Mateo 25,31-46:
“Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos
de beber?...“Cuando lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron
conmigo”….Y cada vez que no lo hicieron
con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo”.
La Cuaresma es un tiempo favorable para la
conversión personal, para proponernos
metas y elaborar un plan concreto de acciones a realizar. Seguro que somos
buenos, pero también es cierto que podemos ser más buenos y santos de lo que ya
somos. El evangelio de hoy es exigente, pero no inalcanzable, porque Dios nunca nos pide cosas imposibles y siempre confía en nosotros.
La santidad entendida como modo de vivir, no se queda en lo que no hay que
hacer, sino que es ante todo un compromiso con lo que hay que hacer. Y en concreto
con la acción ante los hermanos necesitados. Todos entendemos lo que el texto nos dice; también
entendemos lo que nos jugamos si actuamos como se nos pide. Y aunque preguntemos:
¿Señor, cuándo te vimos…? Jesús volverá a respondernos que lo vimos cada vez
que nos acercamos al hambriento, al desnudo, al que no tiene refugio ni
consuelo, al solo, al pobre. En esos hombres y mujeres está Jesús. Con esos
hombres y mujeres somos herederos del Reino. A la luz del texto: si el Juicio final fuera hoy, ¿tú, de qué lado estarías?.
Mateo 6, 7-16:
“Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por
mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en
el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, …”
Hoy San Mateo nos da una indicación sobre el modo de
rezar, y una sentencia sobre el perdón de las ofensas. Lo primero es la
indicación de que en la oración no se trata de hablar mucho, sino de confiar en
Dios; la oración debe ser una sincera comunión
personal con Dios y debe ser breve ya que es para nuestro beneficio y no para
el de Dios, puesto que Él ya sabe todo lo que necesitamos. En segundo lugar, el
Evangelio presenta la oración del Padre Nuestro que, después de la introducción
trae siete peticiones que se pueden organizar en dos grupos; las tres primeras
hacen referencia a la relación del cristiano con Dios: santificado sea tu
nombre, que venga tu Reino y hágase tu voluntad. Con estas peticiones lo que se busca es la
gloria de Dios; las siguientes cuatro peticiones se refieren a la relación del cristiano
con el prójimo: el pan de cada día, el perdón de las ofensas, no caer en la
tentación y que nos libre del mal. Estas peticiones tienen en cuenta, sobre
todo, las necesidades humanas. En tercer lugar, San Mateo nos presenta la
enseñanza sobre el perdón, que refuerza la petición del Padrenuestro; no se
puede pedir a Dios lo que no se está dispuesto a dar a los demás.
¿Me doy un tiempo para rezar diariamente el Padre Nuestro? ¿Qué
significa, para mí, cada una de las peticiones de la oración que Jesús nos
enseñó? ¿Creo que Dios es mi Padre?
MARZO: Intención de oración del Papa
Francisco
Oremos por los que sufren a causa del mal recibido
por parte de los miembros de la Comunidad eclesial:
para que encuentren en la misma Iglesia, un respuesta concreta a su
dolor y sufrimiento
Lucas 11,29-32: “Esta es una generación malvada. Pide un signo
y no le será dado otro que el de Jonás…. El día del Juicio, los hombres de
Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se
convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay Alguien que es más que
Jonás”.
Los fariseos reclamaban señales a Jesús, pero en
realidad no querían creer en él. Y Jesús dijo que los que no quieren creer en
la palabra de Dios “no creerán aunque resucite un muerto”. Jesús dice, en definitiva, que la única señal
necesaria es la de Jonás. ¿Qué significa esto? Que los ninivitas, que eran un
pueblo pagano, no le pidieron ninguna señal al profeta Jonás para aceptar su
palabra; simplemente le creyeron y se convirtieron, se arrepintieron y pidieron
perdón con un corazón dolorido. Jesús se dirigía a judíos que se consideraban
más que los paganos, porque se creían piadosos, muy creyentes y fieles a Dios,
para hacerles ver que sus corazones en realidad estaban cerrados a la Palabra,
de manera que ninguna señal sería suficiente si ellos no cambiaban de actitud.
