“La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo” (C.I.C. 2564) y, por tanto, sostiene to-das las Obras de Misericordia.
“Orar por los vivos y los difuntos” es una obra de misericordia que tiene su fundamento en el bautismo por el que fuimos “injertados en Cristo”, y formamos parte de su Cuerpo Místico. Gracias a esta íntima unión con Él, podemos recibir los tesoros infinitos de gracia, que el Pa-dre nos da por los méritos de Jesucristo, haciéndonos sus hijos.
Si somos miembros visibles del cuerpo de Cristo, ¿no se encargará Él de atender las oracio-nes que le hacemos por aquellos que amamos?. Él es el primer interesado en nuestro bien; él conoce nuestras necesidades mucho antes de que se las manifestemos. Al ver un gesto de oración sincera por el bien de otra persona, su amor misericordioso no puede quedarse indife-rente. Pensemos en todas aquellas personas que se acercaron a Él en el Evangelio con una fe inquebrantable, seguros de su acción, en su mayoría “pecadores, pobres, marginados, en-fermos y atribulados, y a todos Jesús les manifestó su misericordia” (cf. M.V,n.8), y no salieron decepcionados.
Cuando oramos por alguien viviente, lo ponemos bajo la mirada amorosa y providente de Dios e invocamos para él una bendición que lo sostenga en el camino de la vida. Ejercitémonos en este diálogo con Dios por medio de nuestra oración por nuestros hermanos. Hagámoslo con una actitud llena de fe en la acción de Dios en favor de aquellos por quienes pedimos, para que nuestra oración sea escuchada, y la misericordia del Padre se haga presente en sus vi-das.
La Escritura habla también de la oración por los difuntos, basándose en la fe en la resu-rrección, ya que “si no hubieran esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos” (cfr 2 Mac 12,41-45). La Iglesia, ora por los difuntos en virtud de la “comunión de los santos”, y así expresa la fe de que la vida humana va más allá de la muer-te, haciéndose realidad viva la cita bíblica del Cantar de los Cantares: “el amor es más fuerte que la muerte”1.
Desde los comienzos del cristianismo y aún antes -en la tradición judía- la oración por los di-funtos ha sido una costumbre que no se ha interrumpido nunca. En tiempo de los Macabeos, los líderes del pueblo de Dios, no tenían dudas en afirmar la eficacia de las oraciones ofreci-das por los muertos para que aquellos que habían partido de ésta vida, encontraran el perdón de sus pecados y la esperanza de la vida eterna.
Hay varios pasajes en el Nuevo Testamento que apuntan a un proceso de purificación des-pués de la muerte. Un argumento nos es dado por San Pablo: "Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego." (1ª Cor. 3,11-15).
En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerlo participar de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios, si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, …”De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer su-fragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de ellos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión de la fe en la Comunión de los Santos. Así, "la Iglesia que pe-regrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofre-ció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (cfr. 2 Mac 12,46)".
Estos sufragios son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y otras expresio-nes de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias, aplicadas en favor de las almas de los difuntos.
“La tradición de la Iglesia ha exhortado siempre a orar por los difuntos. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo místico. Como reafirma el concilio Vaticano II, "la Igle-sia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, des-de los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos" (LG, 50).
La Iglesia, siempre ha recomendado la visita a los cementerios, el cuidado de las tumbas y los sufragios como testimonio de esperanza, a pesar del dolor por la separación de los propios seres queridos. La muerte no es la última palabra sobre el destino humano, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, que encuentra su plenitud en Dios.
Por esto, el Concilio subraya que "la fe, apoyada en sólidos argumentos, ofrece a todo hombre que reflexiona una respuesta a su ansiedad sobre su destino futuro, y le da al mismo tiempo la posibilidad de una comunión en Cristo con los hermanos queridos, arrebatados ya por la muerte, confiriéndoles la esperanza de que ellos han alcanzado en Dios la vida verdadera" (GS, 18).
Pedir al Señor por los muertos y, de modo especial, por las almas del purgatorio, exige de nosotros, ojos de fe vigilantes, pues ellos son los mendigos que transitan por las calles frías de nuestra indiferencia y tantas veces de nuestras distracciones diarias, con el vivo deseo de que les demos nuestra atención, y brindemos la ayuda que necesitan.
Las almas del purgatorio ya no tienen manos físicas para pedir auxilio y misericordia. Pero nuestra fe nos da la certeza que podemos seguir haciendo el bien a aquellos que amamos, y ni siquiera la barrera del sepulcro nos puede impedir manifestarles nuestro amor. Por eso diri-gimos nuestras oraciones al Padre, para que cuanto antes esas almas reciban la Gloria eter-na, el consuelo y la paz que tanto anhelan.
