Preámbulo
De acuerdo con el anuncio del Papa Francisco, del día 15 de octubre de 2017, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para reflexionar sobre el tema: Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, se llevará a cabo en octubre de 2019. Esos caminos de evangelización deben ser pensados para y con el Pueblo de Dios que habita en esa región: habitantes de comunidades y zonas rurales, de ciudades y grandes metrópolis, poblaciones que habitan en las riberas de los ríos, migrantes y desplazados, y especialmente para y con los pueblos indígenas.[1]
En la selva amazónica, de vital importancia para el planeta, se desencadenó una profunda crisis por causa de una prolongada intervención humana donde predomina una «cultura del descarte» (LS 16) y una mentalidad extractivista. La Amazonía es una región con una rica biodiversidad, es multi-étnica, pluri-cultural y pluri-religiosa, un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos, de los estados, y de la Iglesia.
Las reflexiones del Sínodo Especial superan el ámbito estrictamente eclesial amazónico, porque se enfocan a la Iglesia universal y también al futuro de todo el planeta. Partimos de un territorio específico, desde donde se quiere hacer un puente hacia otros biomas esenciales de nuestro mundo: cuenca del Congo, corredor biológico Mesoamericano, bosques tropicales de Asia Pacífico, acuífero Guaraní, entre otros.
Escuchar a los pueblos indígenas y a todas las comunidades que viven en la Amazonía, como los primeros interlocutores de este Sínodo, es de vital importancia también para la Iglesia universal. Para ello necesitamos una mayor cercanía. Queremos saber ¿Cómo imaginan su “futuro sereno” y el “buen vivir” de las futuras generaciones? ¿Cómo podemos colaborar en la construcción de un mundo que debe romper con las estructuras que quitan vida y con las mentalidades de colonización para construir redes de solidaridad e interculturalidad? y, sobre todo, ¿Cuál es la misión particular de la Iglesia hoy ante esta realidad?
Este Documento Preparatorio está dividido en tres partes correspondientes al método “ver, juzgar (discernir) y actuar”. Al final del texto se presentan preguntas que permitan un diálogo y una progresiva aproximación a la realidad y expectativa regional de una «cultura del encuentro» (EG 220). Los nuevos caminos para la evangelización y el plasmar una Iglesia con rostro amazónico pasan por las veredas de esa «cultura del encuentro» en la vida cotidiana, «en una armonía pluriforme» (EG 220) y «feliz sobriedad» (LS 224-225), como contribuciones para la construcción del Reino.
I. VER. IDENTIDAD Y CLAMORES DE LA PANAMAZONÍA[2]
1. El territorio
La cuenca amazónica supone para nuestro planeta una de las mayores reservas de biodiversidad (30 a 50% de la flora y fauna del mundo), de agua dulce (20% de agua dulce no congelada de todo el planeta), posee más de un tercio de los bosques primarios del planeta y, aunque los océanos son los mayores captadores de carbono, no por ello la labor de captura de carbono de la Amazonía deja de ser significativa. Son más de siete millones y medio de kilómetros cuadrados, con nueve países que comparten este gran bioma (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela, incluyendo la Guyana Francesa como territorio ultramar).
La denominada “Isla de la Guayana” delimitada por los ríos Orinoco y Negro, el Amazonas y las costas Atlánticas de América del Sur entre las desembocaduras del Orinoco y el Amazonas, forma también parte de este territorio. Otros espacios forman parte del territorio porque se encuentran bajo la influencia del régimen climático y geográfico dada su cercanía a la Amazonía.
Sin embargo, estos datos no suponen una región homogénea. Constatamos cómo la Amazonía tiene muchos tipos de “Amazonías” al interior de ella. En este contexto, es el agua, a través de sus quebradas, ríos y lagos, la que se convierte en el elemento articulador e integrador, teniendo como eje principal al Amazonas, el río madre y padre de todos. En un territorio amazónico tan diverso es de suponer que los diferentes grupos humanos que lo habitan han debido adaptarse a las distintas realidades geográficas, ecosistémicas y políticas.
El trabajo de la Iglesia Católica en la Amazonía, durante muchos siglos, se ha orientado a dar respuesta a dichos variados contextos humanos y ambientales.
2. Diversidad socio-cultural
Dadas las proporciones geográficas, la Amazonía es una región donde viven y conviven pueblos y culturas diversas, y con modos de vida distintos.
La ocupación demográfica de la Amazonía antecede al proceso colonizador en muchos, tal vez miles de años. Hasta la colonización, el predominio demográfico en la Amazonía se concentraba en los márgenes de los grandes ríos y lagos por una cuestión de supervivencia que incluía las actividades de caza, pesca, y el cultivo en las tierras inundables. Con la colonización, y con la práctica extendida de la esclavitud indígena, muchos pueblos abandonaron estos sitios, y se refugiaron en el interior de la selva. Además, durante la primera fase de la colonización, se produjo un proceso de sustitución poblacional, con una fuerte concentración demográfica en los márgenes de los ríos y lagos.
Más allá de las circunstancias históricas, los pueblos de las aguas, en este caso de la Amazonía, siempre han tenido en común la relación de interdependencia con los recursos hídricos. Por eso, los campesinos y sus familias de la Amazonía utilizan los recursos de las tierras inundables, teniendo como telón de fondo el movimiento cíclico de sus ríos – inundación, reflujo y periodo de seca – en una relación de respeto por saber que “la vida dirige al río”, y el “río dirige a la vida”. Además los pueblos de la selva, recolectores y cazadores por excelencia, sobreviven con lo que la tierra y el bosque les ofrecen. Estos pueblos vigilan los ríos y cuidan la tierra, de la misma manera que la tierra cuida de ellos. Son los custodios de la selva y de sus recursos.
Sin embargo, la riqueza de la selva y de los ríos de la Amazonía está amenazada hoy por los grandes intereses económicos que se asientan en diversos puntos del territorio. Tales intereses provocan, entre otras cosas, la intensificación de la tala indiscriminada en la selva, la contaminación de ríos, lagos y afluentes (por el uso indiscriminado de agro-tóxicos, derrames petroleros, minería legal e ilegal, y los derivados de la producción de drogas). A ello se suma el narcotráfico, que junto con lo anterior pone en riesgo la supervivencia de los pueblos que dependen de recursos animales y vegetales en estos territorios.