La vida de Jesús, consagrada plenamente a la
Palabra, su entrega total y sus numerosos milagros no fueron suficientes para
abrir sus corazones cerrados. Pero luego de su pasión, el mayor signo de su
amor es Él crucificado. Por eso decía San Pablo que “mientras los judíos piden
señales…nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los
judíos…”
¿Somos capaces de reconocer la presencia, la llamada y acción de Dios
en los acontecimientos cotidianos?
Mateo 7,7-12:
“Jesús dijo a sus discípulos: Pidan y se les dará; busquen y encontrarán;
llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y al que llama, se le abrirá. …..Todo lo que deseen que los demás
hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas”.
Jesús tiene una confianza ilimitada en que el Padre
quiere darnos todo lo bueno. Habla sobre la bondad de Dios para ayudarnos
cuando lo necesitamos, por eso nos exhorta a pedir con esa misma confianza.
Como los niños pequeños, que todo lo esperan de sus padres. La oración de
petición es la que nos pone en comunicación con nuestras auténticas
necesidades. En la oración de petición hay que buscar la madurez de nuestras
aspiraciones, en ella no podemos pedir sólo para cubrir nuestros egoísmos, que
nos conducen a dejar de orar y creer, cuando no son atendidas. Muchas veces
cuando rezamos, ya le estamos diciendo a Dios lo que tiene que hacer, decir o
arreglar. Y la cosa es al revés. En la oración, Dios es el que nos pide, nos
llama, nos busca. La oración es para pedirle a Dios que nos ensanche el corazón
para podernos escuchar mejor a nosotros mismos, a nuestros hermanos y a Dios.
Que en esta Cuaresma Dios nos purifique de nuestros pecados… amplíe nuestro
corazón… y nos ayude a buscar el bien de los demás, como lo queremos para
nosotros.
¿A qué nos llama hoy este evangelio? En nuestra oración, ¿procuramos
el bien de nuestros hermanos o nuestro propio beneficio?
Mateo 5,20-26: “… si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti,
deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo
entonces vuelve a presentar tu ofrenda”.
En este contexto de Cuaresma, el Evangelio nos
dispara hoy un claro imperativo: “ve
primero a reconciliarte con tu hermano”. Recordemos que la Cuaresma es un
camino; y en este camino, lo primero que tenemos que hacer es ir a reconciliarnos
con los hermanos.
Es notable cómo Jesús en este pequeño texto del
Sermón del Monte hace referencia al prójimo como hermano, y lo dice cuatro
veces, subrayando así con insistencia que el otro, el prójimo, el vecino, el
conocido, el desconocido… cualquier otro ser humano es, antes que nada, mi
hermano. Jesús quiere que recuperemos en esta Cuaresma, esta dimensión clave de
la fraternidad humana, el sabernos y reconocernos los unos parte de los otros,
los unos fragmentos de los otros.
La Cuaresma, es camino hacia la Pascua. En ese camino,
es clave el reconciliarnos los unos con los otros, porque no podemos Resucitar
completos si nos falta una parte, un trozo de nosotros mismos, si nos falta la
reconciliación con el hermano. Sin reconciliación, sin hermandad, sin fraternidad
es imposible resucitar, es imposible la vida en abundancia. Y no podemos vivir
así y menos aún, Resucitar así. Pidamos para este día, pidamos para esta Cuaresma,
pidamos para la vida entera: el reconocernos siempre y en todo hermanos entre
nosotros, complementos unos de otros, miembros todos del mismo cuerpo… del
Cuerpo de Cristo!
Mateo 5,43-48:
“Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo.
Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán
hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y
buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. …. Por lo tanto, sean
perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”.
