
con Dios (Gen 2,15) y con continuar su trabajo. Después del pecado el trabajo
se hizo para el hombre en pena y castigo, porque el hombre debe percibir que,
como él ha resistido a Dios, así la realidad creada se resiste a él (cf. Gen
3,17-19).
Cristo ha querido, como
hombre, sujetarse a las ley del trabajo y otro tanto han hecho los Apóstoles,
pero a la luz del hecho que “pasa la figura de este mundo” (1 Cor 7,31) el
trabajo es al mismo tiempo salvado y transfigurado. No se tata más sólo de
colaborar al plan de la creación, sino también al de participar en la
redención, recapitulando en Cristo y por Cristo todas las cosas y las propias
actividades. En esta línea el trabajo se convierte en medio de santificación en
cuanto cumplimiento de un deber, expiación de las propias culpas y de las
ajenas y campo de ejercicio de muchas virtudes, en las cuales se especifica la
respuesta de amor del hombre al amor de Dios y hacia el prójimo. Para que el
trabajo asuma siempre más su dimensión santificante, es necesario que sea
animado de una recta intención y, sobre este punto, Gianelli es explícito en
cuanto considera el trabajo como forma de “hacer el bien” al prójimo, para
santificarse y santificarlo. El trabajo a amar, ara Gianelli, está constituido
de las “santas acciones de vuestra vida operante por la salvación de las almas”
y de las “todas las obras santas de vuestro Instituto”. Junto a la recta
intención, el trabajo santifica, si está hecho en la presencia de Dios y si es
desarrollado bajo el signo de la unión con Él. También para esta dimensión
Gianelli había provisto con disposiciones relativas a la unión del trabajo con
la oración y al trabajo a desarrollar bajo el signo de la obediencia”[2].
[1] Carta apostólica Patris Corde del
santo Padre Francisco con motivo del 150.° aniversario de la declaración de san José como
patrono de la Iglesia Universal.
[2] Hijas de María Ssma. del Huerto; Los quince Artículos de Antonio Gianelli; Nuestro manantial de vida A cargo del P. Mario Lessi Ariosto, SJ. Y del Equipo para el estudio del
Carisma ; Roma 2003.