RIQUEZAS ESPIRITUALES DE SAN ANTONIO MARÍA GIANELLI
Obispo y Fundador del Instituto
de las Hijas de María Santísima del Huerto
SAN ANTONIO MARÍA GIANELLI
“Perla del Episcopado” (1789 – 1846)
a) Vida y Obra
“Era una flor, nacida en tierra inculta,
que tenía necesidad de ser trasplantada a muy distinto terreno,
para allí crecer y desplegar toda su natural belleza”
“Un testimonio viviente tiene más valor ante nuestros ojos que las más bellas fantasías y las más hábiles adaptaciones”. Si bien con otras palabras, esto es lo que escribía en 1846, don Santiago Gianelli, sobrino del Santo.
Don Nicoló Barabino, Rector del Seminario de Génova, estaba recogiendo escritos y testimonios para redactar una biografía del Fundador. Fue requerido también el testimonio de don Santiago Gianelli, ¿quien, más y mejor que ningún otro, estaba en condiciones de proporcionarlo, por la familiaridad que tenía con el Santo?. A fines de junio de 1846, a veinte días escasos de la muerte del tío, don Santiago escribe a Barabino en estos términos:
“No le ocultaré el pensamiento que se me presentó al enterarme del proyecto que se tenía de dar a la imprenta su biografía. El pensamiento que tuve fue este: que la biografía, aún cuando fuere escrita bien y con elegancia, sería poca cosa para comprender los grandes méritos y las luminosas virtudes de aquel hombre incomparable, tanto más que la biografía, una vez leída, ya no se vuelve a leer, y muchos y muchas creerán, quizá, que están suficientemente instruidos en ella”.
El escrito que presentamos, no es una nueva biografía de A. Gianelli, sino que queremos ofrecer algunas pistas para comprender la riqueza espiritual y humana que caracterizó a nuestro Fundador. Este es el motivo que nos llevó a seleccionar algunos tramos importantes de su vida, (dando por sabidos los detalles de su infancia y adolescencia) a partir de 1807 hasta su muerte en 1846.
Como dice un escritor: “No juzguemos a los hombres sino sobre la base de sus hechos…”, tratemos de ver más allá de la palabra escrita, toda la vida y la santidad de este hombre de Dios, y sintámonos orgullosos del patrimonio espiritual que nos dejó.
Reavivemos en nuestros corazones la conciencia de esta gran herencia, que es al mismo tiempo, un compromiso y un llamado a Evangelizar también nosotros, como DISCÍPULOS-MISIONEROS.
Agradezcamos a Dios por la vida santa de nuestro Padre Fundador, por el patrimonio espiritual que nos dejó, y por el ejemplo de santidad que lo animó a entregarse generosamente a trabajar por el Reino de Dios.
Nos enseñó que solamente la santidad hará fecundo nuestro apostolado y que para ‘evangelizar’ debemos aligerar nuestras mochilas, dejando todo aquello que pueda impedirnos amar y evangelizar e ir “donde otros no pueden ir…”
Este año, en que se celebran los 150 años de la llegada de las Hijas de María S. del Huerto a la Argentina, tiene que ser un “tiempo de gracia” para “hacer memoria, actualizar, dar a conocer y celebrar” el don de la vida del Santo, su herencia espiritual y la pasión apostólica que dejó como legado a toda la Familia Gianellina.
Capítulo I
1. SEMINARISTA (1807-1812)
Los estudios medios de Gianelli preludiaron su entrada en el seminario, sin que estuviera claro cómo sucedería, pues sólo una cosa era cierta: a la familia le sería imposible mantenerlo en el Seminario de Génova durante algunos años.
El problema encontró una solución providencial en la señora Nicolaza Rebiso quien se ofreció para dar hospedaje al joven Gianelli en su Palacio de Génova, a la espera de poder colocarlo en el Seminario.
Durante aquel año (1807), Gianelli frecuentó el Seminario de Génova como alumno externo y pronto iba a destacarse por su piedad y por su aplicación con lo cual se ganó la estima y el amor de todos.
Con la apertura del segundo año escolar, el 11 de noviembre de 1808, nuestro santo fue acogido finalmente como alumno interno del Seminario y comenzó la que él consideró siempre, la etapa más feliz de su vida.
Anota textualmente el primer biógrafo:
“Solía decir después, aun cuando era Obispo – y yo lo escuché de su propia boca – no haber vivido mejores días que los que pasó en el Seminario; y entre él y los que fueron sus compañeros de entonces se mantuvo siempre una inalterable y exquisita amistad”.
En los primeros días el Cardenal Spina se presentó en el Seminario para tomar contacto con los clérigos. En el refectorio, al pasar junto a Gianelli, le preguntó si estaba contento con el tratamiento.
“Contentísimo, respondió Antonio, no soy digno de tanto”.
Cuando el Cardenal se alejó, los compañeros de mesa lo acusaron de haber dicho una mentira para congraciarse con el arzobispo; pero él, sin dejarse intimidar, replicó que para él todo era bueno y quien fuera de diverso parecer debía tener el coraje de decírselo al cardenal.
Con ocasión del carnaval se solía organizar en el Seminario un entretenimiento teatral. A Gianelli, que era el número uno de su clase, le tocó interpretar el papel del protagonista del drama escrito por un jesuita, sobre el mártir Eustaquio.
Lo interpretó con fervor y convicción. En una lista de Santos Protectores escrita por Gianelli, se encuentra el nombre del Mártir con esta apostilla:
“Siendo yo estudiante de Retórica, le representé en una tragedia devota, que se dio en el Seminario de Génova”.
El mismo año, 1809, el profesor de retórica don Carosio había restablecido en el Seminario una academia literaria llamada “de los Constantes”, de la que formaban parte los alumnos más brillantes. Gianelli fue puesto al frente; en el discurso inaugural habló de la virtud de la constancia, fundada en la fortaleza, que abate los vicios contrarios: el orgullo, la pereza y la envidia. Lo que más impresiona en el discurso es la agudeza y elevación de los pensamientos. El desarrollo preciso y directo de sus discursos, demuestran una madurez no fácil de encontrar en un joven alumno. Esto permite apreciar en él, la madera de un hombre y un santo.
Al año siguiente pasó al curso de filosofía. En los dos años escolares 1809-1810 y 1810-1811 siguió siendo el número uno de la clase.
El cardenal Spina que tenía urgente necesidad de óptimos sacerdotes, no perdía de vista a Gianelli, y quiso premiar sus dotes de espíritu y de ingenio y las garantías que ofrecía su conducta ejemplar, admitiéndolo como una excepción al Subdiaconado, en setiembre de 1811, antes que Gianelli comenzara los estudios de teología. Otra excepción fue el permiso otorgado al flamante Subdiácono para predicar. De los primeros ensayos de Gianelli como predicador se conservan un panegírico a san Luis, otro a san Roque y una novena a los difuntos.
Su participación en una misión, entre setiembre de 1811 y marzo de 1812, fue el preludio de un ministerio para el que estaba singularmente dotado y que, hasta la muerte, estará entre sus preferidos. En aquella misión se le encomendó una de las predicaciones más destacadas: la de la muerte.
El estudio de la teología ocupó los años comprendidos entre 1811 y 1813.
Los profesores dictaban en clase sus lecciones y a menudo hacían subir a Gianelli a la cátedra para explicar a los compañeros los puntos más difíciles.
De cualquier modo su formación intelectual fue muy apresurada. Diácono desde marzo de 1812, apenas cumplidos los 23 años, recibió de manos del Cardenal Spina la unción y el honor del sacerdocio el 23 de mayo, vigilia de la fiesta de la Santísima Trinidad.
Tres lustros más tarde, el cardenal Lambruschini lo enviará como Arcipreste de Chiavari, diciendo: “os envío la más hermosa flor de mi jardín”.
Capítulo 2
2. SACERDOTE (1812-1838)
“Dios, Dios, Dios sólo”
Antonio Gianelli fue ordenado sacerdote en mayo de 1812, con sólo 23 años de edad, pero continúa como seminarista el año escolar de 1812.
En 1813 fue destinado a la Iglesia abacial de San Mateo en Génova, parroquia gentilicia de la familia Doria.
En los apuntes autógrafos fechados en 1840, Gianelli escribe:
“La iglesia de san Mateo fue la primera en que ejercité el ministerio sacerdotal nada más hacerme sacerdote, primero en calidad de Cura y colaborador del imposibilitado abad Mazzola, antaño célebre orador, luego como Ecónomo”
El compromiso duró poco más de dos años y medio, desde el 15 de febrero de 1813 hasta setiembre de 1815.
Francisco Mazzola, un ex jesuita profesor de elocuencia en la universidad de Génova, había tomado posesión de la abadía en 1806. Cuando Gianelli fue nombrado Mazzola, estaba casi paralítico. Entre las predicaciones que nos han llegado de ese tiempo, existe un comentario del evangelio del domingo después de la Epifanía. Gianelli, en el exordio se excusa ante el auditorio por su falta de experiencia. En realidad ya tenía muy claras las ideas sobre las exigencias de una predicación auténticamente evangélica, y escribe:
“La sencillez y la claridad serán mi guía constante y consideraré siempre un deber riguroso, para la comprensión de todos, sacrificar cualquier bello adorno que pudiera proporcionarme el arte o la industria”.
Esta sencillez fue también fruto del esfuerzo. Años más tarde, siendo Obispo en Bobbio, “confesaba a sus seminaristas que había empleado más tiempo en librarse de la retórica que en aprenderla”.
En la prédica citada precedentemente, dijo a los oyentes:
“Vosotros debéis buscar la verdad y no la elegancia, y yo debo ser diligente en descubrirla ante vuestra mirada con sencillez y naturalidad. El espíritu del Evangelio es harto dulce y penetrante por sí mismo, por lo que yo no haré otra cosa que descubrirlo en la medida en que se me conceda, y me guardaré mucho de introducir la más mínima alteración. Lejos, por tanto, de nosotros las divisiones estudiadas, los puntos singulares, las alusiones sofisticadas, cuando éstas no broten como por sí mismas y se presenten espontáneas a primera vista. Me impondré la obligación de seguir las huellas del texto sagrado, como las más útiles y las más seguras, pues las enseñanzas de aquel Espíritu divino que instruye en toda verdad y que es maestro y guía de todo saber”.
Esta “regla de oro” según la cual en la predicación evangélica, no se debe rebajar el texto sagrado, es válida y urgente también hoy, cuando tanto se habla de la necesidad de “evangelizar” al pueblo de Dios.
Con la ordenación sacerdotal comenzó a multiplicar sus predicaciones en la ciudad y pueblos vecinos. Algunos años más tarde, hablando del discípulo y amigo Ángel De Benedetti, él distinguirá dos tipos de ministerio en el sacerdocio:
- pastoral, es decir en la parroquia, y,
- apostólico, consistente en predicaciones itinerantes.
Antonio se dedicó a ambos ministerios, hasta el final de su vida.
La predicación de la palabra de Dios acompañó, como una constante las actividades de Gianelli como vicepárroco, profesor, párroco, arcipreste y Obispo. La predicación fue su vocación más profunda. Por este motivo, el 23 de mayo de 1814, fue recibido como “novicio” entre los Misioneros Rurales, una Congregación eclesiástica fundada en Génova en 1713; en 1817 pasó a ser “coadjutor” y en 1821 “obrero”. En 1825 lo eligieron superior. Los miembros de la Congregación se comprometían a procurar la propia santificación y evangelizar campos y pueblos de la extensa arquidiócesis, cargando con todos los gastos correspondientes.
La primera misión en que tomó parte, del 5 al 23 de mayo de 1815, fue la de Càlice. Gianelli anota en un apunte:
“Al partir de aquel pueblo experimenté gran dolor y pensé: ¿cuál será el pesar que sienta un alma condenada a tener que separarse para siempre de Dios?”
La inquietud por la salvación de las almas es ya una característica del joven sacerdote.
El abad Mazzola, murió el 15 de febrero de 1815, al día siguiente el Arzobispo Spina le manda a Gianelli el decreto de nombramiento de vice-abad, o sea Ecónomo, confiriéndole “plenitud de autoridad para hacer y administrar todo, no de otro modo que si fuera cabal y verdadero abad”.
Gianelli vivió y comunicó la alegría de su vocación. Esta alegría fluía de la conciencia de saberse totalmente entregado a Cristo. En su amor a Cristo llegaba a aquella libertad interior, llegaba a vivir una alegría que crece con las contrariedades, con las amarguras que no le fueron evitadas. Su alegría era hija de una fe que se transformaba en puro abandono.
Verdaderamente la luz del Resucitado lo acompañaba en todas las encrucijadas del dolor y él sentía de estar recorriendo el camino divino.
Su corazón ardió de deseo por partirse y repartirse totalmente a todos, por amor a Dios.
2.1. Profesor de Retórica
En 1815 Gianelli es llamado para dar clases de retórica en el colegio que los religiosos de las Escuelas Pías, llamados también escolapios, tenían en Cárcare, un pueblo asentado en la falda de los Apeninos, en un amplio valle.
Antes de dejar Génova y la Iglesia de San Mateo, Gianelli fue a despedirse del Cardenal Spina, quien, sonriendo le dice que ha hecho bien en aceptar el encargo, y añade que espera tener pronto noticias suyas. Gianelli no tardó en escribirle desde Cárcare, y en la carta describe el ambiente que lo había recibido:
“El pueblo no es próspero, pero el clima y los campos son amenísimos… El edificio del colegio no es gran cosa, pero el sistema educativo me ha sorprendido. La juventud, sin el rigor de los castigos, se conserva con una sensatez que me sorprende. Todo el secreto estriba en el buen acuerdo y la buena inteligencia de los Prefectos y de los Profesores con el Padre Rector, quienes ponen empeño en conocer el genio y condición de los alumnos y en tenerlos ocupados…”.
En el Elogio fúnebre de Gianelli, el padre Agustín Dasso, prepósito provincial de los escolapios, dice que el colegio de Cárcare era “floreciente entonces en hombres de mucha ciencia y piedad”. En cuanto a Gianelli, escribe: “…quiso para sí, y de manera obstinada, la celda que le pareció más abandonada, expuesta al frío y pobre; fue servidor de todos indistintamente y en todo, dentro y fuera. Por lo cual fue apreciado y venerado por todos, y muy querido por el Rector de allí, y recibió por donaire el nombre de un buen hace-de-todo.
2.2. De regreso a Génova
El Cardenal Spina no tardó en hacer regresar a Gianelli a Génova, encargándole la cátedra de Retórica en el Seminario. Gianelli se sentía muy feliz de estar nuevamente en el Seminario, en el que permaneció por espacio de diez años, tiempo suficiente para dar a la enseñanza una impronta personal, para acumular experiencias que lo prepararán para las futuras tareas y para tejer una red de amistades, especialmente sacerdotales.
Barabino, uno de sus alumnos, afirma:
“Al dar clase se había propuesto, ante todo, procurar el mayor progreso de sus alumnos y para conseguirlo nada dejaba sin hacer. Hacía saborear los ejemplos de los clásicos tanto latinos como italianos, e invitaba a los jóvenes a imitarlos…… Grave y afable a la vez, se atraía a un mismo tiempo el respeto y el amor de sus discípulos de los cuales muchos consiguieron cargos brillantes…Y no sólo atendía a instruir la mente de los alumnos, sino más todavía a formar su corazón”
El segundo de sus biógrafos hace una referencia a su método de enseñar: “Su primer pensamiento era hacer conocer los autores clásicos de lengua latina e italiana; siendo un privilegio del que sólo puede enorgullecerse nuestra nación, el de poseer dos lenguas verdaderamente clásicas… comentaba, analizaba a los historiadores, a los prosistas, a los poetas principales y les hacía notar las más escondidas bellezas, cultivando la lengua italiana y la latina con el mismo entusiasmo”.
Gianelli, - advierte uno de sus alumnos- , dotado de inteligencia creadora, guiaba a los alumnos por el mismo camino: se preocupaba poco por el ejercicio de la memoria y por las versiones ajenas, prefiriendo que trataran de hacer algo original.
El escrito más completo de nuestro santo, relativo a la retórica, es un compendio de sus Preceptos Retóricos, un “tratadito” compuesto por los años 1824-26. En el mismo revela viveza de inteligencia, espíritu de observación y buena cultura clásica.
Al final del año escolar el profesor de retórica preparaba una prueba pública del aprovechamiento de sus alumnos. El primer año, Gianelli presentó de nuevo el tema “La gloria verdadera”, propuesto ya en Cárcare el año anterior.
Gianelli, además, se dio cuenta que es “una cosa bien distinta educar ciudadanos para el Estado que formar sacerdotes para la Iglesia”.
Se debían persuadir que “en cualquier tierra, en cualquier lugar, en cualquier provincia del mundo, pertenecían a la Iglesia; y de que ésta es una sola, y sólo ésta infalible, y ésta sólo con Roma, y en Roma”.
2.3. Director de Disciplina
Por la “Crónica del Seminario de Génova” de 1803, se sabe que “la disciplina estaba en decadencia. Se admitía a los alumnos en gran número, quizá con ligereza. Muchos no tenían espíritu eclesiástico; eran indisciplinados y carecían de buenos hábitos”. Los seminaristas mayores “aunque fueran de los mejores no observaban las reglas; al margen de toda vigilancia, impedían y echaban a perder la regularidad general; se producían frecuentes desórdenes, excesos en el comer y en el beber y cosas peores. El rector expulsó a muchos; los prefectos no gozaban de la estima de los alumnos y eran incapaces de formar su espíritu y su corazón”.
Monseñor Lambruschini, que tenía vasta experiencia de colegios eclesiásticos, emprendió inmediatamente una reforma radical. En noviembre de 1822, informa al Rector la decisión de darle una ayuda con la creación del cargo de “director de disciplina” y le comunicaba el nombre preferido: “Informados plenamente de la piedad y celo que adornan al sacerdote Gianelli, lo hemos destinado a cubrir este cargo”.
En el seminario de Génova, entre los documentos del período en el cual estuvo Gianelli, existen las “listas o nóminas” ordenadas por el Arzobispo Lambruschini, con decreto del 10 de noviembre de 1822, cuando fue creado el cargo de director de disciplina en la persona de Gianelli, al que se alude precedentemente. En ellas se expresaban, mensualmente los juicios (“censuras”) del rector, de los profesores, de los prefectos y las “observaciones” del director de disciplina. Tales listas se iniciaron el 31 de diciembre de 1822.
Se lee en los procesos que Gianelli tenía una capacidad de discernimiento particular para distinguir la vocación al sacerdocio. El amor por el hombre y la estima de su personal vocación le permitieron percibir ese quid imponderable que distingue un “llamado”.
Este amor al hombre, en su experiencia personal como educador, le sugerirá más tarde normas de inalterable prudencia pedagógica para las Hijas de María llamadas al “difícil arte de educar”.
Un espléndido documento que demuestra la preocupación de Gianelli por sus alumnos y que habla de sus intuiciones, es la carta con la que recomendaba al arzobispo al seminarista Salvador Magnasco. Para este seminarista, Gianelli pide una beca, o por lo menos, una fuerte reducción de la misma, aduciendo razones valiosísimas: pobre y huérfano de padre; sólida vocación y no comunes dotes de ánimo y de inteligencia.
“Escribe unas cartas que hacen que se le salten a uno las lágrimas; huérfano de padre, teniendo la madre que cargar con una familia numerosa y sin recurso alguno, él no sabe qué partido tomar…en el Seminario no hay otro que reúna, como él, todas las cualidades requeridas para que resulte un óptimo Eclesiástico, más aun, un gran hombre. Cordura irreprensible, prudencia por encima de su edad, gusto refinado, talento universal”.
Con total libertad de espíritu con el superior, hace una amarga consideración sobre el manejo de la justicia en la asignación de las becas en el seminario de Génova:
“No puedo creer que mientras muchos torpes y muchos bastante dudosos (por no decir mal dispuestos) e incluso forasteros, disfrutan de los bienes del Seminario, este Diácono que tanto promete haya de quedar abandonado a su mala suerte. Yo no podría soportarlo sino con inmenso dolor… No son pocos los sinsabores que he tenido y que sigo teniendo por el bien del Seminario. Espero que la bondad de Vuestra Excelencia querrá librarme de este, que me llegaría hasta lo más profundo del corazón. Me intereso por la justicia, por la virtud, por el bien de la Iglesia y del Seminario”.
Esta enérgica y urgente intervención de Gianelli sirvió para salvar a quien, en el futuro, fue Arzobispo de Génova y con amor promovió la causa de beatificación de Gianelli.
Es de éste período la primera publicación impresa de Gianelli, un librito titulado “Reglas de urbanidad y buena crianza”, publicadas por orden del arzobispo quien ordenó que cada alumno del seminario, interno o externo, estuviera provisto de un ejemplar.
Las “reglas dispositivas y preparatorias” se abren con una sentencia de oro:
“La primera cortesía y la más noble de todas las formas de urbanidad es tolerar y soportar a quien no la tiene”
Durante el año escolar 1823-24 Gianelli renunció al cargo de director de disciplina. El reglamento de Monseñor Lambruschini había puesto prácticamente en manos de Gianelli, el destino de la buena marcha del seminario. Esto disgustó al Rector, el canónigo Bartolomé Parodi, quien, respaldado por los prefectos del seminario, acabó por sabotear la obra del director de disciplina.
Lambruschini acepa la renuncia y la considera como una muestra de la delicadeza de conciencia de Gianelli. Con la renuncia de Gianelli, el arzobispo suprimió el cargo.
Nuestro santo continuó tranquilamente su enseñanza, hasta que, en 1826 dejó Génova, en el momento de hacerse cargo, como Párroco, de la Parroquia de San Juan Bautista de Chiavari.
2.4. Orador y director de espíritu
Entre el año 1821 y 1826 desempeñó el delicado cargo de capellán, confesor y director espiritual en el Conservatorio de las Hijas de San José, de Génova. Compuso para aquellas religiosas un nuevo reglamento, predicó instrucciones entre 1823-24 sobre la humildad, la obediencia, la paciencia, la mansedumbre, la mortificación, la modestia, la docilidad, el silencio y otras instrucciones sobre las virtudes cardinales.
En octubre de 1826 terminó de escribir las Reglas y Costumbres que han de observar las Hijas de san José. Gracias a la dirección espiritual de nuestro Fundador, la Comunidad del Conservatorio de las Hijas de san José “se había convertido en un sólo corazón y una sola alma, y su monasterio era un verdadero paraíso terrestre… eran una cincuentena y todas se confesaban con su amadísimo y piadosísimo director”
En aquel Conservatorio dejó la huella indeleble de su espíritu. Las religiosas no lo olvidaron y a su vez las Hijas de san José permanecieron en el corazón de Gianelli, quien, siendo Arcipreste en Chiavari y después Obispo en Bobbio, no dejaba nunca de visitarlas y de improvisar una pequeña predicación cuando tenía ocasión de dirigirse a Génova.
Asistió espiritualmente también a algunos Monasterios de clausura, como el de la Santísima Anunciata y Encarnación, donde pronunció varios sermones.
Tampoco le faltó, a Gianelli, la experiencia de apostolado directo entre los laicos, organizados según la costumbre de la época, fue director espiritual de la Cofradía de la Santa Cruz, en la que desplegó su ardiente celo con las instrucciones y panegíricos, la asistencia a las reuniones, hasta dejar en aquel grupo de laicos, diversos por sus condiciones y aptitudes, una íntima y benéfica influencia y un vivo recuerdo de sí.
Pero su actividad no termina aquí. Conocieron su ministerio múltiple e infatigable las Religiosas llamadas vulgarmente las Azules, las Agustinas de San Sebastián, las Penitentes del Espíritu Santo y otras más.
Pertenecía además a los Misioneros Rurales. Desde el año 1817 al 1825 se cuentan cerca de siete Misiones, mayor número de Ejercicios Espirituales y muchas predicaciones, las más importantes y multitudinarias fueron sobre los temas clásicos de las misiones populares: la penitencia, la conversión, el pecado, el juicio universal, el valor del tiempo, la devoción a María, el infierno, el paraíso, el número de los elegidos, el amor a los enemigos, la suavidad de la ley de Dios, las tribulaciones, la misericordia de Dios, la obligación de hacerse santos, la perseverancia final.
Se destaca que Gianelli era muy solicitado como orador y nunca se negó. Por algo ha pasado a la historia como uno de los más prestigiosos oradores de su tiempo.
Pero Dios reservaba al joven sacerdote, al profesor, al Misionero Ardiente, al panegirista codiciado y disputado, las insidias sutiles de una ardua prueba, a fin de templarlo y disponerlo para nuevas fatigas y más altos designios.
2.5. Arcipreste en Chiavari (1826-1838). “Todo para todos”
En enero de 1826 el Archiprestazgo de Chiávari, había perdido a su titular tras la muerte de Monseñor José Cocchi, “uno de los pastores más eminentes que haya podido asumir el gobierno espiritual de un pueblo”, según han escrito de él.
Don Cocchi, rico de ingenio y de prudencia, había dirigido la Parroquia en tiempos bastantes difíciles, por espacio de unos treinta años, conociendo también la amargura del destierro. No era fácil proveer de un sucesor.
El Arzobispo Lambruschini pensó en Gianelli, profesor en su Seminario y cuando comunicó la elección a las autoridades de Chiavari, les dijo: “Os mando la más bella flor de mi jardín”.
Una vez recibida la Bula respectiva con fecha 27 de abril de 1826, Gianelli se preparó para entrar en su parroquia, el 21 de junio, fiesta de san Luis Gonzaga.
“Haz de cuenta como que vas a emprender una misión, no de pocos días, sino de diez o doce años”, le había dicho el Arzobispo de Génova cuando le encargó el gobierno pastoral de esa importante parroquia. Y fue como una revelación profética, ya que doce años después, en 1838, fue llamado al Gobierno de la Diócesis de Bobbio.
El joven Arcipreste estaba totalmente absorbido por el ímpetu ardiente de un apostolado multiforme y sin respiro.
Napoleón la hizo (a Chiavari) capital del Departamento de los Apeninos, que comprendía los confines actuales de la Diócesis de Chiavari con el agregado de la Val d’Aveto y l’alta Val di Vara. Así permaneció por varios años también bajo el dominio sabaudo.
La mentalidad de los habitantes era más bien cerrada, enraizada en pacíficas tradiciones y egoístas autosuficiencias. Las Iglesias principales eran San Juan Bautista y el Santuario de la Virgen del Huerto.
Del sermón pronunciado por Gianelli el día de su ingreso en Chiavari se conserva la primera parte, suponiéndose que la segunda fue fruto de su capacidad de improvisación.
El nuevo arcipreste traza un cuadro preciso de las características morales y sociales de sus fieles, y lo hace con tanta claridad que nos será fácil intuir el por qué de sus opciones pastorales y apostólicas, su tipo de predicación y la insistencia en que algunas normas éticas fueran respetadas.
Dice el santo:
“… encontrareis un pueblo todo paz, un pueblo todo religioso y piadoso; pero el mundo pervertido en el cual vivimos difunde el libertinaje, la incredulidad… y prueba nuestra inclinación al mal”
“La conciencia está confundida y mal hechas las confesiones, los vicios son muchos, los pecados innumerables, los obstáculos son fuertes, y los temores demasiados grandes”
El problema de los pobres fue afrontado en forma sumamente concreta.
Gianelli escribe:
”La limosna no importa tanto darla, cuanto saberla dar. Si el párroco la da en forma indiferente o promiscua al que se presenta, no será de mucha utilidad y en su mayor parte despilfarrada. Peor si se la da al que más llora o al que más grita, que a menudo son los más viciosos”.
Gianelli se preocupaba, en beneficiar a las familias y prefería dar la limosna a las madres para evitar que los hombres la emplearan en la fonda.
“Los pobres son muchos, por desgracia ignorantes y descuidados en sus deberes Religiosos. Los hombres especialmente frecuentan muy poco la Palabra divina y los Sacramentos, y los jóvenes pobres se hacen irresponsables, porque se alimentan en la ignorancia y en los vicios que aprenden de sus progenitores”.
La pastoral de Gianelli fue global y tuvo un significativo alcance social. Él se niega a considerar la tarea de un párroco como la de un empleado que debe cumplir horario recluido en una oficina. Tal deber se debía cumplir, no solamente desde los altares, sino por todas partes y siempre, insistiendo, rogando, reprendiendo oportuna e inoportunamente, como quiere San Pablo. Aun cuando se lo tomase a mal y diese lugar a resentimientos. No existe género alguno de piedad que él no deba usar con los arrepentidos y contritos; mas tampoco existe instancia que deba omitir con quien se obstina en el mal.
Había en él una particular insistencia sobre la predicación de los Cuaresmales,. Consideraba la cuaresma como tiempo particular de la presencia de Dios, que llama a una conversión radical, como tiempo, tal vez último-don, tiempo-don del que brota la urgencia de una decisión. Jesús que llama y exhorta a un radical cambio de vida.
Cristo, es para los evangelistas, el ahora de la presencia de Dios, es el hoy de la salvación, el hoy de la liberación. Es por tanto, un hoy de alegría, de misericordia. El ahora de la venida de aquel que nos trae la Revelación, corresponde el ahora de la predicación de la Palabra, entendida como ocasión en la cual se decide por la vida o por la muerte.
No se puede postergar la decisión del hoy para mañana, ni endurecer el corazón. Hay que decidir vivir para Dios. Para Gianelli, la predicación, especialmente en la Misión y en Cuaresma, es la voz de Dios que llama a la salvación y en su misericordia nos conduce a una vida de alegría.
El era en verdad el ministro de la palabra, y la anunciaba no solamente al pueblo todo de la Parroquia, sino en particular a los Clérigos, a los alumnos de las escuelas Pías, a las Clarisas, en la Cuaresma y en los Retiros anuales, a los pobres encarcelados, es decir, en donde le fuese pedido o él viese la necesidad, predicaba infatigablemente las máximas eternas a su grey dilecta.
Salvador Magnasco, Arzobispo de Génova, con ocasión del proceso de canonización hizo una declaración jurada sobre el cuidado de Gianelli por los enfermos:
“trabajaba con celo incansable en su parroquia predicando, confesando, visitando enfermos a domicilio y en el hospital; se dirigía allí especialmente por la noche; de forma que regresaba a casa bastante tarde. Más de una vez, al dirigirme yo a su casa, lo hallaba de regreso poco antes de medianoche; asistía a su cena, sumamente parca, que tomaba con el reloj sobre la mesa”.
