LITURGIA SEMANAL - Semana santa

Semana santa

Lunes 11 de abril   LUNES SANTO

Juan 12,1-11: María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.

Estamos entrando en la Semana Santa, en la semana de la pascua de Jesús. Hoy el Evangelio nos muestra cómo Jesús, perseguido por los judíos, va a Betania a la casa de sus amigos. Allí, María guarda silencio, pero habla a través de un gesto lleno de simbolismo para con Jesús; el gesto tiene gran fuerza y no deja indiferentes… incluso incomoda a algunos. En contraste a la fuerza de la amistad de María, en el relato del Evangelio nos encontramos con otras actitudes, que aunque humanas, reflejan la mezquindad, la superficialidad y la maldad que en ocasiones nos brota desde dentro. Una de esas actitudes la encontramos en Judas, un discípulo de Jesús, del que precisamente se habría esperado una conducta más noble, muestra sus pios intereses, utilizando para su provecho el compromiso con los pobres. El reproche de Judas por el gesto de María refleja  su incapacidad  de ver más allá y abrirse al amor.
¿Con qué podemos ungir hoy los pies de Jesús? ¿Qué hay en nosotros que podamos entregarle a Jesús y que inunde de buen aroma toda la comunidad, la casa de Dios?

Martes 12 de abril  MARTES SANTO
Juan 13.21-33.36-38 Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó clara-mente: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”.

El martes santo es un día ideal para el silencio y la escucha, para interiorizar  ese ejercicio de diálogo a cuatro bandas que se da entre Jesús, el discípulo amado, Simón Pedro y Judas, en una cena trascendental en la que Jesús se encuentra "profundamente conmovido". El discípulo amado y Pedro formulan preguntas: "Señor, ¿quién es?", "Señor, ¿adónde vas?", "Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora?". Quién, adónde, por qué. En sus preguntas reconocemos las nuestras. Por boca del discípulo amado y de Pedro formulamos nuestras angustias, nues-tras incertidumbres.
Judas interviene de modo no verbal. Primero toma el pan untado por Jesús y luego se va. Par-ticipa del alimento del Maestro, pero no comparte su vida, no resiste la fuerza de su mirada. Por eso "sale inmediatamente". No sabe/no puede responder al amor que recibe.
Jesús observa, escucha y responde a cada uno: al discípulo amado, a Judas y a Simón Pedro. La intimidad, la traición instantánea y la traición diferida se dan cita en una cena que resume toda una vida y que anticipa su final. Lo que sucede en esta cena es una historia de entrega y de traición. Como lo fue  toda la vida de Jesús. El día de hoy se nos regala como un tiempo de decisiones.
Detengámonos un momento y pensemos en las decisiones que estamos tomando… ¿Qué camino estamos tomando para seguir a Jesús más radicalmente?

Miércoles 13 de abril   MIÉRCOLES SANTO
Mateo 26,14-25:  “Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me darán si se lo entrego?” Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo”.

La liturgia del Miércoles santo nos introduce en el clima dramático de los próximos días, im-pregnados del recuerdo de la pasión y muerte de Cristo. En efecto, en la liturgia de hoy el evangelista san Mateo propone a nuestra meditación el breve diálogo que tuvo lugar en el Ce-náculo entre Jesús y Judas. ¿Acaso soy yo, Rabbí?, pregunta el traidor del divino Maestro, que había anunciado: Yo les aseguro que uno de ustedes me entregará». La respuesta del Se-ñor es lapidaria:   Sí, tú lo has dicho. Por su parte, Juan concluye la narración del anuncio de la traición de Judas con pocas, pero significativas palabras:  Era de noche.   Cuando el traidor abandona el Cenáculo, se intensifica la oscuridad en su corazón y el desconcierto se apodera del espíritu de los demás discípulos; también ellos van hacia la noche, mientras las tinieblas del abandono y del odio se condensan alrededor  del  Hijo  del  Hombre, que se dispone a consu-mar su sacrificio en la cruz.
En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte. También nosotros debemos situarnos en este contexto, conscientes de nuestra «noche», de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si queremos llegar a la luz del corazón mediante este Misterio, que constituye la columna que sostiene nuestra fe. (Benedicto XVI)
Comprometámonos esta Semana Santa, junto a Cristo Crucificado, a aceptar todo lo que Dios tiene para nosotros sin traicionarlo. Pidámosle que no nos deje caer en la tentación …

JUEVES 14 DE ABRIL  JUEVES SANTO

Juan 13,1-15:  «Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, dando gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomad y comed todos, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en conmemoración mía». Y lo mismo hizo con el cáliz».

En la noche «en que iba a ser entregado», Jesús «se entregó». Y  pidió a sus discípulos que celebren perpetuamente el «memorial» de su entrega. Cristo pide a sus apóstoles que sigan celebrando la cena como memorial suyo. No se trata de un simple recuerdo, sino de una ver-dadera y real actualización y comunión en el ofrecimiento que el Señor hace de sí mismo.
Hay algunos gestos humanos que nos conmueven profundamente. El evangelio de hoy con el que comenzamos el Triduo Pascual nos narra uno de estos gestos. Jesús se levanta de la me-sa y, con la simpleza y la profundidad de los gestos que son proféticos, lava los pies de sus discípulos. Dice el evangelista que Jesús en esta cena “amó a los suyos hasta el fin”. ¿Qué nos quiere decir esta expresión? Que Jesús los amó de un modo que sobrepasaba todo amor ima-ginable. Un gesto de amor sin medida, que involucra toda su existencia.
Jesús no pide a sus discípulos que sean buenas personas, que se amen con una medida hu-mana. Él quiere mucho más, por eso dice: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» El punto de partida no es el mandamiento («Amaos los unos a los otros») sino el don («como yo os he amado»). Porque él nos ha amado primero, nos ha enseñado qué es el amor y nos ha capacitado para amar.

