Obra de Misericordia "Vestir al desnudo"

 

Siempre tendrás que cubrir la desnudez del prójimo

con el manto de la caridad.

 

Como Familia Gianellina VIVIMOS el año de la misericordia y durante  el mes de octubre estamos invitados  a vivir la FE como valor que alienta nuestra vida espiritual y nos anima a practicar la obra de misericordia: VESTIR AL DESNUDO  (Mt 25, 36).

 

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos relata que, en cierta ocasión, la comunidad cristiana de Joppe mandó llamar a San Pedro, porque había muerto una de sus integrantes, una viuda de nombre Tabitá. Cuando llegó lo hicieron subir a la sala superior y se le presentaron todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y los mantos que Tabitá  hacía mientras estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: “Tabitá, levántate”. Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. (Hechos de los Apóstoles 9,36-42).

 

La presencia de Pedro es la oportunidad para que la comunidad constate las Obras de misericordia de Tabitá. Ahí están las obras de sus manos: túnicas y mantos. Abrigo para los necesitados, calor en medio del frío. Horas y horas en las cuales las manos de Tabitá, no se ocuparon de ella sino de los otros. Mientras avanzaba el tejido -un hilo sobre otro- se entramaban  fecundamente el trabajo y la oración con  las lanas y los telares.

 

El texto dice que esas túnicas y mantos, Tabitá los hacía “mientras estaba con ellas”,  con las otras mujeres de la comunidad. Vemos aquí a toda una comunidad que emprende, en comunión de amor, esta obra de misericordia. Esas mujeres no daban de la ropa que les sobraba. Ellas trabajaban con sus manos para socorrer a los más necesitados de la comunidad.

 

Sabemos, que el testimonio de los primeros cristianos, que ponían todo en común, según nos narran los hechos de los Apóstoles, sigue vigente hoy en tantas personas comprometidas, que de manera silenciosa, ejercen la misericordia acercándose al desnudo, cubriendo al que pasa frío y trabajando con sus propias manos para remediar sus necesidades.

 

La Biblia propone una actitud de compasión para con la desnudez al aconsejar: “Comparte tu ropa con el que está desnudo” (Tb 4, 16) y alaba al que “viste al desnudo” (Ez 18, 16) y al que “cubre a quien ve desnudo” (Is 58,7). Por eso, en el juicio final, tal acción es vista como una obra de misericordia, según Mt 25, 36.

En la carta de Santiago se nos anima a ser generosos: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de ustedes les dice: “Vayan en paz, abríguense y coman”, pero no les dan lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2, 15-16).

 

 “Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque estaba desnudo y me vistieron … Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Mateo 25,34-40

“La Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados.” Papa Francisco, 26/4/2015

 

El Papa en la convocación del jubileo nos indica a los pobres como los privilegiados de la misericordia divina. Se trata de una obra que nos acerca al corazón de la fe,  como aproximarse al Dios escondido en las pequeñas cosas cotidianas. En este caso, en la suciedad de la vestimenta, los zapatos rotos o la piel desnuda del prójimo que clama ayuda. 

 

Vestir al desnudo es más que dar ropa o vestido a quien lo necesita. Cierto es que el vestido es un bien necesario y primario, pero la necesidad de abrigo, para muchas personas, va más allá del mero protegerse del frío o cubrirse el cuerpo. Hay una desnudez mucho más profunda.

Es la desnudez de quien tiene frío de un mundo que lo excluye, incapaz de arropar sus necesidades.

Compartir nuestra ropa con el que está desnudo, es una exigencia evangélica a poner en práctica con el que lo necesita, pero también, ha de sentirse acogido, y experimentar que, de alguna manera, se siente valorado, reconocido en su dignidad, respetado y tenido en cuenta. Se trata de abrigar su desnudez con una cercanía especial de solidaridad, generosidad y afecto.

Esta visión que podríamos llamar más espiritual no solo ratifica la exigencia de vestir a los que no tienen con qué hacerlo, sino que también nos invita a mirar más profundo, es decir, a revestir a nuestro prójimo con la dignidad que Cristo, con su desnudez, nos ganó en la cruz, por la cual todos somos hermanos.

 

En la 10ª  estación del Vía Crucis recordamos que en su Pasión Jesús fue despojado de sus vestiduras. También hoy hay muchos hermanos que no tienen vestido, que les falta lo elemental para cubrirse del frío, para sobrellevar las inclemencias del tiempo.