Más explícito es otro testigo:
“Gianelli no sólo acudía al lecho de los enfermos siempre que era requerido, sino también cuando no se había pensado llamarlo, y sin distinción entre ricos y pobres. No se contentaba con la asistencia de otros sacerdotes, sino que iba personalmente para darse cuenta de la necesidad espiritual y material del enfermo. “Sólo para estas y otras tareas del ministerio y de su activa caridad salía de casa… Y, respecto a los enfermos, no constituía un motivo de molestia levantarse tempestivamente de la cama en cualquier estación, ni quedarse junto a ellos largas noches en vela, o tomar un incómodo y escaso descanso en sus casas”
No descuidó nada con el objeto de incrementar la piedad. Existía en Chiavari una cofradía de gente laica llamada de la Coronita, atendida por una Congregación de sacerdotes con el título de san Felipe Neri, Gianelli propuso y consiguió que cada domingo cuatro miembros, acompañados por un sacerdotes que, a menudo era él mismo, fueran al hospital a atender material y espiritualmente a los enfermos, confortándolos con santas palabras a que sufrieran con paciencia.
Chiavari tenía una Sociedad Económica, único estímulo en el campo socio-político.
Esta Sociedad, de la que participó también Gianelli, había sido instituida y promovida, de acuerdo a los criterios que informaban las organizaciones económico-sociales del siglo XVIII, sobre los lineamientos de la Sociedad Patria de Génova, llamada “Instituto de la Sociedad Patriótica”. Su múltiple actividad estaba, sobre todo, destinada a desarrollar una mayor y mejor industrialización de la región lígure, propiciando un ingenioso y razonable empleo de los medios técnicos, puestos a disposición por la ciencia y para un mejor aprovechamiento de las riquezas locales.
Los principales recursos provenían, en parte de la agricultura y por otra parte de las pequeñas industrias locales: como la de las sillas en forma de campana, la de las puntillas, de los terciopelos, las sedas damascadas de Lorsica, telas de lino tejidas con telares a mano o a vapor, macramé, cuerdas, fabricación de remos, saladeros de pescados, hongos secos… Gianelli se interesó también por los objetivos sociales de la Institución.
En 1827 Antonio Gianelli, hizo nacer de la Sociedad Económica una institución nueva para Chiavari, donde no existía ninguna institución femenina comprometida en el bien público. Convocó a las mujeres de los socios y con mucho garbo, dijo que ninguno hasta entonces había pensado recurrir a las mujeres para aprovechar su natural inclinación al bien. Las señoras tenían que ser las madres de las huerfanitas como lo eran de sus hijos: “madres verdaderas de caridad” y “ricas en caridad”.
Para la instrucción y la asistencia moral de los niños introdujo y cultivó las Congregaciones de San Rafael y de Santa Dorotea, fundadas por dos sacerdotes nacidos en Bérgamo.
Atendió con fervor la “Obra de la Propagación de la Fe” fundada no hacía mucho tiempo, y lo seguirá haciendo como Obispo, tornó familiar el rezo del santo Rosario, y promovió la devoción eucarística mediante la “Adoración Perpetua”.
2.6. Fundador Inspirado.
“Los Misioneros de San Alfonso María de Ligorio” (1827)
Chiavari contaba con un clero numeroso y bueno, un clero joven, floreciente y prometedor; un pueblo cristiano que secundaba a ese clero en el ardor apostólico; todos ellos formaban un digno marco al Arcipreste, alma solícita, inspiradora de todo bien y de toda obra buena y suscitadora de santos entusiasmos.
Gianelli quería perpetuar el bien, difundirlo y dilatarlo sin fronteras:
“La bondad es difusiva, y si no tiene ocasión de ejercitarse no puede difundirse”.
Se había ganado espiritualmente a doce de los mejores entre los Sacerdotes de su clero, capaces de compartir con él ideas y esperanzas y seguir sus impulsos. Se valía de ellos para la obra de los Ejercicios Espirituales a sus sacerdotes. ¿Por qué no ligarlos a esta obra de un modo estable y permanente? ¿Por qué no ampliar esta obra llevando sus frutos directamente al seno del pueblo…?
Así nació, en 1827, la “Congregación de los Misioneros de San Alfonso María de Ligorio”; en ella tuvo el santo Arcipreste sus primeros Doce Compañeros, a los que animaba con su ejemplo. Su discípulo y gran amigo, Barabino, escribe:
“Yendo él delante con el ejemplo de un celo infatigable, siempre que las preocupaciones de su pastoral ministerio se lo consintiesen, la Congregación comenzó a producir abundantes frutos de salvación, y él, como la viera ya un tanto adulta, le dio un código de sapientísimas Constituciones”.
El objetivo que traza Gianelli para su naciente Congregación, no es otro que el de obrar la propia santificación, cooperando con la de los demás, y facilitándola… Como padre y fundador de esta Congregación, nuestro santo no dejó nunca de ser su alma, y su sostén principal y hasta cuando fue Obispo la mantenía viva, la promovía e impulsaba con exhortaciones cuando volvía a Chiavari, o a través de cartas que escribía desde su sede diocesana.
Esta Congregación, en poco tiempo de fundación, contaban con treinta Misiones realizadas en distintas diócesis: Génova, Sarzana, Tortona, Bobbio, etc. Por invitación de los párrocos o de los mismos Obispos. Los “colosos Misioneros de Gianelli” no limitaban su obra sóloal pueblo, sino que la extendían en dar frecuentes Ejercicios Espirituales al Clero y a las religiosas, con efectos saludables en aquellos tiempos en que comenzaba a realizarse una restauración religiosa y un renacimiento de la piedad…
A partir de 1856 la Congregación fue extinguiéndose, a pesar de los repetidos intentos por hacerla revivir, incluso después que Chiavari fue erigida como diócesis, en 1892.
“Las Hijas de María” (1829), la gran obra del Santo
La obra más importante, la más amada por Gianelli, la única que sobrevive como herencia dejada a la Iglesia, tuvo comienzos muy modestos en Chiavari.
La Congregación de “Las Hijas de María”, engendradas y nacidas en el corazón del santo Pastor, fue la obra maestra de su vida, el espejo de su alma, el jardín de sus delicias, que cuidó con todos los recursos de su inteligencia, de su corazón y de sus excelsas virtudes.
Ante el abandono de las huérfanas y de las niñas, especialmente las más pobres de Chiavari, el Santo vio que era necesario proporcionales personas que fueran madres para ellas, mujeres que dividiesen su corazón entre Dios y el prójimo; que amasen a Dios en el prójimo y al prójimo en Dios.
Su mente genial, inspirada por la gracia, puso como proemio en la “Regla”:
“Las Hijas de María han sido instituidas para la propia santificación, y a fin de que cooperen a la de su prójimo”, y agrega: su santidad debe “consistir máximamente en hacer siempre el bien para provecho del prójimo”.
Escribe en las Memorias del nuevo Conservatorio:
“La necesidad de proveer alguna maestra al Hospicio de las huerfanitas, y las dificultades en tener buenas entre las precarias, sugirió al canónigo arcipreste… el plan de reunir algunas Hijas o Doncellas que, juntándose en comunidad y animadas por un verdadero espíritu de retiro, mortificación y pobreza, se mantuvieran del propio trabajo y prestaran sus servicios al Hospicio, asistiendo y gobernando a las pobres niñas que se congregarían en él”.
En la Alocución de 1837 al pueblo de Chiavari justifica, por así decir, la propia inspiración:
“Un párroco, para el que lo considera bien, no es sino el padre de una gran familia que le han confiado la Iglesia y Dios. Debe regirla, gobernarla y alimentarla sobre todo en el espíritu, pero, como padre de los pobres y como primer guardián del templo y del altar, también tiene que preocuparse algo por lo que se refiere a los beneficios temporales. Todo, sin embargo, se ha de ordenar siempre y ha de tender al alto fin para el que se le ha concedido predicar el Evangelio, a saber, la salvación y la santificación de las almas”.
Gianelli encuentra una casa en el corazón de Chiavari, que toma en alquiler por diez años, “y fue entonces cuando se ocupó de reunir diversas jóvenes, de alguna de las cuales conocía bien el espíritu, las disposiciones y talentos”.
La inauguración se realizó el 12 de enero de 1829, primer domingo después de Epifanía. “Fue aquel día al anochecer, cuando, procedentes de algunos pueblos distintos, se hallaron unidas (algunas sin conocerse) trece jóvenes de edad y condiciones diversas, pero todas animadas por el mismo espíritu y dispuestas a vivir juntas, unidas en perfectísima comunidad”.
Dice Gianelli:
“Al pensarse en darles un título o denominación, se juzgó que había que llamarlas Hijas de María, y al hablar de las que se detendrían en Chiavari, añadir además del Huerto, en señal de homenaje a la imagen milagrosa de este insigne santuario, encomendándolas a su intercesión”.
Uno de los componentes más explícitos de la espiritualidad de Gianelli es su robusta y a la par ardiente devoción a la Virgen. Fue un cantor apasionado de la grandeza y de los privilegios de María. Cuando hablaba de ella en sus sermones, su fervor y su manifiesta emoción llegaban a tal punto que arrancaba las lágrimas de las multitudes.
Gianelli lo prevé todo y lo regula todo, con inteligente y paterna comprensión, para ofrecer a sus Hijas la posibilidad de formarse en una vida auténticamente comunitaria.
Sobre la tecla de la pobreza, distintivo de las Hijas de María, Gianelli golpea largo y tendido. Es de importancia fundamental que las Hijas de María sean seriamente pobres para estar más disponibles al servicio de los pobres, cuya condición comparten.
“Las Hijas de María comenzaron inmediatamente sus trabajos, sobre todo en las telas de nuestra región, unas urdiendo, otras tejiéndolas y otras haciendo el llamado macramé y como algunas eran expertas en el arte de coser, se creyó oportuno ocuparlas en dar clases a las niñas”, que en poco tiempo fueron más de cuarenta.
El 19 de diciembre de 1831, entra en escena una mujer maravillosa, que la Divina Providencia puso al lado de Gianelli para la consolidación, expansión y éxito de las Hijas de María: Catalina Podestá.
Capítulo 3
Gianelli Obispo. “El Buen Pastor del Evangelio será mi único modelo”
En noviembre de 1837 Gianelli se encontraba con sus Misioneros en una misión en san Bartolomé de la Ginestra. Desde éste lugar escribe a la Madre Catalina Podestá, Superiora del Hospital de La Spezia:
“… Durante la Misión de Ginestra me ocupó un asunto de importancia, sobre el que quizá hayáis oído ya algún rumor. Quieren hacerme Obispo a toda costa. Yo he presentado todos los reparos que el Señor me ha dado a conocer, pero parece que no van a bastar. Si el Sumo Pontífice no me rechaza, el Rey está decidido. No me ha parecido bien obstinarme para no oponerme a la voluntad divina: no es razonable que yo desobedezca al mismo tiempo que enseño a obedecer…… ¿Y las Hijas de María?... Si las Hijas de María son del agrado de Dios y de María, más aun, si las Hijas de María son buenas y no se muestran indignas de este nombre, seguirán siempre adelante, y prosperarán incluso más. Yo las miraré siempre como mías, y las dirigiré aun estando lejos, con tal de que me quieran obedecer. Pienso llevarlas también a Bobbio, donde tenemos un Hospital en bastante mal estado… Acordaos de alentar y dar ánimo a todas las otras…”
Respecto al nombramiento de Gianelli como Obispo, su confesor manifestó que, se había encontrado con él durante la misión de Ginestra y hallándolo “algo afligido y pensativo” le preguntó qué le pasaba. Gianelli le confió que estaba preocupado por su nombramiento, que había intentado esquivar, haciendo saber al Rey que “se sentía inspirado para formar una Congregación de sacerdotes que atiendan a las misiones y al cultivo de los seminarios”. Se trata, de la Congregación de los Oblatos de san Alfonso, que Gianelli fundará en Bobbio.
El domingo 6 de mayo de 1838, en la Catedral de Génova, Antonio María Gianelli fue consagrado Obispo de Bobbio, por el Cardenal Tadini. Del solemne rito queda un solo comentario hecho por el Rector del Seminario de Génova, antiguo alumno de Gianelli y confidente suyo. Al volver de la ceremonia, dijo a los clérigos: “Hoy han consagrado Obispo a un santo”. Aquel mismo día desde Génova, dirigía al clero y al pueblo la primera carta pastoral, en un latín entre humanista y bíblico, donde afirma:
“……Y en realidad pensábamos no estar demasiado lejos de esta alegría cuando, por designio de Dios tan desconocido como inescrutable, la humanidad y benevolencia de nuestro religiosísimo Rey Carlos Alberto, no desdeñándose de mirar a nuestra poquedad, tuvo a bien llamarnos a responsabilidades mayores y más graves, y supo vencer de tal modo nuestro miedo y nuestro terror que consentimos en ser nombrados por nuestro Beatísimo Papa Gregorio XVI para rectores de vuestra Iglesia……”
Al despedirse de Chiavari, quiso predicar una vez más la novena a la Virgen del Huerto. Llegada la hora de la despedida de los vecinos de Chiavari, pidió perdón a Dios y a su pueblo de las faltas cometidas, en particular por haber callado alguna vez la denuncia de desórdenes y vicios, formulando votos por que su sucesor fuera mejor.
De su promoción dijo:
“¿Yo, nacido pobre; yo, de baja condición, yo, un don nadie… yo, Obispo?”
El pueblo se conmovió hasta el llanto, dolido de perder al arcipreste que todos los días y a todas las horas del día había sido, según su promesa, todo para todos.
También a él le costó separarse de ese pueblo, de su óptimo y amadísimo clero, de sus Misioneros de san Alfonso y de sus amadísimas “Hijas de María” a quines dejaba al cuidado de Don Botti y de la Madre Catalina Podestá.
Al partir, Gianelli distribuyó a los pobres de Chiavari gran parte del dinero que le había quedado y para los gastos de la entrada en Bobbio pidió un préstamo a amigos genoveses. A mitad de camino ya no tenía nada.
Usando términos bíblicos, podremos resumir la obra lígure de Antonio Gianelli, culminada en el gobierno pastoral y en las bellas empresas de Chiavari, con palabras del libro del Eclesiástico:
“…Tuvo cuidado de su pueblo, y lo preservó de la ruina. Consiguió engrandecer la ciudad, y se granjeó gloria en medio de su nación; ensanchó la entrada del templo y el atrio”(50,4-5)
El 8 de julio de 1838, entra en Bobbio y dirige al pueblo su primera homilía que por momentos rozaba lo sublime, en ella el nuevo Pastor expuso la idea que tenía de sí mismo como Obispo, la función de guía y maestro de que está investido un Obispo…...
Escuchemos a Gianelli:
“…Yo soy vuestro, vosotros sois míos,… Y como el Divino Pastor se gloriaba de ser conocido por sus ovejas, yo me explicaré en esta primera ocasión de manera que podáis conocerme íntimamente. Lo haré exponiéndoos la idea que tengo de mí mismo……
La primera idea que yo tengo de un Obispo, y por tanto la que tengo también de mí mismo, es que se trata de una especie de portento y de milagro de la divina bondad hacia el hombre; porque en la dignidad episcopal vemos a Dios que asume de la masa infecta y corrompida del género humano a un hombre y no sólo lo levanta por encima de los demás hombres, sino que le encomienda los tesoros de su gracia, su divina palabra, sus órdenes, sus disposiciones, sus sacramentos, su autoridad, su cuerpo, su sangre, su iglesia, y, como luz puesta sobre el candelero, lo destina para que ilumine la tierra, disipe las tinieblas, combata las potencias infernales, salve, guíe las almas al cielo, represente a Dios mismo, la sagrada Persona de Jesucristo y, lo diré también, sea algo así como otro Dios con Dios, por Dios, y en nombre de Dios… las sagradas unciones, las preces y los ornamentos pontificales con que lo consagra la Iglesia son ayudas ciertamente y valimientos para la frágil humanidad, pero no la cambia nada; y como un Pablo hecho ya Apóstol de las Gentes y confirmado ya en la gracia, si queremos, no dejaba aun de sentir la ley rebelde a la razón y a la fe, un Obispo, sea el que sea, no deja nunca de sentir y de llevar todo el peso de la miseria y de la corrupción heredada de Adán……
Dios me manda como Pastor vuestro. Se me encomienda, encarece e intima la elección de las praderas y de los pastos.
Se me intima la guardia, el cuidado, la salud del rebaño. Ay si por descuido mío o por somnolencia mía, por mi pereza o por mi pusilanimidad, una sola de las ovejas que se me han encomendado acabara faltándome, acabara pareciendo… No puedo ser bueno si no estoy dispuesto a morir por vosotros y por cada uno de vosotros. El Buen Pastor del Evangelio es mi único modelo: no puedo alejarme de él más que con sumo daño para mí, con sumo daño para vosotros… Exponer el honor, los haberes, la vida por vuestra eterna salvación: éste es el gran signo, por decir el único, que me caracteriza como bueno…… ¡Ah!, sí, venid todos a mi pecho, que os abrazo a todos y a todos os estrecho en las entrañas de Jesucristo. Venid, que siento harto cariño por vosotros y me doy cuenta de que, por gracia de Dios, os amo ya a todos, a todos…
¿A todos? ¿También a los necios? ¿También a los ingratos? ¿También a aquellos que, quizá, con el tiempo pudieran odiarme, hasta calumniarme, hasta ofenderme? Sí, mis queridos Hijos, también a ellos, porque aunque sean necios, ingratos, odiosos, vituperadores, no dejarían de ser Hijos para mí…… Yo soy, y con la santa ayuda de Dios continuaré siendo todo para vosotros. De día y de noche, en invierno y en verano, para ricos y pobres, sanos y enfermos, sacerdotes y seglares, cercanos y lejanos, aldeanos y ciudadanos, yo seré ciertamente para todos, y, si no me engaña un amor ciego, seré todo para todos……
Mi objetivo será siempre defenderos, siempre salvaros…”.
Apenas consagrado Obispo, Gianelli fija tres objetivos en el gobierno de su Diócesis que son como las líneas maestras de su Ministerio Pastoral:
- mejorar el clero,
- reordenar el seminario,
- reavivar el espíritu cristiano en el pueblo que le venía confiado.
En el saludo que Gianelli dirige al clero y al pueblo en su primera Carta Pastoral, están ya presentes su corazón y su espíritu de pastor, y aquel dinamismo pastoral que lo caracterizó por toda la vida y que lo llevará a morir en la brecha.
Clero y pueblo forman con él una sola familia, y por lo tanto, todos debían estar comprometidos en la gran obra de salvación.
3.1. Reforma del Seminario
Dada la situación en que encontró el seminario y con su experiencia, estaba en condiciones, no sólo de encontrar un remedio para el problema, sino también de dar a la juventud el conocimiento de la propia vocación. A fines de 1838, se realiza la reapertura del seminario. El primer tema que toca es la disciplina. Las nuevas reglas vendrán dictadas por su experiencia, con la ayuda de personas “señaladas en santidad, en doctrina y, sobre todo, en el arte dificilísimo de educar a la juventud”.
Sus reglas no serán, por tanto, “rígidas y severas”, porque “la más áspera y la más insoportable disciplina es cabalmente la más relajada”. Esta observación habla de sus capacidades pedagógicas, para quien una regla debe poder ser observada con un mínimo de entusiasmo y de amor a la propia vocación. Una regla rígida puede convertirse en una esfera de hierro encadenada al pié, en contraste con el “yugo dulce” del Evangelio. Yugo, sí, pero llevadero.
Para el seminario funda su tercera congregación, la segunda de sacerdotes, los: “Sacerdotes Oblatos bajo el título y la protección de San Alfonso María de Ligorio”. ¡De nuevo y siempre San Alfonso!
Gianelli escribe las Reglas de su nuevo Instituto. Eligió como Rector del seminario a don César Podestá quien fuera su padre espiritual. Con estos Oblatos comenzaron el servicio, en noviembre, día de la apertura del seminario renovado en sus raíces.
Gianelli empezó a hacer limpieza en el seminario. Exoneró al Rector, despidió a los Profesores reemplazándolos por sus Oblatos. Despachó a los clérigos sin vocación, defendiéndolos de las presiones de los padres que los querían sacerdotes.
Alguno lo acusó de impedir a los jóvenes de Bobbio que formaran parte del clero y preferir a sacerdotes forasteros. El respondió:
“No es verdad que yo no quiera hacer sacerdotes de Bobbio, antes al contrario, sacerdotes buenos querría hacer uno por cada cien (vecinos), pero malos no quiero ni uno solo”.
Daba conferencias a los seminaristas, reemplazaba a veces a los profesores, enseñó teología y cada semana daba clase de sagrada elocuencia.
Cuando iba al seminario jugaba durante el recreo al dominó y a las bochas con los jóvenes, los llamaba los felices retoños del sacerdocio y les decía:
“Recordaré con vosotros los estudios y las gratísimas ejercitaciones de mi adolescencia y con vosotros gozaré de rejuvenecer… me encantará conversar y estudiar con vosotros para que seáis verdaderamente doctos y sabios…ustedes seréis para mí hijos, yo vuestro protector y defensor, vosotros mi gozo y mi corona, aun más, la alegría profunda de mi alma”.
El seminario de Bobbio alcanzó fama de ser un centro acreditado y fiable. Un clérigo de aquella época testimonia:
“Nos parecía estar en el paraíso”, y otro: “de una casa de fieras el seminario pasó a ser una familia de ángeles”.
3.2. La Pastoral para el Clero.
La real situación del clero de la Diócesis de Bobbio, cuando llega Gianelli, fue el resorte que hizo brotar en su mente y en su Corazón, una profundización de la esencia de la vocación sacerdotal… Instaura así, una pastoral para el clero y que lleva adelante, con tanta valentía, con tanta fe, con un amor tan celoso pero no sin lágrimas.
La pastoral de Gianelli, relacionada con el clero se da en dos direcciones:
- una más marcadamente moral para los desviados, a los que el Obispo llamaba, por lo menos, a los deberes esenciales;
- la otra, más finamente espiritual y ascética, para una elite, para los mejores, a los que se podía pedir más. Dice un testigo:
“Cuando trataba con sacerdotes de vida íntegra, comprometidos y empeñados en el cumplimiento de sus deberes, los llevaba al cielo, animándolos a caminar siempre por la vía emprendida”
Escuchemos a nuestro padre:
“La vocación del sacerdote es para la modestia, para las obras santas, para las cosas de Dios”.
“Una respuesta dada de corazón me habría hecho inmensamente feliz, pero con repugnancia no, y siempre no. Vos no debéis hacerlo y menos yo exigirlo o ni siquiera permitirlo. Si Dios lo hubiese querido, lo habría traído”.
Cuando se comprende la grandeza del don de la vocación, y libremente se decide por la respuesta, esta debe ser total y radical:
“entrar en el camino del Señor, con ánimo franco, libre y resuelto, únicamente deseoso de encontrar a Cristo y seguirlo sólo a él”.
Por lo tanto, el sacerdote debe vivir su sacerdocio con firmeza, con valentía, con entusiasmo contagioso. Naturalmente, Gianelli pide el testimonio de este entusiasmo, ya en el seminario.
En la lamentable situación en que se encuentra la Diócesis, en lo que se refiere a Sacerdotes, Gianelli ruega a los amigos de Génova, que le den una mano. El trasplante de alguna óptima vocación sacerdotal, de las que era rica la Diócesis de Génova, habría podido originar un verdadero renacimiento del clero de Bobbio.
“Amor a la fatiga” y “morir en la brecha”, son dos expresiones de Gianelli que sintéticamente, manifiestan su pensamiento sobre la apostolicidad del sacerdote.
“Es necesario que el sacerdote trabaje hasta el cansancio en la viña del Señor. Animo! Sed valerosos no sólo para extirpar las malas hierbas y para cuidar la buena semilla y las buenas plantas, sino también para mantener alejadas las aves rapaces que están escondidas por doquier, hasta que el grano sea recogido en los graneros del Señor…”
“… me dan pena aquellos que buscan un buen empleo para pasarla bien y descansar”.
Para Gianelli, el sacerdote debe sentirse “aferrado” por Cristo y amar con pasión, debe llevar reflejada en el rostro la alegría de María que fue feliz, porque creyó.
3.3. La pastoral para el pueblo
Gianelli tenía prisa por llegar y darse a su pueblo para llevarlo a Dios, porque conocía la situación de Bobbio. Uno de sus amigos más queridos dijo:
“Yo aquí estoy bien, pero encuentro las cosas a la deriva”
“Encontró, en efecto, la población completamente descuidada en cosas de religión. Los niños no tenían ninguna instrucción porque ya no se hacía más el catecismo. Muchos hacían la Primera Comunión de adultos”
Por una parte y para algunos, reinaba el lujo, y otros vivían una miseria extrema. Gianelli consideraba la predicación como medio eficacísimo de santificación, “se dio a la predicación con toda el alma, movido por impulso divino. Santificó su Diócesis, sobre todo con santas misiones”.
Su acción pastoral en lo que se refiere a la catequesis, se orienta sobre dos frentes:
- proveer cuanto antes un texto apto para hacer más accesibles las verdades y los principios fundamentales del cristianismo, a los niños y a los jóvenes;
- promover en todas las Parroquias, la erección de la “Compañía de la Doctrina Cristiana”, como una ayuda para los Párrocos, en la catequesis.
3.4. Las visitas pastorales
Uno de los primeros pensamientos de Gianelli, apenas llegado a Bobbio, fue el de la visita pastoral. Escribía, al respecto:
“… se necesitaría un celo constante y una caridad incansable, insaciable”.
El primer objetivo, no es visitar las iglesias y los oratorios, sino “corregir los errores, reformar los abusos, reordenar cada cosa según los cánones y las normas de la disciplina eclesiástica”
Para conseguir mejor el objetivo: la santificación de su pueblo, Gianelli procede por etapas. Primero es necesario desmontar el terreno. Prepararlo…después se planta. En la primera visita pastoral, piensa haber logrado el primer objetivo, la primera etapa: haber preparado el terreno.
Escribe Gianelli en una Carta Pastoral, hablando del espíritu de penitencia y de fervor:
“…Nos hacemos la ilusión de poder hacer en esta segunda visita el oficio de diligente agricultor el cual, después de haber cultivado y dispuesto el terreno, esparce en él las mejores simientes, y planta, injerta y dispone sagazmente con arte y esmero de maestro de vides selectas y las planta fructíferas…!Semillas celestiales…plantas de vida eterna!...”
La visita pastoral, para Gianelli tendía a esto. Hace una cálida invitación a su pueblo:
“preparaos con la penitencia, pues es el tiempo oportuno por demás… preparaos con la oración…”
Para el objetivo que Gianelli se había fijado: guerra al pecado, fidelidad a la gracia, las misiones constituían para la sagrada visita, la punta de lanza.
3.5. Obispo Misionero. Una pasión innata
Desde antes de ser ordenado sacerdote, Gianelli sintió predilección por el ministerio de las misiones populares. Aun siendo Obispo participaba de las mismas.
Dada la extensa actividad misionera de nuestro fundador, hacemos referencia a una de las últimas misiones en la cual él participó como Superior: la misión de Varese en el año 1841.
Gianelli quería mucho a Varese, la conocía hacía años, esto es desde cuando Monseñor Tadini en 1833, le había confiado la no fácil tarea de la reforma del Monasterio, una reforma que llevó adelante por cuatro años. Los últimos decretos, en efecto, fueron emitidos en noviembre de 1837. De Varese él conocía las personas: los poderosos y los humildes; les conocía las cualidades, las exigencias y los humores.
Gianelli sabía que Varese era un ambiente de no subestimar, por muchas razones; a Varese dedicó estudio, fatiga, empeño y pasión, como para todo el resto: era su estilo. Y en Varese todo lo que él hizo anduvo bien: tanto la reforma de Monasterios, como la misión.
En los apuntes de Gianelli se encuentra también un horario extremadamente preciso para las actividades de la jornada. Al horario sigue el bosquejo de la carta al párroco, al cual indica el inicio de la misión para el día 5 de septiembre y el programa de los misioneros, es decir, tras las misiones al pueblo, los ejercicios a sacerdotes y clérigos. Encontramos enumerados también los temas de las grandes prédicas de la noche, reservadas a él.
El grupo estaba constituido por diez misioneros, Gianelli era el superior… La misión de Varese lo absorbió totalmente: con las prédicas, las confesiones, los coloquios directos con personas de toda condición social; sus horas de trabajo no contaban. Tuvo también bastantes oratorios……
En verdad, los testimonios sobre la misión de Varese, son pocos si se confrontan con tantas páginas que se encuentran en los procesos sobre las misiones de Gianelli en la región de Piacenza…
Entre estos pocos testimonios, hay una carta escrita por don José Basteri en 1859, que se la incluyó en una de las biografías de Gianelli.
Don Basteri, Vice Director de las monjas Agustinas, había sido testigo ocular de la misión de Varese. En la carta refiere:
“Gianelli tenía la parte de predicador. Solamente aquellos que lo han sentido desde el púlpito o desde el balcón, anunciar la divina palabra, pueden hacerse una justa idea del celo, de la fuerza y del modo encantador con que predicaba”…
Igualmente impresionantes son las últimas palabras de Caffese, referidas a la misión de Varese:
“Gianeli se superó a sí mismo… lleno de celo y de santo fuego”….
Gianelli no pudo concederse la alegría de recoger, después de haber sembrado, las espigas maduras: era necesaria su presencia en la diócesis. El 22 de septiembre iniciarían los ejercicios espirituales para los sacerdotes y clérigos en el Seminario de Bobbio. De improviso faltó el predicador y él lo debió suplantar, con cuatro prédicas al día. La misión de Varese dio mucho fruto.
Capítulo 4
La batalla final.
“Hijitos míos… si muero pobre, rezad por mí porque
estaré en grado de aprovechar de vuestros sufragios,
pero al contrario, si muero rico,
no recéis porque me habré condenado”
Los últimos meses de vida de Gianelli fueron como una pausa del buen soldado que se prepara a la última victoria. Durante este tiempo fue afligido por una larga enfermedad que, luego de una breve convalecencia, lo condujo a su fin.
Si bien ya estaba, manifiestamente debilitado, prosiguió en el regular gobierno de la Diócesis, así como en el interés por sus obras y por sus colaboradores. Su aspecto acusaba claramente el sufrimiento.
Difundida la noticia de la enfermedad que lo aquejaba, se vio un espectáculo edificante y conmovedor: por todas partes por donde él había pasado, como intrépido e infatigable obrero de la Viña se levantó un coro de devotas súplicas al Cielo. Puesto que el bien nunca se aprecia cómo y cuanto debe apreciarse sino cuando se lo pierde.
Antes de recibir el santo Viático, dijo palabras graves y conmovedoras; se acusó de ser un Obispo indulgente y flojo. Una vez recibido el Señor descansó.
