Familia Gianellina

DOMINGO 24 DE ABRIL: DÍA DE LA DIVINA MISERICORDIA

DOMINGO 24 DE ABRIL: DÍA DE LA DIVINA MISERICORDIA

 

“La misericordia es el canal de la gracia de Dios que llega a todos los hombres y mujeres de hoy. Hombres y mujeres a menudo perdidos y confundidos, materialistas e idólatras, pobres y solos. Miembros de una sociedad que parece haber desterrado el pecado y la verdad.

«Volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron» (Za 12,10). Que las palabras proféticas de Zacarías se cumplan también en nosotros esta tarde. Que se eleve la mirada de nuestras infinitas miserias para posarse sobre él, Cristo Señor, Amor misericordioso. Entonces podremos contemplar su rostro y escuchar sus palabras: «Con amor eterno te amé» (Jr 31,3). Él, con su perdón, borra nuestros pecados y nos abre el camino de la santidad, en el que abrazaremos nuestra cruz, junto con él, por amor a los hermanos. La fuente que ha lavado nuestro pecado se transformará dentro de nosotros «en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).”

PP.Francisco, Dios es Misericordia, Roma 2016.

 

JESÚS EN TÍ CONFÍO

“Oh, fuente de vida, insondable misericordia divina!, abarca el mundo entero y derrámate sobre nosotros. ¡Oh, sangre y agua que brotaste del Sagrado Corazón de Jesús, como una fuente de misericordia para nosotros, en Ti confío!”

 

SAN ANTONIO GIANELLI Y LA GRAN CONFIANZA EN DIOS

De los 15 Artículos que Gianelli, inspirado por el Espíritu Santo, deja como legado a sus Hijas, elige como primera necesidad que tengan una GRAN CONFIANZA EN DIOS.

 

ARTÍCULO 1[1]

“En el proemio a las Reglas y Constituciones el Fundador dice expresamente que, el fin de las Hijas María y el estilo específico de su modo de ser en la Iglesia, comporta “grandes dificultades”. El objetivo es, en efecto, el de la propia santificación y de la gloria de Dios a alcanzar y actuar cooperando, en el hacer el bien, a la santificación de los otros.

Retorna, por tanto, a la santidad típica de la vida religiosa apostólica, pero que debe ser buscada y encontrada en condiciones de vida que otros Institutos religiosos no habrían estimado oportuno imponer a sus miembros. Santificación que comporta el asumir no pocas virtudes, primeras entre éstas, la fe, la esperanza, la caridad, la fortaleza, la templanza. Pero, éstas, circundadas de otras particulares que son objeto también de las enseñanzas del Fundador, por lo cual quien aspira verdaderamente a la santidad, en el seguimiento de Cristo, debe realizar un tipo de vida virtuoso para conformarse en primer lugar a Él y, por tanto, a los modelos auténticos de santidad, en cuanto reflejos de la santidad de Dios mismo.

Si una primera consecuencia a tener en cuenta, frente a las dificultades inherentes a la obtención del fin, es aquella deducida por el Fundador, o sea la necesidad de tener particulares “Reglas y Constituciones” dedicadas a sostener a las Hijas de María en la superación de las dificultades, una segunda consecuencia parece justificar la elección del tema del primer artículo: Gran confianza en Dios.

Ante las dificultades, un tipo de reacción podría ser el de dejarse atrapar por el temor, por el miedo, en la variedad de sus formas. El Fundador no pretende tener entre las Hijas de María sólo personas de fuerte temple que no teman ante las grandes dificultades de su fin preestablecido. El texto del primer artículo nos muestra que él se daba cuenta muy bien que algunas entre las Hijas de María habrían debido vencer unas formas de miedo muy comunes y quiere que se ayuden en esta victoria para adquirir las bases de un coraje en cosas mucho más importantes. Su intento, no obstante, es aquel de tener personas atrapadas por un ideal, el de la santidad apostólica, que encuentren sostén en la magnanimidad y en la esperanza que se traducen en grande y fuerte confianza.

Con el primer artículo indica querer personas que tienen conciencia que todo lo que podrán hacer, en la vía de la santidad y en la dedicación generosa a los otros, es y será siempre de Dios, don de Dios que ellas quieren utilizar sólo para su gloria. Personas que van adelante, con confianza, aún si siempre necesitasen ser animadas; el Fundador mismo no deja de invitar a la intrepidez. Personas conscientes de los riesgos que la actuación de su fin comporta, “audazmente confiadas”. Personas que no se desanimen fácilmente por los obstáculos, momentáneos o duraderos, que puedan encontrar, personas que no se dejen abatir de los fracasos, cualquiera sea su  naturaleza.