Cuando contemplamos a Cristo en la cruz cada una de sus llagas es capaz de movernos a compasión, pero entre sus flagelos hay uno que pasa casi desapercibido por su patética obviedad; mira bien al crucificado y te darás cuenta. Sí, está desnudo. Sí, ¡nuestro redentor está desnudo en una cruz, despojado de todo! «Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8, 9).

La generosidad de Cristo llega a su culmen en la cruz en la que aceptó todo dolor y humillación para revestirnos del manto de la eternidad por el cual somos hijos de Dios. Ser hijo de Dios es el corazón del mensaje cristiano sintetizado en las palabras más hermosas que existen: “Padre Nuestro”.

 

Existen muchos servicios de caridad que atienden a personas necesitadas. Podemos acercarnos y donar nuestras ropas para el hermano que lo necesita, ser capaces de despojarnos también nosotros como Cristo, para que el hermano pueda recibir la ayuda que nace del amor de Dios.

 

Preguntémonos: ¿cuándo fue la última vez que miramos a alguien a los ojos y descubrimos la huella de Dios? ¿Cuándo fue la última vez en la que descubrimos en quien nos pidió ayuda a un hijo de Dios?¿cuándo fue la última vez en la que, con nuestra mirada pura, sencilla y generosa, revestimos a nuestro prójimo de la dignidad de este divino linaje?

Somos capaces de las más grandes hazañas en favor de los demás cuando en ellos descubrimos al mismo Dios. Esta es una tarea ardua, que nace de la mirada que tenemos de nosotros mismos. Justo este año jubilar nos ofrece la oportunidad de «tener la mirada fija en la Misericordia para poder ser también nosotros signo eficaz del obrar del Padre» (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, 3)

 

Demos con caridad nuestra ropa, antes de que los ladrones nos las roben y nos quedemos desnudos y sin el mérito de haber practicado la misericordia.  Como manos de Dios en la tierra, podemos ayudar a vestir y aliviar al necesitado.

“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque estaba desnudo y me vistieron… Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Mateo 25,34-40

 

Los Santos y su testimonio: Ningún otro santo ha entrado tanto en la memoria popular como San Martín de Tour, con el manto que partió y donó a un mendicante. Según la tradición esto habría sucedido en el invierno de 337, cuando Martín encuentra cerca de la puerta de la ciudad a un mendigo tiritando de frío y le da la mitad de su capa.

En la noche siguiente Cristo se le aparece vestido con la media capa para agradecerle su gesto. Sin duda se trata de una realización concreta de la obra de misericordia alabada en Mt 25, 36; Martín no sabía que en el pobre y mendicante encontraba al mismo Cristo.

Quizá haya otro tipo de vestiduras, mejores que la capa de san Martín, que sí debes ofrecer: la vestidura del honor, del respeto, de la protección. Siempre tendrás que cubrir la desnudez del prójimo con el manto de la caridad.

 

Hay otra cuestión relacionada con esta obra de misericordia. Hay algo mucho más grave que no vestir al desnudo; es el desnudar al vestido. “Si, pues, ha de ir al fuego eterno aquel a quien le diga: estuve desnudo y no me vestiste, ¿qué lugar tendrá en el fuego eterno aquel a quien le diga: estaba vestido y tú me desnudaste?” (San Agustín).

 

Vestir al desnudo es una obra de misericordia cuya necesidad nunca desaparecerá, al menos considerada en otro aspecto: la de ayudar a personas que se encuentran desnudas de afectos, de comprensión, de compañía. Personas que viven solas o que están internadas en residencias y que –como dijo el Papa- se pasan a veces el día mirando  a la puerta esperando, quizá inútilmente, que aparezca alguien de su familia.

 

 Hay una desnudez del alma que debe conmovernos. La de quienes han perdido el afecto que debe rodear a toda persona para que se sienta feliz. Nuestra oración y compañía pueden ayudarles.   Seamos caritativos, pero recordemos siempre que al dar, lo más importante es mantener el sentido de dignidad de la persona; nadie debería sentirse nunca como “un objeto de caridad”. Si supiéramos todo lo que recibimos al practicar la misericordia con los hermanos, no dejaríamos pasar ni un solo momento en que no realicemos alguna obra de misericordia.

