22º semana del tiempo ordinario
Septiembre INTENCIÓN DEL SANTO PADRE
Para que los políticos, los economistas y los científicos trabajen juntos por la protec-ción de los mares y de los océanos.
Lunes 2 de setiembre
Lucas 4,16-30 “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.”
Cuando Jesús explicaba el pasaje de Isaías que leemos en el Evangelio de hoy, todos los presentes en la sinagoga de Nazaret tenían los ojos fijos en Él. Ya se hablaba mucho de lo que Jesús hacía y decía en toda Galilea, y los nazarenos tenían ahora la ocasión de verlo y escucharlo en persona. Sin duda era sorprendente para ellos ver que uno de sus propios ve-cinos, se comportara de esa manera y diera a entender que hablaba de parte de Dios.
En este punto, la Escritura dice que todos hablaban bien de él, cosa que no es lo mismo que creer en él. Se preguntaban cómo pudo el hijo de José haber adquirido tal conocimiento. Ad-virtiéndolo, el Señor continuó diciendo que sabía que no lo aceptarían, tal como los profetas Elías y Eliseo habían sido rechazados por su pueblo. Esta fue la gota que colmó el vaso: la gente se enfureció, empujaron a Jesús y lo sacaron de la población. Los vecinos creían co-nocer a Jesús, pero finalmente no pudieron aceptar sus declaraciones acerca de sí mismo ni el desafío que les planteaban sus palabras. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga com-prender claramente todo lo que Jesús enseñó, sabiendo que sus caminos son los mejores para nosotros.
“Señor, perdónanos por buscar excusas para eludir tus mandamientos y no decidirnos del todo a ponerlos en práctica. Concédenos tu fuerza, Señor, para librarnos de los hábitos de pecado.”
Martes 3 de setiembre San Gregorio Magno Papa y Doctor de la Iglesia (MO)
Lucas 4,31-37: “Todos admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios.”
San Lucas nos cuenta hoy que, cuando Jesús liberó al joven endemoniado, todos se queda-ron maravillados y se preguntaban: “¿Qué tendrá su palabra? Porque da órdenes con autori-dad y fuerza a los espíritus inmundos y éstos se salen”. Jesús demostraba la autoridad de sus palabras con obras extraordinarias y la gente se quedaba asombrada.
Las acciones son tan elocuentes hoy como lo fueron en tiempos de Jesús. Es más posible que la gente crea que Dios es bondadoso cuando vea el efecto que su amor y su poder tienen en la vida de las personas. Dios nos ha puesto en el mundo para ser sus embajadores y llevar la buena noticia de Cristo al mundo. Todos tenemos la posibilidad de influir en los demás por la forma en que vivimos. Con la ayuda del Señor, dispongámonos a perdonar, compartir con los pobres y actuar con amor y serenidad en las pruebas y dificultades.
“Cristo Jesús, Señor y Dios mío, gracias por el don de tu Espíritu, que me enseña y me prepara para irradiar tu luz en este mundo. Cada día haz que me asemeje más a ti, para que el mundo crea que realmente viniste a salvarnos y darnos la vida eterna.”
Miércoles 4 de setiembre
Lucas 4,38-44 Imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades.
Jesús ofrece la salud a todos los presentes: la suegra de Simón, los enfermos y los posesos. En su gesto de ayuda se manifiesta la verdad de la presencia del Espíritu, que viene a trans-formar el mundo. Su poder no es destructivo, sino generador de una vida verdadera; su juicio no es condenatorio, sino ofrenda de misericordia que libra a todos los que han vivido oprimidos por las fuerzas del maligno. La presencia salvadora de Dios comienza a realizarse de una forma decidida sobre el mundo. Los demonios saben quién es Cristo y pretenden anular su obra, pero él no los deja hablar y los expulsa sin detenerse a discutir sus pretensiones. Jesús no se detiene a dialogar; él sabe que todo lo que esclaviza y destruye al hombre es perverso y él lo vence. La obra liberadora de Jesús suscita una reacción egoísta entre algunos que quieren utilizarlo como un simple curandero. Por eso vienen a buscarlo. A veces nuestra relación con Jesús se mueve en ese plano: lo aceptamos simplemente en la medida en que nos ayuda a resolver nuestros problemas y no elevamos la mirada para darnos cuenta que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a él.
Pero la respuesta de Jesús es clara: también hay que anunciar el Reino en otros pueblos, vale decir, no se va a quedar allí donde nosotros queremos tenerlo. El Evangelio es un don inefable que enriquece la existencia humana; pero es un regalo que nos abre sin cesar hacia el prójimo.
“Amado Señor Jesús, líbranos de todo mal y ayúdanos a ser instrumento de reconciliación y misericordia para nuestros semejantes.”
Jueves 5 de setiembre Primer jueves Rezamos por las vocaciones en la Iglesia
Lucas 5,1-11 Lleva la barca mar adentro.
En el Evangelio de hoy vemos que el Señor le dice a Pedro que salga mar adentro y eche las redes. Pedro protesta: “¡Maestro, hemos trabajado toda la noche!” Pero, para bendición del pescador, y porque algo le decía que Jesús no era un hombre común, Pedro tiene un destello de humildad y acepta la recomendación. Y ¿cuál fue el resultado? La pesca fue tan grande que casi se rompían las redes. El Señor sabe lo que hace y él conoce todas las cosas. No hay obstáculos para el Señor, porque con él todo es posible.