Desde Chiavari, le es obsequiado un cuadro con la imagen de Nuestra Señora del Huerto, a la que Gianelli le improvisa un Soneto cuyo último terceto dice:
Y si hoy tan grata pareces al ojo y al corazón
Y así en lugar de lágrimas me recreas
¿qué harás en el Cielo, ornada del divino sol?
Aun enfermo, el santo Obispo no deja de escribir cartas, también le escribe a Madre Catalina Podestá:
“…Pasado mañana pienso poder asistir pontificalmente a la Misa, y si no fuese que todos me regañan, hasta haría una pequeña homilía. Alabé por todo a Dios, y a María.
Ahora contadme algunas cosas: ¿cómo habéis recibido el mal trago de mi peligro? No dudo que estaréis resignada, pero si la cosa hubiese sido diversa, ¿habrías permanecido quieta? Respondedme sobre estas cosas, si el Señor os las inspira, si no dejadlas pasar; esta pequeña curiosidad quedará aplacada.
En cuanto a mí no puedo deciros que estuviese absolutamente tranquilo, no, pero resignado sí, y no me he atrevido a pedir a Dios mi curación. Pero es el caso que todavía no quería morir, tanto por no sentirme muy mal, cuanto porque me parecía que Dios me daría tiempo para hacer un poco mejor las cosas, entre las cuales están las Reglas de las Hijas de María. Tuve la gracia de no asustarme de nada, y de no perder mi acostumbrada hilaridad, ni siquiera cuando veía a los demás melancólicos, que temían por mi vida y me hablaban de Sacramentos.
Por lo que hace a mi razón, siempre estuvo clara, luminosa, más todavía que cuando estaba sano. Ha sido una dulcísima enfermedad.¡Cuánto se ha compadecido de mi el Señor! Ayudadme a agradecérselo, y orad para que me ayude, a fin de no serle ingrato”.
4.1. El testamento
Con pensamientos igualmente graves y sentimientos profundos, redactó su Testamento, no sólo en la inicial profesión de fe, sino en todas las disposiciones y observaciones, que hacen de él el espejo verdadero y clarísimo de un alma vigilante, a la vez austera y cordial, abierta, desprendida y generosa, compenetrada en sus deberes, que nada olvida…
“Desde los primeros años de mi sacerdocio, por lo menos, uno de mis más constantes deseos fue el de morir pobre y dejar a mis parientes en el estado de aquella baja y pobre fortuna en que nacimos: campesinos y cultivadores de campos, y éstos más de otros que nosotros…
Yendo, pues, por delante la protesta de rigor de que, como por la inefable misericordia de Dios he nacido y crecido y sido educado siempre en la Santa Católica, Apostólica y Romana Iglesia, asimismo tengo intención y quiero, y pido a Dios la gracia no sólo de morir en ella como hijo humildísimo y devotísimo, sino también, si fuera del agrado de su Divina Majestad, de morir por defenderla y dilatarla, como parece que es propio de quien en la misma Iglesia ocupa también indignamente el lugar de los Santos Apóstoles: paso a establecer que, una vez fallecido, no deseo y no quiero pompas fúnebres, excepto las purísimas y sencillísimas que son prescriptas por el ceremonial de los obispos y más bien me encomiendo a todos para que tengan para conmigo la caridad de socorrer y ayudar con sufragios a mi pobrísima alma… deseo ser sepultado en la cripta de San Columbano y precisamente delante de su altar… pero del modo más sencillo, en una fosa pequeña y cubierta por una simple loza…”
Un sacerdote amigo expresa:
“El mal lo oprimía a tal punto, que la respiración parecía un gemido continuado y su aspecto lo mostraba también como oprimido de tristeza. Pero cada vez que, llamado, se recobraba, aparecía con un rostro sereno y risueño, tal como solía ser cuando estaba sano y en las circunstancias más alegres de su vida, cuales eran, para él, las de sus queridas misiones. Las pocas palabras que entonces podía responder mostraban la tranquilidad de un alma perfectamente acorde con los designios de Dios”.
Piadosamente, nuestro Santo, entregó su alma al Señor, en la mañana del 7 de junio de 1846.
Su confesor y fiel compañero de fatigas apostólicas, escribía a su entrañable amigo Barabino, que se hallaba en Génova:
“Me desagrada enormemente ser esta vez nuncio de infaustas nuevas; pero no puedo menos de hacerlo. Nuestro querido y amable Monseñor Antonio Gianelli ha muerto. Hallábase aquí, en Piacenza, como sabrá, en donde al principio pareció reponerse…, el sábado a la mañana recibió los Santos Oleos, y finalmente, el domingo a la mañana a las cinco y media, consumido por el mal (tuberculosis pulmonar), llorado por todos los buenos, pasó al eterno reposo… Haga el favor de informar de esto a los compañeros, y procuremos todos orar por su alma… Esta tarde, Dios mediante, lo trasladaremos a Bobbio”.
Ante la noticia, Madre Catalina, aturdida y sin ningún pensamiento en la mente, como si el sol hubiera dejado de iluminar, se ensombrece ante la realidad: ha perdido a su Padre.
Capítulo 5
Gianelli y su única meta: la santidad
Enrico Bacigalupo: “Gianelli y su predicación a los laicos”
Toda la obra de Gianelli conduce a una única meta: hacerse santo, y comenzando por uno mismo, santificar a los demás, ayudarlos a alcanzar cada vez más a Dios. La santidad era la aspiración más alta de su vida, también debía serlo para sus fieles; el premio de una vida de fe, la espera de Dios, es Dios mismo, el final de la vida, la respuesta a la cruz, el motivo de cada sacrificio, de cada obra de caridad es liberarse de uno mismo para caminar más rápidamente hacia Dios, para alcanzar nuestra plenitud, nuestra perfección: Dios.
La santidad para Gianelli pasa por lo ordinario, lo cotidiano, las pequeñas cosas de todos los días hechas bien, hechas para agradar a Dios y no para complacer a los hombres. Para Gianelli la santidad es vivir en la caridad de Dios, vivir para Él, preocuparse solo por su gloria y por Él, servir a todos los hermanos comenzando por los más pobres, espiritualmente y materialmente; Dios es la meta de la santidad.
Pero el Dios de Gianelli es un Dios concreto que se encuentra cumpliendo su voluntad, observando su ley y su palabra.
En el Proemio de las Reglas de las Hijas de María leemos:
“Las Hijas de María son instituidas para la propia santificación y para que cooperen con la de sus prójimos”
Y en las Constituciones de los Oblatos:
“….siendo el doble fin de nuestra Congregación el de santificarse a si mismos y ayudar a los otros a salvarse”.
Si este es el programa para quien se consagra en modo particular en la Iglesia, no menor debe ser el empeño para todos los fieles: los laicos.
El hacerse santos, el perseverar en la vida cristiana es el tema desarrollado por Gianelli de manera enérgica y fuerte en sus prédicas y durante la Misión y el tiempo de Cuaresma.
Sigamos el esquema de la prédica sobre la obligación de hacerse santos:
“….la verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios…. El Señor mira el corazón, no las palabras”.
“Cesen, por favor, las palabras y sean las obras las que hablen. Estamos llenos de palabras, pero vacíos de obras…” (San Gregorio)
Hacer la voluntad de Dios: esta expresión está indicando un lugar desde el cual se parte, al cual se llega y con el cual se camina. Este modo de proceder hace emerger la centralidad de Dios. La medida de la santidad es Dios mismo: Dios, Dios solo.
“Vamos hacia Dios, buscamos a Dios, queremos a Dios, no tenemos otro límite y otra medida que Dios mismo”.
“Todos estamos obligados a hacernos santos y todos podemos serlo, si queremos”
Paralelamente recordemos lo que dice el concilio:
“Todos los fieles de cualquier estado y condición, están llamados a plenitud de la vida cristiana” (LG n 40)
Evidentemente, y de manera clara, sin exclusiones de ninguna especie: todos son llamados a la santidad; y en otro párrafo insistirá:
“En todas las actividades del mundo hay santos y en todas se los puede ser”.
Muy joven, Gianelli se sintió fascinado por el ideal de la santidad. Fue llamado “el hombre de lo sagrado”, un hombre que tuvo toda la vida una gran estima de Dios y de los valores eternos.
Amigo verdadero de Dios y amigo verdadero del hombre. Por esto vivió y comunicó la fascinación de la santidad.
Capítulo 6
Gianelli y la amistad
“Gianelli, un Santo entre dos Revoluciones” (Tarquini)
Una característica de la vida de Ganelli son sus numerosas y selectísimas amistades sacerdotales, que le permitieron concretar grandes empresas. Menos conocidas, por los pocos documentos, son sus amigos laicos de toda condición, con quienes gozó de una verdadera amistad, a la vez que lo admiraban profundamente y estaban prontos a cualquier insinuación suya, felices de poder colaborar con él; su carácter cordial y festivo lo convertían en un amigo incomparable.
Cuando, en la armonía perfecta con quienes compartía su ideal de vida, él puede abandonarse a la expansión de sus sentimientos y de los afectos, la expresión se hace fiesta del corazón y canto de sublime amistad.
Gianelli fue abierto a la amistad con los hermanos en el sacerdocio como fue abierto a su vocación. Vivió esta amistad como factor primario de espiritualidad. Con sus amigos, todos buenos y santos sacerdotes, vivió la alegría de una perfecta comunión de pensamientos, proyectos, esperanzas, fatigas apostólicas. Fue un ayudarse a crecer en la santidad sacerdotal.
Narra Barabino:
“En Chiavari, le hacía corona un clero ejemplar, instruido, celoso, activo. El se entretenía con ellos como hermano, aconsejaba, los dirigía en las empresas difíciles, los animaba. Momentos de preocupaciones? Bastaba una mirada, una sonrisa, una mano de Gianelli en la espalda para tomar coraje. “Tal era el dominio que él se había ganado sobre el ánimo de los hombres que lo rodeaban”
La amistad con santos sacerdotes es quizá el capítulo más bello de la vida de Gianelli. El amigo entrañable en el cual vio brillar el ideal que tenía en el corazón fue don Ángel de Benedetti, muerto en Chiavari a los veintinueve años el 28 de junio de 1837. Lo amó como la encarnación del sacerdocio en una “fidelidad sin sombras”, es casi una vida paralela y, en ciertos momentos, un autorretrato espiritual.
De él dijo en el elogio fúnebre: “era de aquellos que parecen poseer gran parte de nuestra alma y que, al morir, parecen llevársela consigo”
Don Nicoló Barabino que fue para Gíanelli un queridísimo amigo, lo describe así:
"Como era severo con él mismo, igualmente dulce y benigno era con los otros. Acogía a todos con rostro sereno, jovial, con modales corteses. En esto era singularísimo".
"Respecto a los sacerdotes: iba a su encuentro festivo; los besaba. Esta era su costumbre. Los invitaba a su mesa, los hospedaba si venían de lejos y hacía esto con tanta cordialidad por lo cual él parecía el beneficiado".
Una sensibilidad exquisita, dice uno de sus biógrafos, se veía reflejada en la vivacidad de toda la persona de Gianelli.
"Ojos vivos y naturalmente alegres, se hacía majestuoso y severo según la oportunidad. A la par de la dulzura de la mirada iba la jovialidad del ánimo y la amabilidad de la sonrisa, de la voz, de las maneras, por lo cual se ganaba las almas de los otros"
6.1. Amigos santos
Entre tantos amigos sacerdotes, destacamos a su alumno y amigo: José María Frassinetti, nacido en Genova en diciembre de 1804 y fallecido en enero de 1868.
Vivió la mayor parte de su vida en una pequeña parroquia de Genova, llamada Santa Sabina, allí fue párroco entre 1839 y 1868, año de su muerte.
Tuvo una vida aparentemente muy ordinaria, con poco o nada de relevante. Como su amigo y profesor, sintió pasión por salvar las almas y por la santidad del clero.
Escribió sin cansancio, creó innumerables instituciones, confesor incansable, director espiritual, dedicaba largo tiempo a la oración, a la atención a los pobres y enfermos que visitaba asiduamente... Como su amigo, Monseñor Gianelli, trabajaba sin descanso.
Fundó la Congregación de los "Hijos de Santa María Inmaculada", que continúan su carisma, actualmente en las escuelas, parroquias y en las misiones.
Juan Pablo II, proclamó la heroicidad de las virtudes el 14 de Mayo 1991. Desde entonces se lo invoca como Venerable, y se puede pedir su intercesión y rogarle que presente nuestras súplicas ante Trono de Dios.
Capítulo 7
Gianelli y su devoción a la Virgen María: "Misterio de gracia y de bondad"
Es excepcional el lugar que ocupa María en la predicación, en los escritos, en las cartas y en el magisterio de San Antonio María Gianelli.
Nuestro Santo tuvo una gran estima por el rezo del santo Rosario: lo considera como "un conjunto de santos misterios propuestos a la meditación del alma que reflexiona y que, en compañía de la Virgen, permanece asombrada y humilde en la contemplación...”
Le gustaba presentar a María como la mujer que vive para Dios:
"María deja todo para tener a Dios... María, para tener a Dios, se anonada ante el mundo... María no tiene otra solicitud que de Dios. María lo busca, lo anhela, lo desea..."
Gianelli, el Fundador, presenta a María como modelo para sus Hijas, consagradas en la vida activa:
"María... que había aprendido a permanecer toda en Dios..., llamada a ser la Madre del Salvador, la que representa cooperar con Él en la redención del mundo, peregrinar, mendigar, huir, sufrir por Él, hasta hacerse presente y acompañarlo en la agonía de la cruz y depositario en el sepulcro".
Sus panegíricos, las novenas y las homilías marianas que se conservan, son verdaderos poemas en prosa, no tanto por la luminosidad de las frases y de las imágenes, aunque vivas y geniales, cuanto por la robustez del pensamiento y la profundidad de los afectos.
Gianelli celebró su primera Misa en Santa María del Carmen, queriendo iniciar su lucha sacerdotal, como escribe Barabino, bajo los auspicios de la Madre de Dios.
Sus fervores, sus celebraciones, sus empresas mañanas en Chiavari nos son conocidas. Podemos destacar que, en sus esquelas autógrafas a sus Arciprestes y prebostes, el obispo de Bobbio no olvida al 'Archipreste de Chiavari', y escribe a uno de ellos:
"No deje de ir a la Virgen del Huerto, y ore mucho también por mí a esa mi tan querida Virgen”
En su vigorosa y austera lucha misional contra el pecado, sabía infundir, en nombre de María, un espíritu de misericordia y gozosa ternura hacia el pecador. Un apunte autógrafo, de la Misión de Pegli, en 1827 escribe:
"¡Alegre anuncio, oh pecadores, alegrísimo anuncio! Si queréis salvaros, sea cual fuere vuestro estado, no desespero más de vosotros. Vosotros tenéis a María, que os asiste; tenéis a María de vuestra parte, no temáis. María es la Protectora de nuestra Misión, María es la Abogada y el Refugio de los pecadores; María es honrada en medio de vosotros como Reina del Rosario, Madre de la salvación. En resumen, María está con vosotros. Alegraos, pues, oh pecadores, alegraos, si queréis salvaros".
Gianelli tuvo una especial devoción a María en su Inmaculada Concepción, y realizó una petición al Santo Padre, Gregorio XVI, "para que se digne declarar dogma de fe la inmaculada Concepción" (el dogma de la Inmaculada se definirá en 1854)
7.1. María en las Cartas de Gianelli.
Cartas personales
“… pero a todo se pone remedio con la paciencia, y con la plenísima confianza en Dios, y en María" (2/3/1837)
"Si las Hijas de María son, del agrado de Dios y de María, más aun, si las Hijas de María son buenas y no se muestran indignas de ese nombre, seguirán 'siempre adelante…" (27/11/1837)
"Comenzarán siempre con una oración ante la Virgen de Nuestra Señora, que pondrán allí si no la hubiere... Les darán también a las encarceladas algún recuerdo, como decir una pequeña oración todos los días, por ejemplo, un Ave María a la pureza de la Virgen... No estará tampoco mal que les den algún recuerdo devoto, como un rosario, o una medalla, o bien una sencilla imagen de la Virgen, para que la pongan cerca de la cama y la saluden mañana y tarde. Acostúmbrenlas a este saludo mientras están en la cárcel, procurando que cada una la tenga en el lugar donde duerme..." (24/7/1840)
"Tiene que proporcionarme un velo para cubrir la imagen de la Virgen Milagrosa del Socorro... Conviene adornarla en derredor con un poco de galoncillo de plata, o cualquier otro que dejo a su selección, y en medio un bello nombre de María... No se canse por la Virgen del Socorro, que luego nos ayudaré" (4/3/1841)
Cartas Pastorales:
"Implorad, además, la protección y la gracia de ¡a Santísima Virgen y Madre María, guardiana fidelísima de los Pastores de todas las Iglesias” (C.P. pág. 21)
"Rogad, y poned de por medio el valioso patrocinio de María Santísima, en quien, después de en Dios, colocamos nuestras mejores esperanzas….” (CP. pág. 32)
"... debemos más bien decir que El se ha fijado en vuestras plegarías, en los méritos y en las oraciones de todos nuestros hijos, las cuales plegarías, sostenidas y reforzadas por los votos de nuestra Divina Madre Asunta al Cielo e invocada bajo el título de Auxiliadora... atrajeron sobre nosotros la divina ayuda de modo abundante y casi me atrevería a decir sobreabundante..." (C.P. pág. 87).
Capítulo 8
Gianelli y su devoción por San Pablo, los Santos Padres, y San Alfonso María de Ligorio
Además de su amor a Dios y a la Virgen María, Gianelli es movido a trabajar por la salvación de las almas al estilo de los Apóstoles, de los Santos Padres y de los Santos y de las Santas, cuyas vidas e historias seguramente leería con frecuencia.
Entre los Santos de su devoción y cuyos escritos alimentaron su vida espiritual y pastoral encontramos a los santos Padres, a San Pablo y San Alfonso María de Ligorio.
8.1. San Pablo
A Gianelli lo entusiasma el celo del apóstol San Pablo, que corre, se gasta y se desgasta llevando por todas, partes las enseñanzas de Jesucristo. Predica, escribe, enseña en las sinagogas, en las cárceles y en todas partes; trabaja y hace trabajar oportuna e importunamente; sufre azotes, piedras, persecuciones de toda especie y calumnias. Pero no se espanta; al contrario, se complace en las tribulaciones, y llega a decir que no quiere gloriarse sino en la cruz de Jesucristo.
Nuestro fundador hace suyas las palabras del Apóstol, en la Homilía de entrada a Bobbio:
"...y, si no me engaña un amor ciego, seré todos para todos..." (C.P. pág. 27)
"... me he hecho todo para todos..." (1Cor. 9,22)
8.2. Santos Padres.
La doctrina de los Santos Padres se convirtió para él en el lugar teológico por excelencia, lugar y momento de encuentro con el Señor.
8.3. San Alfonso María de Ligorio.
Fue el Santo que más lo movió y que se convirtió en su guía espiritual. Éste santo del siglo XVIII, desengañado por las falencias del mundo, tomó la seria resolución de abandonarlo todo y dedicarse por completo al servicio de Dios.
De sus escritos rescatamos: "A todos nos obliga por igual el precepto del amor, y, precisamente, la verdadera santidad consiste en el amor a Jesucristo, nuestro soberano Bien, nuestro Redentor y nuestro Dios".
El celo por la salvación de las almas lo llevó a fundar la congregación de los misioneros del Santísimo Redentor.
Durante años, Ligorio, fue el primer misionero, recorriendo pueblos y ciudades. Apóstol humilde, resuelto, inflamado de amor a Dios y a las almas prodigó su piedad y su tiempo en el confesionario, en el pulpito, en la catequesis de los niños... Luchó por la reforma del seminario y del clero... siendo su gran preocupación la santidad del sacerdocio y la salvación de las almas. Su celo por la salvación de las almas, que tan caras habían costado al Redentor, lo llevaban a no contentarse con que le oyeran cientos o miles de personas. Jesucristo murió por todas y era preciso salvar a todas.
En la vida y obra de este Santo meditaba Antonio Gianelli, y con esta meditación se encendía en él, un fuego tan ardiente, que no le permitía la quietud. Predicador incansable, en especial en las misiones rurales. No sentía fatiga, todo trabajo era poco para el Reino.
Todo le era dulce y ligero con tal que pudiese ganar almas para Jesucristo, para el cielo, y preservarlas del infierno.
Hoy nos preguntamos cómo hizo para atender la cantidad inmensa de trabajo que llevó a cabo. Animado por el Santo de su corazón, San Alfonso, parece que hizo suya la máxima: "no perder nunca el tiempo".
Su último biógrafo escribe: "No se ha tomado nunca unas verdaderas vacaciones…"
APÉNDICE I – Selección de Cartas.
CARTA 1 - AL CARDENAL SPINA, ARZOBISPO DE GÉNOVA
Carcare – Noviembre de 1815
Eminencia:
He dejado que pasaran unos días para poder dar con algo de fundamento las noticias que me pidió sobre mí.
El pueblo no es próspero, pero el clima y los campos son amenísimos, y veo que el aire me prueba bastante bien.
El edificio del Colegio no es gran cosa, pero el sistema educativo me ha sorprendido. La juventud, sin el rigor de los castigos, se conserva con una sensatez que me sorprende. Todo el secreto estriba en el buen acuerdo y la buena inteligencia de los Prefectos y de los Profesores con el Padre Rector, quienes ponen empeño en conocer el genio y condición de los alumnos y en tenerlos ocupados.
Se está poniendo también mucho esmero y diligencia en mantenerlos lo más alejados posible de ciertos vicios que deshonran a casi todos los Colegios de nuestros tiempos. Se tiene frecuente oración, pero con cierto método que no resulta pesado. El tesón del Señor Rector es grande a favor del adelanto en los estudios, pero aun es mayor en pro del auge de la piedad. En esto esperaba encontrar novedades, pero no encuentro ninguna. Todo se hace con la mayor sencillez e indiferencia.
La comida puede pasar, el fuego abunda, el tiempo escasea. A los comienzos, la clase me produce cierta fatiga debido a que hablo ininterrumpidamente, lo cual me cansa el pecho; pero me voy acostumbrando poco a poco.
No me entretengo más porque conozco las grandes ocupaciones de Vuestra Eminencia. Sé que piensa en mí y sé que conoce suficientemente el respeto, la adhesión y la sumisión…
Don Antonio Gianelli
CARTA Nº 3 – AL ARZOBISPO DE GÉNOVA
Desde el Seminario, la noche del 14 de noviembre de 1823.
Excelencia Reverendísima:
No sé ni cuándo ni cómo presentarme ante Vuestra Excelencia, sin dejar abandonados los quehaceres que tengo encomendados, para ponerle al corriente del estado de cosas, el cual, por la gracia de Dios, no es malo, y en consecuencia me reservo de hacerlo en Génova. Lo que ahora me mueve a escribirle es la eventual pérdida, que me asusta, del mejor de nuestros Seminaristas, Magnasco Salvador de Portofino.
Escribe unas cartas que hacen que se le salten a uno las lágrimas. En ellas manifiesta que si no lo ayuda la piedad de Vuestra Excelencia, y no le concede un puesto franco o al menos una situación más ventajosa, no está en condiciones de seguir adelante.
Huérfano de padre, teniendo la madre que cargar con una familia numerosa y sin recurso alguno, él no sabe qué partido tomar. Comprendo que he tardado demasiado, pero por otra parte él tenía la esperanza que las instancias que hizo ante el Señor Rector y la de los RR. Hermanos ante Vuestra Excelencia tendrían algún efecto. Como quiera que sean o tengan que ser las cosas, yo me creo en la obligación de hacerle observar que en el Seminario no hay otro que reúna, como él, todas las cualidades requeridas para que resulte un óptimo Eclesiástico, más aun, un gran hombre. Cordura irreprensible, prudencia por encima de su edad, gusto refinado, talento universal. En los tres años que lleva en el Seminario ha hecho portentos.
De la nada en que estaba en la clase de gramática ha llegado a obtener este año pasado el primer premio de retórica. Entre mis alumnos no he tenido otro igual.
Con todas estas cualidades, ¿habría de quedar abandonado a su suerte? Yo no puedo creerlo, pero aun cuando tuviera que suceder así yo presento mi súplica a favor de él con todas mis fuerzas. Vuestra Excelencia me ha dado ya muchísimas pruebas de su paternal bondad, pero yo no le he pedido nunca cosas terrenas; le pido ahora ésta por este infeliz y ciertamente no la pediría para mí mismo. No puedo creer que mientras muchos torpes y muchos bastantes dudosos (por no decir mal dispuestos) e incluso forasteros, disfrutan de los bienes del Seminario, este Diácono que tanto promete haya de quedar abandonado a su mala suerte. Yo no podría soportarlo sino con inmenso dolor: prueba de ello es que estoy dispuesto a contribuir yo mismo con mis bienes, hasta donde lo permitan las estrecheces de mis más íntimos parientes. No son pocos los sinsabores que he tenido y sigo teniendo por el bien del Seminario. Espero que la bondad de Vuestra Excelencia querrá librarme de éste, que me llegaría hasta lo más profundo del corazón.
Me intereso por la justicia, por la virtud, por el bien de la Iglesia y del Seminario, y espero por tanto que Vuestra Excelencia no me imputará como delito esta libertad que me he tomado, pues me hago la ilusión de que debo asegurarle cada vez más la sinceridad de mis sentimientos, por lo que besándole la sagrada mano, me profeso
de Vuestra excelencia Reverendísima
Humildísimo, Respetuosísimo Servidor
Don Antonio Gianelli
CARTA Nº 5 - A UNA HERMANA DEL CONSERVATORIO DE SAN JOSÉ DE GÉNOVA
Comenzada el 2 de octubre de 1826
Ayer quedé poco satisfecho de vos y de mí; de vos por la incertidumbre del estado en que os dejé, de mí porque me parece que no os hablé con toda la gravedad y libertad que exigía vuestro estado mismo… Suplo, por tanto, la deficiencia con la presente, también para que oportuna y tempestivamente podáis consultarla y recurrir a ella cuando surja cualquier duda y angustia fuera de lo común.
O queréis servir a Dios o queréis servir al amor propio. Si queréis servir al amor propio, cosa que no creo, no tenéis necesidad ni de mí ni de otros……
Y así como me he ocupado y sigo preocupándome por vos en cuanto al alma, os abomino en todo lo demás. Sólo conozco vuestra voz y aun por ésta es poco el interés que tengo. O sois buena de verdad o, por lo que a mí se refiere, no venís a hacer otro papel que el de un demonio peor aun que los del infierno.
…no tenéis necesidad más que de una firme y estable resolución de acabar de una vez por todas tonel ciego amor propio y de entrar por fin en el camino del Señor con ánimo franco, libre, resuelto, quiero decir, únicamente ansioso de encontrar a Cristo y de seguirle sólo a El. Cierto que encontraréis (como ya lo estáis encontrando) que este camino es al principio áspero, pedregoso, sembrado de espinas y repugnante; pero precisamente por eso es más seguro y aquí encontraréis ciertamente a Cristo… Este es el primer paso, es la primera iniciación, como El mismo señala: Negarse a sí mismo, que es como decir: hacer siempre lo contrario de lo que nos sugiere nuestro falso amor propio…… A Cristo lo encontramos ciertamente negándonos a nosotros mismos…
Rogad también por mí
Vuestro Director en Jesucristo. Don Antonio Gianelli
CARTA Nº 123 - A DON JOSE FRASSINETTI – PRIOR DE SANTA SABINA (GENOVA)
Bobbio, a 15 de mayo de 1840
Carísimo:
Vuestra carísima carta me llegó en un momento oportuno para darme ánimos. Os doy las gracias por ello, así como por las buenas noticias que en ella me habéis comunicado y que siempre me hacen bien.
He visto con sorpresa el artículo Revisión. Si lo hubiese dictado un hereje, me parece que no habría sido peor y más fraudulento. Por caridad, aprovechad el ofrecimiento que os ha hecho el Sr. Calzamiglia y no andéis perdido por otras partes para imprimir vuestro Compendio.
De nuestras cosas os habréis enterado suficientemente por el señor Vicario y por Cattaneo. Aquí todo está ahora tranquilo. La semana entrante iré a formar parte de una Misión, a la que seguirá una visita que reemprenderé en julio y acabaré en agosto, disponiéndome entre tanto a celebrar el Sínodo de setiembre, por lo que os ruego (y junto con vos a todos nuestros amigos) que me escribáis todo lo que creáis que puede serme de alguna utilidad.
Pienso que esta carta os la dará nuestro Don Botti, a quien envío a Génova para que trate de obtener alguna subvención que permita llevar adelante el Edificio de las Hijas de María y la Iglesia de Santa Filomena. No es en modo alguno conveniente que abandone yo aquella obra inacabada; pero, hijitos, si me dejáis solo, no puedo salir adelante. ¡Ea!, ahora tengo verdadera necesidad de que todos me echéis una mano, una mano que, por un lado no esté vacía, y, por otro, aporte dirección, consejos, advertencias al referido enviado, para que su idea no sea en vano. Hablad sobre esto a los otros y animaos. Los esfuerzos unidos se refuerzan mutuamente.
Escribo también a otros buenos amigos y señores míos con el mismo objeto.
Sin más que añadir por ahora, os abrazo y bendigo a todos. Adiós.
Vuestro afmo. De todo corazón
+ Antonio Obispo
APÉNDICE II
Personalidad y obra de dos grandes Gianellinas:
CATALINA Y CLARA PODESTÁ
CATALINA PODESTÁ, “libre y sin ataduras”
Nació en Peggi (Italia), el 9 de octubre de 1809. Viuda. Ingresó al Instituto el 19 de diciembre de 1831.
En su juventud Gianelli fue su confesor. Se estableció así entre ellos una gran sintonía espiritual. Dios les tenía preparado un proyecto en el que trabajarían juntos: “LAS HIJAS DE MARÍA”
Mujer superior que conquista con la fuerza de su personalidad excepcional.
Desde el día de su ingreso en el Instituto lleva con soltura, con habilidad humana, con disponibilidad total a la acción del Espíritu, la responsabilidad de las primeras fundaciones.
Por dentro sufre aridez y sequedad, pero posee una fuerza moral tan grande que se mantiene sólidamente anclada en la voluntad de Dios.
Se mueve, actúa y dirige con energía y serenidad, con gran entusiasmo por vivir sin reserva alguna, la caridad evangélica: alma del Instituto. Al seguirla en su actuación uno tiene la impresión de encontrarse frente a un alma sumamente libre, sin ataduras, como Gianelli quería a sus Hijas de María.
Y Catalina lo es: es libre y sin ataduras, no obstante el drama que lleva dentro.