VIERNES 15 DE ABRL     VIERNES  SANTO  (AYUNO Y ABSTINENCIA)

Juan 18,1-19.42   Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, pues del árbol de la cruz ha venido la alegría al mundo entero.

Hoy recordamos el primer Viernes Santo, cuando nuestro Señor murió crucificado.  Es día de silenciosa contemplación del sacrificio redentor de nuestro Salvador.   Jesús es el Siervo del amor crucificado, al que el desamor de los hombres le ha desfigurado el rostro. Lleva en su corazón todo el sufrimiento de la humanidad y hace brillar la luz de la esperanza  y del consue-lo en el mundo. Maltratado y condenado injustamente, abre un camino de perdón a los enemi-gos y de abandono en el Padre.
Acerquémonos hoy a la cruz… Jesús está en la cruz desnudo, solo, derrotado, ultrajado, mira-do por el pueblo en espera de un último milagro: “¡Que baje de la cruz!”; pero Él, silencioso, sigue confiando en el Padre: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”
Jesús tiene los brazos abiertos en la cruz, quiere abrazar a todos, reconciliar a todos, derribar el muro del odio que separa a unos pueblos de otros; desea atraer a todos a su amor sin límites: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” .
La cruz es el lugar donde todo termina y donde comienza lo nuevo. En la cruz se cumplen las Escrituras y se abre la fuente viva de la gracia, la tierra se riega con la sangre y con el agua del costado abierto de Cristo. De la cruz nace la Iglesia. En los labios de Jesús brota esta última palabra:   “Todo está cumplido” .
Jesús, me postro ante tu cruz.  En ella veo a todos los crucificados de este mundo: Los que han sido alcanzados por esta pandemia y no disponen de medios para combatirla. Los que sufren violencia, los que están empobrecidos, deshumanizados, los que padecen enfermedades incu-rables, soledad, abandono, marginación. Dame valentía y creatividad para trabajar por un mundo más humano.

SÁBADO 16 DE ABRIL  SABADO SANTO


 “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…”.  

María se queda en silencio. La palabra de Jesús llenó siempre su corazón. Ahora, su Hijo ha muerto, ... El mundo se ha quedado en silencio y a oscuras.  María y las mujeres no apartan de Jesús la mirada del corazón. María y las mujeres están a la espera.
Como sucedió otras veces, «ella conservaba estas cosas, meditándolas en su corazón». No comprende lo que ha sucedido, pero persevera en la oración silenciosa, poniendo los aconte-cimientos y su vida en las manos de Dios.
Esperemos hoy en silencio, con María. La experiencia de la cruz ha sido tremenda. Tener en sus brazos el cuerpo de su Hijo también a Ella la ha crucificado. Junto al discípulo amado ha oído las últimas palabras de Jesús, su último suspiro.
Ella estuvo junto a la cruz de Jesús. Sin palabras. Son sus gestos, sus manos, sus ojos, su si-lencio, los que hablan. Está allí porque ama mucho, sabe mucho de pérdidas y de dolor; de fe y de esperanza.
Por eso a ella nos dirigimos, en ella buscamos la compañía  para esperar. Ella no ve, ni sabe, ni entiende, pero ella, cree y espera «contra toda esperanza».
Déjame estar contigo, María de la Soledad. Sin decir nada, María del Silencio. A la es-pera de Jesús, María de la Esperanza.

DOMINGO 17 DE ABRIL   RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Juan 20,1-9  El primer día de la semana muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, María Mag-dalena fue a visitar el sepulcro. Vio que la piedra de entrada estaba removida. Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo, el amigo de Jesús, y les dijo: “Han sacado al Señor de la tumba y no sabemos dónde lo han puesto”.

El primer día de la semana, María la Magdalena, fue al sepulcro al amanecer. Y vio la losa qui-tada del sepulcro. Ve, pero no sabe interpretar lo que ve. La señal de vida la interpreta como señal de muerte. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba. Su reacción en el momento difícil: Ir en busca de los amigos, que comparten con ella el amor a Jesús. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro.  Los dos co-rrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro. En la mañana salen, corren, buscan. Al llegar a la tumba cada uno de ellos ve un poco más de lo que vio el anterior: María vio la piedra corrida, el discípulo amado, vio los lienzos, Pedro vio el sudario.   
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.. El amor le abrió los ojos para ver. No se dice lo que vio, lo que vio es que Jesús no estaba, es decir, no vio nada, o vio rastros de vida, pero todo eso lo llevó a creer.

“Proclamamos le resurrección de Cristo, cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia, y somos capaces de compartirla con otros; cuando sabemos cuándo sonreír, y cuando llorar con los que lloran; cuando acompañamos aquellos que están tristes y en peligro de perder la esperanza; cuando relatamos nuestras experien-cias de fe a los que están buscando su significado y su felicidad… y ahí, con nuestra actitud, con nuestro testimonio, con nuestra vida, con nuestra alma, decimos: “Jesús ha resucitado”.(Papa Francisco)