Por otro lado, las ciudades de la Amazonía han crecido muy rápidamente, y han integrado a muchos migrantes desplazados de sus tierras de manera forzada, empujados hacia las periferias de los grandes centros urbanos que avanzan hacia dentro de la selva. En su mayoría son pueblos indígenas, ribereños, y afrodescendientes expulsados por la minería ilegal y legal, la industria de extracción petrolera, acorralados por la expansión de la extracción de madera, y siendo los más golpeados por los conflictos agrarios y socio-ambientales. Las ciudades también se caracterizan por las desigualdades sociales. La pobreza que ha sido producida a lo largo de la historia generó relaciones de subordinación, de violencia política e institucional, incremento en el consumo de alcohol y drogas – tanto en las ciudades como en las comunidades – y representa una herida profunda en los cuerpos de los diversos pueblos Amazónicos.
Los movimientos migratorios más recientes correspondientes a la región amazónica están caracterizados, sobre todo, por la movilización de indígenas de sus territorios originarios a las ciudades. Actualmente entre 70% y 80% de la población de la Panamazonía reside en las ciudades. Muchos de esos indígenas son indocumentados o irregulares, refugiados, ribereños, o pertenecen a otras categorías de personas vulnerables. En consecuencia, crece en toda la Amazonía una actitud de xenofobia y de criminalización de los migrantes y desplazados. Esto, asimismo, da lugar a la explotación de las poblaciones de la Amazonía, víctimas del cambio de valores de la economía mundial, para la cual el valor lucrativo es mayor que la dignidad humana. Ejemplo de ello es el crecimiento dramático del tráfico de personas, especialmente el de mujeres, para fines de explotación sexual y comercial. Ellas pierden así su protagonismo en los procesos de transformación social, económica, cultural, ecológica, religiosa y política de sus comunidades.
En suma, el crecimiento desmedido de las actividades agropecuarias, extractivas, y madereras de la Amazonía, no sólo ha dañado la riqueza ecológica de la región, de su selva y de sus aguas, sino que además ha empobrecido su riqueza social y cultural. Ha forzado un desarrollo urbano no “integral” ni “inclusivo” de la cuenca amazónica. Como respuesta a esta situación, se nota un crecimiento de las capacidades de organización y un avance de la sociedad civil, con atención particular a las problemáticas ambientales. En el campo de las relaciones sociales, a pesar de los límites, la Iglesia Católica ha desarrollado en general un trabajo significativo, fortaleciendo sus propios caminos a partir de su presencia encarnada y de su creatividad pastoral y social.
3. Identidad de los pueblos indígenas
En los nueve países que componen la Panamazonía se registra una presencia de alrededor de tres millones de indígenas, representando alrededor de 390 pueblos y nacionalidades distintos. Asimismo, en el territorio existen, según datos de instituciones especializadas de la Iglesia (eg. Consejo Indigenista Misionero de Brasil) y otras, entre 110 y 130 distintos Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario (PIAV) o “pueblos libres”. Además, en los últimos tiempos, aparece una nueva categoría constituida por los indígenas que viven en el tejido urbano, algunos reconocibles como tales y otros que desaparecen en ese contexto y por ello son llamados “invisibles”. Cada uno de estos pueblos representa una identidad cultural particular, una riqueza histórica específica, y un modo particular de ver el mundo y el entorno, y de relacionarse con éste desde una propia cosmovisión y territorialidad específicas.
Más allá de las amenazas que emergen desde dentro de sus propias culturas, los pueblos indígenas han vivido desde los primeros contactos con los colonizadores fuertes amenazas externas (cf. LS 143, DAp 90). Contra estas amenazas, los pueblos indígenas y comunidades amazónicas se organizan, luchan por la defensa de sus vidas y culturas, territorios y derechos, y de la vida del universo y de la creación entera. Los más vulnerables, sin embargo, son los PIAV, quienes no poseen instrumentos de diálogo y negociación con los actores externos que invaden sus territorios.
Algunos “no indígenas” tienen dificultad de comprender la alteridad indígena y, muchas veces, no respetan la diferencia del otro. Dice el documento de Aparecida sobre el respeto de los indígenas y afro-americanos: «La sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo su diferencia. Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza» (DAp 89). Sin embargo, como remarcó el Papa Francisco en Puerto Maldonado: «Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho para enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los esfuerzos que hagamos para mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos» (Fr.PM).
En los últimos años, los pueblos indígenas han comenzado a escribir su propia historia y a describir de manera más formal sus propias culturas, costumbres, tradiciones y saberes. Han escrito sobre las enseñanzas recibidas de parte de sus mayores, padres y abuelos, que son memorias personales y colectivas. Hoy, el ser indígena no se deriva solamente de la pertenencia étnica. También se refiere a la capacidad de mantener esa identidad sin aislarse de las sociedades que les rodean, y con las cuales interactúan.
Ante este proceso de integración, surgen organizaciones indígenas que buscan el fortalecimiento de la historia de sus pueblos, para orientar la lucha por la autonomía y autodeterminación: «es justo reconocer que existen iniciativas esperanzadoras que surgen de sus propias bases y organizaciones, y propician que sean los propios pueblos originarios y sus comunidades los guardianes de los bosques y que los recursos que genera la conservación de los mismos revierta en beneficios de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida, en la salud, y educación de sus comunidades» (Fr. PM). Sin embargo, ninguna iniciativa puede ignorar que la relación de pertenencia y participación que establece el habitante amazónico con la creación forma parte de su identidad y contrasta con una visión mercantilista de los bienes de la creación (cf. LS 38).
En muchos de estos contextos la Iglesia Católica está presente a través de misioneros y misioneras comprometidos con las causas de los pueblos indígenas y Amazónicos.
4. Memoria histórica eclesial
El inicio de la memoria histórica de la presencia de la Iglesia en la Amazonía se sitúa en el escenario de la ocupación colonial de España y Portugal. La incorporación del inmenso territorio amazónico en la sociedad colonial y su posterior apropiación por parte de los Estados nacionales, es un largo proceso de más de cuatro siglos. Hasta el inicio del siglo XX, las voces en defensa de los pueblos indígenas eran frágiles – aunque no ausentes – (cf. Pio X, Carta Encíclica Lacrimabili Statu, 7.6.1912). Con el Concilio Vaticano II, dichas voces se fortalecen. Para alentar “el proceso de cambio con los valores evangélicos”, la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín (1968), en su Mensaje a los Pueblos de América Latina, recordó que «a pesar de sus limitaciones», la Iglesia «ha vivido con nuestros pueblos el proceso de colonización, liberación y organización». Y la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizada en Puebla (1979), nos recordó que la ocupación y colonización del territorio de Amerindia fue «un enorme proceso de dominaciones», lleno de «contradicciones y laceraciones» (DP 6). Y más tarde, la IV Conferencia de Santo Domingo (1992) nos advertía sobre «uno de los episodios más tristes de la historia latinoamericana y caribeña», que «fue el traslado forzado, como esclavos, de un enorme número de africanos». San Juan Pablo II llamó a este desplazamiento un «holocausto desconocido» en el que «han tomado parte personas bautizadas que non han vivido su fe» (DSD 20; cf. Juan Pablo II, Discurso a la comunidad católica de la Isla de Gorea, Senegal, 22.02.1992, n. 3; Mensaje a los Afroamericanos, Santo Domingo, 12.10.1992, n. 2). Por esa «ofensa escandalosa para la historia de la humanidad» (DSD 20), el Papa y los delegados en Santo Domingo pidieron perdón.