Catalina, viuda y con una pequeña hija de dos años, debe renunciar a su niña. En el Santuario de la Virgen del Huerto, la ofrece totalmente a María y se la entrega al cuidado de la abuela paterna.
Catalina llevó a la pobre casa de Vía San Antonio, donde temporalmente vivían las Hijas de María, una corriente de vitalidad, de sentido práctico y organizativo y, sobre todo, una riqueza humana nada común, ilimitada capacidad de amor y entrega al prójimo.
Pero también sufrió melancolías profundas, tedio e incluso repulsión por la nueva vida. Conoció la gran tentación del “sin sentido” de su sacrificio.
Gianelli supo confortarla y devolverle las alas. Y desde entonces todo fue correr expeditivamente, con ánimo grande, libre y resuelto, por el camino del Señor. Ocho días después de su ingreso toma el hábito, y se prepara para servir a Dios en el prójimo.
El 29 de diciembre de 1831, es una fecha para grabar con letras de oro en la vida de nuestra Madre Catalina: ese día comenzó su actividad caritativa entre los enfermos; un servicio que revela una vocación peculiar, amor apasionado y total entrega al prójimo.
Ante el pedido de la Administración del Hospital de Chiavari, Gianelli envía a tres de sus Hijas, como dicen las Memorias:
“eligió para Madre Superiora de éstas a Catalina Podestá… por creerla más a propósito para tal ministerio y también por los signos particulares, notables e incluso extraordinarios de su vocación. Tanto ella como sus compañeras obtuvieron sobresaliente éxito”.
Gianelli hizo la elección justa, Madre Catalina realizó a las mil maravillas la tarea que Dios le tenía reservada para toda la vida: ser animadora. Pero justamente aquí comienza la Providencia a marcarla con su signum mágnum: de la CRUZ.
Catalina Podestá va a ser “pionera” en la expansión del Instituto que Gianelli había fundado sólo para Chiavari. Dicen las Memorias:
“Habiéndose hablado del hospital de La Spezia y de la poca atención que allí recibían los moribundos, sintió ella tanta piedad por aquellas almas que quiso prestarles socorro. Lo habló con el Director y se le ofreció dispuesta a dirigirse al lugar. El Director aprobó el piadoso deseo, pero en vez de animarla, la enfrió, amedrentado por la dificultad de la empresa. Ella no perdió la confianza y tanto insistió en su petición que finalmente el Arcipreste le concedió que partiera”.
Este fragmento de las “Memorias” describe el momento de tomar una decisión vital: quedarse en los límites de Chiavari o romper las fronteras.
Gianelli no tenía pensada la expansión del Instituto fuera de los límites de Chiavari. Esta ruptura de las fronteras se debe al coraje y a la grandeza de ánimo y a la amplitud de miras de nuestra Madre Catalina, una hija de Gianelli que en varios momentos del naciente Instituto, tuvo el paso más largo que su santo Fundador y Padre espiritual. A partir de estos hechos, Madre Catalina se convierte en la verdadera Cofundadora del Instituto.
En 1835, Madre Catalina junto a otras dos Hermanas llegan al Hospital de La Spezia, y allí le tocará vivir un momento muy difícil: la prueba de la calumnia.
Catalina Podestá fue la primera Superiora General del Instituto designada por el mismo Gianelli y fue su brazo derecho. A la muerte del Fundador gobernó a las Hijas de María hasta su propia muerte.
De aquí en más, Madre Catalina, al frente del Instituto, tendrá la responsabilidad de las nuevas fundaciones que se irán sucediendo: Marinasco, Bobbio, Ventimiglia, San Remo y Triora, Novi Ligure, entre otras.
El 2 de julio de 1847, la Virgen del Huerto le tenía reservada una gracia especial: su hija Angelina, ingresa entre las Hijas de María. Luego de la profesión religiosa y tras pasar por Ventimiglia, en 1857 parte con un grupo de Hermanas para América Latina, muriendo en Buenos Aires en 1861.
Madre Catalina defendía a brazo partido las propuestas que juzgaba mejores para el Instituto.
En 1853, el Arzobispo de Génova, aprueba las constituciones. La aprobación diocesana era el primer paso obligado para llegar a Roma.
En 1856 se realiza la primera elección regular de la Superiora General, como establecían las Constituciones de 1853, en presencia del Arzobispo de Génova y de dos sacerdotes auxiliares.
De la suma de votos resulta electa: Madre Catalina Podestá
Siguieron años de lucha, desencuentros y trabajos, y ella, la Madre, se encamina, desde su vigor inicial hacia la madurez y a la época de los frutos.
En el paso de Chiávari a Roma y en la desvinculación de la Casa General de la Casa Matriz, como también en las Fundaciones y en la redacción de las Constituciones definitivas del Instituto, aprobadas en 1882, demostró las características queridas por Gianelli:
“… desenvueltas, desprejuiciadas… prontas para partir y amantes del retiro”.
Con sus fuerzas ya disminuidas, vivió sus últimos años, más en el cielo que en la tierra. El 24 de setiembre de 1884, día de la Virgen de la Merced, la incansable e indomable luchadora, se apagó serenamente en Roma, dejando en todas una sensación de soledad y orfandad: Había muerto «la MADRE».
MADRE CLARA PODESTÁ
Rosa Podestá, nacida en Paggi, en 1815, siguió el ejemplo de su hermana Catalina, y con sus espléndidos diecinueve años, entró en la pobre casa de la calle San Antonio, el 17 de junio de 1834, impulsada por Gianelli, quien le había dicho repetidamente: “Dios es el valor de los valores: ¡ser elegida por él es la más grande fortuna!”.
Discretamente atractiva e instruida, pocos días después de su ingreso, fue nombrada maestra de la escuela para las alumnas externas. Después de un año, hizo su profesión religiosa: el arcipreste la nombra responsable de las educandas y maestra de las novicias. Permanecerá en el cargo durante diecinueve años.
En las dos hermanas Podestá, Gianelli ve dos columnas de su Instituto, Y las modera en su fervor, para que su actividad no desanime a las más débiles, y para que su dinamismo no oprima a las otras Hermanas. Las quiere humildes, convencidas de su propia insuficiencia: Clara lo sabe y les enseña a las novicias que quien, comprueba su propia incapacidad, no se debe deja abatir, no se debe angustiar, y en los momentos difíciles, con humildad, debe entregarse y someterse a la voluntad de Dios.
Aprovechaba todas las oportunidades para instruir y alentar a las Hermanas: sabía sacar buen partido de las buenas cualidades de cada una, aprovechando sus mejores condiciones, y no descuidaba a ninguna hasta que no la hacía llegar a esa perfección que deseaba.
La Madre Clara, con su intuición femenina y su espíritu resuelto, franco, libre de todas las ataduras preparó religiosas activas, incansables en la caridad y el servicio. Por su habilidad y su sentido común, fue enviada a otras Comunidades nacientes.
Por esta razón se encontraba en Génova, con las Hijas de San José, cuando la localizaron para organizar el viaje a América y con el grito de NO ES HORA DE DORMIR, AMERICA NOS ESPERA, vive y se desvive para que el viaje se concrete lo antes posible. En septiembre de 1856, partió el primer grupo de “misioneras gianellinas” del puerto de Génova. Después de un azaroso y difícil viaje, el 18 de noviembre del mismo año, desembarcaron en el puerto del Uruguay, en Noviembre de 1856.
Ya en tierra americana, Madre Clara desplegó lo mejor de su espíritu indómito y emprendedor, fundando casas y no dejando una sola necesidad sin su debida respuesta.
Trabajó mancomunadamente con los laicos de ambas orillas del Plata. Con ellos tenía expresiones de confianza, de apertura y de amistad. A las Señoras de la Sociedad de Beneficencia, en especial a la Sra. del Pino, encomendaba a sus Hijas, después de la fundación de nuevas Obras. A ellas, conocedoras del ambiente y de la sociedad, se dirigía para pedir consejo, parecer y opiniones y agradecía cada palabra que recibía meditando en su corazón de Madre, cada una de las sugerencias recibidas.
Cuando las necesidades de organización de la nueva Congregación se hicieron apremiantes, Madre Clara vuelve a Roma, con la secreta esperanza de regresar a estas tierras, trayendo refuerzos…. Pero la voluntad de Dios tenía otros designios. Estando en Roma su salud decayó rápidamente y murió allí el 1º de enero de 1869.
En Roma, en el cementerio del “Verano”, las dos Hermanas Podestá, descansaron juntas, durante muchos años, de la larga fatiga. Madre Catalina fue trasladada a Chiavari, el 24 de setiembre de 1984, año centenario de su muerte. Allí descansa a los pies del Fundador y allí espera la llamada definitiva del Señor: “Ven, bendita de mi Padre, por que tuve hambre, estuve desnudo, enfermo, solo… y me diste cabida en tu corazón”.
Con la noticia de la muerte de Madre Clara, en América una sensación de soledad, embargó todos los ánimos. Pero la fe iluminaba los espíritus y hacía nacer una certeza: Madre Clara desde el cielo, seguiría guiando a sus hijas del alma, que habían quedado en estas tierras, porque Madre Clara, por su amor, se dedicación, por sus fatigas y por su capacidad de Inculturación se había ganado una nueva nacionalidad:
“Madre Clara es americana”
Una característica de la vida de Gianelli son sus numerosas y selectísimas amistades sacerdotales, que le permitieron concretar grandes empresas. Menos conocidas, por los pocos documentos, son sus amigos laicos de toda condición, con quienes gozó de una verdadera amistad, a la vez que lo admiraban profundamente y estaban prontos a cualquier insinuación suya, felices de poder colaborar con él; su carácter cordial y festivo lo convertían en un amigo incomparable.
Cuando, en la armonía perfecta con quienes compartía su ideal de vida, él puede abandonarse a la expansión de sus sentimientos y de los afectos, la expresión se hace fiesta del corazón y canto de sublime amistad.
Se transcriben para este trabajo, una serie de cartas escritas a la familia Sanguinetti de Chiavari, con quien Gianelli está ligado por una profunda amistad y dirige espiritualmente.
Se transcriben también algunas de sus Cartas Pastorales en las que se pueden observar aquellas constantes conforme las cuales el Obispo Gianelli conducía a su pueblo.
Carta 41 - A LA SEÑORA ROSA SANGUINETI
Chiávari, a 27 de abril de 1837
Apreciadísima Doña Rosa, y muy Señora mía:
Después de tanto tiempo que no me había escrito, su carta del 24 me ha producido un verdadero consuelo. Esto le hará comprender que no me había olvidado tanto de Vd., y que si todavía no le había mandado ningún ejemplar de la Alocución, se debió a que no tuve ocasión de ello.
Al Señor Cristóbal se los había mandado a casa aquí, e importa decir que los suyos se los han expedido.
Me valgo ahora, pues, del Clérigo Brosino para enviarle algunos ejemplares. En caso de que no encuentre la casa, los dejará en el domicilio del Señor Cristóbal, o bien en la casa Pallavicini. Puede; por tanto, mandar uno o dos a Turín, uno a dos a Savona, y quedarse con algún otro ejemplar, no sólo para alguna persona de su interés, sino también para otras, ante las que pudiera creerlos útiles. A este propósito, le explicaré las dos expresiones empleadas por el buen P. Spotorno, Cicero pro domo sua, y Apología, que Vd. teme no haber entendido muy bien. Cicerón fue encausado por la posesión de su misma casa. Se defendió como sólo él sabía hacerlo con uno de los más largos y de los más bellos Discursos que ha podido dejarnos. Pues bien: cuando se ve que uno se afana y se aplica en alguna cosa, y se las arregla para encaminarlo todo en su defensa o su provecho, se dice Cicero pro domo sua. Apología se llama aquel discurso que se hace en defensa de alguien. Ahora bien, Vd. se percatará de cómo ese docto varón ha aplicado a mi sermoncillo aquellas graves palabras, es decir, no en el sentido de considerarlo cosa de valor, sino en el sentido de que he tratado de defenderme y he tratado también de dar a entender que harán algo grande y bueno si se resuelven a darme alguna cosa, a echarme una mano para dar remate a la Obra: ¿ha comprendido que es un tiro de pícaro! Pero quizá Vd. las había entendido cabalmente, y me ha pinchado para hacerme cantar. Pues bien: alabada sea la verdad. Me parece que siempre he tenido como primer fin y empeño la gloria de Dios, y el bien de las almas; pero es verdad que he aspirado en segundo lugar también a éste, sin pretender apartarme del primero.
No sabría decir qué intenciones ha tenido el Señor Cristóbal al dar puestos tan honrosos a una nulidad como yo; pero ve tan bien y tan lejos, y es tan viejo en nuestro oficio, que lo habrá hecho estupendamente, aun a costa de que algún narigudo genovés hubiera debido, o sea, querido ponerle mala cara por poner siempre en el centro a novedades de Chiávari. Pero trasmítale mis felicitaciones y mi agradecimiento, y vuelva a hacerlo dándole dos o tres ejemplares más.
Acabo a escape saludando a toda la Familia.
Luisa marcha estupendamente.
Su Devotísimo servidor
Antonio Gianelli Canónigo Arcipreste
+ ANTONIO OBISPO
Carta 43 - AL SEÑOR SANTIAGO ANTONIO SANGUINETI
Chíavarí, a 19 de agosto de 1837
Apreciadísimo Don Santiago y estimado Señor mío:
Me entero, y en verdad que con agrado, de que también su Juana está resuelta a dejar la suerte y los azares del siglo, y a refugiarse en el claustro. Pero oigo que halla en Su Señoría algún reparo para llevar a efecto su deseo, al preferir Vd. que lo difiera hasta después de las vacaciones etc., también por miedo al cólera, etc.
Lejos de desestimar estos sus reparos, yo los encuentro todos nacidos de una Providencia y de un amor paterno que siempre gusta de andar con cautela en cosas de tanta importancia. Pero reflexionando 1º que sus hijas, por la gracia de Dios, están llenas de sensatez; 2º que Juana no es ya una chiquilla, y que si hubiera podido dejarse vencer por una resolución no del todo madura, lo habría hecho antes de ahora; 3º que tantas veces una dilación acarrea consecuencias extrañísimas, como sería la de morir en la casa de campo por excesivo cuidado en evitar el cólera en la ciudad; me he resuelto aprovechar la bondad que siempre ha tenido Vd. para conmigo, y, no por inmiscuirme en asuntos de familia, sino por el amor sincero que profeso a toda la familia, a tomarme la licencia de aconsejarle que no se decida más por una cosa que por otra; sino que, una vez dicho su parecer y hecha su exhortación de Padre, le aconseje que siga luego la corriente, que es buena. Son cosas de Dios, y hay que dejar en las manos de sus ministros los Sacerdotes y hasta cierto punto también de las mujeres cuando son de las ponderadas y asentadas.
Si cree que digo bien, haga caso de ello; de lo contrario, délo por no dicho, y perdóneme la molestia que le ocasiono y la libertad que me he tomado.
Cuando vea al Señor Cristóbal preséntele mis respetos. Dígale que escribo con este correo ordinario al Señor Canónigo Canale anunciándole su elección; que he escrito a Su Eminencia; y que cuando tenga un momento de respiro le escribiré también a él, pues ahora realmente no puedo,
Sor Luisa Crucificada está bien, y marcha estupendamente.
Estoy de prisa su devmo. y afmo. amigo y servidor
Antonio Gianelli Canónigo Arcipreste
Carta 46 - AL SEÑOR SANTIAGO SANGUINETI
Apreciado Don Santiago:
Soy del mismo parecer que el Señor Cristóbal, y si el domingo lloviera a cántaros no dejen de rezar en casa, recitando, por ejemplo, en común la tercera parte del Rosario y las letanías de los Santos. Digo si lloviera a cántaros, o sea, con intensidad, porque si fuera poca agua se puede ir con el paraguas.
He leído con agrado las noticias que traen las cartas que ha tenido a bien comunicarme, y que le devuelvo con mi agradecimiento, renovándome con plena adhesión.
De Vuestra Señoría Apreciadísima
Devmo. Oblmo. amigo y servidor
Antonio Gianelli Canónigo Arcipreste
P. S. La Señora Rosa comete un agravio contra su piedad y sus luces al preguntarme cómo suplir la privación de la Iglesia. No obstante, yo sería del parecer que hay que dar la preferencia a la lectura espiritual junto con alguna oración en compañía de la familia; meditación, oraciones y comuniones espirituales en privado. Y luego todo lo que la abundancia del Espíritu sabrá sugerir. ¡Vaya mi felicitación!
Carta 51 - A LA SEÑORA ROSA SANGUINETI
Chíavari a 26 de marzo de 1838
Estimadísima Señora Rosa:
En Bobbio las cosas novan mal en cuanto a los paramentos pontificales, etc. Me escriben, por lo demás, que al mejor de los conjuntos le faltan dos Tunicelas, y me mandan un velo y un manípulo como muestra; y para ver si quiero mandarlas hacer. Me parece que no puedo por menos; y por eso me dirijo a Vuestra Señoría rogándole que se ocupe de ello con su acostumbrada diligencia y bondad, encomendándome a Vd., a quien los mando en una caja. Uno a ellos las sandalias, pues me quedan un poquito cortas. Le ruego que mande que me hagan un par un poquitín más largas.
Si ha mandado hacer las otras dos mitras, está bien; si no puede dejarlo porque hay allí.
Sor Luisa Crucificada está bien y envía saludos a todos. A todos mil delicitaciones de parte de
su devotísimo y obligadísimo servidor
Antonio Gianelli Administrador
Carta 52 - A LA SEÑORA ROSA SOLARI
Chíavari, a 15 de abril de 1838
Apreciadísima Señora Rosa:
Su primera carta era realmente de Viernes Santo. No tener la misma tela, sino apenas semejante además de mandarla tejer de encargo, y a 9 n el palmo! Basta. La segunda es un poco más de Pascua. Me parece que 15 rasos a 32 £ n importan 480 £ n. Comprendo que el galón costará mucho, pero mandándolo hacer en Genova espero que el asunto no sea tan enorme.
Sea como fuere, es preciso hacerlo: me encomiendo enteramente a Vd. Cuando necesite dinero, escríbame. Por lo demás, trabaje, o sea, haga trabajar cuanto más de prisa posible aprovechando el resto que me indica a favor de Monseñor de Bobbio!
Lamento las molestias que le causo, pero se trata de vestir de Obispo a un hombre que mejor estaría vestido de saco. ¿Qué le va a hacer? También ésta es caridad.
Muchos saludos a todos. Voy a predicar a las Monjas. Sor María Luisa Crucificada está bien, y avanza por el camino abrazado seriamente y con garbo.
Su afino. P. y servidor en JC.
Antonio Gianelli Administrador
Carta 53 - A LA SEÑORA ROSA SOLARI SANGUINETI
Apreciadísima Señora Rosa:
Ha hecho muy bien en señalarme que tal vez podría convenirme alguna cosa del difunto Monseñor di Madera; pero yo no estoy allí ni puedo ir; no obstante, escribo sobre ello a Mons. Graffagni. Si lo ve, háblele del asunto.
También necesitaría algún par de candeleros. He visto algunos nuevos, pero son demasiado caros. Haga algunas averiguaciones por ver si encuentra algo usado y poco costoso. Necesito así mismo un tintero.
Indague un poco a ver si convendría hacerse con alguna cosa d’argent plaché. Proporcióneme los honores mundanos como pueda, pues yo tengo ya poca cabeza para estas cosas. ¡En vez de pensar en los Ejercicios, mire en qué me toca ocupar el espíritu...! ¡Qué tristes servidumbres...! Basta. Siga rezando, y esperemos que nos ayudará aquel que todo lo puede.
Su siempre devotísimo y obligadísimo
Antonio Gianelli Obispo
Carta 60 - AL SEÑOR SANTIAGO SANGUINETI
Desde Ruta, a 13 de junio de 1838
Apreciadísimo Don Santiago:
El Abad Olivetano ha prestado su báculo pastoral, y en consecuencia carecemos del mismo. Borzone me manda que se lo escriba a V. S., esperando que se las arreglará para obtenerlo de alguno de esos Abades Revmos., y nos lo enviará. Yo cumplo lo mandado mientras él ha ido a decir Misa, y aprovecho la ocasión para declararle tanto a Vd. como a toda la Familia mis sentimientos de reconocimiento y de respetuosa adhesión.
Su afmo. y obligadísimo servidor
+ Antonio Gianelli Obispo
Carta 63 - AL SEÑOR SANTIAGO SANGUINETI
Apreciadísimo Señor Santiago:
Me llega su carísima carta mientras me hallo descansando tras el primer discurso de la Novena aquí en el Seminario; y por eso le contesto inmediatamente para enviarla en la primera ocasión, o mañana por correo.
Le doy las gracias por sus muchas atenciones, pero le ruego que haga con libertad lo que mejor juzgue para mi bien. Sabe mi posición, mi intento, mi espíritu, y basta.
De los tres relojes de péndulo que me ha descrito me quedaría con el primero por su menor precio, pero si a V. S. no le parece lo suficientemente decente, compre otro. Sin embargo, a juzgar por lo que me dice, creo que ese sería suficiente, y quizá para el Obispo de Bobbio más conveniente, por ser más modesto. A menos que sea imprescindible, no rebasemos las 200 liras genovesas; pero repito que lo dejo todo a su buen criterio, y que estaré contento con todo, con tal de que no se canse.
Me olvidé de pedirle que se acercara un instante a casa de mi sastre en Dritto Ponticello para decirle que ha pasado la octava y que pasa San Juan Bautista, sin que yo vea el resto de mi ropa, tal y como me había prometido proporcionármela; que si tuviera la capa hoy me serviría de ella; y que si no me lo manda todo antes de Nuestra Señora no le pago. Añado que si no me hubiera hecho un mantelete de media estación, me lo haga, que da poco trabajo.
Borzone ha recibido cartas de Don Pablo, en las que da cada vez mejores noticias sobre la salud de S. E. Revma., por quien ciertamente seguiremos rogando. Muchos saludos a toda la familia. No añado nada más porque tengo que prepararme para el Pontifical. A escape pero de todo corazón me declaro.
Su afmo. amigo
+ Antonio Gíanelli Obispo
P.D. Diga a la Señora Rosa que no se apure más por el báculo pastoral. Se lo hemos tomado a San Antonio (la cosa ya está hecha), y vale más que si fuera de oro. Comienzo con el báculo pastoral de un Santo: el augurio no es malo.
Por amor de Dios déjese de llamarme con el título de Excelencia. Soy un Obispo tan pequeño por todos los lados que ese título, aplicado a mí me hace reír.
Me tomo la libertad de escribir una cartita a su Teresa. Le aseguro que es toda espiritual, pero en caso de que hubiese el mínimo reparo no deje de abrirla y leerla.
ANTONIO GIANELLI
por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica
OBISPO DE BOBBIO Y CONDE
AL VENERABLE CLERO Y AL AMADO PUEBLO
DE LA CIUDAD Y DIÓCESIS
salud y bendición
Desde que, por divina misericordia, ejercitamos el sacerdocio al que fuimos escogidos por el Señor, la única cosa que estuvo presente en nuestro pensamiento y en nuestro corazón es que no hay nada más difícil y peligroso que la cura de almas; y, en cuanto nos fue posible, intentamos rehusar un peso del que los mismos Ángeles tendrían temor. Pero, en verdad, nuestros pensamientos no eran los de Dios, ni nuestros caminos eran los suyos, y Aquel que escoge las cosas débiles y despreciables del mundo para confundir a los poderosos, dispuso que fuéramos asumidos precisamente Nos, hombre débil e indigno bajo todos los aspectos, a un cometido que infunde terror.
Corre ya el duodécimo año desde que, por firme voluntad y amable persuasión del entonces nuestro amadísimo Arzobispo y ahora espléndido ornamento de la púrpura romana, el Señor Cardenal Luis Lambruschini, arrancados de las delicias de las letras, éramos enviamos a gobernar la insigne parroquia de Chiavari.
Es difícil decir cuántas alegrías purísimas hemos vivido trabajando sin descanso en este campo parroquial; no es posible imaginar la calidad y la magnitud del amor con que estuvimos unidas a nuestro amantísimo pueblo y sobre todo a nuestros colaboradores. No es lícito, sin embargo, gloriarse de ello porque ni el que planta ni el que riega son algo, sino el que da crecimiento, o sea, Dios, y de nuestra cosecha no tenemos más que la mentira y el pecado, visto que no somos capaces de hacer nada por nosotros mismos; pero si le está permitido al que cultiva alegrarse del hecho de que en los campos encomendados a él ve madurar las mieses o combarse las vides por la riqueza de los racimos, así era justo que también nosotros sintiéramos gozo por la abundancia de los frutos deseados y conseguidos.
Y, sin embargo, ni la belleza del lugar, ni la afabilidad de los ciu¬dadanos, ni, cosa que nos halagaba por encima de todas las demás, la piedad del óptimo y amantísimo Clero pudieron hacer que disminuye¬se el temor a tan grandes peligros como, dado lo recios que son los tiempos y dada la corrupción de las costumbres, se encuentran en el gobierno de las almas; antes al contrario, ese temor aumentaba de día en día, y un cierto espanto y como temblor se había insinuado en nues¬tro ánimo al vernos envueltos en una responsabilidad de tanto alcance, no fuera que yo mismo corriera el peligro de la eterna perdición. Por lo cual, ya desde hace muchos años nuestro esfuerzo y nuestros deseos tendían a hacer que cuanto antes nuestros Superiores consintieran en liberarnos de tanto peso y de tan grande responsabilidad de almas. En realidad no es que, cansados por las fatigas y molestos por las preocu¬paciones, buscásemos tranquilidad y descanso; sino ese poco de sereni¬dad y de paz que nos permitiera atender también a nuestra alma, ha¬llándonos dispuestos a afrontar toda fatiga según nuestras fuerzas, pero no a aguantar el peso de tener que rendir cuentas.
Y en realidad pensábamos no estar demasiado lejos de esta alegría cuando,'por designio de Dios tan desconocido como inescrutable, la humanidad y benevolencia de nuestro religiosísimo Rey Carlos Alberto, no desdeñándose de mirar a nuestra poqueza, tuvo a bien llamarnos a responsabilidades mayores y más graves, y supo vencer de tal modo nuestro miedo y nuestro terror que consentimos en ser nombrados por Nuestro Beatísimo Papa Gregorio XVI para rectores de vuestra Iglesia.
Sólo Dios sabe en qué estado nos dejó sumidos tal noticia, cuál fue nuestra emoción y qué temor nos asaltó; pensamos que no debe¬mos callaros al menos esto, a saber, que nada más tener la certeza de que era ésta la voluntad de Dios sobre Nos (quiera el cielo que para gracia y no para castigo), acallamos nuestras aspiraciones y nuestros deseos, y nos dispusimos a ir hasta vosotros para ocuparnos de vuestra salvación y, cambiando casi de naturaleza, tras haber invocado con profunda humildad la ayuda de la divina gracia y haber depuesto toda angustia y temor, nos sentimos embargados por este solo pensamiento: liberarnos de toda otra ocupación y compromiso para estar preparados lo antes posible no ya para ir, sino casi para volar y llegarnos a vuestro lado.
No se nos escapa, en efecto, Venerables Hermanos e Hijos Carísi¬mos, que vosotros, como niños recién engendrados, ansiáis la leche de la divina sabiduría, deseáis ardientemente que se os reparta el pan de la Palabra Divina, y que nos esperáis, a pesar de nuestra miserable condi¬ción, como Padre vuestro. Y, por tanto, ya desde ese momento os he¬mos abrazado en las entrañas de Cristo y hemos empezado a sosteneros con nuestra plegaria cotidiana, aunque débil y pobre, y al mismo tiempo que en el Santo Sacrificio de la Misa ofrecíamos también por vosotros la Víctima Expiatoria, nos sentimos felices de habernos ofrecido a Nos mismo al Padre de los cielos, o sea, de haber ofrecido nuestra vida y toda nuestra obra.
¡En camino, pues, hasta que lleguemos y podamos hablarnos cara a cara!
Recibid, por tanto, Venerables Hermanos e Hijos Amadísimos, ésta nuestra carta con la que hemos tratado de deciros cuan grande es la caridad que nos empuja hasta vosotros, de qué manera nos esforzarnos por estar unidos a vosotros.
Recibidla en primer lugar vosotros que, al hallaros en cierto modo al frente de todo el Clero de Bobbio, debéis estar y trabajar junto a vuestro Obispo y cómo aquellos a los que, por formar una sagrada asamblea y a modo de senado, corresponde dar los primeros consejos y comunicar el primer impulso. Vosotros, primer decoro y ornamento de esta Iglesia Catedral, ofreced toda vuestra ayuda, juntad las manos y comprometeos a contribuir junto a Nos con la palabra, con la actividad, con la integridad de la vida al bien de toda la Diócesis. Vosotros sois aquellos candeleros místicos puestos sobre el monte para que podáis resplandecer e iluminar a todos, en casa, en la Ciudad, en la Diócesis. Brille, pues, vuestra luz ante todos, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos. Que vuestra modestia y vuestro decoro eclesiástico queden de manifiesto a todos los hombres, para que todos puedan aprender de vosotros las normas de la disciplina, la honestidad de las costumbres, la misma santidad.
Recibidla vosotros que, como verdaderos obreros en la viña del Señor, debéis sostener con Nos el trabajo y el bochorno de la jornada y debéis sudar día y noche en la porción de la viña que el Señor ha asignado a cada uno. ¡Animo! Sed valerosos no sólo para extirpar las malas hierbas y para cuidar la buena semilla y las buenas plantas, sino también para mantener alejadas a las aves rapaces y a las bestias peligrosas que irrumpen desde las selvas y a las serpientes venenosas que están escondidas por doquier, hasta que el grano escogido sea recogido en los graneros del Señor y vosotros os hayáis merecido recibir la buena y deseada y sobreabundante recompensa para vuestros trabajos y vuestros afanes. ¡Ea!, Hermanos Amadísimos, revestíos de las armas de la luz y combatid las batallas del Señor contra todos los que se atreven a traer asechanzas, devastaciones y ruinas a la viña elegida en la que se os ha puesto como guardianes.
Nos estaremos siempre junto a vosotros, como compañeros de vuestras luchas y de vuestros sufrimientos, para que podamos serlo también de vuestros consuelos en Cristo Jesús.
Una vez que hemos dejado aquella nuestra viña, por la cual sentíamos tanto mayor cariño cuanto mayores eran las fatigas que nos ocasionaba, nada hemos querido y deseado tanto como sentirnos unidos a vosotros en el celo, en las obras de bien, en la fatiga y en el sudor, para poder, finalmente, merecer ser partícipes de vuestras coronas. ¡Quiera el Cielo que, en esta competición estupenda seáis vosotros los vencedores!. Quiera el Cielo que vuestra voz a la hora de exhortar, vuestro celo a la hora de abrazar el bien y también a la hora de reprender oportunamente, vuestro ardor en la fatiga, la paciencia en llevar a término las obras de Dios, sean estímulo para Nos y, sosteniendo nuestra debilidad, renueven el vigor. Nada, en verdad, hay más dulce, nada más deseable que poder ser vencidos y confundidos por vosotros.
