LITURGIA SEMANAL - 6ª semana durante el año

6ª semana durante el año

Lunes 14 de febrero     Santos Cirilo y Metodio  (MO)
Marcos 8,11.13 “…  los fariseos comenzaron a discutir con Jesús; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo”.Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla”.

En el Evangelio de Marcos a menudo encontramos pequeños detalles significativos de Jesús, que no están mencionados en otros evangelios. Aquí, la observación que “Jesús suspiró pro-fundamente” indica una frustración comprensible por parte de Jesús. Él ha estado dando todo tipo de “signos” desde el día en que transformó el agua en vino en Caná. Sin embargo, nada de esto parece haber impresionado favorablemente a los Fariseos.
Aquí ellos están buscando su propio milagro del cielo, hecho a su medida. No es así como Je-sús hizo las cosas. Aquellos para los que hizo milagros eran pobres, necesitados, hombres sufrientes y mujeres enfermas que querían sanarse. Si nosotros traemos nuestras necesida-des sentidas profundamente, podemos estar seguros que obtendremos una respuesta de ayu-da. Señor, danos la gracia de confiar en Ti y  de creer en tu Palabra

Martes 15 de febrero
Marcos 8,14-21: “Cuídense de la levadura de los fariseos.

Sin duda los discípulos se quedaron mirando sin comprender cuando Jesús habló de “la leva-dura” de los fariseos y de Herodes. ¿Qué les estaba diciendo? Los discípulos realmente no entendían.  El Señor estaba usando el ejemplo de la levadura, que poco a poco impregna toda la masa, para advertirles que debían cuidarse de las malas influencias.
La “levadura” a la que se refería era la incredulidad de sus opositores, que pedían “una señal del cielo”. Los discípulos eran amigos de Jesús, pero también podían caer en la incredulidad. Recordándoles los milagros hechos, Jesús les aconsejaba que mantuvieran los ojos abiertos para ver las señales de su autoridad y su poder, porque sabía que si ellos dejaban de observar atentamente sus obras, la poca fe que tenían podía esfumarse.
Jesús nunca  dejó de darnos señales  de su presencia y de su amor; todo lo que tenemos que hacer es aprender a poner atención y fijar la vista. Porque bien puede suceder que, si la vida se nos hace peor de lo que esperamos, tal vez nos parezca difícil confiar en Dios. Pero si uno se acostumbra a mirar y escuchar estas señales con fe, el Espíritu Santo nos ayuda a identifi-carlas y entenderlas. Un sencillo acto de bondad, una inspiración de ayudar a un amigo, una frase de la Escritura, una palabra de aliento de un vecino, son cosas ordinarias que suceden en cualquier parte, pero pueden ser señales de que Dios nos está guiando y protegiendo.
 “Gracias, Jesús, por no dejarnos solos, aun cuando no te veamos. Gracias por todas las veces que nos has protegido y nos has dado fuerzas para soportar las dificultades. Amén.”

Miércoles 16 de febrero

Marcos 8,22-26: Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?" Empezó a distinguir y dijo: "Veo hombres; me parecen árboles, pero andan." Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía con toda claridad. Jesús lo mandó a casa, diciéndole: "No entres siquiera en la aldea."

El reporte detallado de San Marcos sobre este milagro revela cómo nuestro Dios es verdade-ramente un “manos a la obra”. Jesús tomó, guió, ungió impuso sus manos y cuestionó al hom-bre ciego. Su completa sanación solo vino después de un proceso que incluyó cooperación del mismo hombre. Terminó con la advertencia de irse directo a su casa. Dios nos conoce a noso-tros y a nuestras necesidades infinitamente mejor que nosotros mismos.
La advertencia de Jesús al ciego, después de devolverle la vista, tiene para nosotros un víncu-lo con la recepción de una curación completa. Le dijo: “No vuelvas al pueblo”, lo cual tiene similitud con lo que le dijo al paralítico que curó en Jerusalén: “Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor”. En ambos casos se ve esos los enfermos tenían que cambiar su modo de vida y abandonar el entorno donde crecían en el pecado y la incredulidad, y proteger la curación que Jesús les había dado.
Señor, te damos gracias por tu modo de tratarnos. En un mundo de prisas, competencias y descon-trol, donde no nos reconocemos fácilmente como hermano, tú nos muestras otra manera de tratar-nos. Danos la gracia de imitar tus gestos.

Jueves 17 de febrero

Marcos 8, 27-33: “Jesús … por el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos contes-taron: "Algunos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías o alguno de los profetas". Entonces Jesús les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Pedro le contestó: "Tú eres el Mesías".

El Evangelio de hoy señala un cambio decisivo en el ministerio de Jesús, pues los discípulos deben tener ya una idea clara de su Persona.
Pedro confiesa que ellos lo han reconocido como el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús indica entonces a los discípulos y al pueblo las condiciones con las que son invitados a seguirle, que va hacia la muerte de cruz y la resurrección. Con estas enseñanzas les señala el camino y prepara a sus discípulos para lo que sucederá en Jerusalén.
Jesús interpela a sus discípulos con estas preguntas, pues espera de ellos una apertura espiri-tual y una postura clara. No deben limitarse a aceptar su modo de actuar y sus obras con cier-ta admiración, pero sin cambiar su modo de caminar. Deben tener un entendimiento claro y no dejar que nada ni nadie les impida reconocer y asimilar el sentido pleno de su actuación.
Quiere que sus ojos sean transparentes y limpios, que penetren y vean, que traduzcan en pa-labras lo que han visto, que confiesen lo que han reconocido. Jesús propone una enseñanza completa sobre la actitud espiritual correcta con la que podemos encontrarle: no con un cora-zón endurecido, que perciba sólo parcialmente y que evite tomar una clara posición, sino un corazón puro y una decisión comprometida. Y lo mismo espera de nosotros. ¿Estamos dis-puestos a confesar a Cristo como el Mesías de Dios?
“Amado Jesús, perdónanos por no saber expresar bien nuestra fe en ti. Concédenos tu gracia para declarar que tú eres nuestro Dios, nuestro Señor y mi Salvador.”