Los difuntos que están en el Purgatorio dependen de nuestras oraciones. Es una buena obra rezar por ellos para que sean liberados de sus penas.
Quienes recemos por las Almas del Purgatorio tendremos un gran premio en el Cielo, porque estamos ayudando a quienes no pueden hacer absolutamente nada por ellos para salir de ese estado de sufrimiento. Es una gran caridad el rezar los las Benditas Almas. Y ellas rezarán por nosotros y nos devolverán el ciento por uno, y esa obra de misericordia que practicamos para con ellas, redundará en gran beneficio nuestro y de nuestros seres queridos, porque las almas del Purgatorio protegerán a los que amamos.
Otra obra de misericordia que podemos realizar, como un acto de caridad es la oración por los moribundos. Jesús le manifestó a Santa Faustina su importancia: “Reza, cuanto puedas, por los agonizantes, suplica para ellos la confianza en Mi misericordia, porque son ellos los que más necesi-tan la confianza. Has de saber que la gracia de la salvación eterna de algunas almas en el último mo-mento, puede depender de tu oración”.
“La vida de los que creemos en ti, Señor, no termina, sino que se transforma. … Al deshacerse nuestra morada en la tierra, se nos regala una mansión en el cielo. … El pecado nos devuelve a la tierra de la que habíamos sido creados… Pero Jesús quiso entregar su vida en la Cruz, para que tuviéramos la vida eterna… Te damos gracias, Señor, porque al redimirnos por la muerte de tu Hijo, tu voluntad salvadora nos lleva a nueva vida, para que participemos de la resurrección de Cristo. … Dichosos los difuntos que
mueren en el Señor. Si vivimos, para el Señor vivimos y si morimos, morimos para el Señor. … Consué-lense unos a otros con estas palabras …”
DAR CRISTIANA SEPULTURA A LOS DIFUNTOS es un signo de nuestra esperanza en la resurrección, de nuestra fe en el Misterio Pascual de Cristo. La Obra de enterrar a los muer-tos nos hace pensar con firmeza que poseemos un futuro. Nuestra vida, en su conjunto, no se acaba en el vacío y en la nada. Con el Credo recemos: “espero la resurrección de los muer-tos y la vida del mundo futuro. Amén”.
Un testimonio relevante de la práctica de dar digna sepultura a los muertos, la ofrece el libro de Tobías: “ … hice muchas buenas obras a mis hermanos de raza: procuraba pan al hambriento y ropa al desnudo. Si veía el cadáver de uno de mi raza fuera de las murallas de Nínive, lo enterraba.” (Tob 1,16s.). Tobías incluye la obra buena de “enterrar a los muertos” después de las Obras de Misericordia de “dar de comer al hambriento” y de “vestir al desnudo”.
Jesús va a visitar a las hermanas de Lazaro (Marta y María). Lo primero que hizo fue consolar a las hermanas. Después va al sepulcro y llora y reza al Padre por su amigo. Jesús es el mo-delo de esta obra de misericordia. Sufre con los familiares, los consuela… Así pues, esta obra de misericordia va mucho más a fondo de lo que se puede pensar, y para cumplirla po-demos ver a Jesús.
Si bien lo más importante son las oraciones por los difuntos, es bueno darles una sepultura digna en la medida de las posibilidades. Los que sepultaron a Jesús, lo hicieron con dignidad, a pesar de las prisas. No hubo grandes pompas pero sí dignidad.
¿Cómo podemos vivir estas dos Obras de misericordia?
Con la oración de intercesión, muy presente en la Iglesia y muy importante desde que el Señor la fundó. Que no sea fruto de la moda del Año Jubilar de la Misericordia, sino la reali-dad cotidiana de nuestra vida cristiana.
“Rogar a Dios por los difuntos”. ¿Quién no se acuerda alguna vez de sus difuntos y le pide al Señor que los tenga muy junto a Él? ¿O quién no le pide a sus amigos que recen por sus di-funtos? En nuestra oración diaria seguro que lo hacemos. No queda ahí la cosa, en la Euca-ristía expresamente, antes del “por Cristo, con Él y en Él”, se tiene un recuerdo especial y ca-riñoso por aquellos «que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (Plegaria Eucarística I).
