4ª semana de adviento
Lunes 20 de diciembre
Lucas 1,26-38: María dice su "sí" a Dios y se convierte en Madre de Jesús
María es una joven como todas y vive la vida ordinaria de su aldea. Pero sobre ella se posa la mirada del Señor, pues es elegida para ser la Madre de Jesús. Un día el ángel entra en su casa, y ella escucha sus palabras. Y son palabras tan importantes, que María se turba al escucharlas. La palabra de Dios no deja nunca indiferente. María, consciente de su propia debilidad, dice su "sí" al evangelio, lo recibe en su corazón. Desde ese día cambia la historia del mundo; han pasado más de dos mil años desde el momento en que "la Palabra se hizo carne". Con su "sí" María se convirtió en la primera de los creyentes, en la primera que acoge con el corazón la palabra de Dios, que se convierte en carne de su carne. María está delante de nosotros y continúa enseñándonos el camino de la fe, que consiste en la escucha del evangelio. Junto a María, también nosotros podemos responder al ángel: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.
Martes 21 de diciembre
Lucas 1,39-45 La joven María visita a la anciana Isabel.
Luego de enterarse por el ángel de que Isabel estaba afrontando una maternidad difícil, María corre rápidamente hacia ella. Va sin demora, dice Lucas. El evangelio siempre nos hace apurar, impulsa a salir de las propias costumbres, de las propias preocupaciones y de los propios pensamientos. ¡Cuántos pensamientos tiene María en esos momentos, ya que la palabra de Dios le ha alterado completamente la vida!
El evangelio nos hace levantarnos y nos impulsa a salir de nuestras casas y de nuestras preocupaciones, para ir al encuentro del que sufre o del necesitado. Apenas Isabel ve llegar a María a su casa, se alegra profundamente. Es la alegría de los débiles y de los pobres cuando son ayudados por las "servidoras" y por los "servidores" del Señor, por los que han creído en el cumplimiento de las palabras del Señor. La palabra de Dios crea una alianza nueva en el mundo, una alianza excepcional, entre los discípulos del evangelio y los pobres.
Ilumina, Señor, nuestra mente y toca nuestro corazón par que podamos venera a la Madre de nuestro Señor y amarla con el amor que Jesús le tiene. Haznos experimentar ese gozo que llena su corazón santo y feliz
Miércoles 22 de diciembre
Lucas 1,46-55: María, llena de alegría, agradece al Señor con el Magníficat
María aparece desde el comienzo signada por la felicidad que siente quien escucha la palabra de Dios. La primera felicidad del evangelio, como escribe Lucas, está dirigida por Isabel a María: Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. La felicidad de esta joven, primera discípula del evangelio, se expresa en el cántico del Magníficat.
María, una joven de una aldea perdida de la periferia del Imperio, canta su alegría porque el Señor del cielo y de la tierra se ha inclinado hacia ella. No se considera digna de elección, por eso, no reclama nada para sí misma. Sabe que todo le viene de Dios y de Dios es su grandeza y su fuerza. El mismo Dios, que ha liberado a Israel, que ha protegido a los pobres, que ha humillado a los soberbios y que ha colmado de bienes a los hambrientos, se ha inclinado sobre ella y la ha amado. Ella, por su parte, lo ha recibido en su corazón. Desde esos días, a través de ella, Dios ha puesto su morada en medio de los hombres. María no olvida cantar la misericordia de Dios que se extiende de generación en generación.
Jueves 23 de diciembre
Lucas 1,57-66: También Zacarías agradece
Se cumple el tiempo para Isabel, y da a luz al niño. Están contentos no solo ella y su esposo Zacarías, sino también los vecinos. En efecto, cada vez que la palabra de Dios es acogida y produce fruto, se crea un nuevo clima, tanto en la familia como en el ambiente circundante.
El evangelio crea siempre un clima nuevo entre la gente. Zacarías, convertido nuevamente en creyente, recupera la palabra y alaba al Señor. Al igual que María, tampoco él retiene para sí la alegría y prorrumpe en un canto de alegría -el conocido cántico del Benedictus- por el pequeño Juan, que irá delante del Señor preparando sus caminos. La alegría de Zacarías puede ser también la nuestra. Debemos reflexionar sobre este episodio: una familia, la de Zacarías e Isabel, luego de haber creído y visto el fruto de la fe, se convierte en comunicadora de la grandeza de Dios, de su benevolencia y de su misericordia. Esa familia testimonia con alegría la fe en el Señor. El que reza y acoge la palabra de Dios en su propio corazón es ciertamente visitado por Dios y produce fruto. Podrá cantar entonces la misericordia de Dios.