Viernes 18 de febrero
Marcos 8,34-9,1: “Jesús llamó a sus discípulos y a toda la gente y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga». …

Tomar la cruz no es una prueba de resistencia sino una invitación a imitar a Jesús, a caminar con Él como sus discípulos. Jesús nos presenta una opción, y nos comunica las consecuen-cias de esa opción. Puedo vivir para mí, concentrarme en mi vida, mis ambiciones, mis place-res, y encerrarme en mi pequeño y confortable mundo, o puedo elegir ser una persona para los demás. Esto no significa ser como un felpudo de bienvenida, o no preocuparme de mis necesidades, sino que el darme a los demás, es  buscar que las vidas de los que me rodean sean mejores. Si escojo vivir para los demás, y mantener y renovar constantemente esta de-cisión, alcanzaré la gracia que me permitirá vivir en plenitud mi vida cristiana.
Caminar con Jesús significa ir contra  corriente de la opinión pública, de sus valores, compor-tamientos o pensamientos. La oración nos da valentía  y fortaleza para vivir como Jesús; para escucharlo con la atención de sus discípulos, y para compartir su vida en nuestro mundo.
Ser discípulo de Jesús trae su costo. Hay momentos en que su llamado es ir contra otros de-seos y valores, personales y culturales. Nuestra entereza hará que el Reino de Dios se acer-que en formas que nos sorprenderán y crecerá en los lugares donde no nos imaginamos.

Sábado 19 de febrero
Marcos 9,2-13: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo.

Tras advertirles que pronto tendría que morir, pero que resucitaría al tercer día, leemos en el Evangelio de hoy que el Señor llamó a Pedro, Santiago y Juan y les ofreció una visión de la gloria venidera. El anuncio de su pasión, muerte y resurrección había dejado a los discípulos totalmente perplejos, desorientados y desanimados; por eso, les hizo presenciar su transfigu-ración, para calmar sus temores y reafirmar su fe, porque la visión divina les daba una idea cierta de lo que sería la realidad del futuro Reino celestial.
La transfiguración fue una revelación importante. Jesús había dicho que sus seguidores debían seguir sus pasos, tomar su cruz tal como él lo hizo, y llegar a ser como su Maestro; sin embar-go, para que no se sintieran abrumados por la perspectiva de sufrimientos, persecución y muerte, les mostró algo de la vida gloriosa que ya les pertenecía. De esta manera, tranquiliza-ba a los discípulos y los alentaba a no desfallecer.
Somos discípulos de Jesús, que continúan aprendiendo lo que significa ser seguidores suyos. Necesitamos recibir diariamente la enseñanza de Cristo y “escuchar la voz de Dios que nos llama desde la cima de la montaña… para ir [hasta allí] de prisa, como Jesús”, porque necesi-tamos su instrucción, su consuelo y su fortaleza, para que así experimentemos ahora mismo una parte de la plenitud que conoceremos cuando Jesús regrese en toda su gloria.
Cada día nos llama el Padre para que seamos renovados por su Hijo: en la Eucaristía, en la oración personal, en la meditación de su palabra o en el silencio de su presencia.   “Jesús, amado Salvador, no hay felicidad más grande que estar en comunión contigo y vivir en la luz. Ayú-danos a cumplir fielmente tus mandamientos y vivir según el amor y la verdad.”

Domingo 20 de febrero  (7º durante el año)
Lucas 6, 27-38:  “ Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Enton-ces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los des-agradecidos y los malos”. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”.

Al igual que en un análisis de texto en la escuela, nos fijamos en:
     Los verbos que nos exhortan a : amar, bendecir, orar.
     ¿Quiénes son los objetos de tanta bondad?: nuestros enemigos, quienes nos maldicen.
     Todavía sobrecogidos, nos pone Jesús unas imágenes: pon la mejilla al que te abofetea, dale la túnica a quien te quita la capa.
     Estas son la razones de Jesús: lo contrario, amar solo a los amigos, es cosa de paganos y pecadores. Dios es bueno con los malvados y desagradecidos. Es decir, amar a todos sin condiciones, amar a todos sin excepción.
Este comportamiento es muy difícil y nos desbordan estas palabras de Jesús. Por respeto, no las suprimimos, cuando las proclamamos en misa, pero, ¿bajan a nuestro corazón? Es cierto que, humanos somos, hay que comprender al que está muy herido, y se siente incapaz de perdonar.
Otorgar el perdón nos libera de todo rescoldo malo, nos humaniza, nos hace más felices. El amor gratuito cambia nuestra vida. Saber ceder, aunque poseamos el derecho, hablar al que no nos habla, acudir a los momentos tristes de otro que no acude a los nuestros, buscar la paz cuando se rompe el amor entre dos, y tantas ocasiones, prueba muy bien que somos hijos de Dios.
Ya que es tan difícil, recemos con la liturgia: “Te damos gracias, Padre, porque tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad y los adversarios se den la mano”.