6º Domingo de Pascua, Ciclo ‘A’ 21 de mayo
“NO LOS DEJARÉ DESAMPARADOS” -
Seguimos
en el ambiente del cenáculo. Los discípulos están conmovidos por el dolor de la
separación y se preguntan cómo serán las cosas después de la partida de Jesús.
En este contexto, Jesús pronuncia la gran enseñanza que leemos hoy.
La
cuestión es importante, porque a veces sucede que también en la relación con
Jesús uno puede llegar a tener la percepción de que Él está lejos de nuestras
vidas, que lo sentimos poco y lo que es peor, que nos parezca inalcanzable.
En este
pasaje de Juan vemos que Jesús demuestra
que como no abandonó a sus discípulos, tampoco nos abandona: Él siempre estará
presente, nos compartirá su vida y como el Padre y Él son uno, también quiere
que nosotros vivamos esa unidad con su persona y con su obra, si queremos que
esté con nosotros. ¿Cómo podemos lograr esa comunión?
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
Espíritu Santo, Amor del Padre y del
Hijo,
visítanos hoy con tu sabiduría e
inteligencia espiritual,
ilumina los ojos de nuestro corazón
para que podamos
comprender el sentido de las Escrituras,
el mensaje que Jesús nos quiere
comunicar en este día.
Haz que la Palabra que escuchamos
resuene en nuestro corazón y pase del
corazón a la vida.
Que no seamos sólo “oyentes” de la buena
Noticia,
sino que, con tu gracia, la llevemos a
la práctica.
¡Ven, Espíritu Santo!
Abre nuestra mente, voluntad y corazón
y haznos acogida de la Palabra de la
Verdad y de la Vida.
LECTURA Juan 14, 15-21
En
el núcleo del texto que leemos hoy, Jesús anuncia la venida del Espíritu de la,
que estará en perfecta sintonía con Él, tanto que dice: vendremos y haremos
mansión en él. Está anunciando su regreso.
Jesús
declara que todas las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio no se invalidan
con su partida, sino todo lo contrario: permanecen válidas para siempre. Se
trata de una condición fundamental: sólo quien se atiene a sus mandamientos
puede recibir el Espíritu y abrirse al amor de Jesús y del Padre. El amor por
Jesús está estrechamente relacionado con la práctica de sus mandamientos.
Jesús dijo a sus discípulos: “Si me aman
cumplirán mis mandamientos. Yo le rogaré al Padre y Él les dará otro Defensor
para que esté siempre con ustedes, el
Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo
conoce; ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con
ustedes. No los dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me
verá, pero ustedes me verán y vivirán, porque yo sigo viviendo. Entonces sabrán
que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes. El que acepta
mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y
yo también lo amaré y me revelaré a él”.
LEER: entender lo que dice el texto fijándose
en cómo lo dice
El
Evangelio nos conduce al lugar santo donde Jesús celebró la última cena con sus
discípulos: lugar de su revelación, de su gloria, de su enseñanza, de su amor y
de la promesa del envío del Espíritu Santo, como Consolador, como presencia
cierta, pero también con la promesa de la venida del Padre y de Él mismo en lo
íntimo de los discípulos, que tienen fe
en Él y guardan sus mandamientos. Él precisa que quien lo ama es quien cumple
sus mandamientos; y que el Espíritu Santo es don de Dios para quien lo ama de
verdad y observa su ley.
Jesús
promete su venida, su regreso, que está por realizarse en su resurrección;
anuncia su desaparición en la pasión, en la muerte, en la sepultura, pero
también su reaparición a los discípulos, que lo verán, porque Él es la
resurrección y la vida.
El
discurso de Jesús pasa del “ustedes”, dicho a los discípulos, a todo el
que quiera seguirlo. Lo que les ha
sucedido a ellos nos sucederá a todos los que creamos en Él. Y aquí Jesús abre para nosotros su
relación de amor con el Padre, porque permaneciendo en Cristo, nosotros somos
también conocidos y amados por el Padre.
LOS PERSONAJES del texto son: el Padre, Jesús, el
Espíritu y los discípulos en el mundo.
El Padre.
Su presencia es punto de referencia. “Yo rogaré al Padre”. En contacto
particular e íntimo, Jesús se confirma en perfecta comunión con su Padre; la relación de amor con Él se alimenta
y se logra por la oración hecha de noche, de día, en las necesidades, en las
peticiones de ayudas, en el dolor, en la prueba más desgarradora. También yo
soy hijo del Padre, también yo puedo rezarle.
“Dar”
es también característico del Padre. Él da y se da sin interrupción, sin medida, sin cálculo, a todos, y en todo tiempo; el Padre es Amor y
el Amor se da a sí mismo, da todo. ¡El Padre nos ama! Y su amor nos hace pasar de la muerte a la
vida, de la tristeza del pecado, al gozo de la comunión con Él, de la soledad
del odio, a compartir; porque el amor de Dios comporta necesariamente el amor
por los hermanos.
El Hijo, Jesús. La figura y la presencia de Jesús
emergen con una fuerza y con gran luminosidad. Él aparece primero como el
orante, aquél que ora al Padre en nuestro favor; alza las manos en oración por
nosotros, así como las levanta en ofrenda sobre la cruz. Jesús es aquél que no
se va para siempre, que no nos deja huérfanos, sino que vuelve. Si parece ausente,
no debo desesperar, sino debo continuar creyendo que Él volverá, y como ha dicho, nos tomará con Él,
para que estemos en donde Él esté.