Hoy, lamentablemente, existen todavía resquicios del proyecto colonizador que creó representaciones de inferiorización y demonización de las culturas indígenas. Tales resquicios debilitan las estructuras sociales indígenas y permiten el despojo de sus saberes intelectuales y de sus medios de expresión. Lo que nos asusta es que hasta hoy, 500 años después de la conquista, más o menos 400 años de misión y evangelización organizada, y 200 años después de la independencia de los países que configuran la Panamazonía, procesos semejantes se siguen extendiendo sobre el territorio y sus habitantes, víctimas hoy de un neocolonialismo feroz, “enmascarado de progreso”. Probablemente, tal como lo afirmó el Papa Francisco en Puerto Maldonado, los pueblos originarios Amazónicos nunca han estado tan amenazados como lo están ahora. Hoy, debido a la ofensa escandalosa de los «nuevos colonialismos», «la Amazonía es una tierra disputada desde varios frentes» (Fr. PM).
En su historia misionera, la Amazonía ha sido lugar de testimonio concreto de estar en la cruz, incluso muchas veces lugar de martirio. La Iglesia también ha aprendido que en este territorio, habitado hace aproximadamente diez mil años por una gran diversidad de pueblos, sus culturas se construyen en armonía con el medio ambiente. Las culturas precolombinas ofrecieron al cristianismo ibérico que acompañaba a los conquistadores, múltiples puentes y conexiones posibles «como la apertura a la acción de Dios, en el sentido de gratitud por los frutos de la tierra, el carácter sagrado de la vida humana y la valorización de la familia, el sentido de la solidaridad y corresponsabilidad en el trabajo común, la importancia del culto, y la creencia de una vida más allá de la terrenal, y tantos otros valores» (DSD 17).
5. Justicia y derechos de los pueblos
El Papa Francisco, en su visita a Puerto Maldonado, llamó a cambiar el paradigma histórico en que los Estados ven la Amazonía como despensa de los recursos naturales, por encima de la vida de los pueblos originarios y sin importar la destrucción de la naturaleza. La relación armoniosa entre el Dios Creador, los seres humanos y la naturaleza está quebrada debido a los efectos nocivos del neo-extractivismo y por la presión de los grandes intereses económicos que explotan el petróleo, el gas, la madera, el oro, y por la construcción de obras de infraestructura (por ejemplo: megaproyectos hidroeléctricos, ejes viales, como carreteras interoceánicas) y por los monocultivos industriales (cf. Fr.PM).
La cultura dominante del consumo y del descarte convierte al planeta en un gran basural. El Papa denuncia este modelo de desarrollo como anónimo, asfixiante, sin madre; sólo obsesionado por el consumo y los ídolos del dinero y del poder. Se imponen nuevos colonialismos ideológicos disfrazados por el mito del progreso que destruyen las identidades culturales propias. Francisco apela por la defensa de las culturas y por la reapropiación de la herencia que viene con la sabiduría ancestral, la cual propone una manera de relación armoniosa entre la naturaleza y el Creador, y expresa con claridad que «la defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida» (Fr. PM). Esta debe considerarse tierra santa: «¡Esta no es una tierra huérfana! ¡Tiene Madre!» (Fr. EP).
Por otra parte, la amenaza contra los territorios amazónicos «también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven “la conservación” de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y, en concreto [a los] hermanos [y hermanas] amazónicos que habitan en ellas» (Fr. PM). La orientación del Papa Francisco es clara: «Creo que el problema principal está en cómo conciliar el derecho al desarrollo incluyendo también el derecho de tipo social y cultural, con la protección de las características propias de los indígenas y de sus territorios. [...] En este sentido, siempre debe prevalecer el derecho al consentimiento previo e informado» (Fr. FPI).
Paralelamente, las poblaciones indígenas, campesinas y otros sectores populares en la Amazonia y a nivel nacional en cada país, han venido construyendo procesos políticos organizativos en torno de agendas fundadas en una perspectiva basada en sus derechos humanos. La situación del derecho al territorio de los pueblos indígenas en la Panamazonía gira en torno a una problemática constante sobre la falta de regularización de tierras y del reconocimiento de su propiedad ancestral y colectiva. Así también, el territorio ha sido despojado de una interpretación integral relacionada al aspecto cultural y cosmovisión de cada pueblo o comunidad indígena.
Proteger a los pueblos indígenas y sus territorios es una exigencia ética fundamental y un compromiso básico con los derechos humanos; y para la Iglesia se torna en un imperativo moral coherente con el enfoque de ecología integral de Laudato si’ (cf. LS, cap. IV).
6. Espiritualidad y sabiduría
Para los pueblos indígenas de la Amazonía, el “buen vivir” existe cuando están en comunión con las otras personas, con el mundo, con los seres de su entorno, y con el Creador. Los pueblos indígenas, en efecto, viven dentro de la casa que Dios mismo creó y les dio como regalo: la Tierra. Sus diversas espiritualidades y creencias, los motivan a vivir una comunión con la tierra, el agua, los árboles, los animales, con el día y la noche. Los ancianos sabios, llamados indistintamente payés, mestres, wayanga o chamanes – entre otros – promueven la armonía de las personas entre sí y con el cosmos. Todos ellos «son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común» (Fr. PM).
Los indígenas Amazónicos cristianos entienden la propuesta del “buen vivir” como vida plena en el horizonte de la co-creación del Reino de Dios. Dicho buen vivir sólo será alcanzado cuando se haga verdad el proyecto comunitario en defensa de la vida, del mundo, y de todos los seres vivos.
«Estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo, y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud» (LS 53). Este sueño comienza a ser construido dentro de la familia que es la primera comunidad de nuestra existencia: «La familia es y ha sido siempre, la institución social que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos de crisis pasadas, ante a los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida» (Fr. PM).
Sin embargo, es necesario reconocer que en la región amazónica hay una gran diversidad cultural y religiosa. Si bien en su mayoría promueven el “buen vivir” como un proyecto de armonía entre Dios, los pueblos y la naturaleza, hay también algunas sectas que, motivadas por intereses ajenos al territorio, no siempre favorecen una ecología integral.