Personas, por tanto, que a la esperanza agreguen la tenacidad, la perseverancia, la fortaleza y la energía interior, derivada de la convicción y certeza que podrán arribar a su fin, porque Dios está con ellas. Personas que no presuman de sí mismas, sino que se confían en Dios, en Uno que han aprendido a conocer por experiencia y saben qué fuerza se puede asumir mediante aquellos medios de santificación en los cuales se empeñan y, entre estos, el principal: “hacer el bien a los otros”, también en situaciones difíciles, con escasos medios humanos y donde es necesario “exponerse” por la gloria de Dios. Personas que cumplen con perseverancia y exactitud el propio deber y, de este cumplimiento, sacan fuerza para confiar todavía más en Dios.

De este elemento particular es posible también comprender cuando de activo el Fundador indica en la utilización del término “abandono” en la Providencia junto a aquel de la confianza en Dios. Para él, “dejar hacer” a Dios, no sólo no excluye sino, en cambio, requiere la perpetua y constante voluntad de actividad oblativa junto al uso de los medios también humanos adecuados al logro del objetivo.

 

TEXTO

[Reg. Gen., manuscrito pp. 45-46]

La confianza que deben tener en Dios las Hijas de María no se limita a las cosas del alma, sino que se extiende también a las del cuerpo. Desde el momento que visten el sagrado hábito se abandonarán en manos de Dios, y de Él lo esperarán todo. Y cuando les sea mandada alguna cosa, la emprenderán siempre con valor, no dudando que Dios las ayudará para que puedan llevarla a cabo como deben.

Cuando alguna cosa no saliere bien, antes, por el contrario, diere un mal resultado, no se turbarán, ni la reputarán como verdadero mal, sino que se humillarán delante de Dios y confiarán que Él sabrá sacar de ella algún bien.

Enviadas a alguna obra y a socorrer en alguna grave desgracia al prójimo, no se negarán jamás, ni se atemorizarán por falta de medios humanos, sino que irán confiadas que Dios no las abandonará si se exponen para gloria suya. Pero ninguna será mandada a cuidar apestados si no se ofrece espontáneamente; y serán siempre preferidas las más valerosas.

Todas estudiarán el modo de vencer el pánico, o sea aquel miedo infantil, que tienen algunas, de los muertos, de los fantasmas, del demonio. Totalmente confiadas en Dios se acostumbrarán a estar solas de noche, a velar a los enfermos y moribundos, y aún a cuidar religiosamente los cadáveres de los difuntos, mientras no tengan sepultura. Sin embargo a estas cosas no se obligará a ninguna, pero se procurará animarlas esperando que Dios inspire a cada una la valentía, que le pudiese faltar. Aquellas que no la tienen, deben decirlo con toda sencillez a las Superioras, que no la expondrán a los desórdenes del miedo.

Por la misma razón las Hijas de María no deben turbarse nunca cuando se vieren abandonadas de alguna persona aunque sea poderosa, ni cuando pierdan bienes o bienhechores, ni cuando enfermen o mueran Confesores, Hermanas u otras personas de alguna importancia: teniendo presente que nada sucede sin la disposición divina, que su esperanza está toda en Dios y que el Espíritu Santo maldice al hombre que confía en el hombre.

Con esta suma confianza en Dios no se pretende excluir la devoción y la confianza en los Ángeles tutelares y custodios, ni en los Santos Protectores y especiales abogados y, mucho menos, en María Ssma. Nuestra amadísima Madre. Antes bien cultivarán la devoción de los primeros; y en cuanto a María Ssma. Recurrirán a Ella como verdaderas hijas, y todo lo esperarán de Dios, mediante su intercesión.

Tampoco se quiere dar a entender que deban o puedan descuidar de algún modo los deberes propios; antes por el contrario, sin cumplirlos exactamente su confianza no sería sino una verdadera presunción.

 

INTEGRACIÓN DEL PENSAMIENTO DEL PADRE FUNDADOR CON FRAGMENTOS DE LAS CARTAS

... no debéis fiaros nunca de vos misma [...] Y aún cuando pudiera pareceros que [...] ya no tenéis por Dios y por María ninguna estima y amor [...] no por esto debíais separaros de ellos nunca, sino manteneros aferrada con los postreros esfuerzos de la voluntad. (Carta n. 26 a Madre Catalina del 20.02.1836 en un momento de prueba espiritual).

