24º DOMINGO DURANTE EL AÑO ‘L’
Con el evangelio de hoy se pone punto final al discurso eclesiológico del Evangelio de Mateo, y nos enseña a todos los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo.
La parábola del "siervo despiadado" es una genuina parábola de Jesús, acomodada por la teología de Mateo, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los cristianos, que el perdón no tiene medida.
El perdón cuantitativo (cantidad), es como una miseria; el perdón cualitativo (cualidad), infinito, rompe todos los cantos de venganza, como el de Lamec (Gn 4,24).
Setenta veces siete es un elemento enfático para decir que no hay que contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego, no lo hace con nosotros.
Ven Espíritu de amor.
Ayúdanos a comprender lo que significa
leer la palabra del Padre.
Haznos comprender que allí está la verdad, que es Jesús.
Ilumínanos para poder entender y practicar el evangelio
que es vida para el que la cumple.
Amén
CONTEXTO
La parábola de la que se sirve Jesús para enseñar la necesidad de perdonar y de reconciliar une parábola y alegoría. Cuando Jesús habla del Rey que quiere ajustar las cuentas con sus siervos, piensa ya en Dios que perdona todo. Cuando habla de la deuda del siervo perdonado por el Rey, piensa en la deuda inmensa que tenemos delante de Dios, que nos perdona siem-pre. Cuando habla de la conducta del siervo perdonado que no quiere perdonar, piensa en nosotros, perdonados por Dios, que no queremos perdonar a nuestros hermanos.
El escenario es un espacio real, en el que el rey pide que se le rindan cuentas. Un siervo le debe mucho, una cantidad considerablemente alta, es una deuda inmensa. Y nos habla un soberano que se mueve a compasión, son un inmenso amor visceral. Nos muestra asi que el amor de Dios por el hombre es infinito. Dios no tiene cuenta de los pecados que cometemos, porque Dios es amor y solo amor. Con el número diez mil, nos quiere mostrar la bondad de Dios.
TEXTO BIBLICO: Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y les propuso esta parábola: el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: "Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré." Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: "Paga lo que debes." Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: "Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré." Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía.
Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano”.
¡PERDONAR SETENTA VECES SIETE
Jesús había hablado de la importancia del perdón y sobre la necesidad de saber acoger a los hermanos para ayudarlos a reconciliarse con la comunidad.
Ante estas palabras de Jesús, Pedro pregunta: “¿Cuántas veces tengo que perdonar a los herma-nos que pecan contra mí? ¿Hasta setenta veces siete? ”
El número siete indica una perfección. En este caso, era sinónimo de siempre. Jesús va más lejos de la propuesta de Pedro. Elimina todo y cualquier límite posible para el perdón: "No te digo siete, sino setenta veces siete.” O sea, ¡setenta veces siempre! Pues no hay proporción en-tre el perdón que recibimos de Dios y el perdón que debemos ofrecer a los hermanos, como nos enseña la parábola del “perdón sin límites”.
En las comunidades cristianas de Mateo, algunos llevaba dentro de la convivencia, los mismos criterios de la sinagoga. Además de esto, hacia finales del siglo primero, en las comunidades cristianas comenzaban a aparecer las mismas divisiones que existían en la sociedad entre rico y pobre. En vez de ser la comunidad un espacio de acogida, corría el riesgo de volverse un lugar de condena y de conflictos. Mateo quiere iluminar las comunidades, para que sean un espacio alternativo de solidaridad y de fraternidad. Deben ser una Buena Nueva para los pobres.
Reflexionando sobre la calidad humana que suponía vivir así, “Pedro se acercó a Jesús y le pre-guntó: si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?”
No se trataba de limitar el ejercicio de un amor que se abre al perdón, sino de comprender la novedad de la propuesta de Jesús. Es en la capacidad de perdón que se juega la edificación o la destrucción de la comunidad.