Recibidla vosotros, los que habéis sido llamados a la misma vocación aunque no recaiga sobre vosotros una responsabilidad específica. Libremente, en efecto, según la inspiración del Espíritu, pero valerosamente y con ánimo infatigable debéis colaborar en el cultivo de la misma viña. ¡Ay de los que el Señor encontrare en la pereza o en el sueño! Estad en guardia, Hermanos Carísimos, para que, mientras algunas partes del campo quedan sin cultivar y mientras otras invitan a trabajar en la mies (pues la mies es mucha, pero los obreros son pocos), a vosotros no se os encuentre bostezando o enredados en ocupaciones mundanas o incluso, cosa que sería mucho más detestable, perdidos en las crápulas, en el juego, en los placeres. ¡Lejos de vosotros tamaña desgracia, Amadísimos! Lejos de Nos tan gran dolor y tan gran angustia como los que supondría, al llegar entre vosotros, tener que decir, aunque sólo fuera a uno: "¿Qué hacéis aquí todo el día ociosos? ¿Por qué sois motivo de dolor para mí y para mi Dios? ¿Qué trato puede haber entre la luz y las tinieblas? ¿Qué género de convivencia entre Cristo y Belial? ¿o qué puede tener en común el fiel con el infiel?"
¡Ea, pues, Hermanos, todos cuantos pertenecéis al orden de los Sacerdotes y Levitas! Que nadie os seduzca. Es necesario que el Sacerdote se fatigue en la viña del Señor: porque el siervo inútil está ya condenado a las tinieblas exteriores con las palabras del mismo Señor.
Y ¿qué se debe decir de un infiel? ¿de un hombre peligroso, de un traidor? ¡Ay de ese hombre! Más le hubiera valido no haber nacido. ¿Por qué sigue ocupando todavía la tierra?
Pero no vaya a creerse que escribo estas cosas haciendo los papeles de mal agorero. Confío, por el contrario, encontrar ese pueblo santo, ese sacerdocio real que, partícipe de la naturaleza divina, sigue las huellas de Cristo Jesús, en el cual y por el cual hechos verdaderos modelos para vuestro rebaño, podáis vosotros encontrar satisfacción únicamente en la imitación de EL.
Recibidla también vosotros. . . pero ¿a quién me dirijo? ¿Dónde están esos hombres entregados a la oración y a la soledad que, vencedores de sí mismos, han despreciado los placeres y las comodidades del mundo y, más fuertes que los mismos expugnadores de ciudades, con los escritos, con las palabras, con las costumbres, han combatido animosamente contra fieros enemigos de la Iglesia?
¿Dónde están esas vírgenes castas que, semejantes a las flores del campo y a los lirios de los valles, parecen embellecer a la esposa del Cordero Divino, en cierto modo, con celestial esplendor?
Veo, pues, despojada de la gloria de las Ordenes Religiosas a esa tierra que, antes inaccesible y asolada, gracias a los cuidados y el amor de San Columbano se transformaba en huerto de delicias y merced al magisterio de una santa disciplina despedía perfume de infinitas formas de santidad.
¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!
¡Oh Ciudad ilustrísima! Hoy quedan sólo las huellas espléndidas y gloriosas de tu antiguo esplendor; pero aquel gran esplendor de la Religión, del que vinieron a tí todos los bienes, es ardientemente deseado. ¿Quién nos concederá profetizar sobre estos huesos? Venga, Señor, venga tu Espíritu y serán renovados y volverán a vivir.
Perdonad, Hermanos e Hijos Carísimos, y permitid a un justo y piadoso deseo expresiones que, de costumbre, no nos permitimos en cartas de este género. La situación del todo insólita suscita sentimientos y pensamientos igualmente insólitos.
Ahora nos dirigimos a vosotros, oh felices retoños del sacerdocio, alumnos amadísimos del Sacro Liceo de Bobbio, y en vosotros nuestra carta hallará toda su alegría. Vosotros, en realidad, si no la primera, seréis, sin duda la más querida y la más dulce de nuestras ocupaciones. Recordaré en vosotros los estudios y las gratísimas ejercitaciones de mí adolescencia y con vosotros gozaré dé rejuvenecer, o poco menos, para conduciros, con la ayuda de Dios, a la verdadera y divina Sabiduría.
Me encantará conversar y estudiar con vosotros para que seáis verdaderamente doctos y sabios. Nada omitiremos, en cuanto esté de nuestra parte, para que podáis salir de la palestra de vuestros estudios cuidadosa y cabalmente preparados, como cuadra en un ministro de la Iglesia de Dios, y podáis, así, ser la sal evangélica de la tierra. Manos a la obra, pues, Hijos míos, y secundad con celo y empeño las mejores inspiraciones.
No os hagáis pesar la fatiga y el empeño; no se entibie en vosotros el amor a la disciplina y a la piedad. Yo os seré padre; vosotros seréis para mí hijos. Yo vuestro protector y defensor, vosotros mi gozo y mi corona, aún más, la alegría profunda de mi alma.
Y ahora a vosotros, Carísimos, cuantos me habéis sido encomen¬dados por el Sumo Pastor. Del más grande al más pequeño, del anciano al niño, de los que ocupan puestos de mando a los que se dedican a trabajos serviles, de los que brillan por la nobleza de su estirpe a los humildes cultivadores de campos, os abrazamos a todos en las entrañas de Cristo Jesús Señor Nuestro, en el cual tenemos la salvación, la vida y la resurrección y del que hemos recibido este mandato: "Lo que ha¬yáis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, me lo habréis hecho a mí".
Venimos, pues, a todos vosotros, Hijos Amadísimos, no sólo para apacentaros con la palabra de vida y nutriros con el alimento de los Sa¬cramentos, sino también para sufrir por vosotros. El Buen Pastor da la vida por su rebaño; y el que daba esta norma dijo: "Y yo doy mi vida por mis ovejas".
Si veo llegar el lobo y huyo, ello significa que soy un mercenario. Voy, pues, como pastor, voy lo más pronto para ver a todas mis ovejas, para conocerlas y para que ellas me conozcan. ¡Quiera Dios que las en¬cuentre a todas en el redil! Pero si por casualidad se ha perdido alguna o ha sido arrebatada por el lobo, no la abandonaré. La llamaré de día, gritaré durante la noche, no ahorraré preocupaciones ni desvelos hasta que la haya encontrado y, tras haberla cargado sobre los hombros, la llevaré de nuevo al redil. Si encontrara algún lobo en el camino, no retrocederé, ni valoraré mi vida más que a mí mismo. Hecho todo para todos, estoy dispuesto a morir por todos, mejor dicho, por cada uno' de vosotros. ¡Oh muerte, más preciosa que cualquier vida!
Perdonad, Hijos. Os hemos dicho estas cosas no como si temiéra¬mos encontrar adversarios, sino para que conozcáis con qué ánimo, con qué sentimientos nos disponemos a comparecer ante vosotros, o más bien, de qué espíritu queremos estar llenos. Verted, os lo suplico, Venerables Hermanos e Hijos Carísimos, verted plegarias y, si es posi¬ble, también lágrimas ante Dios Padre Todopoderoso, del que nos vie¬ne todo bien, para que su gracia nos haga tales y como realmente de¬bemos ser; para que El, por medio nuestro, sea glorificado por todos y obre la santificación de cada uno de nosotros.
Implorad, además, la protección y la gracia de la Santísima Vir¬gen y Madre María, guardiana fidelísima de los Pastores de todas las Iglesias, y del Beatísimo Padre y Patrono nuestro San Columbano, de cuya protección nos gloriamos sobremanera. Rogad por nuestro Bea¬tísimo Papa Gregorio XVI, al que Dios ha constituido Pastor y Señor de la Iglesia universal, para que lo proteja felizmente en medio de tan adversas vicisitudes de la Iglesia.
Rogad también por el magnánimo y clementísimo Rey nuestro Carlos Alberto, para que Dios Omnipotente lo conserve incólume y feliz para el fidelísimo pueblo que tiene encomendado y siempre be¬névolo hacia su Iglesia.
Rogad también por la incolumidad de nuestra Reina, la Augustí¬sima María Teresa, consuelo del Rey, de los súbditos, de los pobres; y por los hijos de los Soberanos, los Duques de Saboya y de Genova, dig¬nos frutos de una unión tan feliz y suma esperanza del Reino; y por la piadosísima Reina María Cristina de Borbón; por toda la Real Familia Sabauda, para que Dios Nuestro Señor multiplique sobre Ella los dones de su gracia.
Y puesto que una parte de ésta nuestra respetable Diócesis está sometida al gobierno de la Munificentísima Duquesa María Luisa, Ar¬chiduquesa de Austria, rogad verdaderamente de corazón también por Ella, para que Dios se digne conservar por muchos años su vida para la felicidad de las poblaciones a Ella sometidas.
No dejéis, en fin, Amadísimos, de elevar fervientes ruegos para que Dios nos conserve por muchos años al Eminentísimo y Reverendí¬simo Señor Cardenal Fr. Plácido María Tadini Arzobispo de Genova y amadísimo Metropolita nuestro por la imposición de cuyas manos y por gracia especial de la Sede Apostólica se ha conferido a nuestra hu¬milde persona el don de la consagración episcopal en la misma Iglesia Metropolitana con la asistencia de los Ilustrísimos y Reverendísimos Señores Agustín María de' Mari, Obispo de Savona y Juan Bautista Obispo De Albertis.
Al tiempo que os escribimos estas cosas en el día mismo de la Consagración, os impartimos con todo el afecto del corazón la bendi¬ción pastoral.
Génova, a 6 de mayo de 1838.
ALOCUCION PARA EL SÍNODO
Pronunciada
por el Ilustrísimo y Reverendísimo
SEÑOR OBISPO
Lo que hemos hallado que se hacía siempre en la Iglesia desde los tiempos apostólicos y que el Sacrosanto Sínodo Tridentino ordenó que se hiciese cada año, eso es cabalmente lo que hoy, cuando transcurre el tercer año de nuestro Episcopado, con la ayuda de Dios empezamos a hacer, esto es, que a vosotros, llamados a reuniros todos juntos, ni que decir tiene que por gracia del Señor, os propongamos Nos aquellas cosas que hemos juzgado ser las más útiles para la mayor gloria de Dios, para la salvación de las almas, para la utilidad de la Iglesia ni y para nuestra común santificación, y, escuchando vuestro parecer sobre ellas, aquellas decisiones que al Espíritu Santo y a Nos parecerán más oportunas.
Damos comienzo, en verdad, a una obra realmente grande, a un empeño tan gravoso que podría engendrar terror no sólo por nuestra debilidad, sino también en los hombres más doctos. Y Nos, en verdad, Venerables Hermanos, estamos espantados; y examinando bien nuestra inexperiencia y nuestra debilidad, al venir aquí delante de Vosotros, dignos de todo honor y consideración, para daros cuenta de todo el trabajo, no sabemos si debemos ruborizarnos o más bien tener miedo. Ya que, en verdad, como indicábamos en la Indicción de este Sínodo, toda nuestra suficiencia y capacidad viene de aquel sin el cual nada podernos y en el cual confiamos poder cumplir todo lo que concierne a nuestro encargo, importa sumamente que ante todo confesemos, para alabanza y gloria de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo, que su inmensa bondad no ha dejado de responder a nuestros deseos y a nuestra fe, bien que ésta sea débil; debemos más bien decir que El se ha fijado en vuestras plegarias, en los méritos y en las oraciones de todos nuestros hijos, las cuales plegarias, sostenidas y reforzadas por los votos de nuestra Divina Madre Asunta al Cielo e invocada bajo el título de Auxiliadora, de los Santos Pedro y Pablo Contitulares de esta nuestra Catedral, de San Columbano Abad, eficacísimo Patrono de la Ciudad y de la Diócesis, de nuestros Santos Predecesores Vicinio y Alberto, y de los demás Ángeles y Santos, a cuya tutela y patroci¬nio ha sido encomendada esta nuestra Iglesia de Bobbio, atrajeron so¬bre nosotros la divina ayuda de modo abundante y casi me atrevería a decir sobreabundante.
Aunque, en efecto, se han interpuesto preocupaciones y contra¬riedades con las que el Señor ha tenido a bien probar un poco nuestra débil virtud, hemos podido visitar toda la Diócesis y no sólo recorrer cada una de las parroquias, sino que con la divina predicación de la Divina Palabra, Nos personalmente, y con Nos unos colaboradores infatigables que, no sin una gran misericordia divina tenemos como obreros en la viña, hemos podido exhortar a la frecuencia de los Sa¬cramentos y a toda obra buena, y vosotros sois testigos de ello, con gran alegría de nuestro espíritu.
En verdad, estos afanes del ministerio, aunque no dieran tregua a nuestro afán y a nuestras fuerzas, sin embargo no me cansaron hasta el punto de distraer mi ánimo del Sínodo que se debía tener. Debe¬mos confesar con toda sencillez que hombres sabios y doctos Nos han dado su ayuda en esta obra y con una paciencia y constancia tales que nuestras expectativas han quedado superadas. Ayudados por las indagaciones y por los esfuerzos de todos éstos, nosotros, hoy, con so-breabundante consuelo de nuestro ánimo, podemos presentaros en su integralidad el trabajo de las Constituciones Sinodales. Estas Constitu¬ciones, por otra parte, presentadas, como convenía, a nuestros Venera¬bles Hermanos, a las Dignidades y a los Canónigos de esta nuestra Iglesia Catedral, cuyo consejo se pidió en atenimiento a los Sagrados Cánones, perecieron tales que podían ser propuestas a todo el Sínodo y que se podían promulgar para el bien de toda la Diócesis. Si vosotros sois del mismo parecer, nuestra alegría será plena, no por lo que hemos hecho; sabemos, en efecto, cuan poca cosa es, sino porque confiamos que esta nuestra Diócesis, consolidada por una disciplina segura y es¬table, con la ayuda de la divina gracia, hará progresos en el camino de la virtud.
No a Nos, por tanto, no a Nos la gloria, sino dádsela toda entera al benignísimo Padre de las luces que, de las tinieblas de nuestra igno¬rancia, hizo resplandecer la luz y se ha signado mostraros a vosotros, elegidos suyos, la luz de su vida y de su verdad. Por lo cual, si a vuestra prudencia y sabiduría le parece alguna cosa menos recta o incluso mala o no oportuna, vuestra caridad, os lo suplico, no soporte pasarlo por alto. Bien sabemos que es necedad e ignorancia fiarse de la propia inteligencia y no querer prestar fe al parecer de los ancianos . Hablad, pues, libremente, Hermanos e Hijos carísimos, y, por medio de los Procuradores del Clero que se os notificarán cuanto antes, expansionad vuestros corazones en el corazón de vuestro Padre y Hermano. Por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual únicamente con¬fiamos, nada queremos, nada deseamos sino lo que es grato ante sus ojos, porque sólo esto es verdaderamente bueno y santo. Poco importa de dónde venga el bien y de quién, con tal de que venga. Si el más pe¬queño de entre vosotros lo indicase, no sólo le escucharíamos, sino que, además, con la ayuda de Dios, lo admitiríamos de buen grado. Si es necesario, borraremos lo que hemos escrito, aventaremos lo que" he¬mos dispuesto y preparado, lo cambiaremos, le daremos nuevo orden y forma.
No ignoramos que un Obispo puede por sí mismo emanar decre¬tos y constituciones que de ningún modo el Sínodo querría aprobar. Pero sabemos también que no sin razón se reúne un Sínodo y se piden pareceres. No en vano nos reunimos en el Espíritu Santo, ni por ca¬sualidad dice el Divino Maestro: "Donde están reunidos dos o tres en mi nombre, yo estaré en medio de ellos" . Hablad, pues, si el Señor os hace oír su voz y no escondáis la verdad que, por nuestra indigni¬dad, se hubiera dignado revelárosla a vosotros y no a nosotros.
"Os suplicamos - haciendo nuestras las palabras del Sumo Sacer¬dote Helí a Samuel - os suplicamos, no nos la escondáis. Que Dios os trate así e incluso peor si nos escondierais una sola palabra de lo que El os ha dicho".
Pero para que alguno de vosotros no sea engañado por la apa¬riencia del bien es útil que nosotros os informemos aquí brevemente sobre la razón de nuestro trabajo. Y, ante todo, Nos no emanamos Decretos nuestros, sino que nos remitimos a los Decretos sacados de las más conocidas sanciones de los Concilios y sobre todo del Tridentino, y de las más célebres Constituciones de los Sumos Pontífices o, al menos, de las instrucciones de otros Obispos, los cuales, no hace mucho, emanaron Decretos Sinodales con suma alabanza y con gran utilidad de las propias Iglesias, sin omitir y olvidar las de Nuestros Predecesores, los cuales, con no común sabiduría y prudencia, sancio¬naron los Decretos que estimaron más útiles a las circunstancias de los tiempos.
En verdad nos hemos encomendado en primer lugar a la guía de aquellos cuyas huellas nos abrían un camino igualmente suave y fácil; y, en efecto, al restaurar aquellos Decretos que ellos habían emana-do ya, no había razón para temer indicio alguno de odiosa novedad. Pero no siempre hemos podido seguir sus huellas. Nos hemos apartado un poco; nos han impelido a ello las circunstancias de los tiempos, ¡ay!, demasiado cambiadas, y la debilidad misma de nuestra virtud, por no decir holgazanería o desidia. Hemos sido, en verdad, más be¬nignos y con mucha diferencia más benévolos, pero no hasta el punto, si nuestra apreciación es correcta, de que las ovejas y los corderos que nos han sido encomendados, siguiendo estos nuestros decretos, deban alejarse del camino de la verdad y de la salvación eterna. Hay, en efecto, límites dentro de los cuales, quedando a salvo la unión de la fe y quedando también a salvo la santidad de las costumbres, está permitido moverse, pero no traspasarlos del todo. Atribuid, sin duda, a indulgencia la razón por la cual nos hayamos a veces apartado de ellos; pero atribuid a deber el hecho de que nunca nos hayamos salido de los mismos.
Si, por tanto, encontráis algo que, para vosotros, puede sonar no ciertamente a nuevo (odiamos, en efecto, la novedad como si fuera iniquidad), sino a insólito e inesperado, sabed, Hermanos carísimos, que Nos hemos aprendido estas cosas de la experiencia o de alguno de vosotros (los ha habido que nos han sugerido muchas cosas, y, sin duda, útiles), de modo que es poco o poquísimo desde luego lo que Nos expresamos como nuestro. Por lo cual, las más de las veces, hemos hecho nuestros los documentos y las obras y hasta las palabras de los Concilios y de los Padres de la Iglesia o de sumos hombres, no ya para ostentar doctrina y erudición, sino simplemente para dar a cono¬cer las fuentes en que nos hemos provisto. Como que más bien alguna vez somos más prolijos de lo que parece que cuadra a hombres algo doctos y de buen gusto; en efecto, en la redacción de las leyes se pre¬fiere habitualmente un estilo más conciso y más apretado. Pero Nos, en verdad, que queremos estar al servicio de la utilidad más que del arte de escribir o del esplendor de las letras, hemos estimado más útil para Nos y para vosotros este método.
A vosotros no se os abren aquí amplias y públicas bibliotecas en virtud de las cuales podáis estudiar volúmenes antiguos y conocer otros nuevos. A vosotros no se os abren Liceos, ni Academias entre las crestas de los Apeninos que habitáis, para que podáis aclarar dudas y resolver dificultades que repetidamente se presentan. Somos de la opi¬nión que nos hemos afanado seriamente no para vanidad nuestra, sino para vuestra utilidad y el bien de todos.
Quedan ya claros, Hermanos e Hijos carísimos, nuestro pensamiento y el fin que teníamos ante nuestros ojos. Recibid y aprobad lo que es bueno; corregid lo que pueda ser menos recto; rechazad y condenad lo que eventualmente fuese mal: Nos, en efecto somos los primeros en rechazarlo, condenarlo, anatematizarlo junto con vosotros.
En verdad, somos pobres e indignos hijos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana; lo somos, sin embargo, y no hay nada de lo que mayormente nos gloriemos. Si, pues, halláis bueno y conveniente lo que en este encuentro sinodal os proponemos, atribuídselo ante todo a Dios y luego a esta Santa Madre Iglesia de cuya leche nos hemos alimentado. Y si luego queréis atribuirnos también a Nos algo aparte de nuestros vicios y defectos, que no falte, en verdad, esta única cosa: la total adhesión a esta Santa, Divina e Inmaculada Iglesia en la cual está el camino, la verdad y la vida, que es Cristo, al cual sean la gloria y el honor ahora y siempre. Amén.
Historia del Instituto de las
Hijas de María Santísima del Huerto
Las Hijas de su alma
La obra más importante y más amada de Gianelli, la única que le sobrevive como herencia dejada a la Iglesia, tuvo comienzos modestísimos en Chiavari. Fue la obra maestra de su vida, el espejo de su alma, el jardín de sus delicias, que cuidó con todos los recursos de su inteligencia, de su corazón y de sus excelsas virtudes.
Sabemos que, desde los inicios de su ministerio parroquial, había dado su nombre a la Sociedad Económica del marqués Rivarola y fundado las Señoras de la Caridad para ayudar a las huerfanitas recogidas en el Hospicio de Caridad y Trabajo. Gianelli mismo traza las grandes líneas del nacimiento y del primer desarrollo de su obra, narrándola en tercera persona y con un estilo insólitamente modesto, como para esconder su mérito.
Escribe en las Memorias del nuevo Conservatorio:
"La necesidad de proporcionar alguna maestra al Hospicio de las huerfanitas, y las dificultades en tener buenas entre las precarias, sugirió al canónigo arcipreste, otro de los miembros de la Diputación o Dirección del Hospicio mismo, el plan de reunir algunas Hijas o Doncellas que, juntándose en comunidad y animadas por un verdadero espíritu de retiro, mortificación y pobreza, se mantuvieran del propio trabajo y prestaran sus servicios al Hospicio, asistiendo y gobernando a las pobres niñas que se congregarían en él".
En la Alocución de 1837 al pueblo de Chiavari justifica, por así decir, la propia inspiración:
"Un párroco, para el que lo considera bien, no es sino el padre de una gran familia que le han confiado la Iglesia y Dios. Debe regirla, gobernarla y alimentarla sobre todo en el espíritu; pero, como padre de los pobres y como primer guardián del templo y del altar, también tiene que preocuparse algo por lo que se refiere a los beneficios temporales. Todo, sin embargo, se ha de ordenar siempre y ha de tender al alto fin para el que se le ha concedido predicar el Evangelio, a saber, la salvación y la santificación de las almas".
Con otras palabras: él no pensaba en maestras cualesquiera para la instrucción de las huerfanitas, sino en educadoras completas, idóneas para formar la adolescencia y la juventud en la vida cristiana. La obra nacía de las exigencias de la caridad, y la caridad genuina entraña, como primer objetivo, los bienes del alma.
El verdadero espíritu de retiro, es decir, de recogimiento y de fervor espiritual, la mortificación, la pobreza y el trabajo caracterizan a una comunidad profundamente ascética que encuentra en la interioridad los estímulos más urgentes.
Gianelli define la comunidad querida por él "Nuevo Conservatorio o Retiro", con una terminología que ya no se usa hoy, pero que en su tiempo indicaba instituciones precisas, típicamente italianas, cuyos orígenes se pueden hacer remontar al siglo XVII.
El Conservatorio era una casa en la que se recogían piadosas mujeres, no religiosas verdadera y propiamente tales en el sentido jurídico - canónico, que se ocupaban de la instrucción y de la educación de las niñas. De antiguos Conservatorios nacieron monasterios con o sin clausura. El Retiro tenía, en cierto modo, el aspecto de un convento, en el que se reunían mujeres deseosas de vivir lejos del mundo. Los dos términos, "Conservatorio" y "Retiro", se usaban indistintamente, como lo hace Gianelli, en cuanto que también las niñas hospedadas hacían casi la misma vida que sus maestras y cuando salían de casa se ponían un hábito uniforme con un velo sobre la cabeza.
Al comienzo Gianelli se orientó hacia la forma tradicional del Conservatorio-Retiro, sea por la destinación para instituto de educación femenina, sea porque no preveía su difusión más allá de los límites de Chiavari. En efecto, los Conservatorios eran casas autónomas y aisladas. Sin embargo, él habla de un "Nuevo Conservatorio" no sólo por ser una institución nueva para Chiavari, sino porque su fundación preveía una vida retirada, pobre y penitente, que no era propia de los Conservatorios o Retiros tradicionales, sino una característica esencial de su proyecto.
La idea del Conservatorio, prosiguen las Memorias, "no tuvo mala acogida" y diversos miembros de la Diputación seglar propuesta para la dirección del orfanato, se ocuparon en buscar una casa en la que "dar comienzo al plan meditado, pero no se logró encontrarla. Entre tanto surgió el otro proyecto de fabricar la casa del Hospicio, y ocupó durante cierto tiempo no sólo a los diputados, sino a los socios" de la Sociedad Económica. "Entonces se confiaron todas las diligencias respecto al nuevo Conservatorio al can. Arcipreste. El las aceptó, también tras ponderar que una agrupación de jóvenes mujeres que iban como a formar una especie de monasterio o Conservatorio, no era bueno que estuviera gobernada y fundada por personas seglares".
Aparece aquí el término "monasterio" para indicar una comunidad religiosa bastante diversa, como se ha visto, del Conservatorio. La diversidad se precisa en el hecho de que la comunidad depende sólo de Gianelli, al contrario de los Conservatorios, dirigidos y administrados por una comisión de patronos laicos. De este tipo era el Conservatorio de Genova de las Hijas de san José que le había permitido la primera experiencia directa de una agrupación femenina de tipo religioso.
Por fin fue posible encontrar una casa para las Hijas de María en el corazón de Chiavari, junto al ayuntamiento, encima del oratorio de san Antonio, en la calleja homónima y cerca del santuario de Nuestra Señora del Huerto. Gianelli lo tomó en alquiler por un plazo de diez años "y fue entonces cuando se ocupó en reunir diversas jóvenes de algunas de las cuales conocía bien el espíritu, las disposiciones y los talentos".
Es la primera vez que descubrimos a Gianelli no sólo como confesor, sino como director espiritual de almas deseosas de perfección. En el ambiente femenino de Chiavari y entornos había seglares que aspiraban a la vida de total consagración a Dios y por tanto en busca de consejeros espirituales. Y no eran pocas: "Se ofrecieron muy pronto otras muchas que fueron rechazadas por la edad demasiado avanzada, o por la falta de dote , y más todavía por las estrecheces de la vivienda". El haber descartado a las ancianas es una prueba más de que Gianelli exigía energías frescas para una obra activa. El se había propuesto dar comienzo a la vida común de las candidatas el día 21 de noviembre de 1828, consagrado a la presentación de María Santísima "con cuyo nombre pensaba llamarlas. El misterio mismo de aquel día que nos recuerda a María presentada en el templo (de Jerusalén) y retirada allí espontáneamente, encerrada para servir a Dios, habiendo hecho también voto de virginidad perpetua, le parecía harto oportuno para el ofrecimiento que de sí mismas hacían estas devotas vírgenes a Dios, para servirlo allí con una vida pobre, retirada, laboriosa y penitente".
Se había convocado a las aspirantes para el viernes 21 de noviembre, pero los trabajos de adaptación de la casa, nada más que un apartamento, no habían terminado todavía. Quedaban todavía por acondicionar un locutorio para recibir a los extraños, una cocina apropiada para una comunidad y la instalación de los telares destinados a la "vida de trabajo".
Se aplazó la inauguración para el 12 de enero de 1829, primer domingo después de Epifanía. "Fue aquel día, al anochecer, cuando, procedentes de lugares y pueblos distintos, se hallaron unidas (algunas sin conocerse) trece jóvenes de edad y condiciones diversas, pero todas animadas por el mismo espíritu y dispuestas a vivir juntas, unidas en perfectísima comunidad". El superlativo "perfectísima" expresa con la máxima claridad y fuerza la voluntad de Gianelli de establecer una verdadera vida común, que él sabía por experiencia cuan aproximativa y a veces inexistente era en ciertos Conservatorios o Retiros. Una decimocuarta aspirante no pudo añadirse a las otras por "habérselo impedido la lluvia y los obstáculos interpuestos por sus parientes".
En las Memorias del nuevo Conservatorio, tras haber descrito los primeros días de las jóvenes que se habían ofrecido, dice Gianelli: "Al pensarse en darles un título o denominación, se juzgó que había que llamarlas Hijas de María y al hablar de las que se detendrían en Chiavari, añadir además del Huerto, en señal de homenaje a la imagen milagrosa de este insigne santuario, encomendándolas a su intercesión".
En las cartas enviadas a las Hijas de María, tanto las personales como las comunes o circulares, Gianelli no las llama nunca Hijas de María del Huerto, a excepción de una carta del 15 de enero de 1837, dirigida a la "Superiora de las Hijas de María del Huerto de Marinasco (La Spezia)". También en las primeras Constituciones el título sigue siendo "Hijas de María"; el título "Hijas de María del Huerto" aparece en 1882, año en que se aprobaron definitivamente las Constituciones, y es hoy el título oficial.
Primero en Liguria, y luego en el uso común, se introdujo también la denominación "gianelline" (gianelinas).
La puntualización sobre el uso del título dado a sus Hijas no significa en absoluto que Gianelli alejara de su horizonte la referencia a la Virgen del Huerto. El mismo oficializa el título en la forma de "Hijas de María del Huerto" en un "Programa" a los vecinos de Chiavari de 1836 que concluye con estas palabras: "En cuanto a nosotros, habitantes de Chiavari, reconoceremos con placer la particular asistencia de Nuestra Señora del Huerto a cuya singular protección se ha encomendado toda esta obra desde el comienzo".
Uno de los componentes más explícitos de la espiritualidad de Gianelli es su robusta y a la par tierna y ardiente devoción a la Virgen. Fue apasionado apologista y cantor de la grandeza y de los privilegios de María. El sermón sobre la Virgen era un caballo de batalla de Gianelli misionero; al hablar de la Virgen llegaban a tal punto su fervor y su manifiesta emoción que arrancaba las lágrimas a multitudes inmensas y a pecadores encallecidos. En particular, exaltó reiteradas veces a Nuestra Señora del Huerto.
Liguria presume, y con razón, de ser la tierra de María por los numerosos y célebres santuarios de la Virgen que la esmaltan.