Dios lo permite, Dios sabe lo que quiere. Ánimo y basta (Carta n. 38 a Madre Catalina del 20.02.1837).

Hasta en medio de los rayos y de las tempestades hay que estar siempre firmes, [...] a todo se pone remedio con la paciencia, con la constancia y con la plenísima confianza en Dios y en María (Carta n. 40 a Madre Catalina del 02.03.1837).

... es preciso que cada una eche una ojeada a sus defectos y a aquellas faltas en las que más suele caer, y haga todos aquellos propósitos y resoluciones que el Señor le dé a conocer como más oportunas para no recaer, recordando siempre que lo que más le ayudará será la oración hecha de corazón con este fin, y la confianza en Dios y en María. [...]

Es preciso que todos los días hagáis el propósito de querer imitar a vuestra querida Madre María en una virtud particular: como sería en la humildad, en la modestia, en la mansedumbre, en la paciencia, etc. etc. Y no habéis de tener esto por cosas imposibles, ni muy difíciles, ya que todo es posible, más aún, fácil con la ayuda de Dios, la cual no falta nunca a quien la pide con humildad y fe pura. El Señor nos manda en el Evangelio que seamos perfectos como nuestro Padre Celestial: por consiguiente, mucho más podemos aspirar imitar a María. La humildad y la confianza le obtienen todo a un alma que con corazón puro desea el bien. (Carta n. 42 a las “hijas huerfanitas” del Hospicio de Chiávari del 30.04.1837 sobre el mes de María)

¿No ve con claridad que todas las esperanzas puestas en Dios van bien, y todas las demás van mal? ¡Ánimo! Pues. Acabemos de desprendernos del mundo y de darnos a Dios; todo está hecho. (Carta n. 73 a la Sra. Rosa Solari Sanguineti del 29.10.1838)

… parta inmediatamente y vaya a su destino, poniendo en Dios toda su confianza, y no en la política y el interés... (Carta n. 113 a Don José Botti del 07.02.1840)

¡Viva! Las cosas van mal según el mundo. Esperemos, pues, que irán mejor según Dios. (Carta n. 131 a Don José Botti del 30.06.1840)

… no tenemos que andar buscando, sino esperar que se nos busque. Si el Señor quiere en algún lugar a las Hijas de María, no le faltan medios, Él irá abriendo camino. Nuestro empeño ha de ser el de portarnos bien y dar buena cuenta de nosotros allí donde estamos. (Carta n. 138 a la Madre maría de Jesús Garibaldi del 17.10.1840)

Cuando hay borrasca, hay que agarrarse adonde se pueda [...] La oración es buena, la confianza en Dios más aún, la humillación buenísima; [...]Uno se aferra a lo más seguro, y va dejando que Dios se preocupe de todo. (Carta n. 154 a la Madre Catalina Podestá de enero del 1841)

Iréis contra viento y marea, no importa. Quien va siempre adelante, llega finalmente adonde Dios quiere. (Carta n. 156 a la Madre María de Jesús Garibaldi del 06.01.1841)

Veremos así la voluntad de Dios; y en caso de que sea contraria, convendrá resignarse y negar [...] sí, negar la nuestra... (Carta n. 193 a la Madre Catalina Podestá del 13.10.1841)

Dejemos hacer a Dios. (Carta n. 194 a Don José Botti del 24.10.1841)

¡Resignarse a no estar resignados! Apegarse a la cruz a los pies de Jesucristo, y estar allí a pesar de toda la rabia, de todo el despecho y furor que podáis experimentar, tanto en vos como en Él, y tener viva fe de que Dios se dignará recibir esta vuestra fe, esta vuestra constancia, esta vuestra adhesión, esta vuestra esperanza. Es la esperanza de Abraham... (Carta n. 196 a la Madre Catalina Podestá del 25.10.1841)

El bien es siempre bien. [...] Hagamos el bien lo mejor que podamos y dejemos luego que Él se haga cargo de todo. [...] ánimo, confianza más grande que todo lo creado. (Carta n. 197 a la Sra. Rosa solari Sanguineti del 26.10.1841)

Constante en la confianza en Dios [...] y continuad adelante con ánimo. (Carta n. 204 a la Madre María de Jesús Garibaldi del 21.12.1841)

Ánimo por tanto en el aferrarse siempre más a Él... (Carta n. 211 a Don Antonio Daneri del 22.02.1842)

Todo va bien, porque el Señor nunca hace mal… (Carta n. 213 a la Madre maría de Jesús Garibaldi del 04.03.1842)