 

Dice el Padre Rupnik sj que, lo de “vestir al desnudo” ya no es solamente dar nuestra ropa pasada de moda a Cáritas, sino que se convierte en la obra de ayudar a recuperar la intimidad y la profundidad de la persona, crear espacios, situaciones, relaciones que colaboren en la rehabilitación del que ha perdido sus rasgos más íntimos.

Vestir al desnudo exige un profundo respeto, pues no se trata de imponer mis gustos o mi visión de la vida. Se trata de acompañar a quien necesita restaurar su humanidad, lo mejor de su modo de proceder y de situarse ante la vida; es ofrecer abrigo al que siente frio para que no bajen sus defensas. Vestir al desnudo es ayudar a descubrir o redescubrir el fin para el que ha sido creado, a vivir vidas con sentido y horizonte.

Las obras de misericordia son más profundas, cuanto más se camina hacia el otro, es difícil tocar la intimidad del corazón, la tierra sagrada del otro se transforma en un espacio de encuentro y comunión de ideas, experiencias y crecimiento. Es todo un arte poder dar algo para bienestar del hermano y a eso Jesús nos invita en todo momento y lugar.

 

Sugerencias para vivir esta Obra de Misericordia:

ü  Apoya y dona a colectas realizadas por escuelas, parroquias y otras organizaciones caritativas que recogen ropa para las necesidades locales.

ü  Organiza programas para proveer de toallas y sábanas a hospitales que tengan falta de estos objetos esenciales.

ü  Actúa en solidaridad con las parroquias de hermanos en zonas devastadas por tornados, inundaciones, terremotos y huracanes, dejando a sus habitantes prácticamente sin nada.

ü  Ayuda a los vecinos que han perdido sus posesiones en fuegos, inundaciones …

 

 

 

TEXTOS GIANELLINOS

 

 “Por razones de nuestra profesión de costureras, venían a nuestro taller muchas mujeres, las cuales decían, porque eran pobres, de haber recibido de él (Gianelli) sábanas y cubre camas, y telas para hacer camastros para impedir que los chicos durmiesen juntos, y otras decían haber sido ayudadas con dinero, aun por bastante tiempo, según la necesidad. En la puerta del obispado, hacía distribuir en ciertos días harina, en otros sopa, en fin hacía grandes limosnas” (Testigo)

 

Otro testigo dice: “Sé que hacía mucha caridad a los pobres también en tiempos calamitosos, y mis abuelos, siendo viejos y enfermos y teniendo una hija muda, vivían continuamente de las ayudas del Santo Obispo, de modo que lloraron amargamente su muerte”

“Los domésticos muchas veces vieron al Obispo con las sábanas bajo su capa, que entregaba a los pobres él mismo” (Testigo)

“Una noche muy tarde, sus domésticos lo sentían temblar, y estos pensaban que estaba enfermo. Supieron después que temblaba de frío, pues había dado su frazada a un pobre” (Testigo)

 

El sacerdote Carlo Castelli recuerda que: “El Siervo de Dios (Gianelli) tenía una ilimitada confianza en la divina Providencia”

 

“… escogió y conservó un cocinero, del cual se lee que era tan piadoso y devoto como inhábil en su oficio, sobre todo porque “carecía de paladar…”,  después de la muerte del santo Prelado, el cocinero, todavía joven,  fue acogido en casa de una señora de la ciudad, más no pudo durar allí más que veinte días, pues era totalmente inadaptado a su oficio”

 

 “Los servidores fueron tratados por nuestro Prelado fraternalmente; tuvo para ellos atenciones delicadas:

les ahorró el mayor trabajo posible,

se interesó en cuanto pudo por su bienestar,

a uno enseñó personalmente los primeros rudimentos,

a otro inició y elevó hasta el sacerdocio,

de todos cuidó en particular el bien espiritual reuniéndolos, entre otras cosas, cada año en un retiro espiritual de ocho días con las oportunas instrucciones y para el perfeccionamiento de sus almas. Cosa sapientísima, aunque no siempre imitada, pero digna, sin embargo, de ser imitada”

 

ORACIÓN

 

“Señor Jesús,

que siendo rico te hiciste pobre

para enriquecernos con tu pobreza,

y fuimos revestidos de tu vida nueva,

cúbrenos con tu manto de ternura

y misericordia para que seamos

abrigo y cobijo de cuantos

necesitan ayuda y consuelo. Amén.”