Como muchos otros santuarios de la Virgen, el de Nuestra Señora del Huerto tuvo su origen en la devoción del pueblo, cuyo sentido cristiano, a modo de un instinto, anticipa a veces las elaboraciones doctas y minuciosas de los teólogos.
En 1493, un invierno riguroso destruyó los cultivos agrícolas; detrás de la carestía vino la peste, que devastó Liguria. Sólo en Genova, donde santa Catalina Fieschi hizo milagros de caridad y contrajo la terrible enfermedad, murieron casi cuatro quintas partes de la población. El flagelo hizo estragos también en Chiavari, donde una mujer, apodada Turquina porque vestía azul celeste en señal de devoción a la Virgen, hizo voto de que si se veía preservada del tremendo flagelo le profesaría público reconocimieto. Cuando desapareció el flagelo cumplió fielmente su promesa y encargó a un "maestro de hacha" (un carpintero) que pintara una imagen de la Virgen "en una ventanilla" puesta sobre el cercado del huerto del Capitán del pueblo, a los pies del castillo que dominaba Chiavari.
El nicho se asomaba a la calle principal de la ciudad. El 2 de julio de 1610, un joven negociante de la aldea de Rupinaro, cuando, al filo del alba, se dirigía a los pueblos vecinos para recoger provisiones, vio en la aureola de una gran luz una figura femenina que se dirigía al huerto del Capitán y se detuvo ante la imagen de María. Vuelto al anochecer a Chiavari, el joven refirió lo acaecido y al instante comenzó a acudir gente que despejó el nicho de los estorbos que lo afeaban. De los pueblos cercanos afluían procesiones de peregrinos y de cofradías, atraídas por las noticias de gracias extraordinarias de la Virgen del Huerto.
En 1613 se comenzó a construir una pequeña iglesia en que el 8 de septiembre de 1634 se entronizó la imagen. En 1643 la Virgen del Huerto fue elegida patrona de la ciudad y el 2 de julio, día de la aparición, fue declarado día festivo.
Después de un periodo de prosperidad, Chiavari se vio reducida al colapso social y económico como consecuencia de la peste de 1656, pero volvió a florecer con la protección de María. El 8 de septiembre de 1769 se tributó a la Patrona el homenaje solemne de la coronación, por concesión del capítulo de la Basílica Vaticana. Durante la ocupación francesa, con un gobierno democrático provisional instalado en 1797 en Chiavari, los revolucionarios devastaron el templo de María y expulsaron a los carmelitas que lo atendían. Se encomendó la guarda del santuario a cuatro sacerdotes de la cofradía de san Felipe Neri. El 11 de julio de 1809 Pío VII, detenido por Napoleón, de camino al exilio, se detuvo en Chiavari y concedió un oficio propio para la fiesta de la Virgen del Huerto. El año siguiente, se festejó el segundo centenario de la aparición de la Virgen con nuevos trabajos de embellecimiento del santuario. Con el paso de Liguria al reino de Cerdeña en 1815, Victorio Emanuel I, de visita en los nuevos territorios que se le habían atribuido, fue recibido en Chiavari en el santuario, donde asistió desde el trono a una solemne función. Otros miembros de la dinastía de los Saboya y de otras dinastías reales, de paso por Chiavari o de intento, no dejaron de rendir homenaje a la celeste Reina de la ciudad.
Esta larga digresión ha sido necesaria para conocer el ambiente religioso de la ciudad de Chiavari en que se insertó admirablemente Gianelli, fomentando la devoción más querida de sus parroquianos y conquistándose el corazón del clero y del mejor pueblo.
La misma tarde en que se admitieron las primeras Hijas de María, Gianelli, asistido por el can. Bartolomé Borzone, "les anunció el capítulo fundamental y más importante de sus constituciones, a saber, el de los ejercicios diarios, junto con un cuadro de la distribución de las horas, y declaró su espíritu, su fuerza, y sus consecuencias, y el deseo que tenía de que sin dilación comenzaran practicándolo...".
Las normas para los ejercicios diarios llenan siete grandes folios, que regulan minuciosamente todas las prácticas de la jornada y las oraciones que las preceden y les siguen.
Gianelli lo prevé todo y lo regula todo para ofrecer a sus hijas la posibilidad de formarse en una vida auténticamente comunitaria que nada tenía que envidiar a la de los monasterios más rigurosos. También aquí consigue equilibrar el rigor con una inteligente y paterna comprensión.
Para Gianelli las Hijas de María, dedicadas a los pobres, deben compartir su condición; no por azar, en las Memorias, "cree oportuno observar que por más que eran pobrísimas, las Hijas de María comenzaron inmediatamente y siguieron después dando limosna a los pobres más de lo que se puede creer".
En la tecla de la pobreza, que caracteriza a las Hijas de María, Gianelli golpea largo y tendido, y con él volveremos sobre ella a propósito de dos largas y estupendas cartas escritas a sus Hijas de Bobbio para la Navidad de 1844 y de 1845. Es de importancia fundamental que las Hijas de María sean seriamente pobres para estar más disponibles al servicio de los pobres, cuya condición comparten. Por tanto, no sólo la pobreza por sí misma, sino una pobreza por el bien de los demás, como exige una vida consagrada según el mandamiento evangélico de amar y servir, juntamente, a Dios y al prójimo.
A los sacerdotes que eran íntimos amigos suyos les repetía Gianelli que había pensado las Hijas de María como un suplemento de las Hijas de la Caridad de san Vicente de Paúl; a éstas se las llamaba "prevalentemente a las grandes ciudades y a los lugares destacados", mientras que sus Hijas debían ir "también a los lugares pequeños y señaladamente a los hospitales pequeños". La pobreza se convertía así en el componente de un apostolado más generoso.
"Las Hijas de María comenzaron inmediatamente sus trabajos, sobre todo en las telas de nuestra región, unas urdiendo, otras tejiéndolas y otras haciendo el llamado macramé y como algunas eran expertas en el arte de coser, se creyó oportuno ocuparlas en dar clase a las niñas". Estas fueron pronto "más de cuarenta. Entre ellas, la mayoría abonó una paga muy módica, y a algunas se las acogió puramente a título de caridad. A unas se les enseñó a coser, a trabajar la ropa blanca, a otras vestidos de mujer, a otras el bordado, y sobre todo el del macramé. Casi todas aprendieron a leer, pero todas eran instruidas en la doctrina cristiana". Lo cobrado de la venta de la lencería y de los encajes servía para atender a las necesidades de la comunidad.
Las niñas que pagaban una pensión modicísima pertenecían, como se decía entonces, a las familias de condición civil. A partir del mes de mayo de 1830 se acogió también a algunas educandas.
Para alimentar la vida espiritual de sus Hijas, Gianelli daba mucha importancia a la práctica de la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. La casa carecía de capilla y la misa se celebraba en una de las habitaciones, sobre un altar portátil tomado en préstamo; a falta de un altar fijo ni siquiera tenían la custodia del Santísimo, y en consecuencia se limitó la adoración de momento a algunas horas de la noche.
En este momento entra en escena Catalina Podestá, la mujer maravillosa que colocó la Providencia al lado de Gianelli para la consolidación y el éxito de las Hijas de María.
Ocho días después de su ingreso entre las Hijas de María, el 27 de diciembre, Catalina vistió el hábito religioso.
Al cabo de tres años de vida de su Instituto, Gianelli comenzaba a sentir la necesidad de una mujer de cualidades superiores que le ayudase en el gobierno de la congregación naciente. Ninguna de las primeras jóvenes que habían entrado tenía las dotes idóneas para la difícil tarea. Catalina fue la respuesta del cielo al problema de Gianelli y el don de la Providencia para la pequeña comunidad.
Después de la comida de los días festivos las Hijas de María se dirigían al hospital civil de Chiavari para asistir a los enfermos. Su caridad y entrega, en estridente contraste con las prestaciones de los enfermeros retribuidos laicos, hizo nacer en los administradores del hospital el deseo de encomendar a las hermanas el cuidado de los enfermos. Pidieron dos al arcipreste, "quien, deseando facilitar las cosas, las concedió con una ligerísima pensión". Entraron al servicio del hospital el 29 de diciembre de 1831; Gianelli duplicó el número de las hermanas y les dio como superiora a Catalina Podestá, "por creerla más idónea para ese ministerio y también por los signos particulares, distintos e incluso extraordinarios de su vocación".
El 18 de agosto de 1834 el Instituto de Gianelli dio un importante paso adelante, al asumir la dirección del Hospicio de Caridad y Trabajo, para el que se había construido un nuevo edificio a lo largo del mar. En esta ocasión el Conservatorio resultó verdaderamente "nuevo", mejor dicho ya no fue tal a todos los efectos, porque había cobrado la característica de un instituto de vida activa. Providencialmente, la Diputación seglar del Hospicio consideró que, si se alojaban con las muchachas en la misma casa, las Hijas de María "darían ocasión a las huerfanitas mismas de cobrar apariencias y espíritu monásticos, siendo así que debían vivir en medio del mundo" (Memorias). Era exactamente lo que, como hemos visto, sucedía en los Conservatorios o Retiros de aquel tiempo. La Diputación pidió dos hermanas, a las que Gianelli añadió durante algunas semanas a Catalina Podestá para poner en marcha la nueva comunidad.
El 28 de diciembre de 1832 hizo Catalina su profesión religiosa emitiendo los votos, sobre los que Gianelli determinó que debían renovarse cada año, para permitir a aquellas que, por razones válidas, no se sintieran en condiciones de continuar una vida muy austera y sacrificada, poder dejar la congregación sin recurrir a la dispensa de la autoridad eclesiástica. Gianelli no cerraba los ojos sobre la realidad humana y tenía sumo interés en que sus Hijas hicieran con libertad su elección. En los primeros años de fundación, las Hijas de María vestían hábitos civiles y comunes; sólo las que el domingo iban a cuidar a los enfermos al hospital llevaban un hábito de lana negra. Cuando emprendieron un servicio estable en el hospital de Chiavari (29 de diciembre de 1831) Gianelli "les concedió un hábito uniforme y religioso, mientras que a las otras no creyó deber concedérselo; sin embargo, mandaba que se lo pusiera a las difuntas" (Memorias). El 18 de agosto de 1834, las Hijas de María entran a servicio del Hospicio y también a éstas se les concede el hábito religioso. Permanecían sin él (y sólo por razones de pobreza) las hermanas del Conservatorio de la calle san Antonio. Pero insistieron éstas tanto al Fundador que, finalmente, también a ellas les concedió poder llevarlo. Sin embargo, la pobreza era tal que tuvieron que limitarse a los gastos estrictamente necesarios, utilizando todo lo que podían tener en casa.
Las Hijas de María que vistieron el hábito religioso en el Conservatorio el día 8 de septiembre de 1834 eran diez maestras y una conversa. Fue una ceremonia estrictamente privada: Gianelli había bendecido los hábitos la noche precedente. El primer uniforme religioso de las Hijas de María era un hábito de lana negra, el frontín, el honestín, el escapulario, la corona en el costado y un amplio velo negro sobre la cabeza: el mismo uniforme que llevaban las Hijas del Conservatorio de san José de Genova, donde Gianelli había sido confesor y director durante cinco años
A partir de este momento Catalina Podestá se convierte en el factor de arrastre del Instituto de Gianelli, ampliando su presencia y actividad fuera de Chiavari. El Fundador confiesa cándidamente que Catalina venció sus resistencias. "Habiéndosele hablado del hospital de la ciudad de Spezia y del poco cuidado que allí recibían los moribundos, sintió tal piedad por aquellas almas que le entraron deseos de prestarles socorro. Recurrió a Dios y tuvo grandísima confianza en poder lograrlo. Lo habló con el director y se mostró dispuesta a dirigirse al lugar para establecer un acuerdo con las autoridades y magistrados del mismo. El director aprobó el piadoso deseo, pero, en vez de animarla, la enfrió, espantado por la dificultad de la empresa" (Memorias). La audacia le hace merecer a Catalina la calificación de cofundadora.
Fue ella quien dio el paso en un momento bastante difícil: partió para La Spezia afectada por una molesta enfermedad, que dio ocasión a los malignos para una cruel calumnia…
Las Hijas de María entraron al servicio del Hospital de La Spezia el 1 de Julio de 1835. En 1836 fue llamada de nuevo la Madre Catalina a Chiavari, donde, por voluntad del Fundador, fue puesta al frente del Instituto. Sin tener explícitamente el nombramiento, fue de hecho la superiora general.
Las Memorias de Gianelli se detienen en la fundación de La Spezia. El relato continúa en la Alocución al pueblo de Chiavari con fecha del 3 de abril de 1837, cuando se puso la primera piedra para la construcción de una nueva sede para el Conservatorio. El ambiente estrecho de la calle san Antonio resultaba insuficiente para la comunidad incrementada y no reunía condiciones para afrontar nuevas iniciativas de caridad.
En 1836 se ofreció también a las Hijas de Gianelli, en La Spezia, la dirección de un orfanato. Después de un feliz comienzo, Gianelli y la Madre Catalina consideraron que había que renunciar a la obra porque se querían imponer a las hermanas condiciones no conformes con el espíritu del Instituto.
Al mismo tiempo, las Hijas de María tomaron a su cargo la dirección de un centro educativo para niñas de familias acomodadas en Marinasco (La Spezia). Sobre él escribe Gianelli: "Al cabo de más de un año de existencia, por la amenidad del lugar, la salubridad del aire, por la solidez de la disciplina y por la no común cultura que se recibe en él, comienza a ser codiciado y muy apetecido".
En febrero de 1836 está la Madre Podestá en Marinasco como superiora y en este tiempo comienza una correspondencia epistolar entre ella y el Fundador que continúa hasta noviembre de 1837. Las dos primeras cartas se refieren a estados de ánimo y a pruebas interiores de Catalina. Mientras estuvo en Chiavari, la dirección espiritual se desenvolvía en coloquios personales y resultaba fácil explicarse y entenderse. El diálogo a través de las cartas resultó más trabajoso y para los lectores de hoy es difícil seguirlo en sus contenidos y en su desarrollo progresivo.
Lo que queda del mutuo intercambio de cartas revela en Catalina un espíritu atormentado que se abre con suma franqueza y humildad y una dolorida obediencia. Gianelli demuestra sus altísimas cualidades de maestro de vida espiritual con una paternidad sacerdotal vigorosa y dulce, llegado el caso, pero siempre respetuosa de la personalidad de su excepcional confidente.
La correspondencia en el tiempo de Marinasco explica que la obra tan bien encaminada hubo de abandonarse para no comprometer el espíritu del Instituto naciente; es el mismo motivo que había inducido a decidir el abandono del orfanato de La Spezia.
El desarrollo de las Hijas de María en Chiavari hasta 1837 lo indica Gianelli a grandes trazos en la alocución para la colocación de la primera piedra del Conservatorio.
En un preliminar esclarecedor, justifica el valor de la empresa: "Para un instituto naciente y tan escaso por no decir carente de medios... estas obras pueden despertar en alguno la sospecha de excesiva presunción y temeridad; y lo serían, ciertamente, si se las sopesa en la balanza de la prudencia humana, acostumbrada a que las iniciativas y proyectos sean proporcionales a los medios, pero no lo fueron ante los ojos de aquella caridad que guiaba el corazón y el espíritu de las Hijas de María" . Una confianza ilimitada en la Providencia es el secreto de la audacia de los santos. Un excesivo cálculo se expone a apagar el fuego de la caridad.
El Instituto atendía varias iniciativas: escuelas de diversos órdenes y grados; centros educativos para muchachas de familias más y menos acomodadas y provenientes de distintas partes de Liguria; el grupo de las "Siervas de María", con diez "desdichadas jóvenes que, por la incuria de los padres, por la falta de disciplina o por la miseria se veían arrastradas a internarse por el camino del desorden, del escándalo, de la ignominia, y de la perdición... ejemplo quizá nuevo y quizá totalmente imprudente a los ojos del mundo, pero no a los de la caridad evangélica, que, al decir de san Pablo, todo lo aguanta, todo lo vence y todo lo espera" . Con el buen logro de la empresa de las Siervas de María acabó luego formándose un retiro de penitentes al que se destinó un local contiguo a la casa de las hermanas.
Gianelli no acaba su lista de hechos sorprendentes. Aunque se halla confinado en Chiavari, está al corriente de la difusión en Italia de los asilos infantiles, nacidos en Inglaterra por la iniciativa filantrópica de un industrial escocés para los hijos de los obreros de su fábrica de hilados. Gianelli cita el título inglés de los asilos: Infants-Schools. El primer asilo de infancia lo funda en Cremona en 1827 el sacerdote mantuano Ferrante Aporti, un protagonista del movimiento pedagógico en los años del Risorgimento. Gianelli sabe también que la obra está difundida por varias regiones de Italia, en Francia, en Alemania y en otras partes de Europa y piensa en poder introducirla en Chiavari para la instrucción y la educación preescolar de los niños, de los tres a los seis años. Le viene la idea cuando, el 5 de diciembre de 1836, las Hijas de María abren una escuela de caridad para sesenta niñas pobres, entre las que había algunas de cuatro y cinco años. Se trata de "una primera semilla, o al menos un presagio".
La fértil fantasía de Gianelli proyecta también un laboratorio en el que las Hijas de María puedan confeccionar gratuitamente para las iglesias pobres "los pañitos sagrados" que se emplean para la celebración de la misa y "un lugar apropiado de corrección para las chicas que a sus padres, de acuerdo con la autoridad civil, les parezcan merecerla". Se trata de niñas corrigendas.
La historia de los siete primeros años de actividad de las Hijas de María y la perspectiva de los proyectos futuros se las presenta en la Alocución a los habitantes de Chiavari para justificar la nueva sede del Instituto y para estimularlos a concurrir a los gastos. Las Hijas de María han dado prueba elocuente de su desinteresada caridad que sólo gracias a la Providencia han podido ejercitar, sin poder contar con fondos consistentes o rentas de algún género; pero se encuentran "sin un huerto para respirar un poco de aire, sin una iglesia en que reunirse, sin una casa propia", Gianelli sería "un padre muy ruin" para sus Hijas y "un mal padre" de sus parroquianos si, después de haber mostrado y haber dado esperanzas de un gran bien, no proveyera a asegurar su continuidad e incremento.
En 1835 se había puesto a buscar un espacio adecuado en que construir la nueva sede de las Hijas de María; al final descubrió una franja desierta del arenal entre los huertos de la Sociedad Económica y de los marqueses Rivarola. Pidió al rey de Cerdeña que se le cediera aquella propiedad de la hacienda pública y lo consiguió porque al municipio de Chiavari se le extendió la autorización de parte del gobierno.
Gianelli había comunicado ya el nacimiento de su Instituto al rey Carlos Félix, muerto en 1831, y posteriormente a Carlos Alberto en 1833, y recibió promesa de asistencia y protección; pero se le señaló que no había puesto en marcha las diligencias para gozar oficialmente de los beneficios previstos por la ley. El se justificó alegando la razón de que el Instituto estaba todavía en los comienzos, sin medios y con reglas apenas esbozadas, que tenía intención de redactar cumplidamente sólo después de madura y larga experiencia. A las autoridades de Turín les dirigía una súplica acongojada: "Sólo le ruego que procure que no vaya a perderse en su mejor momento una obra que parece muy prometedora".
En la ceremonia de la colocación de la primera piedra del edificio que se proyectaba construir y que quiso imprimir para las gentes de Chiavari se dejó arrebatar por el entusiasmo. Después de lo que sus Hijas habían realizado en Chiavari y en La Spezia no era difícil prever cuánto podrían hacer en otros lugares, por lo que afirmaba: "El Instituto no es cosa municipal, ni provincial; es ligur, es nacional, es italiano, es europeo, es universal" . Sin embargo, con esto no tenía intención de "dar vida a las sombras o agigantar pigmeos". El era consciente de la pequeñez del Instituto, pero sabía también que tenía "in radice" todas las posibilidades de desarrollo por el espíritu que lo animaba y por la gracia de Cristo, que dijo a los apóstoles: "No temas, pequeño rebaño" .
Desde hace más de un siglo y medio tenemos la prueba de que Gianelli no exageraba, sino que preveía según la lógica que preside las obras de Dios.
A los gastos de la construcción del nuevo edificio contribuyeron primeramente las hermanas con sus "dotes" y el fruto de su trabajo. Espoleados por su ejemplo, concurrieron bienhechores grandes y pequeños; la ofrenda más sobresaliente, de dos mil liras, vino de un anónimo, a través del canónigo Borzone. Cuando la construcción estuvo bien encaminada, llegó un legado de dieciséis mil liras de parte de la marquesa Pallavicini.
Terminada una parte del edificio, las hermanas tomaron posesión de él el 8 de septiembre de 1839, guiadas por Gianelli, entonces obispo de Bobbio.
La redacción de las Reglas de las Hijas de María, vivas en la voz del Fundador, tuvo una larga gestación. En la redacción de 1836 dice el proemio que precede a los artículos:
"Las Hijas de María están fundadas para la propia santificación y para que cooperen en la de sus prójimos. Su santidad debe por tanto consistir sobre todo en hacer siempre el bien en pro de sus semejantes y de todos los modos que se les ordenen legítimamente. Y puesto que no faltan otras hermanas de caridad dedicadas al mismo objeto (aparte de que los obreros del verdadero bien no son nunca demasiados) se quiere observar que las Hijas de María se ordenan principalmente a prestar su colaboración y dirección en aquellas pías instituciones y en aquellos lugares en que, por falta de medios, no puede recibirse la ayuda de obras hermanas".
Una característica indudablemente genial, sugerida a Gianelli por su celo de caridad, que excluía cualquier tipo de marginación. Por ningún motivo aparentemente legítimo, debían verse excluidos precisamente aquellos que tenían extrema necesidad de ayuda.
Fieles al propósito de dar a conocer a Gianelli por los documentos y por los testimonios de quien estuvo cerca de él y tuvo la posibilidad de escrutar su alma y de verlo en acción, nos remitimos a la pluma del padre escolapio Luis Agustín Dasso, al cual correspondió la tarea y el honor de hacer su elogio fúnebre. En este elogio ocupa un puesto destacado el admirable retrato espiritual de las Hijas de María. Nadie, después del padre Dasso, ha intentado ya darnos una síntesis tan perfecta del pensamiento y de la voluntad del Fundador sobre el Instituto.
"Ya están (las Hijas de María) en cinco diócesis ocupadas en diversas actividades, incansables en educar a las niñas, en ayudar a los hospitales, en prestar servicios en las cárceles, o tales y como la multiforme caridad las recaba.
En pos de las santas huellas y ejemplo de un Fundador tan grande como el suyo, cuyo celo no conoció límite alguno, se hacen ellas igualmente todas a todos; en pobreza...; en ese espíritu activo de inteligencia y de amor que las hace apreciadas ante toda la gente; de abnegación perpetua, ilimitada, absoluta, que las separa del mundo al que socorren y para el que viven; en toda flor de virtud.
Vosotros las tenéis aquí en el hospicio, en el hospital, en las cárceles...
Vosotros aquí tenéis su sede, su dirección, su cepa y si las contempláis más de cerca, reconoceréis en estas sus amadas Hijas principalmente el gran ánimo, el genio, la caridad de Gianelli.
¡Ojalá pudiera yo encarnar aquella mente que dictaba sus Reglas!.
Gianelli declaró a sus "dulces Hijas" que nunca había tenido la intención de fundar una Orden:
"Que Dios las había escogido y apartado por su medio de una u otra forma, y nada más; que si esto era cosa de Dios, Dios las haría prosperar; y si no, las dispersaría, a pesar de cualquier fuerza o apoyo. Y que ahora y siempre recordasen que habían de ser en todo como El las había querido, las más pequeñas; como un suplemento de las Hijas de la Caridad; pobrísimas; si un ministerio más santo no las obligase de otro modo, que vivieran gracias a alguna industria y trabajo de sus manos en abstinencia continua, en santa vida común, en obediencia perfecta, en caridad ilimitada.
Llamadas a estar en el mundo, no las quería en clausura; mas no por eso menos cautas: habían de guardar su tesoro celosamente en sí mismas, y habían de aparecer y mostrarse sólo en la medida y de la forma que requería su ministerio: recatadamente serviciales, con alegría de espíritu, con paz total entre sí, accesibles y abiertas con todos, nunca descorteses con nadie. Que no se apartasen un ápice de la Regla, en ninguno de sus puntos, cualquiera que fuese; que ésta no era severa, sino en cuanto a la esencia: amar a Dios sumamente, amar al prójimo en Dios; en resumen, amar y servir; que resultaba benigna en la práctica: prestar servicio y rogar, y obedecer siempre en todo como Cristo ha enseñado... Que considerasen la pobreza como la verdadera y única riqueza y que en medio de esta pobreza fueran generosas con los pobres. En caso de que dejaran de practicar la pobreza, no las reconocería como Hijas ni en vida ni en muerte" .
A la estupenda página del Padre Dasso añadimos el autorizadísimo testimonio del arzobispo Salvador Magnasco de Génova.
"Para quien quiera conocer, en mi opinión, cuál era el espíritu del sacerdote y del obispo Gianelli, este espíritu puede observarse en los quince artículos, en los que recogió, no tanto las Reglas, cuanto el espíritu que debía informar a dicho Instituto; esos artículos, repito, en mi opinión, y por todo el conjunto de conocimientos que tengo de aquel digno Siervo de Dios, son como un reverbero del espíritu que lo animaba y trataba de infundir en aquellas almas a las que Dios llamaba a ese Instituto"
Expansión en América Latina
Misión de las Hijas de María Santísima del Huerto en América Latina.
El motivo principal que orientó a las Hijas de María a desplegar su acción misionera en América del Sur, fue el impulso evangelizador del Fundador San Antonio María Gianelli, alentado por la Madre Catalina Podestá, co-fundadora del Instituto.
La misión de las FMH en América Latina se inicia en 1856. Para entender el desarrollo de los acontecimientos, es conveniente retroceder en el tiempo e indicar algunas fechas y acontecimientos, pero sobre todo la acción de Dios en el curso de la historia.
Señalamos tres motivos:
1º - Los inicios del Movimiento misionero femenino en Italia
2º - La misionariedad de la mujer italiana
3º- El desafío de los Fundadores
Los inicios del movimiento misionero femenino en Italia
Las primeras congregaciones femeninas italianas son todas hijas de su tiempo y surgen, la mayoría, en las primeras décadas del siglo. Las circunstancias, impuestas por la Ley Civil, por la mentalidad y las necesidades de la población, exigían estructuras y actividades que respondiesen de modo adecuado al clima histórico y político. También la Iglesia, en razón de los cambios que estaban ocurriendo, manifestaba su preferencia por las Congregaciones de votos simples, porque respondían a las exigencias del tiempo. Los movimientos de Sociedades femeninas con votos simples, dedicados a la caridad, surgen en 1800 con el estilo de Conservatorios o Retiros.
Las primeras congregaciones femeninas italianas con obras misioneras, se asemejan a tales instituciones, las cinco que surgen en la primera mitad del siglo XIX presentan las características de fundación local…
De esta forma se origina el Instituto de las Hijas de María en Chiavari: Antonio María Gianelli, Arcipreste de esa ciudad en 1826, advierte la urgencia de procurar un grupo de educadores estables para el Hospicio local. Escribió un reglamento, antes de dar vida a la Institución, en la que trazaba claramente la fisonomía de la nueva Institución: un verdadero Conservatorio donde la actividad apostólica se conjuga con la exigencia de una vida retirada, pobre, laboriosa y penitente, propia de los retiros o monasterios. Es además una Institución limitada a una sola casa, a un solo ambiente, totalmente dedicada al hospicio:
“La necesidad de proveer algunas maestras para el hospicio de las huerfanitas… inspiró al Arcipreste Antonio Gianelli el deseo de reunir algunas hijas que, viviendo en comunidad y animadas del verdadero espíritu de retiro, de mortificación y pobreza, pudieran mantenerse con su propio trabajo prestando al Hospicio y a su obra…
Misionariedad de la mujer italiana
La renovación misionera suscita enseguida un amplio eco en el mundo femenino. Sin embargo, a pesar de la pronta y concreta respuesta que desde Francia dieron las religiosas de San José de Cluny en 1817, en Italia tal fenómeno se verifica sólo a partir de 1856. Privada no sólo de colonias, sino también de unidad política, no podía, ciertamente, ofrecer a sus misioneros las garantías que parecían indispensables para su acción en la primera mitad de siglo…
La Italia “misionera” nació en Milán 1850 con la apertura del primer seminario para las Misiones del Exterior, que se inspiraba en el homónimo de París. Con mayor razón en el campo femenino se hizo necesaria una maduración orientada primeramente hacia el apostolado local, como para hacer familiar la presencia de la religiosa en las obras de caridad. Gradualmente se fue dando la expansión misionera como una natural evolución del carisma del Instituto .
“San Antonio Gianelli fue, sin dudas, uno de los precursores del movimiento misionero, que, poco después de su muerte, se desarrolló en Italia, originando el nacimiento de varios Institutos, a partir de 1850” .
Desafío de los Fundadores
Al principio se notaba una cierta resistencia y era, curiosamente, por parte de los Fundadores que se oponían a abrir las primeras casas en Italia. Una vez superado este “escollo”, ya no asusta la perspectiva de una fundación en las misiones. Es el caso de Antonio María Gianelli y de Vicenta Gerosa, fundadora de las Hijas de la Caridad de la Virgen Niña
Gianelli, conociendo la estructura de los Conservatorios orientó su fundación a esta categoría, y a pesar de que las autoridades del lugar solicitaban las Hermanas para el Hospital, a la vez que consiente, persiste en la idea de la fundación del Conservatorio.
No creyó bien que una comunidad dependiese de la otra, a pesar de que las Hermanas debían considerarse unidas y dispuestas a ayudarse recíprocamente. Después de la experiencia de casi dos años, el Arcipreste se mostró contento con este sistema
Pero, providencialmente, una mujer se cruzó en su camino: Catalina Podestá, que supo intuir la voluntad de Dios respecto al Instituto. Y así, cuando la dirección del Hospicio se limitó solamente a pedir dos Hermanas, temiendo que las adolescentes se formaran en un espíritu monacal, Catalina comprendió que las Hijas de María debían abrirse a otras necesidades, ir a otros lugares y propuso al Fundador hacerse cargo del servicio técnico pastoral del Hospital de La Spezia.
Habiendo oído hablar del Hospital de La Spezia y del poco cuidado que tenían los moribundos, ella sintió piedad de aquellas almas que se ofreció a ayudarlas. Le habló al Director y éste aprobó su deseo, pero en lugar de animarla, trató de disuadirla, atemorizado por las dificultades de la empresa. Ella no perdió la confianza y tanto suplicó que finalmente logró ir .