Por tanto no hay menester ni de escrúpulos ni de angustias de espíritu... (Carta n. 236 a la Madre Catalina Podestá del 24.11.1842)

Id, pues, con ánimo y confiad en Dios tanto más cuanto más pobre os halléis, porque Él hará ver que ayuda y que, ayudando Él, hasta los débiles se vuelven fuertes. (Carta n. 240 a la Madre Felipa Badaracco del 21.12.1842)

En este mundo hay que contentarse con hacer algún bien, incluso poco, y a veces el Señor se contenta incluso sólo con que lo deseemos y busquemos y lo hagamos hasta donde se alcanza. Pero hasta donde se alcanza es preciso suspirar por él y hacerlo, y aspirar a hacer tanto que convirtiéramos y salváramos el mundo entero, si fuera posible. Pero si luego no logramos nada o poco, habrá que tener paciencia y decir: fiat voluntas tua. (Carta n. 248 a la Hna. María ... Superiora del Hospicio del 21.01.1843)

Fuera de lo imposible, hay que hacer de todo. (Carta n. 250 a Don José Botti del 02.02.1843)

Será preciso que todos recomendemos encarecidamente la cosa a Dios y que pongamos en Dios nuestra confianza y esperemos que nos guardará de los errores más fatales. (Carta n. 266 a Don José Botti del 18.06.1843)

Habiendo hecho lo que habéis podido, tenéis que humillaros y tranquilizaros, porque es demasiado difícil conocer los juicios de Dios. Adorémoslos y temámoslo si nos parece que amamos y tememos poco. [...]

... confiad en las oraciones y en encomendarlos a la Virgen. (Carta n. 273 a la Madre María de Jesús Garibaldi del 10.10.1843)

 

... vivamos bien y luego dejemos hacer a Dios. (Carta n. 280 a las muchachas del Hospicio de Chiávari - año 1843)

... a la hora de emprender las obras hace falta algo de azar, quiero decir, algo de confianza en Dios, quien ayudará con alguna providencia particular a estas sus pobres Hijas que emprenden estos sacrificios para hacer tanto bien y que tanto (por lo que podemos creer) verdaderamente hacen. (Carta n. 294 a Don José Botti del 01.02.1844)

… convendrá dejar hacer a Dios, quien hará ciertamente lo mejor. (Carta n. 298 a la Madre Catalina Podestá del 29.03.1844)

¡Vivan la bondad, la misericordia y la Providencia de Dios! Él prueba a sus siervos, pero no los abandona, aunque sean ingratos como lo soy yo.

En todas las vicisitudes de mi pobre Congregación me ha dado siempre buen corazón y nunca perdí la calma, los ánimos, la confianza. (Carta n. 309 a Don José Botti del 04.11.1844)

Pero cuando yo ya no viva, ni vos, ni los otros, ¿cómo funcionarán las cosas? Dios proveerá, me diréis. Y diréis bien, y veo yo asimismo que a la postre conviene abandonarse a las manos de la providencia y misericordia del Señor. Pero entre tanto nosotros debemos prever y proveer todo lo que podamos y sepamos aprender de la experiencia de los demás para bien nuestro. (Carta n. 320 a Don José Botti del 20.02.1845)

.. me gusta bastante poco esa falta de resignación [...] de hecho que toda nuestra confianza debemos ponerla en Él, pero toda, toda, toda; y que de los hombres se sirve sólo si le place y cuando le place. (Carta n. 344 a la Madre Catalina Podestá del 27.08.1845)

Reciba la cosa de las manos de Dios y ejecútela con plena confianza, pues Dios la bendecirá... (Carta n. 375 a Don Antonio Daneri del 26.12.1845)

Nunca se ha querido entender, como no se quiere entender, que confiar en la Providencia hasta el punto de que tenga que hacer milagros sin necesidad, ¡es tentar a Dios!… (Carta n. 384 a Don José Botti del 20.04.1846)

… ni el que planta ni el que riega son algo, sino el que da crecimiento, o sea, Dios, y de nuestra cosecha no tenemos más que la mentira y el pecado, visto que no somos capaces de hacer nada por nosotros mismos [...] verted plegarias y, si es posible, también lágrimas ante Dios Padre Todopoderoso, del que nos viene todo bien, para que su gracia nos haga tales y como realmente debemos ser; para que Él, por medio nuestro, sea glorificado por todos y obre la santificación de cada uno de nosotros. (Carta al pueblo de Bobbio en ocasión de su nombramiento como Obispo – Génova 6 de mayo de 1838)

Una vez aprobado que era menester y que se imponía dicha empresa, ¿qué es lo que debía impedirme afrontarla? [...] Ahora bien, si el amor, que nunca es poco hacia las cosas que consideramos nuestras, no me engaña por completo, me parece que las Hijas de María están bien lejos de merecerse un abandono tan grande, no sólo por mi parte, ya que después de a Dios y a María se encomendaron a mis manos como a las de un padre, sino también por parte vuestra, puesto que, a menos que yo esté muy equivocado, os han hecho ya mucho bien y mucho prometen todavía.

