Una “Violeta” perfumada en el campo del Señor
Hermana María Crescencia Pérez Rodríguez
Corre el año 1997… en el Hospital Italiano de Buenos Aires, una señora está muy enferma, lo único que la puede salvar es un trasplanté de hígado. Sin embargo mientras le están haciendo un examen médico, ella tiene la sensación de que su sufrimiento desaparece y experimenta una inmensa paz: “Me estoy sanando, me estoy sanando… realmente es así”, grita exultante la señora.
Los médicos no entienden, están sorprendidos e incrédulos. La curación es inexplicable… pero la enferma sabe en lo profundo de su corazón dónde está la respuesta, porque recuerda: “En el Hospital Aeronáutico, las hermanas me han hablado de la Hermana María Crescencia y yo me eh encomendado a ella, que amaba tanto a los enfermos y se preocupaba por sus sufrimientos”…
No es la primera vez que el nombre de la Hermana Crescencia es motivo de maravilla. En 1996, en Vallenar, Chile, la conocían como la Santita, había tenido lugar ya un hecho sorprendente: cuando abrieron el féretro que contenía su cuerpo, descubrieron que, después de treinta años de su muerte, había permanecido milagrosamente intacto. ¿Quién era pues, esta hermana que daba motivo para que se hablara tanto de ella?.
Bueno, vamos a conocer un poquito más sobre su vida. Se llamaba María Angélica y su familia era de origen español, exactamente, de Galicia. Sus padres Agustín Pérez y Ema Rodríguez, se conocieron en Argentina, a donde había llegado en busca de trabajo y un futuro más seguro. Sin embargo, un año después de su matrimonio, a causa de la revolución y de una cierta oposición para con los inmigrantes, se vieron obligados a dejar aquel lugar y, en 1890, partieron en barco hacia Uruguay donde nacieron dos de sus hijos: Emilio y Antonio.
Después de algunos años regresaron a la Argentina, y se establecieron en San Martín, provincia de Buenos Aires. Allí nació María Angélica, el 17 de agosto de 1987. Fue bautizada en la Iglesia de Jesús amoroso. Durante este tiempo la familia pudo vivir una etapa de mucha felicidad: Papá Agustín era un experto electricista y había encontrado un buen trabajo. La familia crecía: había nacido Aída y Agustín. Pero la serenidad no duro mucho tiempo. Mamá Ema comenzó a Sufrir problemas respiratorios…
Por esta razón, la familia Pérez tuvo que establecerse en la zona de Villanueva, región de pergamino. Papá Agustín había alquilado un campo y se ofrecía para trabajos ocasionales. Si Bien tenían lo necesario para comer y vestirse, el dinero era poco. Fueron años duros de pobreza y privaciones. Habían nacido ya María Luisa y José María. María Angélica y Aída cuidaban a los más pequeños: la mamá tenía a su cargo las demás tareas de la casa y ayudaba al papá en las tareas del campo.
Los Pérez eran una familia cristiana: la fe iluminaba y animaba la vida diaria por la mañana y por la noche, oraban juntos; todas las noches rezaban juntos el Rosario. Y el domingo, cuando podían participaban en la misa… aun cuando se necesitaban tres horas para llegar a la Iglesia. Iban con una Carreta que habían comprado para que los protegiera del viento y de la lluvia…
En este ambiente, pobre y sencillo, pero rico en amor, creció María Angélica. Aunque no era la mayor, era el brazo derecho de sus padres y un apoyo para todos los hermanos. Muy pronto se había acostumbrado a ayudar a su mamá en la cocina, con el lavado, planchado y zurcido de la ropa y en las demás tareas domésticas.
Era una buena repostera: sabía preparar dulces muy ricos. Era una joven tierna, delicada, vivaz, y llena de vida. Le gustaba andar a caballo. Adivinaba los deseos de todos y estaba atenta a las necesidades de cada uno. Y sobre todo, llenaba su casa de alegría.