A partir de este momento la fundación rompe con los límites propios de los Conservatorios y se agrega a otras tantas congregaciones que florecen en el siglo XIX.
A la luz de los seis primeros años de experiencia de la misión y expansión del Instituto, Gianelli cambia los objetivos iniciales propuestos y defendidos con tanta vehemencia. Se revela entonces como un hombre de su tiempo, un hombre atento y vigilante, un hombre que escucha, que percibe las necesidades del pueblo y de la Iglesia, en relación a las Hijas de María.
El día 04/04/1837, presenta a sus files la familia religiosa que fundó para la Iglesia. Define a sus miembros carismáticamente y pregunta al pueblo:
“Que veis en las Hijas de María, sino el espíritu de caridad evangélica, que olvidadas de sus propios intereses, se alegran de hacerse toda para todos?”
Y en ese memorable día presenta la naturaleza misionera de la nueva familia religiosa:
“El Instituto de las Hijas de María no es municipal, ni provincial; es lígure, es italiano, es europeo, es UNIVERSAL”.
Este es uno de los acontecimientos más significativos en la Historia del Instituto. En este día manifestó Gianelli al mundo, cuánto había orado, escuchado y consultado a las autoridades, a los sacerdotes, al pueblo y a las propias Hijas de María; entre ellas a la Madre Catalina Podestá, por reconocer las cualidades de una mujer no común en el plano humano y espiritual, formada en su escuela misionera, con amor incondicional a ala Iglesia y delegándola para confirmar a sus Hermanas en la fe.
A estas felices Hijas de María del 1837, muchas otras las siguieron para aprender la lección de este pastor, de este santo, de este maestro y formador con las características de universalidad, itinerancia y minimidad. Entre ellas las primeras ocho que partirán hacia América Latina y marcarán época en la Misionariedad de la mujer italiana a través de su Instituto, a diez años de la partida al cielo de su fundador y que doce años antes profetizara:
“Con la pobreza por escolta y por guía creceréis, cruzaréis los mares y os extenderéis por todo el mundo”.
Gianelli compara a las Hijas de María con las Hijas de San Vicente de Paul, instituidas en la primera mitad del siglo XVII, pero con una diferencia bien marcada:
“Acostumbradas a una vida frugal, podrán ir a aquellos lugares, en los cuales, las Hijas de la Caridad no pueden ir por el gasto que exige su mantenimiento. Aunque son educadas al estilo de las Hijas de la Caridad, quiero decir, desenvueltas, sin prejuicios, prontas para salir, para curar enfermos, para hablar indiferentemente contados, si hay necesidad…”
Este es, pues, el carácter misionero que Gianelli inculcó a sus Hijas.
Cuando, el 21 de agosto de 1856, ocho Hermanas de la Congregación de las Hijas de María del Huerto se embarcaban en Génova rumbo al Uruguay el viaje, en ese entonces pasó casi del todo inobservado, representó, sin embargo, un acontecimiento relevante. Aquel grupo de mujeres italianas que se dirigía a tierra de misión, no sólo abría una nueva era en la historia de la Iglesia italiana, sino que, implícitamente suscitaba ulteriores desafíos en el pensar teológico, jurídico y espiritual, ya en acto, acerca de la efectividad de la presencia femenina en la Iglesia y en su obra evangelizadora.
Este tema sobre la primacía de las FMH y por consiguiente de la mujer italiana en la misión, lo trata muy bien Gemma María Rondena Ens. Tesis titulada: LA MUJER CATOLICA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. En la página 3, la Hermana Rondena dice así:
“El tiempo que va desde 1865, año de la partida de las primeras italianas, hasta 1877, en que llegan al África las Combonianas, es considerado en base al criterio de la presencia en las diferentes zonas de misión. Salta también, involuntariamente, un criterio cronológico, al menos para los seis primeros institutos. La nómina estrictamente cronológica, coloca, después de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción, llegadas a Estambul en 1869, y antes de las Combonianas, a las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, que partieron para América Latina en 1875. Estos dos Institutos no se tuvieron en cuenta porque la realidad misionera de esos países, ya había sido considerada por la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto llegadas al Uruguay en 1856”.
PRIMER VIAJE DE LAS HIJAS DE MARIA A LA AMÉRICA DEL SUR – 1856
La historia de la primera partida de las Hermanas hacia América está ligada directamente a la configuración del Instituto en la Iglesia. Con ella comienza a definirse la nueva familia religiosa, que tendrá la misión de llevar la bendición de Dios a los más remotos rincones de la tierra.
Las primeras en partir fueron: la Madre Clara Podestá acompañada por las Hermanas: María Crucifija Rebuffo, María Escolástica Celle, María Inés Prefumo, María Alfonsa Covino, María Pietrina Ansaldi y sor Clara Adami.
Estas religiosas portadoras del proyecto de Dios en nombre del Instituto, eran originarias de la Región de la Liguria, Italia, formadas y habituadas a la intimidad de una casa, y a un tipo de vida metódica y tranquila.
A estos factores se suma la herencia filosófica forjada en los siglos anteriores y que se prolongó hasta el siglo XIX, respecto a las controvertidas teorías referentes a la identidad ontológica de la mujer y su dignidad ante el hombre.
Por tanto, en el siglo de las grandes invenciones, la imagen dominante de la mujer, fue la de la criatura frágil, física e intelectualmente. Debía prestar obediencia al marido y afecto y protección a los hijos; a su vez sería protegida por sus padres y por el marido. Y esto porque – in foeminis celebralis medulla mollior debi liorque quam in masculis invenitur - precisamente porque incapaz de ejercer los derechos jurídicos, políticos y administrativos. En el pensamiento de la Iglesia, la mujer era igual al hombre en el plano de la gracia e inferior en el de la naturaleza.
EL PRIMER VIAJE DE LAS HIJAS DE MARIA SANTISIMA DEL HUERTO…
Con este viaje de cien días, incluidos los de la preparación, las heraldas de la Buena Nueva inauguran una de las facetas más brillantes de la mística y de la ascesis en la Espiritualidad de la Congregación sobre itinerancia. La travesía del océano hacia la Tierra Prometida – Uruguay – nos dice que el espíritu que rige a las FMH en la misión es itinerante. Embarcan en el “PIAMONTE”, luego en el navío “FRANCIA”, luego de un mes y medio en un barco francés y finalmente en el “SARDEÑA”
Durante el recorrido les fue ofrecida una misión en Salvador, Estado de Bahía, Brasil. Pero la Madre Clara permanece en su proyecto inicial, basado en la obediencia uno de los trípodes de la espiritualidad institucional. Se entrega a Dios, en la fe y prosigue la ruta trazada.
Caen, pues, en una sociedad marcada por sinuosidades filosóficas, culturales, políticas, sociales y religiosas en el curso de casi cuatrocientos años del descubrimiento de América. Estos factores surgen como consecuencia de la caída del feudalísmo, originando el liberalismo, soporte ideológico del capitalismo, cuya ideología dominante orientó a los colonizadores europeos y perdura con fuerza hasta nuestros días. Esta ideología constituyó una evidente contradicción a los valores evangélicos, razón de la misión.
No era suficiente a los españoles y portugueses anexar nuevos territorios, urgía producir, exportar y comercializar. La mano de obra esclava les dio la solución. Y ésta contó, en un primer momento con el aval de la Iglesia. Por eso, en 1537 la iglesia se manifestaba en contra de la esclavitud. …
Iniciaron estas valerosas mujeres – las Hijas de María – el proceso de inculturación, no sólo como familia Gianellina, sino como las primeras religiosas misioneras italianas en América del Sur. Aunque lejano el llegar a ser la Misionariedad característica del Instituto, van asimilando, ingiriendo, sirviendo, a través de la savia de nuevas experiencias. Así, enriquecidas por los acontecimientos, fenómenos, contextos, situaciones y quehacer de los nativos, podrán transmitir la fe con una visión del mundo propio de América Latina, cuyas culturas fueran como sepultadas por los llamados descubridores, no sólo del Nuevo Mundo, sino también de los pueblos de esta tierra. En el seno de esta inmensa cultura autóctona, poseedora de ideologías tan diversas, las mínimas itinerantes FMH se asentaban para cumplir el proyecto amoroso de Dios Padre en laz nueva Institución.
MISIÓN E INCULTURACIÓN EN AMÉRICA DEL SUR
MISIÓN EN AMÉRICA DEL SUR
En Montevideo, con los pies en la realidad americana y después de doce días de ambientación, de contacto con la lengua, con la propia cultura, con los ritos del animoso pueblo uruguayo, las FMH comienzan su ministerio evangélico congregacional en el Hemisferio Sur del Planeta. El día 18 de noviembre de 1856 registra la existencia de una familia religiosa audaz, por la triple primacía de las FMH, en la Historia de la vida religiosa ítalo-uruguaya:
PRIMERAS HERMANAS DE CARIDAD ITALIANAS EN AMÉRICA LATINA
PRIMERAS HERMANAS DEL INSTITUTO EN MISIÓN FUERA DEL PAÍS DE ORIGEN
PRIMERAS HERMANAS DE CARIDAD EN LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY
Audacia misionera que se inicia gradualmente en la inculturación evangélica y carismática y por sus canales se funden paulatinamente las culturas y la convivencia de igualdad en las diferencias, en la simbiosis de derechos, de deberes y de ciudadanía. El fin primordial, el servicio a la vida y a la liberación integral de todos. Como principio, la vivencia de la dimensión liberadora de Cristo, expresada en el Carisma Congregacional de CARIDAD EVANGÉLICA VIGILANTE.
Las Hermanas abren con llave de oro su misión en América, en el Hospital de Caridad, hoy Hospital Maciel. El acta de posesión prueba la importancia del acontecimiento. Se reproduce por entero:
En el Hospital de caridad de esta ciudad de Montevideo, Capital del Estado Oriental del Uruguay, a 1º de diciembre del año 1856, como a las 8,30 de la mañana, el Sr. Presidente de la Comisión de Caridad Dn. Juan Ramón Gómez, acompañado de los empleados más caracterizados del Establecimiento que lo fueron Dn Idelfonso Payan, ecónomo; Dn Antonio Navarro y el que suscribe, secretario de la mayordomía, y de las ocho Hermanas de Caridad que abajo se expresan; pasó a darles posesión a todas sus salas y demás departamentos, haciendo en cada una de ellas una sentida alocución alegórica al acto, así a sus empleados como a los enfermos, para que considerasen a las Hermanas de Caridad con todo el respeto y acatamiento debidos al noble encargo para que habían sido llamadas, de socorrer y aliviar a la humanidad doliente; abandonando su lejana patria, deudos y familia sin más recompensa que la satisfacción de su corazón al hacer el bien a sus semejantes.
Enseguida distribuyeron las Hermanas una medalla de la Purísima Virgen María a todos los empleados y a cada uno de los enfermos de ambos sexos, quienes al recibirlas de las propias manos de aquellas, demostraron aceptarlas con gratitud y verdadera unción dando al acto todo el respeto debido.
Las sesiones repartidas ene. orden siguiente:
Casa de Expósitos: Madre Superiora María Clara Podestá
Salas de Cirugía, Crónicos, S. Juan de Dios y Medicina: Hermana María Escolástica Celle, Vicaria y María Petronila Ansaldo.
Maciel, Oficiales y Pudientes: Hermana del Crucifijo Rebuffo
Provisoría, D.V. de Paula y ropería: Hermana María Alfonsa Corvino
Zabala y Despensa: Hermanas María Inés Prefumo y Sor Clara Adami.
Cocina: Sor Felipa Solari
El señor Presidente ordenó se labrase la presente acta que firmó con las Hermanas y Empleados para la debida constancia y con el objeto de perpetuar la memoria de un acontecimiento del cual se esperan tantos bienes. El mismo Señor Presidente dispuso que se pasase copia a la secretaría de la Comisión de Caridad y Beneficencia Pública a los fines expresados.
Es copia del acta que debe existir en el libro de acontecimientos diarios del hospital donde se mandó insertar.
Juan Ramón Gómez
CARIDAD PASTORAL DE LAS HERMANAS DEL HUERTO
La misión inicial de las FMH fueron las Obras de Misericordia. Fundadas para el Hospicio, desarrollan mientras tanto la pastoral de la salud en el Hospital de Chiavari. En América su primer pedido fue para la pastoral sanitaria en el Hospital de Caridad en Montevideo. Entendemos, pues, que la espiritualidad institucional va dirigida a las obras de Misericordia. Gianelli, a su vez, asigna a la naciente institución, a santos protectores relacionados con la salud: San Camilo de Lelis, Santa Catalina de Génova.
La misión hospitalaria describe uno de los más bellos capítulos en la Historia del Instituto. La dedicación, la abnegación, la donación de las primeras ocho FMH, fundadoras de la misión en América, las de la primera década que dejaban la madre patria, para entregarse totalmente a los hermanos americanos y las hijas genuinas de América, mostraron que la caridad es siempre humilde, benigna, fecunda, tolerante y paciente. Esta caridad conmueve a sus compatriotas. Una carta del Cónsul Antonini de Génova lo comprueba:
A través de mi hermano, supe de los servicios que las Hermanas prestaron a la humanidad durante la fiebre amarilla. Estas hermanas son estimadas, son idolatradas por todo el pueblo de Montevideo y por eso obtienen lo que quieren de las autoridades.
A la Madre Clara Podestá le cupo la noble misión de fundar las primeras casas en América y se extendieron rápidamente, ya que las frecuentes guerras y las epidemias dejaban un doloroso saldo de desempleos, de orfandad, de hambre. Iban ambientándose paulatinamente a través de su misión de caridad, y por tanto, era necesario mantener una frecuente comunicación con la Madre General. Así, el 14 de febrero, Monseñor Jacinto Vera le escribía a la Madre Catalina:
No quise responder hasta hoy su apreciadísima carta para o molestarla con tanta frecuencia, ya que no ha sucedido nada notable para transmitirle… Las Hermanas de Caridad Hijas de María, adquieren día a día más estima y aprecio hasta de los impíos. Su ejemplar conducta, su fidelidad al Instituto, la santa rivalidad en el desempeño de sus tareas, la igualdad de espíritu, la serena alegría e los servicios más penosos, despierta admiración y obliga a todos a mirarlas con religioso aprecio. No dude Madre General; puede estar muy contenta con sus buenas hijas. No dude, pues ellas honran a su Instituto y aunque lejos de la Casa Madre, y en medio de tantos peligros, saben conservar con valor y constancia el rico depósito de la santidad…
La Madre Clara amó a su pueblo y por eso fue amada y estimada por el mismo, no sólo por el servicio de autoridad que ejercía, sino también porque personificaba a todas las Hermanas de América, más aun, a toda la Congregación. Es costumbre institucional que la Superiora es la que mantiene las relaciones exteriores, o mejor dicho, las relaciones con las Comisiones Administrativas, en los Hospitales, en los Asilos.
En 1862 estuvieron enfermas las dos Hermanas, responsables del floreciente Instituto: Madre Catalina y Madre Clara Podestá. En carta del 16 de mayo de 1862, el señor Juan Ramón Gómez comenta el hecho:
Tuvimos días muy tristes, momentos de aflicción, porque la enfermedad de la Madre Clara parecía que la llevara a fin de vida. A pesar de todo teníamos la tranquilidad de que su muerte sería la de una santa. Su semblante revelaba tranquilidad y placidez admirable. Parecía un ser sobrenatural, ajeno a este mundo, indiferente a los dolores. Después de muchos días de sufrimientos, se restableció; agradecemos a Dios por este verdadero milagro que uno de nuestros médicos hizo, guiado por la luz divina. En la misma ocasión también S.R. estuvo enferma y ya os encontraréis restablecida. Que coincidencia la enfermedad y curación de las dos Madres. Nos sentimos felices por tener nuevamente a las dos a la cabeza del Instituto de las FMH…
La caridad pastoral de las Hijas de María sale de los límites de Montevideo. Noticias alarmantes de fiebre amarilla se esparce en todo el territorio uruguayo…
La Hermana María Inés Prefumo, uno de las fundadoras de la misión en América escribe a la Madre General, sobre la pastoral hospitalaria y el protagonismo de la Madre Clara.
… Son ya 250 protestantes convertidos en este Hospital de Montevideo. Siempre hay alguno preparándose y a veces se bautizan cinco juntos. El día de Nuestra Señora del Carmen realizamos la comunión general de los enfermos. Fue una ceremonia que nos consoló mucho. Cerca de trescientas personas, entre Oficiales, soldados del Ejército, presos y otros enfermos. Emocionaba ver aquellos hombres recogidos y devotos, algunos, emocionados, derramaban lágrimas. Entre los detenidos había asesinos y malhechores de todo tipo, sin embargo se vuelven como corderitos cuando se les habla de nuestra Religión.
Estos son los frutos de la enseñanza de nuestra religión Católica. Todos ellos se confesaron con el Vicario, Monseñor Jacinto Vera, el cual parecía el buen pastor que va en busca de las ovejas perdidas, las carga en sus brazos, y las serena de modo que no se conocen más. La Madre Clara estaba fuera de sí de alegría viendo a los enfermos tan bien dispuestos y alegres, que transparentaban en sus semblantes la gracia de Dios. Las Hermanas acompañaron al sacerdote con el Santísimo Sacramento, cantando himnos sagrados y salmos. Fue una ceremonia devota pero privada, de modo que el pueblo no acompañó como en las Comuniones generales de Pascua que se suelen hacer el día del Patrocinio de San José. No terminaría nunca si quisiera contarle todo lo que sucede continuamente y las gracias que el Señor hace al Instituto. Sólo le diré que son infinitas y que ni siquiera las podemos enumerar.
La Madre Clara es adorada y respetada más que una reina. Hace lo que quiere con todos. Dice que quisiera ir a Roma y que irá, seguramente, pero parece que el Señor la quiere aquí. Nosotras, como puede imaginarse, no queremos ni siquiera pensarlo que tengamos que privarnos de nuestra amadísima Madre. El Señor piensa en nosotras, porque siempre surgen inconvenientes cuando está por partir.
Termino la presente, rogándole no se olvide de nosotras ante el Señor, asegurándole que nosotras le suplicamos constantemente para que la asista con sus especialísimas gracias, se digne bendecir sus trabajos y la ayude a consolidar y perfeccionar la grande Obra de nuestro Instituto.
Todas las Hermanas italianas me encargan de que le diga mil cosas por ellas. Le rogamos que presente nuestros saludos y obsequios a los reverendos Padres Jesuitas y al reverendo P. Benedetto, a todos los que se interesan por el bien de nuestro carísimo Instituto, como también enviamos mil saludos a todas las carísimas Hermanas., Esperamos que ya haya tenido la suerte de ver y de besar el Sagrado Pie de nuestro Santo Padre Pío Nono. Ah! Cuánto nos consuela este pensamiento; nosotras las acompañamos desde aquí y cuando tendrá la ocasión de verlo, dígale que sus hijas de América, le piden humildemente su bendición como también a sus obras para que podamos glorificar cada vez más a Dios y a su santa iglesia.
Reciba, carísima Madre, mil respetos del Sr. Vicario, del Rro. Padre Inocencio y de su familia, de nuestra carísima “madre” doña Dolores que sigue malísimamente de salud, pero siempre adicta a las Hermanas; de nuestro buen “padre” el Sr. Gómez y de todas estas personas dedicadas a ayudarnos a hacer el bien.
Reciba, finalmente, el afectuoso respeto de quien la abraza con todo el corazón. Su afectísima hija que desea muchísimo volverla a ver y la ama con profundo afecto en el Señor. Suya,
Hna. María Inés Prefumo
Colegio Ntra. Sra. del Huerto, Montevideo, 29 de julio de 1864,
Bellísima carta en la que se revela una misión totalmente en consonancia con las directivas de la Iglesia, evidencia la capacidad misionera y administrativa de la Madre Clara y alaba a Dios por todos los beneficios otorgados al Instituto.
Prácticamente la acción de las FMH abarca toda la República. En el Libro de Memorias de la provincia de Montevideo se registra la actuación de las Hermanas en Paysandú:
El día 24 de diciembre de 1864, cuatro Hermanas pasan a Paysandú a curar heridos, de donde se retiran al concluir su misión.
... El sitio de Paysandú duró más de un mes… Leandro Gómez, el indomable, se paseaba como un espectro en medio de los escombros, contagiando a los defensores su propio coraje….
… Cuando las Hermanas entraron en la ciudad, ésta estaba sembrada de cadáveres. Habían sido testigo del bombardeo, habían visto troncar vidas y desaparecer una ciudad, sus casas, su Hospital y la Iglesia, último refugio de los sitiados. Bajaron ahora a remover escombros. Así se introdujeron en las ruinas humeantes, al viento las tocas, recogido el hábito: VERDADEROS ANGELES ENTREGADOS A SU MISION HUMANITARIA.
Cuando ellas entraron en Paysandú el cuadro que presenciaron estremeció sus corazones, pero bien pronto se sobrepusieron dedicándose por entero a las obras de misericordia que era imperioso cumplir. Desenterraban cadáveres de entre los escombros y los cargaban en carros para ser sepultados. De vez en cuando los “ayes” descubrían a un herido y muchos fueron así que tuvieron en su último instante la dicha de volver su pensamiento a Dios…
Días enteros pasaron así, sin una queja, sin darse reposo, sin tener siquiera la satisfacción de visitar una Iglesia… El trajín fue grande y la protección de Dios bien manifiesta, porque en los cinco meses que duró la misión de Paysandú, ninguna de ellas se enfermó, a pesar de que algunas tenían una salud endeble.
El consuelo de las Hermanas superó el cansancio… en el Hospital había que arreglarse para descansar detrás de una cortina, único medio de no estar ala vista de los que transitaban…
Frente a tanta abnegación, es lógico que los sanduceros hicieron lo posible por retenerlas. Pero la Superiora las llamó a Montevideo, donde siempre había mucho trabajo.
La Madre Clara comenta con la amiga Sra. Josefa del Pino de Buenos Aires sobre los acontecimientos religiosos y políticos y sobre la presidencia del hospital de Caridad de Montevideo. La carta es del 28 de marzo de 1865:
“Cuántas cosas tengo que contarle; podemos decir que estamos en la época de las novedades; en pocos meses sucedieron cosas como en varios años. Gracias a Dios ahora disfrutamos de paz y de felicidad en os pueblos. Estamos muy contentas con nuestro ministro el Sr. Gómez… ahora tenemos la nueva Comisión del Hospital de Caridad. El Director es el Sr. Juan Martínez que ejercía el cargo de Vice-Director; persona muy buena y de toda nuestra confianza; los otros miembros son todos nuevos; así que hay muchas cosas para organizar y aquí me tienen presa.
En la ardua misión hospitalaria, la Madre Clara le confía también a su amigo pastor Monseñor Jacinto Vera:
Estamos con mucho trabajo. En el día de la Ascensión del Señor, en lugar de subir al cielo, tuvimos que bajar a la tierra, porque llegaron 300 heridos y tuvimos que movilizar a todo el Hospital para acomodarlos. Puede imaginar las consecuencias que trajo este hecho. Las Hermanas no paran un momento ni de noche ni de día. Tenemos un trabajo inmenso. Que todo sea para el Señor. Estamos abandonadas y desamparadas. Sólo está S.R. que nos ayuda a luchar contra los vientos pampeanos, que nos llegan en todo momento… Esperamos un feliz retorno y rogamos a Dios le conceda éxito en sus tareas.
Las relaciones de la Madre Clara con el clero fueron verdaderamente cordiales y constituyó para ella, como para todas las FMH un baluarte seguro para dirigir la nave institucional en América Latina.
Esta saludable comunicación y ayuda mutua de la primera generación de las FMH en América, no fue solamente para con la Made General. Se establecieron también lazos profundos con los laicos que ayudaron en la expansión misionera del Instituto, ya sea autoridades civiles, como eclesiásticas, constituyendo una comunidad actuante, marcando una presencia decisiva para el bienestar del pueblo y de la Iglesia. Tales relaciones sirvieron para que las autoridades ayudaran al pueblo.
El nuevo presidente de la Comisión del Hospital agradece la carta de la Madre General, en estos términos:
“Nada hice de extraordinario en mi nuevo puesto oficial, las Hermanas están bajo la dirección inteligente de la Madre Clara y nos consideramos dichosos de tenerla en este Hospital… mérito que modestamente nos da, con su dinámico servicio. Con esto cumplo apenas mi deber. Las Hermanas nos animan con sus ejemplares virtudes e incansable asiduidad…”
América del Sur, según las Hijas de María - 1909 – 1914
En la biografía manuscrita de la Madre Catalina Podestá, elaborada entre febrero de 1909 y junio de 1914, la autora registra la visión de América según las Hijas de María Santísima del Huerto. Habían transcurrido 50 años de misión en tres países del Cono Sur americano. Las Hermanas sitúan al lector en la visión misionera, cultural, social y política, según su óptica.
(……) La República Argentina está dividida en Provincias. Su Capital es Buenos Aires… Posee suntuosos palacios y una hermosa catedral. El puerto es grande y el comercio intenso… los argentinos son de carácter pacífico. El gran Chaco sigue habitado por indios. El clero es emprendedor y dotado del espíritu de Cristo, y forma, por lo mismo, una digna corona al Episcopado argentino.
Cuenta con una gama de hombres selectos en la dirección del Estado y de valientes guerreros: San Martín, Belgrano, Mitre y otros muchos.
Las señoras argentinas están dotadas de un corazón generoso, tierno y afectuoso, educadas en la religión y en la fe católica; están disponibles a prestar auxilio a la humanidad doliente, nunca dicen basta. En cuanto a sus hijas, un buen número de ellas, con aquel arrojo generoso, propio de la índole americana, se despoja de los bienes de esta tierra y se consagra a Dios…
Esta ilustre y católica República sufrió como la hierba en el desierto, especialmente durante los gobiernos de Juan Manuel de Rosas, Ortiz… Después de ese gobierno tirano la Argentina luchó contra las facciones internas. El General Mitre obtuvo una victoria en la batalla de Pavón; reordenó la federación sobre bases sólidas de República, que luego prosperó y se mantuvo unida…
Según esta visión de América, se percibe en las Hijas de María un deseo ardiente de comunicar, de llegar al interlocutor. La comunicación constituyó una característica específica de los miembros del Instituto, vista su índole misionera.
Urgía relatar, describir a las responsables algo bien concreto y objetivo sobre el contexto global de América. Informan sobre la situación política, sobre el clero. Pero, sobre todo hablan de las características de las Señoras, de las jóvenes, de las Hijas de María Santísima del Huerto americanas; su entusiasmo, sus capacidades de donación a los más necesitados. Muchas Hermanas fueron formadas por la Madre Clara Podestá, por las Hermanas Inés Prefumo, Felicita Pratolongo, y otras… Se percibe en las Hermanas compasión por el pueblo sufriente debido a las frecuentes guerras y revoluciones y a la inestabilidad política.
La idea sobre los nativos las Hijas de María Santísima del Huerto la tienen bastante delineada en las enseñanzas de la Historia escrita bajo la óptica de los colonizadores, de los vencedores. En cuento a los colonizadores, a los vencedores, ellas los ven como pueblo sufriente, y en el lenguaje Congregacional, los más necesitados. Admiran las culturas muy adelantadas de los Incas, en el Perú de y los Mayas en Méjico. Dan fe de las creencias de los indígenas en un Dios único, monoteísta; y en la inmortalidad del alma….
NATURALEZA MISIONERA DEL INSTITUTO DE LAS HERMANAS DE
MARÍA SANTÍSIMA DEL HUERTO
El primer memorable viaje de las Hijas de María Santísima del Huerto a América del Sur, rodeado de contratiempos, se asemeja al de los audaces marineros que se aventuran hacia horizontes infinitos. Esta semejanza en la audacia, sin embargo, era diferente por los objetivos perseguidos. Para los primeros, tenía connotaciones económicas, según la ideología reinante; para las Hermanas, era el mandato de Cristo:
“Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19)
Jesús dio una orden a aquellos que lo seguían: hacer que todos los pueblos se vuelvan discípulos. Este es el objetivo que las FMH persiguen en América y del cual brota la característica distintiva de su acción apostólica. La primera obra misionera fue una respuesta a una necesidad particular. La rápida expansión y la solicitación de refuerzos a la madre patria de la Institución, llevó al Instituto a cuestionarse sobre su fisonomía, llegando a ver las misiones, no como una obra más entre otras, sino como elemento constitutivo del propio carisma. La naturaleza misionera se consolida en esta época y las Constituciones Renovadas lo expresan de este modo:
“Puesto que la acción apostólica pertenece a la naturaleza misma del Instituto, la consagración a las FMH está orientada también a la misión y se expresa en un celo apostólico que las hace capaces de hacer resplandecer en ellas la fe que obra por medio de la caridad y lleva el amor a los hermanos hasta el don de la propia vida”.
Y de hecho, la primera generación de las Hijas de María, en sublime ofrecimiento, como gota de agua que se diluye en el vino, se fundió, se caldeó, se inculturó en la totalidad de su ser, porque fueron capaces de morir a tantas cosas, a vivir la kenosis, a pesar de las contingencias emanadas de la secular cultura europea.
Tal vez provocando embates a la praxis, a los símbolos, a los valores, a los mitos y a los ritos de los pueblos americanos.
Las casas de formación, inicialmente la de Chiavari y después la de Génova y Roma, se caracterizaron por la tónica misionera. Se hizo praxis corriente la clásica pregunta de las formadoras a las Novicias: “¿Quién quiere partir para América? (...)
A partir de 1857, se registran en ritmo acelerado, sucesivas expediciones misioneras de las Hijas de María hacia América. A estas valientes misioneras europeas se fueron sumando las audaces hijas de América o descendientes de europeos. De esta forma la Congregación se identificó en la Iglesia como una familia que congregaba miembros de varias culturas; no de todas las razas o de todas las culturas porque estaba frenada por las orientaciones vigentes en el ámbito socio-religioso. Las descendientes del continente africano sólo tuvieron acceso, a la declarada universalidad del Fundador, a partir de 1965, época del Concilio Vaticano II. En este período fueron introducidos algunos cambios y se mantuvo la imparcialidad en las relaciones y en las condiciones comunitarias. Fue un poco tardía la introducción de la igualdad en la vestimenta. Recién en 1956 el Capítulo General determinó el fin de la diferencia de los hábitos
Después de esta purificación evolutiva, el Instituto, en su misión específica y carismática en la Iglesia, congrega miembros de todas las razas y culturas. Cada cual con su personalidad propia, formando un cuerpo compacto, una familia religiosa con su identidad original, expresada por el carisma, fuerza vital fundante. Desde entonces y como consecuencia lógica de la normal evolución de los tiempos, las primogénitas americanas se constituyeron en elemento directivo y partícipe de la obra iniciada por el Fundado y por la Madre Catalina Podestá, junto con las Hermanas italianas.
