LECTIO 10º DOMINGO DURANTE EL AÑO 10 de junio

10º DOMINGO DURANTE EL AÑO            10 de junio

 

 

Ante Jesús nadie puede permanecer indiferente o neutral, o se lo acepta y se lo sigue radicalmente, o simplemente se lo rechaza.

El evangelio de hoy nos presenta como los fariseos, envidiosos por el poder y el prestigio que Jesús tenía entre la gente, ya no sabían qué hacer para desacreditarlo; entonces se les ocurre decir que Jesús hacía prodigios porque tenía el poder de Satanás, y que expulsaba demonios con el mismo poder. Jesús responde que Satanás no puede expulsar a sus propios discípulos. Porque si en un reino hay divisiones ese reino se viene abajo.

Jesús provocaba admiración en la gente no sólo por sus palabras, sino también por sus prodigios, porque su presencia sanaba, liberaba, restablecía a los seres humanos enfermos y dominados por todo tipo de males.

El poder de Dios hace el bien, las fuerzas del mal sólo destruyen y enferman al hombre.

Por eso seguirlo a Jesús es apostar siempre por el bien. Seguirlo a Jesús es apostar por un mundo mejor, ilusionarse con el Reino de los Cielos.

 

ORACIÓN

 

Por tu bondad, Señor y Hermano Jesús:

Concédenos escuchar tu Palabra

con el corazón abierto y con nuestro ser entero orientado a Ti.

Haz que nos sea: luz en el caminar de nuestra vida,

fortaleza en la lucha diaria, nuestro gozo en

los sinsabores de nuestra existencia.

 

Ven, Espíritu Santo, acompáñame en esta aventura

y que se renueve la cara de mi vida, ante el espejo de tu Palabra.

Agua, fuego, viento, luz. Ven, Espíritu Santo. Amén.

 

 

LECTURA: ¿Qué dice el texto? Atiende todos los detalles posibles. Imagina la escena. Destaca

todos los elementos que llaman la atención o te son muy significativos. Disfruta de la lectura atenta.

 

¿Quién es Jesús? Ésta es la pregunta que centra el relato de este domingo. Unos lo niegan. No se abren a la presencia de Dios en Jesús. Y le califican de endemoniado. Los parientes le tienen por loco. Pero, también se presenta María, la Madre, con sus parientes, los adictos a Jesús, que forman parte de su familia espiritual porque escuchan y cumplen la Palabra.

 

Lectura: Marcos 3,20-35

En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y de nuevo se reunió tanta gente que no podían ni comer. Sus parientes, al enterarse, fueron para llevárselo, pues decían que estaba trastornado. Los maestros de la Ley que habían bajado de Jerusalén decían: -Tiene dentro a Belzebú. Y añadían: -Con el poder del príncipe de los demonios expulsa a los demonios. Jesús los llamó y les propuso estas comparaciones: -¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no puede subsistir. Si Satanás se ha rebelado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, sino que está llegando a su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear su ajuar si primero no ata al fuerte; sólo entonces podrá saquear su casa. Os aseguro que todo se les podrá perdonar a los hombres, los pecados y cualquier blasfemia que digan, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno. Decía esto porque le acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo. Llegaron su madre y sus hermanos y, desde fuera, le mandaron llamar. La gente estaba sentada a su alrededor, y le dijeron: -¡Oye! Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. Jesús les respondió: -¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando entonces a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

 

Cristo, ¿quién eres? El evangelio cuenta la vida de Jesús como una lucha continua contra el mal que tiende a dominar al hombre. El «Hijo del hombre» se encuentra frente a frente con el poder destructor del mal, al que contrapone la promesa y la experiencia del Reino de Dios, que ha llegado a nosotros con él. El motivo central del evangelio de hoy es, precisamente, la pregunta sobre quién es Jesús para el hombre.

 

La primera parte del texto se concentra en la negación de los que se oponen a reconocer en Jesús la presencia de Dios. La acusación de ser un «endemoniado» («Con el poder del príncipe de los demonios expulsa a los demonios »: v. 22) provoca una respuesta reveladora por parte de Jesús: el poder del mal está en dividir, en disgregar, mientras que toda la vida y las acciones de Jesús manifiestan la fuerza sanadora de Dios. Jesús revela esta «verdad» religiosa -dice el texto- «en parábolas», o sea, a través de gestos y signos confiados a la libre acogida, a una decisión a favor o en contra de él. Ésa es la razón de que la acogida o el rechazo de Jesús resulten determinantes para la lucha contra el poder del mal sobre los hombres. Éste es asimismo el sentido de esta enigmática afirmación del evangelio: «Os aseguro que todo se les podrá perdonar a los hombres, los pecados y cualquier blasfemia que digan, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno».