El Espíritu Santo. En este pasaje el Espíritu del Señor
parece la figura necesaria, que abraza toda cosa: Él une al Padre con el Hijo,
lleva el Padre y el Hijo al corazón de los discípulos; crea una unión de amor
impagable, unión de ser. Se le llama con el nombre de Paráclito, Defensor o
Consolador, aquél que está con nosotros siempre, que no nos deja solos, abandonados
ni olvidados; él viene y nos recoge de la dispersión y sopla dentro de nosotros
la fuerza para el regreso al Padre, al Amor.
Los discípulos. Las palabras dirigidas a los
discípulos de Jesús son las que nos interpelan más de cerca, con mayor fuerza;
son para nosotros. Se nos pide un verdadero amor, que sepa transformarse en gestos
concretos, en atención a la Palabra y al deseo de aquél al que decimos amar. El
amor verificable a través de nuestra observancia de los mandamientos.
El
discípulo aparece como aquél que sabe esperar a su Señor, que vuelve; ¿a
medianoche, al canto del gallo o ya cuando es de mañana? No importa; Él volverá
y por eso es necesario esperarlo, estando preparados. ¿Qué clase de amor es, un
amor que no vigila, que no guarda, que no protege? El discípulo es también uno
que conoce: se trata de un conocimiento venido de lo alto, que se realiza en el
corazón, o sea, en la parte más íntima de nuestro ser y de nuestra
personalidad, allá donde nosotros tomamos las decisiones para obrar, allá donde
comprendemos la realidad, formulamos los pensamientos, vemos y amamos.
MEDITAR: Aplico lo que dice el texto a mi
vida
Este
pasaje se abre y se cierra con las mismas palabras: la proclamación e
invitación al amor hacia el Señor. Él ha querido preparar para sus discípulos a
un encuentro fuerte con el amor; insiste y repite sólo ‘el Amor’. Jesús dice: “Si quieres”. Él
no obliga. Pero espera la respuesta personal y consciente.
¿Por
qué tardar en darle a Jesús nuestra respuesta si Él ha dado todo por nosotros?
¿Comprendo
lo importante que es vivir una relación comprometedora con Jesús o me escapo,
porque tengo miedo, porque no siento el valor de vivir esa intimidad con Él,
con su Padre y con su Espíritu?
Yo
soy quien va a decidir vivir en comunión con El, y por Él con los tres, ¿o
quiero la soledad, el aislamiento absurdo que vive quien rompe con Dios y con
sus semejantes?.
Jesús
pronuncia con insistencia una palabra “ustedes”, referido a sus discípulos, a
los de entonces, pero también a los de hoy.
Somos
nosotros, cada uno visto y mirado por Él con amor único, personal, irrepetible,
que no puede ser malvendido o cambiado. Sé que también yo estoy presente en
aquel “ustedes”, que parece genérico, pero no lo es.
Las
volvemos a leer una vez, pero poniendo el “tú” en lugar de “ustedes” y me dejo
alcanzar más directamente; me pongo cara a cara, ojos con ojos con Jesús y dejo
que Él me diga todo, llamándome con un “tú” rebosante de amor, con mi nombre,
que sólo Él verdaderamente conoce.
Jesús
repite dos veces: ¡Guardar los mandamientos! Es una realidad importante,
fundamental, porque de ella depende la autenticidad de la relación de amor con
el Señor; si no hay observancia de su
ley, no hay amor. El verbo guardar o cuidar aparece muchas veces en el
evangelio, Y no se usa como un guardar frío, sino cuidar, custodiar, tener como
algo muy apreciado, que significa mucho para quien lo tiene.
¿Qué
importancia le doy al amor en mi vida?, sé lo que realmente es amar y cómo
crecer en mi capacidad para vivir amando a Dios y a mi prójimo?
ORAMOS nuestra vida desde este texto
Padre
Dios, quieres que creamos en Ti, en tu amor, en tu presencia. Tú te nos has
dado en plenitud; nada has dejado al olvido, nada de lo que es nuestro. Cada
uno podemos decir que somos gracias a Ti, y a Cristo, tu Hijo, con quien vives
en perfecta comunión, en el amor que se hace presencia viva, su Espíritu.
Haz
que esta comunión contigo le dé sentido a nuestra vida. No podemos cerrar los
ojos a la realidad que vivimos, pero si los abrimos a tu promesa, ¿qué nos
puede detener para amar y hacer que tu amor crezca cada día más entre
nosotros?
Que
demostremos que somos tuyos amando de verdad, como María amó y como han amado
los santos, que ya están contigo viviendo para siempre el amor en la eternidad.
¡Así sea!
CONTEMPLAMOS Y ACTUAMOS
Durante
la semana ten presente estas palabras del Papa Francisco: “tenemos que pedirle
al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el don de la sabiduría, de
aquella sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir
con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios”.
Dedica
un rato de tu oración diaria a sentirte amado por el amor único, personal e irrepetible
de Jesús
Comienza
a prepararte para que suceda “PENTECOSTÉS” tanto en tu vida, como en tu familia
y en tu comunidad.
Señor
Jesús,
Ahora
más que nunca no nos dejes huérfanos.
No
nos dejes solo, que la misión es ardua, que seguirte día a día no es fácil.
Llénanos
de tu amor, para que tengamos sed de ti, Sed de anunciarte y darte a conocer.
Renuévanos
y transfórmanos, para que te busquemos sobre todas las cosas.
Amén