II. DISCERNIR. HACIA UNA CONVERSIÓN PASTORAL Y ECOLÓGICA
7. Anunciar el Evangelio de Jesús en la Amazonía: dimensión bíblico – teológica
La realidad específica de la Amazonía y su destino, hoy interpelan a cada persona de buena voluntad sobre la identidad del cosmos, sobre su armonía vital y sobre su futuro. Los Obispos de América Latina reconocen la naturaleza como herencia gratuita y como profetas de la vida asumen su compromiso para proteger esta Casa Común (cf. DAp 471).
Los relatos bíblicos contienen algunas instancias teológicas portadoras de valores universales. Sobre todo, cada realidad creada existe para la vida y todo aquello que conlleva la muerte se opone a la voluntad divina. En segundo lugar, Dios establece una relación de comunión con el ser humano «creado a su imagen y semejanza» (Gen 1,26), a quien confía la custodia de la creación (cf. Gen 1,28; 2,15). «Dar gracias por el don de la creación, reflejo de la sabiduría y belleza del Creador que encomendó al ser humano su obra creadora para que la cultivara y la guardara» (DAp 470). Finalmente, a la armonía de la relación entre Dios, el ser humano y el cosmos, se contraponen la desarmonía de la desobediencia y del pecado (cf. Gen 3,1-7), que determina el miedo (cf. Gen 3,8-10), el rechazo del otro (cf. Gen 3,12), la maldición del suelo (cf. Gen 3,17), la exclusión del jardín (cf. Gen 3,23-24) hasta llegar a la experiencia del fratricidio (cf. Gen 4,1-16).
Al mismo tiempo, los relatos bíblicos testimonian que en la creación herida está plantado el germen de la promesa y la semilla de la esperanza, porque Dios no abandona la obra de sus manos. En la historia de la salvación Él renueva el propósito de “hacer una alianza” entre el ser humano y la tierra, rehabilitando mediante el don de la Torah la belleza de la creación. Todo esto culmina en la persona y en la misión de Jesús. Mientras muestra compasión por la humanidad y su fragilidad (cf. Mt 9,35-36), Él confirma la bondad de todas las cosas creadas (cf. Mc 7,14-15). Los prodigios realizados sobre los enfermos y sobre la naturaleza revelan contemporáneamente la providencia del Padre y la bondad de la creación (cf. Mt 6,9-15.25-34).
El mundo creado nos invita a alabar la belleza y armonía de las creaturas y del Creador (cf. LS 12). Como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica, «toda criatura posee su bondad y su perfección propias», y en su ser propio reflejan «un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios», de su amor (CCC 339). «El suelo, el agua […] todo es caricia de Dios» (LS 84), canto divino, cuyas letras están conformadas por «la multitud de las criaturas presentes en el universo», como lo señaló San Juan Pablo II (Catequesis, 30/1/2002). Cuando cualquiera de esas creaturas es extinguida por causas humanas, ya no puede cantar más la alabanza al Creador (cf. LS 33).
La providencia del Padre y la bondad de la creación alcanzan su punto culminante en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, que se acerca y abraza todos los contextos humanos, pero sobre todo el de los más pobres. El Concilio Vaticano II menciona ésta cercanía contextual con términos como adaptación y diálogo (cf. GS 4, 11; CD 11; UR 4; SC 37ss), y encarnación y solidaridad (cf. GS 32). Más tarde, sobre todo en América Latina, esas palabras fueron traducidas como opción por los pobres y liberación (Medellín 1968), participación y comunidades de base (Puebla 1979), inserción e inculturación (cf. Santo Domingo 1992), misión y servicio de una Iglesia samaritana y abogada de los pobres (cf. DAp 2007).
Con la muerte y resurrección de Jesús se ilumina el destino de la creación entera, impregnado de la potencia del Espíritu Santo, ya evocada en la tradición sapiencial (cf. Sab 1,7). La Pascua lleva a cumplimiento el proyecto de una “creación nueva” (cf. Ef 2,15; 4,24), revelando que Cristo es la Palabra creadora de Dios (cf. Jn 1,1-18) y que «todas las cosas han sido creadas por medio de él y para él» (Co 1,16). «Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas» (LS 99).
La tensión entre el “ya” y el “todavía no” involucra la familia humana y el mundo entero: «Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto» (Rm 8,19-22). En el misterio pascual de Cristo, la creación entera se extiende hacia un cumplimiento final, cuando «las criaturas de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural, porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa» (LS 100).
8. Anunciar el Evangelio de Jesús en la Amazonía: dimensión social
La misión evangelizadora tiene siempre un «contenido ineludiblemente social» (EG 177). Creer en un Dios Trino nos invita a tener siempre presente «que fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos realizarnos ni salvarnos solos» (EG 178). En efecto, «desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana» (EG 178), entre la aceptación y la transmisión del amor divino. Así, si aceptamos el amor de Dios Padre Creador que nos confirió una dignidad infinita, el amor del Dios Hijo que nos ennobleció con su redención, y el amor del Espíritu Santo que penetra y libera todos los vínculos humanos, no podemos sino comunicar tal amor trinitario respetando y promoviendo la dignidad, nobleza y libertad de cada ser humano en cada acción evangelizadora (cf. EG 178). En otras palabras, la tarea evangelizadora de recibir y trasmitir el amor de Dios comienza con el deseo, búsqueda y cuidado de los demás (cf. EG 178).
Por lo tanto, evangelizar implica comprometerse con nuestros hermanos y hermanas, mejorar la vida comunitaria, y así «hacer presente en el mundo el Reino de Dios» (EG 176), promoviendo por y para todo el mundo (cf. Mc 16, 15) no «una caridad a la carta» (EG 180), sino un verdadero desarrollo humano integral, es decir, para todas las personas y para toda la persona (cf. PP 14 y EG 181). Esto es lo que se conoce como el «criterio de universalidad» de la tarea evangelizadora, «ya que el Padre desea que todos los hombres se salven, y su plan de salvación consiste en “recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo” (Ef 1,10) […] Toda la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana» (EG 181), todas sus relaciones.
Ya en las historias bíblicas de la creación emerge que la existencia humana se caracteriza por «tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra […] las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado» (LS 66). La redención de Cristo, que ha vencido el pecado, ofrece la posibilidad de armonizar tales relaciones. La «misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo», por lo tanto, promueve esperanza no sólo en el fin de la historia, sino en el curso mismo de la historia de los pueblos, en una historia de valorización y recomposición de todas la relaciones de nuestra existencia (cf. EG 181). De allí que la tarea evangelizadora nos invite a trabajar en contra de las desigualdades sociales y la falta de solidaridad mediante la promoción de la caridad y la justicia, de la compasión y del cuidado, entre nosotros sí, pero también con los otros seres, animales y plantas, y con toda la creación. La Iglesia está llamada a acompañar y a compartir el dolor del pueblo amazónico, y a colaborar con la sanación de sus heridas, poniendo en práctica su identidad de Iglesia samaritana, según la expresión de los Obispos Latinoamericanos (cf. DAp 26).
