LOS SIGNOS DEL ADVIENTO


El Adviento es la preparación para la solemnidad de Navidad. Y esta preparación interior, pide también una preparación externa para que vivamos mejor este tiempo litúrgico. Podríamos considera muchos signos que nos ayudarían a vivir el adviento, tales como:

      LA AUSTERIDAD LITÚRGICA: sabemos que el Adviento no es un tiempo penitencial como la Cuaresma, sino que es un tiempo de preparación y espera gozosa.

      El color morado de los ornamentos, que es un color más apagado en contraste al color blanco y claro que tendremos por Navidad.

      NO CANTAMOS EL GLORIA en la liturgia, que es el himno de los ángeles en Belén y que cantaremos solemnemente la noche de Navidad; si bien cantamos el aleluya.

      LOS CANTOS DE ADVIENTO, que sólo se cantan en este tiempo y que nos ayudan a tomar  consciencia que estamos en el Adviento.

 

      LOS DOS SIGNOS MÁS SIGNIFICATIVOS SON:

 

ü  LA CORONA DE ADVIENTO y

ü  LA PREPARACIÓN DEL BELÉN (pesebre)

 

La CORONA DE ADVIENTO es una costumbre que nos ha venido de los países nórdicos de Europa y que ha enraizado mucho entre nosotros.

 

Consiste en una corona de forma circular: (eternidad y perfección del amor de Dios sin principio ni fin), de ramas verdes (esperanza y vida), situada en un lugar visible y digno, y en la que se colocan cuatro velas vistosas, por los cuatro domingos de Adviento.  (3 velas  moradas: deseo de conversión -1 vela rosa: mezcla de morado y blanco (cercanía de la Navidad). Una vela en el centro, blanca: luz de Jesús (se enciende el día de Navidad).

 

      Cada domingo se enciende una vela hasta llegar a las cuatro velas encendidas el domingo cuarto de Adviento, y se acompaña con una oración o un canto. Es un signo que podemos hacer tanto en la Iglesia como en casa.

 

 

EL BELÉN O PESEBRE

 

Jesús, al nacer, fue colocado  en un pesebre, cuya representación preparamos en nuestras casas, colegios y plazas para mostrar, con sencillez, el acontecimiento del nacimiento de Jesús.

Esta tradición de la representación del Belén o Pesebre fue iniciada  por San Francisco de Asís, quien quiso, contemplar con sus ojos a aquel niño que nació en Belén entre los animales.

El pesebre nos conmueve, porque manifiesta la ternura de Dios, aquel don de la vida “siempre misterioso para nosotros, que nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida”[1].

Con el pesebre nos imaginamos los hechos, la historia, y nos implicamos en ella. El Belén (pesebre). nos invita a sentir y a tocar el misterio de la Encarnación y, por sobre todo, a asimilar la pobreza con la que el Hijo de Dios decide realizar su Encarnación.

 

Los signos que en el pesebre apreciamos son, por ejemplo:

 

  • La noche oscura, que representa la oscuridad de nuestras vidas y cómo Dios brilla, en algún momento, aunque sean las noches más tristes y obscuras, de la misma manera que el Hijo de Dios brilló en la noche oscura de Belén.

 

  • Las ovejas y los pastores nos muestran cómo la salvación ha sido entregada, en primer lugar, a los más pobres entre los pobres, de una manera sencilla y humilde, siendo aquellos los primeros en llegar a adorar a Jesús.

 

  • La estrella, es un signo de que Dios mueve todo aquello que ha creado y nos invita a ponernos en camino.

 

  • Los reyes magos, por su parte, nos muestran que, así como los humildes fueron a adorar al Hijo de David, los sabios y ricos también dejan de lado aquello que les incomoda, para arrodillarse humildemente ante un Niño pobre y así reconocerlo como el Hijo de Dios.

 

LOS TRES PERSONAJES PRINCIPALES SON MARÍA, JOSÉ Y JESÚS, aquellos padres en el Belén que están orientados hacia el Niño Dios, dándonos un mensaje claro que la atención debe estar puesta en la centralidad de Cristo.

No es María quien se muestra, sino que, al igual que lo hará el resto de su vida, mostrará a Cristo a los demás. San José por su parte, se muestra con actitud de protección hacia su familia, demostrando que ha hecho la voluntad de Dios.

Jesús, nos muestra en el pesebre cómo Dios  se ha escondido en la debilidad y en la fragilidad de un niño que nace entre animales.

 

Pongámonos en camino y vayamos a Belén y miremos en aquel pesebre, a Dios que se ha hecho hombre para la salvación de toda la humanidad.

 

 

 

 

 



[1] PapaFrancisco, Admirabile signum, 2019