La primera expedición fundante del instituto en América, estuvo marcada por la gran confianza en Dios, en María Santísima y vivenciada por una intensa ascesis. Nada las intimidó o las detuvo, ni siquiera el desamparo o la falta de protección. Esto despertó la admiración y el respeto del Primado de la Iglesia, en Brasil, Mons. Romualdo Seixas, Arzobispo de la Arquidiócesis de Bahía.
Por otra parte y en las otras expediciones el lector puede constatar las atenciones dispensadas y las precauciones tomadas, por parte del Instituto y la adhesión de los laicos a la misión de las Hijas de María Santísima del Huerto, enamorica del Sur. Testimonio elocuente es lagarta de la Madre Catalina Podestá ala Sra. Josefa del Pino:
“… tememos ser inoportunas con nuestras frecuentes solicitaciones. En primer lugar deseamos manifestarle nuestra gratitud. Si bien tenemos la seguridad de que nuestras Hermanas lo harán porque no les faltarán oportunidades para cumplir en nuestro nombre con este sagrado deber. Pero el viaje de nuestras trece Hermanas que usted nos pidió, nos ofrece esta oportunidad para presentarle nuevamente nuestro humilde agradecimiento. Las Hermanas partirán de Génova el día 14 de julio, y, tomando como modelo aquellas que las precedieron, partirán llenas de amor y afecto para con estos amados pueblos. No tenemos dudas de que ellas manifestarán con su obrar nuestra gratitud.
Se las recomiendo a usted, Señora, que tuvo la dulce fuerza de separarlas de su amada Chiavari, de aquello que más amaban en este mundo. Ahora, usted Señora, toma con ellas el peculiar título de “madre” porque el establecimiento de las Hijas de María en Buenos Aires, tuvo origen Ens. Empeño en llamarlas allá. Yo la declaro, pues, investida de todos nuestros derechos maternos, segura que con esto tenderemos ocasión de servir más y mejor a Dios. Conocemos también los méritos de su hermana, en la solicitación de nuestras Hermanas. Desearía, por esto, encomendarle a ella el amor y la protección de nuestras queridas Hijas. Pobrecitas, merecen toda la atención, porque ellas van a esos países mirando únicamente a Dios y al bien de los pobres hermanos.
Pero ¡qué es lo que digo! el afecto a nuestras Hijas, me obligó a hacerle excesivas recomendaciones…Porque tenemos motivos para dar gloria y gracias a Dios por las incomparables atenciones que ellas reciben de esa gran nación, y, de modo especial, de la distinguida sociedad, en que las nobles señoras de la Sociedad de beneficencia ocupa el primer lugar. Entre ellas VS merece toda distinción. Nuestro Dios y María Santísima del Huerto recompensen centuplicadamente a usted y a su hermana (también en esta vida) por el sincero amor que dedican a nuestras pobres Hijas, las que siempre hacen mención especial de usted cuando escriben. Le presentamos a usted y a su hermana todos nuestros respetos y les declaramos nuestra estima”.
Esta carta, inteligente y misionera, de la primera Superiora General de la Congregación, demuestra otra marcada característica en la espiritualidad y en la sana tradición de la Institución. Comparte la maternidad con la Sra. Josefa del Pino y con su hermana. Le hace presente la responsabilidad que tiene con las Hermanas, pues fue ella la que consiguió transferirlas de su suelo nativo a la lejana América.
En esta carta, la Madre Catalina revela la dimensión materna de su corazón. Cuánto afecto, cuánto cariño por las Hermanas! En esta oportunidad manifiesta otra característica bien femenina y los trazos maternos que identifican el servicio de la autoridad en el Instituto y la kenosis de la Misionariedad gianellina.
Presencia de las Hijas de María Santísima del Huerto:
1829: Italia
1856: Uruguay
1858: Argentina
1901: Palestina
1908: Brasil
1915: Chile
1945: Paraguay
1949: España
1962: Estados Unidos de Norteamérica
1979: India
1989: República Democrática del Congo
2000 : Bolivia
EXPANSIÓN MISIONERA EN AMERICA DEL SUR
Argentina
Buenos Aires, capital de la República Argentina, solicita los servicios caritativos de las Hijas de María Santísima del Huerto, inicio de sucesivos pedidos, a través de los cuales el instituto se expande de sur a norte de la vasta nación. Surge de inmediato, la presencia de laicos comprometidos en la causa de promoción humana, representados por el Sr. Juan Ramón Gómez, presidente de la Comisión de Caridad del Hospital de Montevideo, por la señora Josefa del Pino, presidente de la Sociedad de Damas de Beneficencia de Buenos Aires, y el cónsul Antonini de Génova.
Las relaciones se establecen con dos protagonistas principales, las Hermanas consanguíneas, las Madres Catalina y Clara Podestá.
El Obispo de Buenos Aires, Mons. Mariano José Escalada, escribe a la Madre Clara diciéndole:
“Agradezco la gentileza de enviarme al Sr. Juan Ramón Gómez, benemérito de esa Congregación por la protección que les dispensa, lo que le atribuye mayor crédito y, sobre todo, por el empeño para que las Hijas de María se establezcan en Buenos Aires. Con gusto el se hace responsable, pensando en todo lo que fuere necesario para la venida de las Hermanas. Recomiendo a V.R. presentarle mi gratitud y estima”.
A la Madre el Prelado manifiesta sus esperanzas:
“Estoy satisfecho con la venida de las Hijas de María porque, con sus virtudes, ayudarán a edificar el pueblo de Buenos Aires. Alimento grandes esperanzas en la concretización de este evento. También las Señoras de la Sociedad de Beneficencia están empeñadas a conseguir fondos para este fin y yo mismo ayudaré con gusto. No dude V.R. de mi disposición para servir a todo lo que pertenece a este santo Instituto como también de dar exacto cumplimiento a cuento fue prometido, ene. documento enviado por la Sociedad de Beneficencia (creo que ya lo tiene en sus manos),pues estoy convencido de las ventajas que las Hijas de María proporcionarán a mi Diócesis.
Me causó gran alegría la noticia que V.R. me comunica con respecto a mi sobrina María Carmen, nueva hija suya. Dios la bendiga y se digne fortificar con su divina ayuda sus buenas disposiciones. Hágale presente nuestros votos de verdadera felicidad y permítale aceptar un crucifijo que le envío, obra de mis monjas capuchinas”
En otra carta a la Madre General, el Obispo de Buenos Aires escribe:
“Será inolvidable el día que mi diócesis recibió a las Hermanas de Caridad. La recomendación que V.R. me hace con respecto a la asistencia espiritual, constituirá para mí uno de los deberes más caros a mi oficio. Por lo tanto lo desempeñaré con toda exactitud, no sólo personalmente, sino enviándole los más celosos sacerdotes diocesanos.
La estima que tengo por su Santo Instituto constituye la medida de la alegría que siento porque una jovencita de mi familia fue la primera en inscribir su nombre en tan laudable institución.
Ruego al Señor que su santa Congregación se propague para la edificación del prójimo.
Mariano José Escalada, Obispo de Buenos Aires”.
En una carta posterior a la Madre Catalina, el mismo Obispo expresa gran alegría por la llegada del segundo grupo de Hermanas a su Diócesis:
“Gratísima fue la llegada de las Hijas de María a esta ciudad, el día 18 de este mes. ¡Tantos sacrificios: dejar su tierra, hacer tan largo viaje por la caridad! Y ¡también para V.R. que se separó de tan estimadas hijas! Mi corazón se ensanchó de júbilo pensando en los muchos beneficios que las Hermanas harán a muchas personas necesitadas.
Llegaron todas bien y con la mejor disposición para trabajar en sus respectivos oficios y en los lugares donde fueron enviadas. A un grupo fue confiado el cuidado de los expósitos y a otro el cuidado de los enfermos mentales.
Tendré el mayor placer en atenderlas. En lo que dependa de mí autoridad, procuraré inspirarles toda confianza.
Las Señoras de la Sociedad de Beneficencia los apoyan y estiman mucho. Por medio de las Hermanas, recibí sus saludos. Los agradezco mucho. Dios nuestro Señor la recompensará principalmente por el gran beneficio de haber enviado estas sus hijas, formadas en el espíritu de la caridad.
Reciba una copiosa bendición. Ruego que aumenten en número en todas partes, y que conserven el fuego del santo amor.
Mariano José Escalada, Obispo de Buenos Aires.
La carga de responsabilidad de la Madre Catalina era grande. Se trataba del cuidado de las Hermanas italianas que se dispusieron a misionar en América y cuyas familias selas habían confiado. Eran Hermanas jóvenes, en plena formación inicial. Por eso, la Madre General mantenía continuo contacto con el prelado. En otra carta el Obispo evidencia la gratitud de la Madre por los cuidados dispensados a las Hermanas:
“Agradezco mucho las expresiones de reconocimiento contenidas en su carta. Tengo que decirle que todo lo que hago, todavía poco, corresponde a mis deseos y alas obligaciones de mi oficio. Las Hermanas son tan edificantes y se empeñan con tal ahínco en los oficios de caridad, que se hace imposible pagar lo que merecen. La venida de estas Hermanas fue un regalo precioso para este país. No sé cuántas personas están confiadas a sus cuidados y cuántas son las que gozan de sus atenciones, pero todos los buenos bendicen la hora de su llegada. Todas son ejemplo de vida perfecta. Mi secretario, testigo ocular de tantos buenos ejemplos, desborda de gratitud y dice: ‘Hacemos poca cosa a favor de las Hermanas; jamás podremos pagar lo que les debemos’. Tiempo una gran consolación al poder daros estas noticias.
La saludo con estima y afecto.
Mariano José Escalada. Obispo de Buenos Aires”.
La articulación misionera lograda por las Madres Catalina y Clara, el obispo Escalada, las Señoras de Beneficencia, el Cónsul Antonini y el Señor Gómez de Montevideo, formaron una corriente de caridad expansiva de la Institución, contribuyeron para radicar el carisma Congregacional y ahondaron los fundamentos de la audacia apostólica de Gianelli en tierra de la República Argentina.
A las expresivas y paternas cartas del Obispo de Buenos Aires sumamos la del Sr. Juan Ramón Gómez, que trata de la venida de veinte Hermanas a la República Argentina:
“Carísima Madre,
por intermedio de mis amigos de Génova, los señores Gianello y Ferraro,le remito las cartas de la Sociedad de Beneficencia, de las correspondencias, S.R. se informará de lo que solicita la Sociedad de Beneficencia y espero, si es posible, que sus pedidos puedan ser contemplados.
Grande es el bien que las Hijas de Monseñor Gianelli están destinadas a hacer en el Río de la Plata y demás países circunvecinos. Fueron ellas las primeras que pisaron sus playas y ejercitaron su piadoso celo y su coraje fortalecido con la fe. Enaltecerán su gloriosa vida, honrando la Institución. Doy gloria a Dios por la benéfica idea de dotar estos países de tan útil Instituto.
Los Señores Gianello y Ferraro tienen el cometido de facilitar todo cuanto fuere para los fines propuestos. Procure ponerse en contacto con ellos personalmente…”.
Por el tenor de las cartas se constata el interés mutuo, tanto de las responsables del Instituto, en la madre-patria, como en la acogedora América. Esta se desvelaba por acoger el mensaje de Cristo, transmitido por esas mujeres italianas, las Hijas de María Santísima del Huerto, en este caso particular.
A la Sra. Josefa del Pino le tocó la tarea de solicitar y acoger a las Hermanas del Huerto, en la República Argentina. En una carta dice:
“A pesar de que me alegra enormemente poder escribirle, nunca me habría tomado la libertad de hacerlo si no me fuera propuesto por la Madre de Montevideo. Ella me solicitó que le hiciera una comunicación extraoficial. Esta oportunidad me proporciona la ocasión para hacerle algunos comentarios que juzgo gratos para ambas.
La Madre Superiora está informada del regocijo que produjo la llegada de las Hermanas, hecho que compensó los trabajos y las dificultades que toda obra inicial presenta, y que ya fueron vencidas. Todavía quedan algunas de las que todo cambio trae consigo. En la solución de muchas de estas dificultades, ayudó mucho la prudencia, la suavidad y la experiencia de nuestra amada Superiora. Me parece que sin su compañía ya no me podría acostumbrar, a su lado, todo se hace más fácil. Apreciando el tesoro que Montevideo ganó, espero de la Misericordia Divina encontrar las mismas virtudes en las Hermanas, que su prudencia eligió para nosotras y cuyo mérito todavía no tuvimos tiempo de conocer, salvo en la Hermana (el nombre aparece borrado en el texto) que es más antigua y mucho apreciamos.
Cuando me encuentro entre las Hermanas, me parece ser una de ellas. Y es tal el consuelo de tenerlas en nuestro Establecimiento que digo, como el viejo Simeón que moriré contenta una vez que las deje bien acomodadas.
Espero que V.R. se empeñará en enviar las otras trece Hermanas que pedimos; tendremos el máximo placer de recibirlas porque el tiempo de gestión, en nuestra Sociedad es de un año… .
EXPEDICIONES MISIONERAS
Al año siguiente de la primera legada de las Hermanas, se repetía la segunda expedición misionera. En 1857, llegaron de Italia cuatro Hermanas para atender los atacados por la fiebre amarilla…
En una carta el Cónsul Antonini, notifica los preparativos de la segunda partida para América. La carta está dirigida a la Madre General. Es del siguiente tenor:
“le remito, con carácter de urgencia, junto con la carta, los papeles que conseguí anoche. Es conveniente que el visado lo haga el Consulado Sardo; esto suplirá la falta de los otros sellos y será necesario, creo yo, que sea traducido por un intérprete reconocido, con sellos y firma reconocida. Sobre esa carta me entenderé con Cavour que llegó hace unos días de Marsella, en la misma nave donde estaban embarcadas las otras cuatro Hermanas… Si así van las cosas, tenga la gentileza de comunicármelo.
Recibí una carta de la Madre Clara y en ella me dice que las Hermanas todavía no habían salido para cuidar a los apestados y que en lugar de cuatro enviaría seis. Por otra parte, a estas horas, creo que la epidemia ya terminó. Sabemos que fallecieron unas 180 personas. Pero no es una cosa para asustarse. La mayor parte de los contagiados mejoraron. Y las Hermanas que los curaron gozan todas de buena salud”.
La tercera expedición de las Hijas de María S. del Huerto a América traía a veinte primeras misioneras para la República Argentina, enviadas a Buenos Aires y a Córdoba. El Sr. Juan Ramón Gómez comunica a la Madre General las precauciones que serán tomadas para el buen éxito del viaje:
“Recibí su carta acompañada por la convención con la que V.R. está de acuerdo. Todavía no se la devuelvo porque, debido a la situación política, la comisión están incompleta. Mientras tanto, con la comisión o sin ella, los asuntos de nuestras Hermanas caminan perfectamente y la bellísima Institución sigue progresando en credibilidad y honradez. Por medio de este buque-correo, nuestra querida Madre le informará que los señores Gianello y Ferraro tienen en su poder las autorizaciones pertinentes y todo lo necesario para cubrir los gastos del viaje de las Hermanas que vendrán para Buenos Aires y córdoba, como también la indicación de preocuparse de conseguir una buena nave. Un compartimento será destinado exclusivamente para las Hermanas. La excelencia en el tratamiento será condición indispensable para concretar el viaje. Las Sociedades de Beneficencia de Buenos Aires y Córdoba me honraron con la responsabilidad del viaje de las nuevas misioneras del Evangelio… Las Hijas de María serán para mí un motivo perenne de alegría y consuelo, que suaviza las amarguras. No existe mérito en amarlas, en servirlas, siempre que se mantengan fieles, dignas y delicadas en el cumplimiento de sus sagrados deberes.
Reciba el cariño de mi esposa que conmigo agradece su interés y solicitud por la salud y bienestar de nuestros queridos hijos. Y que Dios la proteja.
Su más humilde servidor
Juan Ramón Gómez
La alegría que produjo en las personas sensatas la llegada de las Hermanas es una constante en la opinión del Sr. Obispo y de las Señoras de la Sociedad de Beneficencia. La Madre Clara facilitó la comunicación de la Sra. Josefa del Pino con la Madre General. Esta señora sugiere el nombre de la Hermana que deseaban como Superiora en Buenos Aires, expresa cariño por la Madre de Montevideo, pero sin embargo en todo se observa el dominio de la prudencia.
El Sr. Gómez, por su parte, le pide a la Madre General que considere las ponderaciones de las Señoras de la Sociedad de Beneficencia. Es la colaboración de los laicos en la Misionariedad de las hijas de María Ssma. del Huerto. La Sra. del Pino se siente bien entre las Hermanas: un hermoso ejemplo de integración y convivencia fraterna. Esta integración está reforzada por una carta:
“Volviendo del campo, tuve el gusto de encontrarme con la Madre Clara. Visita con frecuencia estas casas. Su venida causaría tanto júbilo a las Hijas de América que la estiman mucho. Espero que me cuente entre su número, ya que me dispensa tanto aprecio”.
Josefa del Pino
Durante los preparativos para la venida de las Hermanas, el Cónsul de Génova, escribe a la Madre General:
“Su hermana de Montevideo la tiene, sin dudas, informada, de que los gobiernos de Buenos Aires y de la Provincia de Córdoba asumieron el compromiso de hacerse cargo de los gastos del viaje: catorce Hermanas para el primero y seis para el segundo, con la finalidad de fundar en los lugares mencionados una santa Institución.
Por mi parte, ayudaré en todo lo que pueda y me sea posible. De los gastos del viaje se hacen cargo los Sres. Gianello y Ferraro.
A las veinte Hermanas indicadas, la Madre Clara desearía que se unieran otras cuatro, porque están pensando en la fundación de una escuela en Montevideo.
Me dirijo a V. R. para saber cuándo estarán prontas para embarcar, para que se pueda preparar una nave conveniente. Los mencionados señores, tienen varias naves y las pueden preparar en 30 ó 40 días, pero necesitan saberlo con tiempo.
Su humilde servidor
S.M. Antonini
En relación con la venida de las Hermanas, el señor Bernardo del Pino, se solidarizó con la Comisión organizadora, como lo comprueba en esta carta:
“El portador de este pedido tendrá que adquirir pasajes para algunas Hermanas de Caridad que tendrán que embarcarse para esta dirección. Si están en mí “Bergantín del Pino” los señores permitirán su embarque, sin cobrar ningún flete. Recomendamos al Capitán que use con las mismas el tratamiento que merecen. Si no estuvieran en el buque, y hubiera otro que se dirija a Buenos Aires, sea de los de casa u otros, les ruego que les estipulen un precio de lo más moderado posible. Preséntenlas al Capitán para que las triga, pues se trata de una obra de caridad y hagan las debidas recomendaciones en cuanto al tratamiento. El importe del estampillado será pagado aquí. Los señores podrán asegurarlo al Capitán.
Esperando que me hagan este favor, quedo a su disposición para retribuirles en un caso semejante.
Soy su muy apreciado amigo
Bernardo del Pino”
El Presidente de la Comisión de Caridad del Hospital de Montevideo, delegado por la Sociedad de beneficencia para el viaje de las Hermanas, escribió a la Madre General:
“Tuve el honor de recibir su carta del día 01/10/1859,… Estas Hermanas nos merecen la confianza más pura. Su evangélica misión en esta tierra son títulos de amor y gratitud legítimamente adquiridos… Tuve la satisfacción de recibir a las Hermanas que venían de Italia en el Bergantín “YE” juntamente con el Padre Luis Grafignia y su compañero. Creo que S.R. acertó en la elección de la Superiora de Buenos Aires, pues la considero dotada de prudencia y celo.
Estoy convencido que harán un bien inmenso en estos países, porque:
1º nos faltan ejemplos de abnegación;
2º las Instituciones benéficas carecen de un impulso maternal e inteligente;
3º la religión es desconocida en su pureza y santidad;
4º en fin, todo está por hacer.
Esté segura V.R. que tienen una misión gloriosa, y que el Fundador aplaude y anima desde el cielo, implorando del Padre y de la Madre Universal gracias y bendiciones sobre cada una de las Hijas de María.
Con todo, Madre, no estará exenta de pesares y disgustos, porque si todo fuera fácil no sería glorioso y menos aun digno de la predilección divina.
En cuanto a mí dependa, velaré por la conservación y pureza de estas queridas Hermanas. Ellas forman parte de mi familia y desafortunado sería el día en que no pudiese hacer algún sacrificio por ellas.
La Madre Clara da testimonio de su aprecio a la Sra. Josefa del Pino:
“Muy apreciada amiga: le escribo con mucha satisfacción, por esto no sé si me explicaré bien. Con frecuencia la recordamos y tenemos presente sus manifestaciones de cariño. Lo que recordamos indeleblemente en el corazón es que en Buenos Aires se debe a su celo el que las Hermanas se hayan podido establecer para el servicio que la humanidad reclama. Es una gran gloria para usted haber iniciado esta Obra!. Con la gracia de Dios, espero que se arraigue bien, dé buenos frutos y bendiciones. Es necesario mucho ánimo para llevar a la meta final lo que fue iniciado; yo sé que esto no le falta y no hace falta que le diga más. El Sr. Juan Ramón Gómez asumió con gusto el encargo que la Comisión de la Sociedad de Beneficencia le propuso y dijo que hará todo según sus deseos… Madre Clara Podestá”
La Madre Clara, como vigía que espera la aurora, esperaba el día de la llegada de las Hermanas y mantuvo un continuo contacto con la Sra. del Pino, tal como se comprueba por estas cartas:
* Anuncia la llegada de las Hermanas:
“Esperamos a las Hermanas a comienzos de enero, pues partieron de Génova los primeros días de noviembre…
* Le comunica la alegre noticia:
“le comunico la noticia de la llegada de las Hermanas, pues sé cuánto las desea”
* Le hace saber finalmente, la llegada de las Hermanas a Buenos Aires:
“Las Hermanas partirán para Buenos Aires en la primera nave de la próxima semana. Permanecieron aquí unos días, porque el Sr. Gómez juzgó necesario que descansasen y esto fue muy bueno, porque algunas de ellas sufrieron durante la travesía del mar. Ahora están deseosas de llegar a su destino y trabajar con ahínco al servicio de todos aquellos que las esperan. Vinieron también con las Hermanas dos sacerdotes. Uno de ellos vino para acompañar a las de Córdoba; nuestros Superiores creyeron oportuno enviar dos para que estuviesen bien acompañadas. Uno irá a Buenos Aires con las Hermanas y se quedará allí hasta que yo vuelva de Córdoba. Le pido tenga la gentileza de comunicar su llegada y el lugar dónde irá a vivir. En lo posible, desearía que fuera en el Hospital…”
Es hermosa la comunicación de la Madre Clara con la Sra. del Pino. Por toda la documentación se percibe que el establecimiento de las Hermanas en la Argentina fue esperado, deseado y acogido. Es importante registrar los motivos que llevaron a las FMH a Buenos Aires, como también el proceso de evangelización e inculturación.
La pastoral de la salud era en ese momento la prioridad más urgente. Las Hermanas del Huerto habían dado testimonio, en dos años de actividad misionera en Montevideo, de su caridad pastoral junto a los enfermos de cólera y de fiebre amarilla, como también de su abnegación y generosidad cuando volaban presurosas, como la Virgen de Nazaret, a solidarizarse con los más necesitados.
A pesar de la preparación suplementaria que se les daba, la situación de las jóvenes Hermanas italianas venidas a América, preocupaba al Gobierno General en lo que se refiere a la implantación del genuino espíritu del instituto. Se veían urgidas continuamente y por todas partes con nuevas necesidades y se aumentaban las ofertas de nuevos frentes misioneros. Principalmente, la urgencia de dar respuesta a los clamores de la realidad hacía que siempre las fuerzas fueran pocas. La acción pastoral era como la fuerza inmanente de un torrente, de una fuente cristalina que brotaba de la roca de la mística apostólica, estimulada entre las FMH, corroborada por la acción de los laicos comprometidos en la promisión humana y en la expansión del reino de Cristo, en la Iglesia Latinoamericana.
Las Hijas de María Ssma. del Huerto se establecieron en buenos Aires en febrero de 1859. En diciembre del mismo año, la Madre Clara, atenta a la salud de las Hermanas, escribía a la señora del pino en estos términos:
“Estaría muy contenta si mi buena amiga tuviera en cuenta la humedad de las dependencias de las Hermanas, pues sabe cuánto es importante esto para la salud. Le suplico que no deje pasar el verano sin arreglarlas, para que puedan pasar bien el invierno…”
En la carta del día 24/09/1862 se constata que el pedido fue atendido, después de tres años. Podemos casi observar, por la carta, la precariedad de las dependencias reservadas a las Hermanas:
“Supe por la Madre Luisa y por las Hermanas que usted sigue mereciendo su afecto. Estoy muy satisfecha por su interés en proporcionar a las Hermanas toda la comodidad, arreglando sus dependencias y procurando todos los medios para su bienestar. Así ellas se podrán dedicar con ahínco al servicio de su prójimo. Se lo agradecemos de todo corazón y la queremos mucho”.
La Madre Clara se distinguía por la organización. Sabía muy bien que para el éxito toda obra necesita ser orientada por normas de coherencia. Esto lo comprobamos por una carta de la señora del Pino:
“… tengo el reglamento del Hospital de Córdoba y lo mandaré en la primera oportunidad. Es bien preciso, porque sin reglamento no es posible trabajar bien. Espero que se empeñe en organizar el del Hospital de Buenos Aires”.
La Madre Clara unía el sentido de la misión a la diplomacia en sus relaciones con los laicos. Por esto, como vemos en una de sus cartas, se congratula con la reelección de la Sra. del Pino como Presidenta de la Sociedad de Beneficencia:
“Nos alegramos con su reelección. Usted sabe cuánto la amamos y el bien que podemos hacer con su apoyo. Las Hermanas se unen a mí para felicitarla, si bien alguna todavía no la conoce…”.
La expectativa de la venida de la Madre General a América fue una constante. Esto está demostrado por algunas cartas:
“Las últimas cartas de la Madre General vienen de Chiavari, donde fue a pasar unos meses. Siempre la recuerda y le manda saludos. Piensa volver a Roma en abril. También nos da mucha esperanza con respecto a su venida a América. Me alegro de que se esté familiarizando con el italiano; así podrá entenderla mejor”.
El estilo, la característica y el espíritu del nuevo instituto, que se presentaba como cuerpo jurídico, místico y misionero en América Meridional – en el cual las Hermanas del Huerto sellaron con broche de oro, la más nítida inculturación – eran Marianos. María Santísima, bajo el magnífico título bíblico “Hortus Conclusus”, se transformó en estrella y guía para la acción cotidiana y apostólica. Con Nuestra Señora se realizó la fusión de las Hijas de María Ssma. del huerto italianas y las Hermanas autóctonas o provenientes de otras naciones. Las Hermanas del Huerto americanas se integraron a la nueva familia religiosa en magnífica simbiosis, porque los pueblos de América Latina, alimentaban una especialísima veneración y devoción a la Virgen María. Se fundieron de tal modo que nos atrevemos a afirmar que, a través de esta mística se realizó la inculturación del Evangelio y del carisma fundacional.
De esta forma se realizó el deseo de las Madres Clara y Catalina Podestá: que en los nuevos frentes misioneros se instaurara, sobre bases sólidas, el genuino espíritu del Instituto.
La historia del Instituto registra el establecimiento de las Hermanas del Huerto en Buenos Aires:
“La Sociedad de Beneficencia invitó a la Madre Clara a visitar los Establecimientos de salud del Gobierno. En febrero de 1858, acompañada por dos Hermanas, los visitó todos. Conforme a los criterios del carisma, optó por el Hospital de Mujeres, por el Manicomio femenino y por la Casa de expósitos, porque eran los más necesitados”.
Opción perfecta y coherente con las propuestas de la Institución: “Las mujeres mal cuidadas, desamparadas, los niños abandonados, consecuencias funestas de las frecuentes guerras y revoluciones internas del país. La Madre Clara conocía este contexto, pero no se amedrentó cuando se embarcó apresuradamente para establecerse con las Hermanas en la sufrida América.
“El Hospital Rivadavia fue el primer establecimiento confiado a las Hermanas por la Sociedad de Beneficencia. Asumieron su dirección en 1859, en esa época se llamaba Hospital de Mujeres, y estaba ubicado en la calle Esmeralda. Las Hermanas iniciaron su misión allí porque recién se había comenzado la construcción del nuevo edificio que después se llamó Hospital Rivadavia. La construcción estaba bastante adelantada y por esto las Hermanas Clementina Piresi y Josefa Parodi, acompañadas por las jóvenes asiladas, se fueron a vivir en el hospital, con el fin de vigilar los trabajos y organizar todo el traslado de los enfermos. En la obra trabajaban más de mil obreros, durante los meses de marzo y abril de 1859… Desde los inicios, la misión reveló orden y progreso, haciendo creíble el trabajo de las Hermanas del Huerto, que después fueron llamadas a prestar sus servicios en muchos otros lugares de la República Argentina”.
LAS HIJAS DE MARÍA SANTÍSIMA DEL HUERTO
EN LA BATALLA DE PAVÓN
La caridad sin fronteras de las Hijas de María Santísima del Huerto en la Argentina, las condujo a socorrer a los heridos en la Batalla de Pavón. Este litigio es característico de un país en fase de organización y heredero del espíritu bélico de la metrópoli conquistadora.
Este hecho hace de las hijas de María Santísima del Huerto protagonistas de la unión territorial y gubernamental de la República Argentina…
Las Hermanas escriben a la Madre General sobre el acontecimiento. La Madre Luisa Solari afirma:
“Era un cuadro conmovedor ver la cantidad de heridos… Gritaban, pidiendo socorro. Morían. La sangre corría como agua. Las Hermanas se desvelaban para socorrerlos. Al ver a la Hermana, estaban contentos y las llamaban Ángeles y les decían: su presencia me da vida.
Fueron montados dos Hospitales de sangre. Uno recibió el nombre de Nuestra Señora del Huerto y el otro de Santa Cruz. En el primero estaban los oficiales; en el segundo los soldados de todas las graduaciones. Todos admiraban el orden y la serenidad de aquellos soldados. Destacamos un detalle importante: todos querían ser atendidos por nuestras Hermanas…”
Las Hermanas permanecieron en aquel hospital de Sangre cuatro meses. Es imposible describir el contento de los enfermos. Sobre todo la gratitud y la estima de los Comandantes del Ejército y del pueblo. Enaltecieron las Hijas de María hasta las estrellas y las respetaban como cosas del cielo…