Seguimos escuchando a Jesús en el Sermón del monte,
Él sigue formando a sus discípulos en este nuevo modo de amar a Dios y a los
hermanos, este nuevo modo radical de vivir, de aquellos que siguen las huellas
de Jesús. El Señor no nos quiere
solamente buenos, nos quiere Santos, perfectos, nos quiere y necesita parecidos
a Él, parecidos al Padre. Quién ama siempre, fielmente, hasta dar la vida, nos
invita y exhorta a ser como Él, a superar la comodidad, para vivir y sentir
como siente y vive Jesús.
Es muy complicado, si lo miramos desde nosotros;
amar como quiere Jesús, es difícil, nos sentimos débiles e incapaces, sin embargo
la gracia de Dios nos auxilia siempre, la vida de Jesús en nosotros es la que
nos capacita para amar como Él nos Ama.
Ser perfectos, no es otra cosa que perdonar a quien nos
ofende, sin quedar resentidos. Es hablar bien de todos y mal de nadie, aunque
otros lo hagan, es reconocer como hermano a quien piensa y vive distinto,
teniendo gestos fraternos incluso con aquellos que nos desean y hacen mal. Es
vivir y tratar bien, aunque todos los demás no lo hagan.
Señor danos tu Espíritu, haznos parecidos a ti, danos tu corazón, tus
gestos, para amar como tu amas, sentir como tu sientes
Mateo 17,1-9: “Después de que Jesús les anunciara, a los doce, la Pasión y las condiciones de renuncia total para seguirlo, Jesús toma consigo a tres de entre ellos, Pedro, Santiago y Juan, y los llevó al monte, para orar. Mientras los discípulos compartían la oración, Jesús se transfiguró; su Rostro, sus vestiduras se vuelven resplandecientes, aparecen Moisés y Elías, también la voz del Padre, diciendo, “Él es mi Hijo predilecto, escúchenlo”. A ésta experiencia, los discípulos, la viven con gozo, asombro y también con miedo y es por eso que Jesús los invita a levantarse, a no tener miedo y mientras vuelven le pide no decir nada hasta después de la resurrección”.
Esta experiencia de Jesús, de Dios, que viven los
discípulos, seguramente los marcó a fuego y junto a la experiencia de la resurrección, los
sostuvo y los afianzó en muchas situaciones a lo largo de sus vidas. Sin
comprender del todo lo que estaba sucediendo, por lo grandioso de la situación,
estaban experimentando el encuentro con el Dios Vivo que marcó todas sus vidas y
su misión.
Hagamos memoria de los momentos, de las experiencias,
y de las situaciones de encuentro con Jesús Vivo, que también marcaron, sostuvieron,
afianzaron nuestra fe, nuestra vida. Siempre Jesús está presente, lo sabemos,
lo creemos; en la Eucaristía, en los enfermos, en los pobres, en cada situación
de nuestra vida. Y Él nos regala también a nosotros, muchas veces, la gracia de
poder experimentar que está vivo y que nos comparte su vida.
Contemplando a Cristo nos hacemos semejantes a él,
permitimos que su mundo, sus objetivos, sus sentimientos, se impriman en
nosotros, sustituyan nuestros pensamientos
y sentimientos, nos haga semejantes a él. En
muchas ocasiones, nos cuesta reconocerlo presente, vivo, operante, porque
estamos pasando por momentos de dolor, de duda, de temores, incluso de
debilidad y falta de fe. Qué bueno que podamos traer al corazón, recordar
nuestros encuentros con Jesús, con Dios, y si todavía no pudimos
experimentarlo, pidamos a Jesús, que nos lleve consigo, a su corazón, que podamos
experimentar su vida. Que podamos encontrarlo. Cuanto mejor sería si además, pudiéramos
vivir mostrando en nuestro rostro, en nuestra vida, la alegría de habernos encontrado
con Él, Que su Rostro resplandezca en toda nuestra vida.