Orar siempre, hasta por whatsapp Por otro lado, oramos todos los días por los vivos. No solamente en la Eucaristía, en la que, después de la consagración, recordamos a todos los vivos, creyentes y no creyentes; también fuera de ella, en la vida cotidiana. En la era de las tecnologías y de las redes sociales, todos formamos parte de algún grupo de whatsapp en el que compartimos la fe y pedimos a los demás que recemos los unos por los otros, por nues-tras inquietudes, nuestros problemas y nuestras alegrías.
Dios de misericordia y de amor, ponemos en tus manos amorosas a nuestros hermanos. En esta vida Tú les demostraste tu gran amor; y ahora que ya están libres de toda preocupación, concédeles la felicidad y la paz eterna. Su vida terrena ha terminado ya; recíbelos ahora en el paraíso, en donde ya no habrá dolores, ni lágrimas ni penas, sino únicamente paz y alegría con Jesús, tu Hijo, y con el Espíritu Santo para siempre. Amén
“Con esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos a María, que vivió al pie de la cruz el drama de la muerte de Cristo y después participó del gozo de su resurrección. Que ella, Puerta del cielo, nos ayude a comprender cada vez más el valor de la oración de sufragio por nuestros amados difuntos, nos sostenga en la peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a tener siempre presente la meta últi-ma de la vida, que es el paraíso. (L'Osservatore Romano - 7 de noviembre de 1997)
Dice la Liturgia: "dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz eterna"
Y san Agustín dijo:"Una lágrima se evapora, una flor se marchita, sólo la oración llega al trono de Dios"
“La memoria de los difuntos es muy sentida, pero deberíamos preguntarnos: ¿la vivimos de forma cris-tiana? ¿Se basa sobre la fe en un Cristo muerto y resucitado? ¿O en una mezcla de creencia y de miedo que poco tiene que ver con el Evangelio? ”
“Ayuden a las almas con ejemplos de piedad, caridad, modestia y devoción a preparar las almas para darse a Dios, y al mismo tiempo, a todos los pobres moribundos a tener una buena muerte”2
“Practiquen ejercicios devotos como visitas a los enfermos, a los muertos, la Adoración al Santísimo Sacramento…”3
“Visiten las enfermas del Hospital y las mujeres privadas de la libertad, recen a Santa Catalina de Gé-nova y a San Camilo de Lelis, para que ellos les obtengan de Dios el espíritu de caridad…”4
“Ayuden a las almas con ejemplos de piedad, caridad, modestia y devoción a preparar las almas para darse a Dios, y al mismo tiempo, a todos los pobres moribundos a tener una buena muerte”5
“Practiquen ejercicios devotos como visitas a los enfermos, a los muertos, la Adoración al Santísimo Sacramento…”6
“Visiten las enfermas del Hospital y las mujeres privadas de la libertad, recen a Santa Catalina de Gé-nova y a San Camilo de Lelis, para que ellos les obtengan de Dios el espíritu de caridad…”7
“… cantadas las oraciones de costumbre y hecho un breve sermón, se procederá a la Bendición del Ce-menterio, en caso de que no esté muy distante, y se cerrará con la Bendición del Santísimo” (CP, 34)
“Si se hace algún uso de las sepulturas de la Iglesia; si están todas bien cerradas y cuál está reservada para el entierro del Párroco u otros que tengan derecho.
Si el Cementerio es digno, está bien cerrado, y si tiene puerta con cerradura y quién tiene la llave; quién ha cedido el terreno para hacerlo y si ha sido recompensado; si ha sido bendecido, por quién y con qué facultad.
Si en medio del Cementerio está la Cruz; si se han hecho las divisiones señaladas por los Reglamentos y los Cánones.
Si hay Féretro o Andas; quién las lleva y dónde se guardan.
Cómo se atiende a los Difuntos; si se tienen sin sepultar durante veinticuatro horas y dónde, y cómo, si se suelen hacer sufragios y cuáles; si el Párroco u otro Sacerdote los acompaña al Cementerio y cómo se los lleva allí; si también se acompaña a los pobres” (CP, 37)
“Cuando murieren asistirán a las oraciones que por ellos hiciere el Sacerdote, y cuidarán que los cadá-veres sean vestidos con decencia y manejados con respeto, y que tengan cristiana sepultura”8
El PAPA FRANCISCO hablando de la “comunión de los santos”, dijo: “somos una gran familia, donde todos los miembros se ayudan y se sostienen entre sí. La “comunión de los santos”, gracias a la Resu-rrección de Cristo, establece un vínculo profundo e indisoluble entre los que peregrinan en la tierra, las almas del Purgatorio y los que gozan de la bienaventuranza celeste, “que se da especialmente en la oración de intercesión que es la más alta forma de solidaridad, …”