        El rechazo a ver en Jesús el signo de Dios presente entre nosotros constituye asimismo la clave de la respuesta a la pregunta con la que termina el evangelio de hoy: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Mirando a los que estaban junto a él, Jesús respondió de una manera espontánea y provocadora al mismo tiempo: «El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

 

MEDITACIÓN: ¿Qué me dice Dios a través del texto? Atiende a tu interior. A las mociones (movimientos) y emociones que sientes. ¿Algún aspecto te parece dirigido por Dios a tu persona, a tu situación, a alguna de tus dimensiones?

 

¿Es posible esperar una victoria sobre el mal? ¿Es posible, sobre todo, esperar una victoria sobre el inmenso sufrimiento causado por los hombres con sus acciones injustas? El cristiano da una respuesta positiva a estas preguntas, y no porque disponga de respuestas «racionales » al problema del mal -que es y sigue siendo algo carente de sentido- o de recetas fáciles para eliminarlo, sino porque puede referirse como modelo a Cristo y a su respuesta: sólo es posible vencer al mal contraponiéndole el bien. Dicho con otras palabras: el poder destructor del mal puede ser vencido sustituyéndolo por el «Reino de Dios». Quien en Jesús y a través de Jesús haya reconocido en acción la fuerza del amor de Dios a los hombres será también capaz de disponer de ánimo abierto, de sentir pasión por el hombre y de realizar obras -tal vez pequeñas en apariencia- que dejan entrever, no obstante, la posibilidad de una tierra más justa.

        El anuncio del Reino de Dios, que implica una conversión por parte del hombre, hace aflorar toda la dimensión interpersonal de la vida cristiana: hoy se usa con frecuencia la palabra reconciliación, y, en efecto, ésta es la realidad misteriosa que constituye la Iglesia. La historia de los hombres se presenta por doquier como historia de rupturas, de clausuras, como negación de la comunión y, por ende, como ausencia de salvación. Y en su esfuerzo por encontrar sentido a su propia vida, cada uno de nosotros se debate con esta tentación, y las relaciones que construye están marcadas frecuentemente por el odio, por la violencia, por las divisiones.

 

        Ahora bien, referirse a Jesús de Nazaret como «salvador», como alguien que revela el sentido último de la vida humana, implica que el hombre creyente encuentre en él la fuerza para salir de este misterio del mal. Muchos textos del Nuevo Testamento presentan a Jesús como alguien que ha sido invitado por Dios para reconciliar, para establecer la paz. Aceptar a Jesús en nuestra propia vida (eso es, en definitiva, lo que quiere decir creer) significa asimismo aceptar su acción reconciliadora: así se convierte Jesús no sólo en palabra reveladora de sentido, sino en Dios con nosotros, que une a los hombres entre ellos y con el Padre.

 

ORACIÓN: ¿Qué le dices a Dios gracias a este texto? ¿Qué te mueve a decirle? ¿Peticiones, alabanza, acción de gracias, perdón, ayuda, entusiasmo, compromiso? Habla con Dios…

 

        Desde lo hondo gritamos a ti, oh Padre: escucha nuestra voz. Si consideras nuestras culpas, ¿quién podrá esperar la salvación? No nos escondas tu rostro, sino manifiéstanos tu misericordia.

        Líbranos del egoísmo, del odio y de la violencia. Haz que nuestro corazón no se endurezca, sino que se abra a la palabra liberadora y a la acción reconciliadora de tu Cristo. Haz que él venga entre nosotros como el agua que lava y apaga la sed, que purifica y da vida.

        Danos tu Espíritu, que renueva la faz de la tierra: que haga de nosotros personas libres y capaces de liberar a los otros, que reavive en nosotros el recuerdo de tu amor perenne, a fin de que alimente nuestra fe y nuestra esperanza, hasta el día en que podamos verte en tu gloria.

 

CONTEMPLA: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras?

 

A ti mismo, que te olvidas con frecuencia de que Dios te ama, vive dentro de ti y te anima siempre a caminar en sus sendas.

A Jesús, que te invita a pertenecer a su familia espiritual, para vivir de acuerdo a la voluntad del Padre.

 

ACCION: ¿Cómo hacer efectiva esta enseñanza?

 

Reflexiono si mi vida está de acuerdo a la amistad que siempre me ofrece el Padre Dios.

Yo confío siempre en ti, Jesús, y quiero ser de tus íntimos, de tu familia.

 

 Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «El Señor es mi roca y mi fortaleza, mi libertador» (cf. Sal 18,3).