Extended, pues, la fausta mano... extendedla para inaugurar la piedra fundamental de este templo, de esta Casa... álcese este nuevo trofeo de aquella Providencia que sabe hacer lo que no saben hacer los hombres y que nunca tuvo por costumbre dejar confundido a quien a Ella se encomendó. (Alocución al pueblo de Chiávari con ocasión de la colocación de la primera piedra del Retiro de las Hijas de María del Huerto – 3 de abril de 1837)

... a nosotros nos toca comenzar e insistir, y perseverar en la empresa. Dios, María, los Santos (Protectores y Abogados nuestros), nuestros Ángeles Custodios y Tutelares, la llevarán a cabo. (Carta Pastoral sobre el espíritu de penitencia y perseverante oración – Bobbio, 23 de enero de 1845)

Implorad la protección y la gracia de la Santísima Virgen y Madre María, guardiana fidelísima de los Pastores de todas las Iglesias... (Carta al pueblo de Bobbio en ocasión de su nombramiento como Obispo – Génova, 6 de mayo de 1838)

Varias veces hemos deseado que se Nos ofreciese ocasión de poderos recomendar una tierna y filial devoción a la gran Madre de Dios como aquel ser en quien, después de Dios, hemos puesto toda nuestra confianza y a quien encomendamos continuamente nuestra eterna salvación al igual que la vuestra. [...]

María es Madre de Dios y Madre nuestra; Ella es por tanto sobremanera grande y sobremanera amorosa para no recibir de nosotros más que este poco. Ella es Madre de Dios y poderosísima ante Dios, hasta el punto que puede todo lo que quiere. [...] Pero cuanto más afortunados son los que recurren a María y ponen en Ella su confianza... (Carta Pastoral sobre el Espíritu de sincera piedad y de filial devoción a María Ssma. – Bobbio, 14 de noviembre de 1844)

 

PENSAMIENTO DE LA MADRE CATALINA

Yo me he puesto en las manos de Dios y estoy dispuesta a sufrir todos los desprecios, como me parece que ya empiezan a mostrarlos. [...] Sea lo que Dios quiera; hágase la santa voluntad de Dios en todo. [...] Dios quiere probarnos por todas partes, pero sea Él eternamente bendito. (Carta desde Chiávari del 03.03.1840)

Espero en Dios y en María Ssma. nuestra Madre que sacaré gran fruto... (Carta desde Chiávari del 07.12.1842)

No sabiendo ya al final qué hacer de mí, fui a la habitación y me encerré en ella; me arrodillé delante del Crucifijo para ver qué partido y qué determinación tomar. Pero ¿qué quiere? Dios, viendo mi gran debilidad, finalmente me confortó. Oí una voz bastante viva internamente... (Carta desde Ventimiglia del 15.02.1843)

Es verdad que Dios ha permitido esta borrasca; es también una gran verdad que el demonio siempre trabaja por ver si puede llegar a turbarnos la paz e impedir el bien de esta obra, pero también es verdad que hay que oír y tomar el parecer de personas ignorantes. (Carta desde Ventimiglia del 09.03.1843)

... me encuentro más tranquila de espíritu y conforme con la santa voluntad de Dios, dispuesta a hacer el bien que Dios quiera y en el lugar en que Él quiera, sin buscar más o menos mi tranquilidad y mi comodidad. (Carta desde el Hospicio de Ventimiglia del 08.08.1843)

... también nosotras le hemos ayudado con nuestras pobres oraciones y Comuniones, para que obtenga gran fruto ganando muchas almas para el Señor y ello contribuya a conseguir su satisfacción, como de todo corazón le deseo y espero en Dios que le será concedido.

[...] a quién dar esta libertad en caso de poder resolver y actuar. Yo le digo que no sabría a quién mejor que a la Superiora General, pues, aunque sea mujer, Dios no dejará de asistirla con sus luces.