Esta dimensión social – y hasta cósmica – de la misión evangelizadora, es particularmente relevante en el territorio amazónico, en donde la interconexión entre vida humana, ecosistemas, y vida espiritual, fue y sigue siendo clara para la gran mayoría de sus habitantes. La destrucción es «una estela de dilapidación e incluso de muerte, por toda la región […] pone en peligro la vida de millones de personas, y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas» (DAp 473). No cuidar la Casa Común «es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad, y en definitiva, contra la vida» (DAp 125).
Por ello, como bien nos recorda el Papa Francisco, la tarea evangelizadora no puede «mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio» (EG 39). Su integralidad armoniosa, precisamente, «exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial» (EG 165), y, por sobre todo, asumir y asimilar que «todo está conectado» (LS 91, 117, 138, 240). Esto implica que el evangelizador debe promover proyectos de vida personal, social y cultural mediante los cuales podamos nutrir la integralidad de nuestras relaciones vitales con los demás, con la creación y con el Creador. Tal llamado necesita de una escucha atenta del clamor de los pobres y de la tierra en forma conjunta (cf. LS 49).
Hoy el grito de la Amazonía al Creador, es semejante al grito del Pueblo de Dios en Egipto (cf. Ex 3,7). Es un grito de esclavitud y abandono, que clama por la libertad y el cuidado de Dios. Es un grito que anhela la presencia de Dios, especialmente cuando, los pueblos amazónicos, por defender sus tierras, tropiezan con la criminalización de la protesta – tanto por parte de las autoridades como de la opinión pública –; o cuando son testigos de la destrucción del bosque tropical, que constituye su hábitat milenario; o cuando las aguas de sus ríos se llenan de especies de muerte en lugar de vida.
9. Anunciar el Evangelio de Jesús en la Amazonía: dimensión ecológica
«El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo» (EG 181) y nos recuerda que «en el mundo todo está conectado» (LS 16), y que por lo tanto el «principio de discernimiento» de evangelización está vinculado a un proceso integral de desarrollo humano (cf. EG 181). Dicho proceso está caracterizado, como lo señala Laudato si’ (cf. nn. 137-142), por un paradigma relacional denominado ecología integral, que articula los vínculos fundamentales que hacen posible un verdadero desarrollo.
El primer grado de articulación para un auténtico progreso es el vínculo intrínseco entre lo social y lo ambiental. Dado que los seres humanos somos parte de los ecosistemas que facilitan las relaciones que dan vida a nuestro planeta, el cuidado de los mismos – en donde todo está interconectado – es fundamental para promover tanto la dignidad de cada individuo, como el bien común de la sociedad, tanto el progreso social como el cuidado ambiental.
En la Amazonía, la noción de ecología integral es clave para responder al desafío de cuidar la inmensa riqueza de su biodiversidad ambiental y cultural. Desde el punto de vista ambiental, la Amazonía, además de ser «fuente de vida en el corazón de la Iglesia» (REPAM), es un pulmón del planeta y uno de los sitios de mayor biodiversidad del mundo (cf. LS 38). En efecto la cuenca amazónica posee el último gran bosque tropical que, a pesar de las intervenciones que ha sufrido y sufre, es la mayor superficie forestal existente en los trópicos de nuestra tierra. Reconocer el territorio amazónico como cuenca, más allá de las fronteras de los países, facilita la mirada integral de la región, esencial para la promoción de un desarrollo y una ecología integral.
Desde el punto de vista cultural, tal como ha sido señalado extensamente en la sección anterior (Ver), la Amazonía es particularmente rica por las diversas y ancestrales cosmovisiones de sus poblaciones. Tal patrimonio cultural, que forma «parte de la identidad común» de la región, se encuentra tan amenazado como su patrimonio ambiental (LS 143). Las amenazas provienen – principalmente – de una «visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, [que] tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un tesoro de la humanidad» (LS 144).
Por lo tanto, el proceso de evangelización de la Iglesia en la Amazonía no puede ser ajeno a la promoción del cuidado del territorio (naturaleza) y de sus pueblos (culturas). Para ello, necesita establecer puentes que puedan articular los saberes ancestrales con los conocimientos contemporáneos (cf. LS 143-146), particularmente aquellos referidos al manejo sustentable del territorio y a un desarrollo acorde a los propios sistemas de valores y culturas de las poblaciones que habitan este espacio, quienes deben ser reconocidos como sus genuinos custodios, y hasta propietarios.
Pero la ecología integral es más que la mera conexión entre lo social y lo ambiental. Comprende la necesidad de promover una armonía personal, social y ecológica, para la cual necesitamos de una conversión personal, social y ecológica (cf. LS 210). La ecología integral, entonces, nos invita a una conversión integral. «Esto implica […] reconocer los propios errores, pecados, vicios […] negligencias» y omisiones con los que «ofendemos a la creación de Dios», y «arrepentirse de corazón» (LS 218). Sólo cuando somos conscientes de cómo nuestro estilo de vida y nuestra manera de producir, comerciar, consumir y desechar afectan la vida de nuestro ambiente y nuestras sociedades, entonces podremos iniciar un cambio de rumbo integral.
Cambiar de rumbo, o convertirse integralmente, no se agota en una conversión de corte individual. Un cambio profundo de corazón, expresado en hábitos personales, es tan necesario como un cambio estructural, expresado en hábitos sociales, en leyes y en programas económicos acordes. A la hora de promover dicho cambio radical que la Amazonía y el planeta necesitan, los procesos de evangelización tienen mucho que aportar, sobre todo por la profundidad con que el Espíritu de Dios cala la naturaleza y los corazones de las personas y los pueblos.
10. Anunciar el Evangelio de Jesús en la Amazonía: dimensión sacramental
Mientras la Iglesia reconoce la fuerte hipoteca y el poder del pecado, sobre todo en la destrucción social y ambiental, no se desalienta en su caminar junto con el pueblo Amazónico, y se compromete a superar la fuente del pecado, apoyada en la gracia de Cristo. Una mirada eclesial contemplativa y una práctica sacramental acorde son clave para la evangelización en la Amazonía.
«El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre» (LS 233). Quien sabe contemplar «lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo», descubre la íntima conexión de todas esas cosas y experiencias con Dios (LS 234). Por ello, la comunidad cristiana, especialmente en la Amazonía, está invitada a ver la realidad con una mirada contemplativa mediante la cual pueda captar la presencia y la acción de Dios en toda la creación y en toda la historia.
