JESÚS, MANJAR BAJADO DEL CIELO
"El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí, y yo en él"(Jn 6,
56)
“Cuando tomamos y comemos ese Pan, somos asociados a la vida de Jesús,
entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre
nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más
pobres. La fiesta de hoy evoca este mensaje solidario y nos impulsa
a acoger la invitación íntima a la conversión y al servicio, al amor y al
perdón. Nos estimula a convertirnos, con la vida, en imitadores de lo que
celebramos en la liturgia. El Cristo, que nos nutre bajo las especies consagradas
del pan y del vino, es el mismo que nos viene al encuentro en los
acontecimientos cotidianos; está en el pobre que tiende la mano, está en el que
sufre que implora ayuda, está en el hermano que pide nuestra disponibilidad y
espera nuestra acogida. Está en el niño que no sabe nada de Jesús, de la
Salvación, que no tiene fe. Está en cada ser humano, también en el más
pequeño e indefenso. La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia,
es escuela de caridad y de solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo ya no
puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy sabemos
es un problema cada vez más grave. (Papa Francisco)
ORACIÓN INICIAL
Nos ponemos en presencia de Dios, rezando.
Padre Dios, creemos que
eres creador de todas las cosas
y que te nos has hecho
cercano en el rostro de tu Hijo,
concebido de María por
obra del Espíritu Santo,
para ser nuestra
condición y garantía de vida eterna.
Creemos, Padre
providente, que por la fuerza de tu Espíritu,
el pan y el vino se transforman
en el cuerpo y la sangre de tu Hijo,
flor de harina que
aligera el hambre del camino.
Creemos, Señor
Jesús, que tu Encarnación se prolonga
en la simiente de tu
cuerpo Eucaristía, para dar de comer
a los hambrientos de luz
y de verdad,
de amor y de perdón, de
gracia y salvación.
Amén.
LECTURA DEL TEXTO Disponemos nuestro corazón y entendimiento
para escuchar la Palabra de Dios, tratando de descubrir el tema o los temas
principales, símbolos, personajes, figuras y acciones dentro de su contexto
histórico y literario. En este punto nos cuestionamos sobre ¿qué dice
el texto?
LECTURA Evangelio: Juan (6, 51-58)
Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para vida del
mundo. Los judíos discutían entre ellos. Unos decían: “¿Cómo este hombre
va a darnos a comer carne?” Jesús les contestó: “En verdad les digo: si no
comen la carne del Hijo del Hombre, y no beben su sangre, no viven de
verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo
lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre
es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí, y yo en él. Como el Padre, que vive, me envió, y yo vivo por él, así,
quien me come a mí tendrá de mí la vida. Este es el pan que ha bajado del
cielo, no como el que comieron sus padres, los cuales murieron. El que coma
este pan vivirá para siempre”.
REFLEXIÓN
Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los
rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida
por las primeras comunidades cristianas.
En el fondo de esa CENA hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no
quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él.
Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos,
a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad
cristiana que celebra la Eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el
secreto de su fuerza.
De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los
discípulos son invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a
Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en
nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo
de vivir.
No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha
vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su
cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la
salvación de todos.
Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la
celebración de esta cena del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien
celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su
vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de
servicio, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.
MEDITACIÓN Volvemos a leer el fragmento evangélico y permitimos que la voz del Maestro
resuene en nuestro interior y, a ejemplo de María, guardamos y meditamos su
palabra. Aquí nos preguntamos: ¿qué nos dice el texto?
Jesús, como el pan dado por el Padre, bajado del cielo, del que hay que
comer mediante la fe, declara: El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y yo en él. Es necesario comer la carne y beber la sangre del
Hijo del hombre para permanecer en Él. Esta permanencia designa la vida
cristiana como tal: el discípulo cristiano se conoce por la permanencia en la
unión con Cristo.
San Juan habla de vida profunda, eterna, divina. No se refiere a una vida
que dura mucho tiempo, sino que permanece en nosotros; inhabitación y presencia
interior que sólo fue posible después que Jesús murió y resucitó. Mientras
Jesús vivió, caminó con sus apóstoles; cuando murió, los apóstoles vivieron en
Él. Jesús recibe la vida divina del Padre y Él la participa a su vez a
nosotros, porque nos prometió esa comunión con Él y con su Padre.