[...] Todos los días estamos viendo que cosas perfectas en este mundo no las hay; de modo que toca, después de la experiencia tenida, tratar de reparar los daños mayores y luego abandonarse en las manos de Dios. [...] luego haga Ud. lo que Dios le inspire. (Carta desde el Hospicio de Ventimiglia del 24.08.1843)

Yo le di ánimos, pero ... pero aún siendo santos, el mal deprime a todos. (Carta desde Ventimiglia del 12.08.1843)

¡Oh! Qué lejos estás todavía de ese santo abandono en los amorosos brazos de la Santa Providencia; si estuvieras unida a ella, buscarías la gloria de mi Hijo y no tu satisfacción. (Carta desde el Hospicio del Espíritu Santo del 27.08.1843)

Le quiero decir con esto que estoy convencida de que éste será el único medio para limpiarme y purificarme, estando de por medio siempre la ayuda de Dios y de María Santísima, los cuales espero, y no lo dudo en absoluto, me darán fuerza y aliento para salir muy aprovechada. (Carta desde Ventimiglia del 10.10.1843)

Comprendo, de todos modos, que conviene en todo abandonarse a las manos de la Santa Providencia que lo dispone todo para nuestro mayor bien. (Carta desde el Hospicio del Espíritu Santo del 17.10.1843)

... por eso decidí manifestársela a Su Excia. Ilma., lisa y llanamente, en su parte contraria tal como la sentía, sin añadir ninguna otra observación mía, para conocer mejor la voluntad de Dios.

Tal vez tema Ud. que debido a mi soberbia no se las tome bien, como he hecho hasta ahora; pero no, no será así en adelante; con la gracia de Dios será todo lo contrario.

Luego haga Ud. lo que Dios le inspire, pues no dejará Él de proporcionarle santas y claras luces.

Le ruego, por lo demás cálidamente, que me tenga en cuenta en sus oraciones, especialmente en el Santo Sacrificio de la Misa, porque tengo extrema necesidad de ellas. Yo hago lo mismo por Ud. haciendo por sus intenciones frecuentes Comuniones. (Carta desde Ventimiglia del 21.11.1843)

Pongo mi esperanza en la gran Madre María Santísima de que me obtendrá tal gracia. Sí, la espero, la deseo y no hay cosa que tanto ansíe como ésta. (Carta desde Chiávari del 20.01.1844)

No le quiero decir con esto que no podría hacer más y hacerlo mejor, pero... ¡Bien sabe cómo va! No somos santos y me doy perfecta cuenta de lo mucho que podría aprovechar estas ocasiones, y no lo hago, [...]

Yo le digo la vedad: lo soporto todo, lo sufro todo, pero esto no puedo; y ni siquiera le pido al Señor que me dé resignación, porque temo que, de tenerla, el Señor me sacuda alguna. Es ignorancia, pero hace falta paciencia; el Señor ve mi fin y basta. (Carta desde Chiávari del 22.10.1845)

Yo estoy cargada de oficios. Espero que la Virgen Santísima me asistirá, que si no ¡pobre de mí! (Carta desde Chiávari del 25.10.1845)

 

ACTUAL PENSAMIENTO DE LA IGLESIA

A partir del Concilio Vaticano IIº, la Iglesia ha indicado a los religiosos tanto la grandeza y particularidad de su vocación, como el valor de su vida en el seno de la santidad de la Iglesia misma (LG 44, 45; PC 1). El valor de la vida consagrada permite que los religiosos vivan sólo para Dios (PC 1, 5; ET 10, 14; RD 8; VC 41); buscando a Dios por encima de todo (PC 5; EE 14) en una adhesión, generosa y sin reservas, a Cristo (ET 7).

Toda su vida debe hacerse servicio, oblación, amor que abraza a la persona total, alma y cuerpo (RD 3, 7, 8), en una dedicación incondicional para consagrar todo, presente y futuro (VC 17), en las manos de Dios. Por esto los religiosos deben ponerse a la escucha de Cristo, poner en Él toda la confianza (VC 15, 53, 64) y abandonarse al amor de Dios (VC 17). La iniciativa es de Dios (VC 17, 22) pero el don total de la propia vida es muy exigente (VC 24, 73). Confiar en Dios como si todo dependiese de Él y, al mismo tiempo, empeñarse con toda generosidad como si todo dependiese de nosotros.

El religioso además de fiarse de Dios, encontrará en la relación filial con María el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una gran ayuda para perseverar, progresar y vivir en plenitud la propia respuesta de amor a Dios y el servicio a todos los hermanos (VC 28; ET 43; RD 17).