Además, ya que «los Sacramentos son un modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en mediación de la vida sobrenatural», sus celebraciones son una permanente invitación a «abrazar el mundo en un nivel distinto» (LS 235). Por ejemplo, la celebración del Bautismo nos invita a considerar la importancia del “agua” como fuente de vida, no sólo como instrumento o recurso material, y responsabiliza a la comunidad creyente a custodiar este elemento como don de Dios para todo el planeta. Además, dado que el agua del Bautismo purifica al bautizado de todos los pecados, su celebración permite a la comunidad cristiana asumir el valor del agua y “del río” como fuente de purificación, facilitando la inculturación de los ritos relacionados al agua de la sabiduría ancestral de los pueblos amazónicos.
La celebración de la Eucaristía nos invita a redescubrir como el «Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia» (LS 236). La Eucaristía, por lo tanto, nos remite al «centro vital del universo», al foco desbordante de amor y de vida inagotable del Hijo encarnado, presente en las especies de pan y vino, fruto de la tierra-vid y el trabajo de los hombres (cf. LS 236). En la Eucaristía, la comunidad celebra un amor cósmico, en donde los seres humanos, junto al Hijo de Dios encarnado y a toda la creación, dan gracias a Dios por la vida nueva de Cristo resucitado (cf. LS 236). De esta forma, la Eucaristía constituye comunidad, una comunidad peregrina festiva que deviene en «fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado» (LS 236). Al mismo tiempo, la sangre de tantos hombres y mujeres que ha sido derramada, bañando las tierras amazónicas por el bien de sus habitantes y del territorio, se une a la Sangre de Cristo, derramada por todos y para toda la creación.
11. Anunciar el Evangelio de Jesús en la Amazonía: dimensión eclesial-misionera
En la Iglesia en salida (cf. EG 46), «misionera por naturaleza» (AG 2, DAp 347), todos los bautizados tienen la responsabilidad de ser discípulos misioneros, participando de modo diverso y en ámbitos distintos.
En efecto, una de las riquezas de la conciencia magisterial de la Iglesia, es la de «anunciar siempre y por todas partes los principios morales, incluso los referentes al orden social, y pronunciarse respecto de cualquier cuestión humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas» (CCC 2032; CIC can. 747).
La alabanza a Dios necesita estar acompañada por la práctica de la justicia a favor de los pobres. Como proclama el Salmo 146 (145): «Alaba al Señor con toda mi alma, alabaré al Señor mientras viva […] al Dios que libera a los cautivos, que da pan a los hambrientos, que sostiene a la viuda y al huérfano». Esta misión necesita de la participación de todos, y de una reflexión amplia que permita contemplar las condiciones históricas concretas tanto sociales, ambientales y eclesiales. En este sentido, un enfoque misionero en la Amazonía requiere más que nunca un magisterio eclesial ejercido en la escucha del Espíritu santo que garantiza unidad y diversidad. Esta unidad en la diversidad, siguiendo la tradición de la Iglesia, está estructuralmente atravesada por lo que se conoce como sensus fidei del Pueblo de Dios.
El Papa Francisco retomó este aspecto enfatizado por el Concilio Vaticano II (cf. LG 12; DV 10), recordando que: «En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de Dios es santo por esta unción que lo hace infalible “in credendo”. Esto significa que cuando cree no se equivoca… Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe – el sensus fidei – que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios» (EG 119).
Tal discernimiento debe estar acompañado por los pastores, especialmente por los Obispos. En efecto, el mantenimiento de la Tradición eclesial, realizada por todo el Pueblo de Dios, exige la unidad de este Pueblo con sus pastores (cf. DV 10) para la lectura y el discernimiento de las nuevas realidades . Son los Obispos, como principio de unidad del Pueblo de Dios (cf. LG 23), quienes tienen la responsabilidad de mantener la unidad de la Tradición originada y basada en las Sagradas Escrituras (cf. DV 9).
Así, el sentido religioso de la Amazonía, como ejemplo de expresión del sensus fidei, necesita del acompañamiento y la presencia de los pastores (cf. EN 48). Cuando el Papa Francisco se encontró con los pueblos de la Amazonía en Puerto Maldonado, expresó: «he querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas». Los representantes de los pueblos ahí presentes, por su parte, le respondieron: «Nosotros venimos a escuchar a Su Santidad, a estar junto con el Papa en el corazón de la Iglesia y a participar en la edificación de esta Iglesia para que tenga cada vez más un rostro Amazónico». En esa escucha recíproca entre el Papa (y autoridades eclesiales) y los habitantes del pueblo amazónico, se alimenta y fortalece el sensus fidei del Pueblo y crece su ser eclesial: «Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír» (EG 171).
La Asamblea Especial para la Región Panamazónica precisa de un gran ejercicio de escucha recíproca, especialmente de una escucha entre el Pueblo fiel y las autoridades magisteriales de la Iglesia. Y uno de los puntos principales a escuchar es el lamento «de miles de (sus) comunidades privadas de la Eucaristía dominical por largos periodos» (DAp 100, e). Confiamos en que la Iglesia, enraizada en sus dimensiones sinodal y misionera (cf. Francisco, Discurso per la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17.10.2015), pueda generar procesos de escucha (ver-escuchar), procesos de discernimiento (juzgar), para poder responder (actuar) a las realidades concretas de los pueblos amazónicos.
III. ACTUAR. NUEVOS CAMINOS PARA UNA IGLESIA CON ROSTRO AMAZÓNICO[3]
12. Iglesia con rostro amazónico
«Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios», encarnado «en los pueblos de la tierra» y en su culturas (EG 115). La universalidad o catolicidad de la Iglesia, por lo tanto, se ve enriquecida con «la belleza de este rostro pluriforme» (NMI 40) de las diferentes manifestaciones de las Iglesias particulares y sus culturas. Como lo señaló el Papa Francisco en su encuentro con comunidades amazónicas en Puerto Maldonado: «quienes no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabiduría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región, y se hacen eco las palabras del Señor a Moisés: “Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa” (Ex 3,5)» (Fr. PM).
La Iglesia está llamada a profundizar su identidad en correspondencia con las realidades de su propio territorio y a crecer en su espiritualidad escuchando la sabiduría de sus pueblos. Por ello la Asamblea Especial para la Región Panamazónica está llamada a encontrar nuevos caminos para hacer crecer el rostro amazónico de la Iglesia y también responder a las situaciones de injusticia de la región, como el neocolonialismo de las industrias extractivistas, los proyectos de infraestructuras que dañan su biodiversidad, y la imposición de modelos culturales y económicos ajenos a la vida de los pueblos.
Así, con la atención puesta en lo local y en la diversidad de las microestructuras vivenciales de la región, la Iglesia se fortalece como contrapunto frente a la globalización de la indiferencia y frente a la lógica uniformadora promovida por muchos medios de comunicación y por un modelo económico que no suele respetar los pueblos amazónicos ni sus territorios.