Pedro era un sencillo pescador del Lago. Esa era toda su vida: salir a pescar y proveer para su familia vendiendo el pescado. Todos los días lo mismo. Jamás se iba a imaginar que, después de hacerse discípulo de Cristo y de abandonar las redes, su vida iba a cambiar tan radi-calmente. Al cabo de algunos años, y una vez nombrado jefe de los apóstoles, llegó a Roma. El Señor le dijo a Pedro que “saliera mar adentro”, es decir, que se atreviera a salir de su re-ducto donde vivía en Cafarnaúm y se fuera a Roma. Jamás pudo haber soñado Pedro que un día sería capaz de esto. Pero con la fuerza del Espíritu Santo que el Señor le impartió en Pentecostés, pudo llevar el nombre de Jesucristo al mundo secular a costa incluso de su pro-pia vida. “Señor Jesús, aquí estamos, dispuestos a servirte en lo que tú nos mandes.”
Viernes 6 de setiembre Primer viernes
Lucas 5,33-39 “El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres. Y nadie, acabando de beber un vino añejo, acepta uno nuevo, pues dice: ‘El añejo es mejor’”.
El seguimiento de Cristo no debe afrontarse con ánimo “viejo”, como si de una obligación pe-sada y fastidiosa se tratara, sino con el espíritu nuevo de quien lo ha encontrado todo en Jesús, como quien ha descubierto en Él todo el sentido de la vida. Hemos de recibir nuestra fe como ese vino nuevo. Esa conversión a la que el Señor nos llama no es simplemente ayuno y penitencia. Convertirse es hacer que el corazón, que hasta el momento amaba, pensaba o se decidía por unos valores, por unos principios, unos criterios, empiece ahora a optar por Jesucristo como primer principio, criterio y modelo. Esto es lo que busca el Señor de cada uno de nosotros, que seamos capaces de entregarnos desde nuestro interior, de abrirnos, de ofrecernos a Dios, de no permitir que haya nada que todavía no le pertenezca. Vivir nuestro cristianismo con ese espíritu “nuevo” es volverse a Dios como Aquel que se nos da totalmente en infinito amor y como Aquél al cual hemos de darnos también en amor total.
Los odres viejos y nuevos nos hablan de que la vivencia de la fe cristiana no se afronta con un espíritu “viejo”, como si fuera un quehacer pesado o fastidioso, sino con un espíritu “nuevo”, de quien ha encontrado con Cristo, el sentido de la vida.
Sábado 7 de setiembre Primer sábado
Lucas 6,1-5 “El Hijo del hombre también es dueño del sábado”.
Los fariseos constantemente buscaban en qué podrían encontrar algo, para acusar a Jesús, y tener motivo para detenerlo. El Evangelio de hoy nos enseña que sean cuales fueren las normas externas, la conducta del hombre depende de su propia conciencia, y que la concien-cia es buena, recta y pura si está inspirada en la verdad y en el bien. Cuántas dificultades nos ahorraríamos si hiciéramos caso a nuestra conciencia, si fuéramos más reflexivos, si basára-mos nuestras decisiones en la ley que Dios puso en nuestro corazón. Es a través de la con-ciencia que el Señor nos habla y desde ella sabemos y distinguimos el bien del mal. Las leyes humanas se pueden equivocar cuando los hombres no contemplan como prioridad la Ley de Dios y absolutizan los criterios humanos que a veces como hoy nos dice el Evangelio, se manejan con error y falsedad. A veces actuamos como los fariseos, buscando en nuestro hermano los errores y no darnos cuenta de los nuestros. Esta actitud es propia de quien vive pendiente de la opinión de los demás. Hay que ser cautelosos y cuidarnos de no caer en estas actitudes, que ignoran la coherencia de vida, la integridad humana y nos apartan de la verdad de Dios. Para contrarrestar esto, nada mejor que una vida de oración profunda en la que reflexionemos de cara a Dios, sobre nuestro actuar de cada día.
Domingo 8 de setiembre (23º durante el año) Jornada de la Vida Consagrada
Lucas 14,25-33 “El que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”.
El Señor se encaminaba hacia Jerusalén, dispuesto a entregar su vida en el Calvario, e invi-taba a sus discípulos a cargar, como él, la cruz. En efecto, cada discípulo ha de imitar al Señor en sus sufrimientos y en su muerte en el transcurso de su vida; ha de tener un grado de entrega que sea capaz de soportar el rechazo, incluso de sus propios familiares. El verdadero discípulo no puede optar por un amor tibio, una “conversión a medias”, que no esté fundado en la entrega total a Cristo ni dispuesto a sufrir adversidad y rechazo por llevar a cabo la voluntad de Dios.
Para poner a Jesús primero en nuestras relaciones y valorarlo más que a nuestras cosas, se necesita la sabiduría que proviene de Dios. La sabiduría que encontramos en la Sagrada Es-critura nos hace reconocer humildemente que para seguir a Cristo y poder discernir la volun-tad del Señor, necesitamos la poderosa acción santificadora y la sabiduría del Espíritu Santo. Esta sabiduría nos libera del razonamiento terrenal y de la inutilidad de dejarse llevar por la corriente de nuestros intereses. Es preciso ver el mundo a la luz de la eternidad y orar.
Si queremos ser discípulos, hemos de estar dispuestos a aceptar el riesgo, el costo y la res-ponsabilidad que ello supone. Incluso al aceptar el costo debemos confiar que Dios nos forta-lecerá. Recordemos que si somos fieles, Dios nos concederá la corona de la vida.
“Señor mío Jesucristo, yo quiero cargar la cruz que me toque, pero dame fuerzas, te lo ruego.”