 

REFLEXIÓN Y ACTUALIZACIÓN

La Iglesia ha pedido a los religiosos renovar la propia vida y, esta renovación, que dura años y no puede decirse terminada, ha hecho atravesar en todos los Institutos de vida consagrada un periodo delicado y fatigoso... rico de esperanzas, ... pero... no privado de tensiones y de trabajos. El Santo Padre recuerda que: “Las dificultades no deben, sin embargo, inducir al desánimo. Es necesario, antes bien, empeñarse con nuevo impulso, porque la Iglesia tiene necesidad del aporte espiritual y apostólico de una vida consagrada renovada y fortalecida”

Hoy, más que nunca, se pide a los religiosos desarrollar la disponibilidad y la capacidad de acoger todas las exigencias del mensaje de Cristo. Vivimos, en efecto, en el paso de un siglo a otro y, esto, naturalmente, comporta también un conjunto de miedos y de esperanzas. En este contexto, también la vida consagrada se encuentra en la obligación de afrontar nuevos y comprometedores desafíos. El proponer de nuevo, hoy, los gestos y el rostro de Jesús, en la santidad de la vida y en la dedicación al prójimo, es ciertamente tarea de toda la Iglesia, precisamente por el hecho que está llamada a ser “memoria viviente del modo de existir y actuar de Jesús como Verbo Encarnado frente al Padre y frente a los hermanos. Ella es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador”. Y es éste el primer y verdadero bien del cual nuestro prójimo tiene necesidad y la Hija de María es conciente del deber vivir la propia vida “haciendo el bien”. En el mundo actual es necesario poder tocar con las manos que seguir a Cristo, de manera radical, es no sólo posible, sino también bello. El mundo, hoy más que nunca, tiene necesidad “no sólo de personas santas, sino de comunidades santas, así enamoradas de la Iglesia y del mundo para saber presentar al mundo mismo una Iglesia abierta, dinámica, presente en la historia actual... cercana a los dolores de la gente, acogedora hacia todos, promotora de la justicia, atenta a los pobres, no preocupada de su escasez numérica, no aterrada del clima de secularización social ni de la escasez (generalmente sólo aparente) de los resultados”.

El ser religiosas e, Hijas de María hoy, pone en modo claro la exigencia de ofrecer un testimonio más transparente mediante:

El fortalecimiento del carácter “evangélico” del propio vivir,

El robustecimiento de la fidelidad al propio carisma,

Una mayor inserción en la comunión eclesial,

Una constante búsqueda del hacerse cercano con modalidad y cualidad renovadas.

En todo este camino, sólo una gran fe y confianza en Dios frente a las dificultades podrán acompañarnos, partiendo de la convicción que Dios nos ha querido y llamado, separadas del mundo para dedicarnos a su plan de salvación, esperando de nosotras, como Congregación e individualmente, una dedicación de nosotras mismas, profunda y libre, pero conjuntamente plena de confianza tanto mayor cuanto mayores sean las dificultades a superar.

Nos ayuda la convicción que “Cristo da a la persona dos fundamentales certezas: de haber sido infinitamente amada y de poder amar sin límites. Nada como la cruz de Cristo puede dar en modo pleno y definitivo estas certezas y la libertad que de ella deriva. Gracias a ellas la personas consagrada se libera progresivamente de la necesidad de poner en el centro de todo... aprende, más bien, a amar como Cristo la ha amado, con aquel amor que ahora está infuso en su corazón y la hace capaz de olvidarse y de donarse como lo ha hecho su Señor” (VFC 22). Es el tener esta certeza en el corazón que abre a la gran confianza en Dios que no sólo nos llama, sino que nos lleva también al cumplimiento la obra iniciada por Él. La llamada a amar sin límites no se realiza sin su ayuda, sin su gracia porque sólo Él es capaz de transformar nuestros corazones.