Por su parte, las Iglesias locales, que son también Iglesias misioneras, en salida, encuentran en sus propias periferias lugares privilegiados de experiencia evangelizadora, pues allí es «donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado» (EG 30). En las periferias los misioneros se encuentran con los marginados, los fugitivos y los refugiados, con los desesperados, los excluidos, ergo con Jesucristo crucificado y exaltado, «que ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres» (DP 196).
Durante la preparación para el Sínodo, se buscará identificar experiencias pastorales locales, tanto positivas como negativas, que puedan iluminar el discernimiento para las nuevas líneas de acción.
13. Dimensión profética
Frente a la crisis socio-ambiental actual, urgen luces de orientación y acción para poder implementar la transformación de prácticas y actitudes.
Es necesario superar la miopía, el inmediatismo y las soluciones cortoplacistas. Se necesita tener una perspectiva global, superar los intereses propios o particulares, para poder compartir y ser responsables de un proyecto común y global.
«Todo está conectado» es la gran insistencia del Papa Francisco, para dialogar con las raíces espirituales de las grandes tradiciones religiosas y culturales. Se plantea la necesidad de un consenso alrededor de una agenda mínima: desarrollo integral y sostenible, tal cual descripto en puntos anteriores, que incluye ganadería y agricultura sustentable, energía sin contaminación, respeto de las identidades y derechos de los pueblos tradicionales, agua potable para todos, entre otros. Estos derechos son temas fundamentales a menudo ausentes en la Panamazonía.
Debe haber un equilibrio, y la economía debe dar prioridad a una vocación por una vida humana digna. Esta relación equilibrada debe cuidar el ambiente y la vida de los más vulnerables. «En la actualidad hay una sola crisis que es social y ambiental a la vez» (LS 139).
La Encíclica Laudato si’ (cf. nn. 216ss) nos invita a una conversión ecológica que implica un estilo de vida nuevo. El horizonte está puesto en el otro. Es preciso practicar la solidaridad global y superar el individualismo, abrir caminos nuevos de libertad, verdad y belleza. La conversión significa liberarnos de la obsesión del consumo. Comprar es un acto moral, no sólo económico. La conversión ecológica es asumir la mística de la interconexión y la interdependencia de todo lo creado. La gratuidad se impone en nuestras actitudes cuando entendemos la vida como don de Dios. Abrazar la vida en solidaridad comunitaria supone un cambio de corazón.
Este nuevo paradigma abre perspectivas de transformación personal y en la sociedad. El gozo y la paz son posibles cuando no estamos obsesionados por el consumo. El Papa Francisco plantea que una relación armoniosa con la naturaleza nos permite una feliz sobriedad, paz interior con uno mismo, en relación con el bien común, y una serena armonía que implica contentarse con lo realmente necesario. Esto es algo que las culturas occidentales pueden, y quizás deben, aprender de las culturas tradicionales Amazónicas, y de otros territorios y comunidades en el planeta. Ellos, los pueblos, «tienen mucho que enseñarnos» (EG 198). Ellos, en su amor por su tierra y su relación con los ecosistemas, conocen al Dios Creador, fuente de vida. Ellos, «en sus propios dolores, conocen al Cristo sufriente» (EG 198). Ellos, en su noción de vida social en diálogo, están movidos por el Espíritu Santo. De allí que el Papa Francisco haya señalado que «es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos» y por sus culturas, y que la tarea de la nueva evangelización implica «prestarles nuestra voz en sus causas, pero también [estamos llamados] a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (EG 198). Sus enseñanzas, en consecuencia, podrían marcar el rumbo de las prioridades para los nuevos caminos de la Iglesia en la Amazonia.
14. Ministerios con rostros amazónicos
A través de muchos encuentros regionales en la Amazonía, la Iglesia católica ha profundizado la conciencia que su universalidad se encarna en la historia y las culturas locales. De este modo, se manifiesta y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica (cf. CD 11). Gracias a esta conciencia, hoy la Iglesia tiene los ojos puestos en la Amazonía con una visión de conjunto, en donde descubre los grandes desafíos socio-políticos, económicos y eclesiales que amenazan a esta región, pero sin perder la esperanza en la presencia de Dios, alimentada por la creatividad y la perseverancia tenaz de sus habitantes.
En las últimas décadas, y con un gran impulso del Documento de Aparecida, la Iglesia de la Amazonía supo reconocer que, por causa de las inmensas extensiones territoriales, la gran diversidad de sus pueblos y los rápidos cambios en los escenarios socio-económicos, su pastoral tenía una presencia precaria. Era (y sigue siendo) necesario una mayor presencia, es decir, intentar responder a todo aquello que es específico en esta región desde los valores del Evangelio, reconociendo, entre otros elementos, la inmensa extensión geográfica, muchas veces de difícil acceso, la gran diversidad cultural, y la fuerte influencia de intereses nacionales e internacionales en busca de un enriquecimiento económico fácil por los recursos que tiene esta región. Una misión encarnada implica un repensar la presencia escasa de la Iglesia con relación a la inmensidad del territorio y su diversidad cultural.
La Iglesia con rostro amazónico debe «buscar un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes, y que supere la lógica utilitarista e individualista, que no somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos» (DAp 474, c). Por tanto, es preciso alentar a que todo el Pueblo de Dios, partícipe de la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey (cf. LG 9), a que no permanezca indiferente a las injusticias de la región para poder descubrir, en la escucha del Espíritu, los deseados nuevos caminos.
Estos nuevos caminos para la pastoral de la Amazonía exigen «relanzar la obra de la Iglesia» (DAp 11) en el territorio y profundizar el «proceso de inculturación» (EG 126) que exige que la Iglesia en la Amazonía haga propuestas «valientes», que supone tener «osadía» y «no tener miedo», como nos pide el Papa Francisco. El perfil profético de la Iglesia, hoy, se muestra a través de su perfil ministerial participativo, capaz de hacer de los pueblos indígenas y comunidades amazónicas los «principales interlocutores» (LS 146) en todos los asuntos pastorales y socio-ambientales en el territorio.
Para modificar la presencia precaria y transformarla en una presencia más amplia y encarnada, se necesita establecer una jerarquía de las urgencias de la Amazonía. El documento de Aparecida menciona la necesidad de una «coherencia eucarística» (DAp 436) para la región amazónica, es decir, que exista no sólo la posibilidad de que todos los bautizados puedan participar de la Misa dominical, sino también que vayan creciendo cielos nuevos y tierra nueva como anticipación del Reino de Dios en la Amazonía.