Al proponer Jesús su novedad en un asunto tan cotidiano como el perdón, les… propone una ley que nace de la abundancia del amor, capaz de provocar el estupor: “no te digo hasta siete veces –que era ya mucho en la simbología numérica hebrea–, sino hasta setenta veces siete”, es decir, siempre.
Jesús propone una modalidad extrema de perdón, como extremado fue también su mismo amor. A la pregunta inicial de Pedro: “¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?”, el Señor responderá: tantas como Dios te ha perdonado a ti, es decir, siempre.
Los que andan midiendo los perdones, los que “perdonan pero no olvidan”…, no entenderán la propuesta de Jesús: perdonar así como somos perdonados”(así rezamos en el Padrenuestro), tratar a los otros tal como Dios nos trata siempre.
Por eso, la gran pregunta no es saber hasta dónde puede llegar nuestra generosidad perdonadora, sino cuánta experiencia tenemos de haber sido perdonados por el Señor.
REFLEXIÓN: Cómo reflejo en mi vida lo que me dice Dios en el texto?
«No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre los miembros de su grupo o comunidad.
¿Por qué es tan difícil perdonar?
¿Por qué buscamos la venganza?
En nuestra comunidad, ¿existe un espacio para la reconciliación? ¿De qué manera?
Con estas preguntas hechas por el Papa Francisco, interioricemos un poco más nuestra re-flexión sobre este tema del perdón.
Preguntémonos:
¿es realmente cierto que en diversas situaciones y circunstancias de la vida tenemos en nosotros los mismos sentimientos de Jesús?
¿Es verdad que sentimos como Él lo hace?
Por ejemplo, cuando sufrimos algún mal o alguna ofensa,
¿logramos reaccionar sin animosidad y perdonar de corazón a los que piden disculpas?
Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Hombres y mujeres que estén dispuestos a per-donar como Él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y gran-deza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Jesús.
ACCIÓN: a que me comprometo?
El Señor nos invita a perdonar siempre, a perdonar sin condiciones y dejar todo en sus manos. Nos invita a actuar y perdonar como Él lo hizo: “… Padre, perdónalos…”
Contemplemos desde la experiencia del dolor, de la distancia motivada por el pecado hacia Dios y los hermanos, como Dios sale cada día a nuestro encuentro, en tu búsqueda para perdonarte, para abrazarte y darte su perdón antes de que tú se lo pidas.
Pidamos perdón al Señor, sobre todo en el sacramento de la reconciliación. Agradez-camos al Padre el perdón que nos da gratuitamente. Sintamos que Él nos perdona del todo y sin condiciones, “hasta setenta veces siete”
OREMOS CON ESTA ORACIÓN:
Te bendecimos oh Dios, que eres nuestro Padre, revestido de benevolencia!
Nos crea y nos recrea en cada instante, nos envuelve en su mirada cariñosa.
El ser humano es como flor del campo, pero Dios lo colma de gracia y de ternura;
está de paso por la tierra, pero Dios lo colma de gracia y de ternura..
Por eso no tememos el paso de los años, ni nos preocupa el cansancio, la vejez,
ni el deterioro, porque Él renueva nuestra juventud y nos da alas de águila.
Ni siquiera nos angustian nuestros fallos y pecados, porque Él perdona nuestras culpas
y cura todas nuestras dolencias.
Somos de barro, pero el Padre conoce nuestra masa y siente ternura por sus hijos.
Por eso bendecimos al Señor y le damos gracias porque es compasivo y misericordioso.
Pasan los años, siglos y milenios, pero su misericordia no pasa ni se agota, se renueva
y desborda con el tiempo.
Padre bueno y misericordioso, te alabo por el amor que nos has revelado en Cristo, tu Hijo. Tú, Señor, siempre misericordioso, llamas a todos a ser misericordia.
Ayúdanos a reconocernos cada día necesitado de tu perdón, de tu compasión,
de tu amor y de la comprensión de nuestros hermanos. Amén