“Es Dios mismo que llama a la vida consagrada en el seno de la Iglesia. Es Él que a lo largo de la vida del religioso, mantiene la iniciativa. “Es fiel aquel que os ha llamado y hará también esto”. ... Es “la Unción” que “hace gustar”, apreciar, juzgar, elegir. Es el abogado-consolador que “viene en ayuda de nuestra debilidad”, sostiene y dona el espíritu filial. Esta presencia discreta, pero decisiva, del Espíritu de Dios exige dos actitudes fundamentales: 1) humildad de quien se confía a la sabiduría de Dios; 2) la ciencia y la práctica del discernimiento espiritual para saber reconocer la presencia del Espíritu en todos los aspectos de la vida y de la historia a través de las mediaciones humanas...” (PL 19)

Gianelli nos pide abandonarnos en Dios y desde Él esperar cada cosa. Para vivir así es necesario reconocer con humildad que sin Él no podemos hacer nada y por tanto es necesario dejar de confiar en sí, en aquella forma de autosuficiencia orgullosa que nos aleja de Dios. Por tanto confidentes, humildes y así centradas en Dios para no tener otro deseo que de obrar por Él y de agradar a Él, teniendo temor sólo de aquello que nos puede alejar de Él.

La gran confianza en Dios, que Gianelli quería a la base de toda la vida de una Hija de María y por tanto de toda la Congregación, es expresión de confianza, seguridad, arraigo que se hace estilo de vida. Se trata de una actitud profunda de fe entendida como adhesión, de la totalidad del ser, al proyecto de Dios sobre la propia vida y sobre la vida del Instituto. El eje fundamental y fundacional de una existencia donada es precisamente este confiarse a Dios en la conciencia que todo el resto viene como consecuencia. La confianza que Gianelli pide compromete a la persona en su realidad más verdadera y más profunda. Es la actitud de quien ha “encontrado” el “todo” y sobre este “todo” no duda en poner sus pasos... Es la actitud reclamada del salmista: “... como un niño sereno en brazos de su madre...” (Sl 130) que no teme nada... Es la actitud de Pablo que exclama: “Sé en quien he creído y estoy seguro...”

La Hija de María vive esta actitud conciente que Él está... y que María es Aquella que acompaña en este camino y, en un cierto sentido, indica el camino. Pero, se trata, de una conciencia que obra todo cuanto está en sus posibilidades para que se realice la obra de Dios, sin la pretensión de “ver”, pero dejando a Él llevar, en un cierto sentido, a cumplimiento “la obra suya”.

La gran confianza en Dios debe ser, para cada gianellina, motivo inspirador y conductor de la existencia; una conciencia que la acompaña, orienta sus elecciones, sus relaciones, toda su vida.

Esta actitud requiere fiarse y confiarse a Aquel que “todo lo sabe y todo puede”, pero con ojo vigilante y atento, “circular” conscientes que no obstante el descorazonamiento, la fatiga y las incertidumbres del momento, Él está y acompaña. Esto requiere, a nivel personal y congregacional, un verdadero discernimiento, para que, aún confiándose en Él, no se puedan traicionar las propias responsabilidades y las expectativas de los hombres. La Hija de María es precisamente aquella que vive este abandono sea en las cosas “espirituales” como en aquellas materiales y lo vive en la conciencia que no se trata de una actitud de pasividad, sino de compromiso total de todo su ser y su hacer para participar en la voluntad del Padre que quiere la salvación de todos los hombres; no se puede, en efecto, “tentar a la Providencia”.

La gran confianza en Dios revela la urgencia de un interrogativo constante sobre motivaciones del propio ser y del propio hacer porque, en el curso de los años, el riesgo de la rutina, la fatiga, el sufrimiento, la desilusión, etc.... puedan oscurecer en el ánimo de la Hija de María, el dinamismo, el entusiasmo, la radicalidad de las motivaciones iniciales.

La consigna que de esto derivan se podría describir así:

Fe grande, operativa que lleva a las obras de caridad y que, fuera de lo imposible, intenta todo;

Esperanza animosa que se expresa en la humilde confianza, en la fe, en la entrega, en el abandono activo;

Totalidad, radicalidad en el don, libertad interior;

Conciencia que también la gran confianza en Dios es pedirla cada día como don;

Empeño personal y comunitario en el camino fatigoso y lento de vaciamiento interior para poder comprender el designio de Dios y vivir en actitud continua de discernimiento.

La gran confianza en Dios es, en un cierto sentido, el “lugar” donde se obra la síntesis entre la tensión del ser y la del hacer, donde se encuentran las energías para continuar a “atreverse”, donde se echa las raíces para no ser “árboles sacudidos por el viento”, donde se experimenta, cada día, la verdad evangélica del “no temas pequeño rebaño”, del tener “fe en Dios” y fe en Cristo”.



[1] Hijas de María Ssma. del Huerto Los quince Artículos de Antonio Gianelli Nuestro manantial de vida;

A cargo del P. Mario Lessi Ariosto, SJ. y del Equipo para el estudio del Carisma; Roma 2003.