En este sentido el Vaticano II nos recuerda que todo el Pueblo de Dios participa del sacerdocio de Cristo, aunque distinguiendo sacerdocio común y sacerdocio ministerial (cf. LG 10). De allí que urge evaluar y repensar los ministerios que hoy son necesarios para responder a los objetivos de «una Iglesia con rostro Amazónico y una Iglesia con rostro indígena» (Fr. PM). Una prioridad es precisar los contenidos, métodos y actitudes para una pastoral inculturada, capaz de responder a los grandes desafíos en el territorio. Otra es proponer nuevos ministerios y servicios para los diferentes agentes de pastoral que respondan a las tareas y responsabilidades de la comunidad. En ésta línea, es preciso identificar el tipo de ministerio oficial que puede ser conferido a la mujer, tomando en cuenta el papel central que hoy desempeñan las mujeres en la Iglesia amazónica. También es necesario promover el clero indígena y nacido en el territorio, afirmando su propia identidad cultural y sus valores. Finalmente, es necesario repensar nuevos caminos para que el Pueblo de Dios tenga mejor y frecuente acceso a la Eucaristía, centro de la vida cristiana (cf. DAp 251).
15. Nuevos caminos
En el proceso de pensar una Iglesia con rostro amazónico soñamos con los pies puestos en la tierra de nuestros orígenes, y con los ojos abiertos pensamos cómo será esa Iglesia a partir de la vivencia de la diversidad cultural de los pueblos. Los nuevos caminos tendrán una incidencia en los ministerios, la liturgia y la teología (teología india).[4]
La Iglesia llegó a los pueblos, movida por el mandato de Jesús y por la fidelidad a su Evangelio. Hoy, necesita descubrir «con gozo y respeto las semillas de la Palabra» (AG 11) en la región.
Todo el Pueblo de Dios, con sus Obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros y misioneras religiosos y laicos, está llamado a entrar con un corazón abierto en este nuevo camino eclesial. Todos están llamados a convivir con las comunidades, y comprometerse con la defensa de sus vidas, amarlos y amar sus culturas. Los misioneros autóctonos y los que vienen de fuera, deben cultivar la espiritualidad de contemplación y de gratuidad, sentir con el corazón y ver con los ojos de Dios a los pueblos amazónicos e indígenas.
La espiritualidad práctica, con los pies en la tierra, ofrece la posibilidad de encontrar la alegría y el gusto de convivir con los pueblos amazónicos, y así poder valorar sus riquezas culturales en las que Dios sembró la semilla de la Buena Nueva. Debemos ser capaces también de percibir las cosas que están presentes en las culturas, y que por ser históricas, necesitan de purificación, trabajar por la conversión individual y comunitaria, cultivando el diálogo en los distintos niveles. La espiritualidad profética y del martirio nos hace más comprometidos con la vida de los pueblos y sus historias pasadas, con el presente, y mirando hacia adelante para construir una nueva historia.
Estamos llamados como Iglesia a fortalecer el protagonismo de los propios pueblos: precisamos una espiritualidad intercultural que nos ayude a interactuar con la diversidad de los pueblos y sus tradiciones. Debemos sumar fuerzas para cuidar juntos de nuestra Casa Común.
Se requiere una espiritualidad de comunión entre los misioneros autóctonos y los que vienen de fuera, para aprender juntos a acompañar a las personas, escuchando sus historias, participando de sus proyectos de vida, compartiendo su espiritualidad y asumiendo sus luchas. Una espiritualidad con el estilo de Jesús: simple, humano, dialogante, samaritano, que permita celebrar la vida, la liturgia, la Eucaristía, las fiestas, siempre respetando los ritmos propios de cada pueblo.
Animar una Iglesia con rostro amazónico implica, para los misioneros, la capacidad de descubrir las semillas y frutos del Verbo ya presentes en la cosmovisión de sus pueblos. Para esto, es necesario una presencia estable, de conocimiento de la lengua autóctona, de su cultura y de su experiencia espiritual. Solo así la Iglesia hará presente la vida de Cristo en estos pueblos.
Para finalizar, y recordando las palabras del Papa Francisco, quisiéramos «pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: [que] seamos “custodios” de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro» (Homilía en la Misa del inicio del ministerio petrino, 19.03.2013).
Además, también quisiéramos pedir a los pueblos de la Amazonía, que «ayuden a sus Obispos, ayuden a sus misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esa manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este espíritu convoqué el Sínodo para la Amazonia en el año 2019» (Fr. PM).
CUESTIONARIO
La finalidad del cuestionario es escuchar a la Iglesia de Dios sobre los «nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral» en la Amazonía. El Espíritu habla a través de todo el Pueblo de Dios. Escuchándolo se pueden conocer los desafíos, las esperanzas, las propuestas y reconocer los nuevos caminos que Dios pide a la Iglesia en este territorio. Este cuestionario está destinado a los pastores para que ellos lo respondan consultando al Pueblo de Dios. Para ello son animados a buscar los medios más adecuados según las propias realidades locales. El cuestionario está estructurado en tres partes que corresponden a las diferentes secciones del Documento Preparatorio: ver, discernir-juzgar, actuar.
I PARTE
1. ¿Cuáles son los problemas más importantes en su comunidad: las amenazas y dificultades a la vida, al territorio y a la cultura?
2. A la luz de la Laudato si’, ¿cómo se configura la bio-diversidad y la socio-diversidad en su territorio?
3. ¿Cómo inciden o no inciden estas diversidades en su trabajo pastoral?
4. A la luz de los valores del Evangelio, ¿qué tipo de sociedad debemos promover e de qué medios podemos disponer para ello, teniendo en cuenta lo rural y lo urbano y sus diferencias socio culturales?
5. Dada la enorme riqueza de su identidad cultural, ¿cuáles son los aportes, aspiraciones e desafíos de los pueblos amazónicos en relación a la Iglesia y al mundo?
6. ¿De qué manera estos aportes pueden ser incorporados en una Iglesia con rostro amazónico?
7. ¿Cómo debe acompañar la Iglesia los procesos de organización de los propios pueblos con respecto a su identidad, defensa de sus territorios y derechos en una pastoral integral?
8. ¿Cuáles serían las respuestas de la Iglesia a los desafíos de la pastoral urbana en territorio amazónico?
9. Si existen en su territorio PIAV ¿cuál debería ser el actuar de la Iglesia para defender la vida y los derechos de los mismos?
II PARTE
1. ¿Qué esperanzas ofrece la presencia de la Iglesia a las comunidades amazónicas para la vida, el territorio y la cultura?
2. ¿Cómo promover una ecología integral, es decir, ambiental, económica, social, cultural y de la vida cuotidiana (cf. LS 137-162) en la Amazonía?
3. En el contexto de su Iglesia local, ¿de qué manera es Jesús Buena Noticia en la vida en la familia, la comunidad y la