En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre,
para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida,
nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas…
La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del
individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en y con Él.
¿Cómo vivo la Eucaristía?
¿La vivo de forma anónima o como momento
de verdadera comunión con el Señor, pero también con los hermanos que comparten
esta misma mesa?
¿Cómo son nuestras celebraciones
eucarísticas?
Pregúntate, adorando a Cristo presente en la Eucaristía:
¿Me dejo transformar por Él?
¿Dejo que el Señor me guíe para salir cada
vez más de mi pequeño espacio y no tener miedo de entregarme, de compartir, de
amarlo a Él y a los demás?
Pide para que la participación en la Eucaristía te provoque a seguir al
Señor cada día, a ser instrumento de comunión, a compartir con Él y con los
hermanos lo que eres.
¿Qué puedes hacer para que las personas
que conoces puedan tener y gozar de esta vida que Jesús nos trae?
ORACIÓN ¿Qué le decimos al Señor? En silencio disfrutemos el amor de Dios que
nos llena de gozo y bienestar. Dejemos que nos sumerja en el océano infinito de
su misericordia, sintiendo su presencia, contemplando su mirada que nos
envuelve con ternura que seduce.
Alma de Cristo, santifícame. Jesús desea que tengas vida y vida abundante;
que seas perfecto como el Padre celestial, que seas santo. ¿Qué te detiene?
Cuerpo de Cristo, sálvame. Dijiste un día Jesús que tu cuerpo es manjar que
da vida. Quiero tener cada día hambre de ti. Que sepa comunicar a mis hermanos
la necesidad que tenemos de ti. ¡Señor, dame siempre de tu pan!
Sangre de Cristo, embriágame. ¿Qué son las alegrías que producen las cosas
del mundo, las alegrías humanas… comparadas con la alegría, la paz… que produce
el recibir la Sangre de Cristo?
No permitas que me aparte de ti. Señor, no permitas que ahora, ni después,
ni nunca, me separe de Ti. Que yo viva por Ti, para Ti y para mis hermanos en
cada momento y circunstancias de mi vida.
CONTEMPLACIÓN-ACCION Ha llegado el momento del compromiso.
Volvemos a leer el texto de Juan y respondemos: ¿a qué me compromete?
En esta sociedad individualista, nuestra relación con Dios puede caer en el
dinamismo de la compra-venta: fácilmente separamos el sacramento del altar de
la vivencia con el hermano. No podemos comulgar en la mesa del Señor, abierta
para todos, sin preocuparnos de la suerte que pueden correr los otros.
La existencia de cada día es difícil y conflictiva. Por eso necesitamos
momentos de silencio y reflexión para no caer en el vértigo de la sociedad
consumista; sólo así podremos dar testimonio de las enseñanzas evangélicas.
Al leer este texto, donde se habla de la vida divina que nos está dando el
Señor, pensemos si esa vida nueva la cuidamos, la alimentamos, si nos da miedo
perderla cuando la vemos amenazada:
¿Qué hacemos?
¿La cuidamos con más intensidad y tratamos
de cultivarla?
Esa vida verdadera que ya está presente, que poseemos, la debemos vivir
como Jesús. Él vivió para los demás; su historia fue de sacrificio y amor,
entregada día a día para que todos tengamos vida y la tengamos en plenitud.
ORACIÓN CONCLUSIVA Concluimos nuestra Lectura orante,
recitando juntos la oración que Jesús nos enseñó: Padre nuestro.
ORACIÓN FINAL
Te bendecimos,
Padre, porque hoy nos invitas por Cristo
a sentarnos a la
mesa eucarística donde Él multiplica el pan
para los
hambrientos del mundo y nos da su vida.
Danos, Señor
Jesús, hambre de ti.
El desamor y el
egoísmo invaden nuestras vidas,
marchitándolo
todo alrededor con su atroz voracidad.
Haz, Señor, que
seamos generosos en servir a los más pobres
y estemos
dispuestos a compartir todo lo que tenemos
con nuestros
hermanos más necesitados, como lo hiciste tú. Amén