En el mes de marzo de 1928, le pidieron que se trasladara al hospital de Vallenar, en Chile, donde encontraría un mejor clima. Pero antes, fue enviada a Pergamino para despedirse de sus familiares. Fue un momento difícil para ella. Procuraba trasmitir confianza y alegría, pero era consciente de lo que le esperaba. Decía: “¡Me cuesta! No nos veremos más porque me quedan pocos años de vida… pero ¡Que se haga la voluntad de Dios!”
En Vallenar, pasaría los últimos cuatro años de su vida al servicio del Hospital, a pesar de que la enfermedad se agravaba, trabajaba en la despensa y en la cocina, en la ropería y en la capilla, daba lecciones prácticas de corte y confección. Con sus palabras llenas de ternura consolaba a todos los que venían al hospital. Extrañaba mucho su tierra Argentina, pero decía: “Dado que es la voluntad de Dios mi vida por la paz de este país”.
En diciembre de 1930, la hermana María Crescencia sufrió una crisis de bronco-pulmonía. A partir de entonces, su salud empeoraría constantemente. Por un breve periodo, estuvo en la ciudad de Quillota. Dijo quien estuvo cerca de ella en aquellos días: “Nunca la vi triste, su rostro era sereno, transmitía paz y alegría…rezaba mucho, la oración era su fiel compañía”.
En marzo de 1932, volvió a Vallenar. “La pusieron en una habitación, sola, para evitar el contagio. Era muy joven y sabía que estaba muy mal…” la tuberculosis la consumía rápidamente; ella sufría con paciencia, sin quejarse, mientras le disminuían cada vez más las fuerzas.
El médico que la atendía se dio cuenta de que ya no había nada que hacer. El 8 de mayo la Hermana María Crescencia recibió la comunión y la unción de los enfermos. Estaba pronta a responder a la llamada del Señor. Así fue que subió con Jesús al cielo el 20 de mayo de 1932, diciendo: “Veo el corazón de Jesús, bendice a éstas, mis hermanas que están aquí, te suplico que envíes muchas y buenas vocaciones para el amado Instituto”.