Viernes 24 de diciembre
1,67-79: “Entonces Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente: Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes, por boca de sus santos profetas…”
Zacarías no solo recuperó el habla, sino que, como le gusta destacar siempre a San Lucas, quedó lleno del Espíritu y, con esa fuerza, comenzó a profetizar. Pasa de la mudez a la palabra, y de esta al canto de bendición y de alabanza.
Si el canto de María es la oración de la Iglesia al caer la tarde, el de Zacarías acompaña las primeras horas de la jornada. Mientras recitamos estos cánticos en la oración de la mañana y de la tarde, la liturgia prescribe que tracemos la señal de la cruz sobre nuestros cuerpos. Como cuando se anuncia el Evangelio en la Misa. Y los cantamos de pie, que es la posición de los resucitados que alaban, dan gracias y bendicen a Dios.
Termina el tiempo de Adviento
Sábado 25 de diciembre SOLEMNIDAD de la NATIVIDAD DEL SEÑOR
Juan 1,1-18: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”.
Hoy contemplamos la ternura de Dios en los gestos de María que da a luz y envuelve en pañales al recién nacido, sin olvidar a José que contempla con ojos asombrados el misterio del que es custodio. Por otra parte, escuchamos la solemne declaración de san Juan Evangelista, el Teólogo: ese Niño al que su madre recuesta en el pesebre es la Palabra de Dios, que existe desde siempre y que, al llegar la plenitud de los tiempos, ha entrado en nuestra frágil historia. En ese Niño tenemos que reconocer la gloria de Dios, su belleza que no es otra que su amor y su verdad. Hoy lo contemplamos e iluminados por el Misterio, nos dejamos ganar por el gozo y la paz de Dios que cantan los ángeles.
"Señor Jesús, concédenos descubrir tu gloria de Hijo de Dios en tu humanidad santísima, danos la gracia de reconocerte como verdadero Dios, pero también como verdadero hombre que quisiste compartir en todo nuestra vida humana, poniendo tu tienda entre nosotros ".
Domingo 26 de diciembre SAGRADA FAMILIA DE JESUS MARIA Y JOSE (F)
Lucas 2, 41-52: “María y José encuentran a Jesús, niño de doce años, en el templo”
Por este relato sabemos que José y María bajaban cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua, a rezar en el Templo y agradecer las bendiciones de Dios.
Al emprender el viaje de regreso pronto se dan cuenta que falta Jesús y regresan a Jerusalén. Esa angustia se transformó en asombro cuando, por fin, lo encontraron: en el Templo, escuchando y preguntando a los maestros. Pocas veces nos encontramos en el evangelio tan explicitados los sentimientos de los padres de Jesús: “tu padre y yo te buscábamos angustiados”. A la angustia se suma la desorientación: “¿por qué nos has tratado así?”.
Jesús se extraña de que lo buscaran. Él tenía que estar en la casa de su Padre. Esta escena es difícil de interpretar, Aunque podemos aprender de ella a no querer saberlo y comprenderlo todo. Aprender a no querer agotar el misterio de Dios e intentar racionalizarlo. María tampoco comprendió lo que acababa de pasar, y no será la última vez, pero se fió de Dios y guardó todo lo que acababa de ver en su corazón. El evangelista quiere presentarnos, desde el inicio, la doble familia de Jesús. A su verdadero Padre que es Dios y a cuyo servicio Jesús pondrá toda su vida y a sus padres según la carne, María y José. Lucas nos dice que, después de esta escena, Jesús volvió a Nazaret. Allí fue creciendo hasta que empezó su ministerio público, la realización del plan de Salvación que le había encomendado su Padre Dios.
Hoy podemos agradecer a Dios el regalo que nos ha hecho con nuestra familia en la tierra y con el privilegio de poder dirigirnos a Él con el mismo cariño con el que un hijo se dirige a su padre.
María, José y Jesús,
representan una respuesta “coral a la voluntad del Padre”:
ellos se ayudan recíprocamente a realizar el proyecto de Dios,
rezando, trabajando y comunicándose.
Que ellos, sean “modelo” para nuestras familias,
a fin de que padres e hijos “se sostengan mutuamente
en la adhesión al Evangelio,
fundamento de la santidad de la familia”.
Papa Francisco