Lunes, 14 de noviembre
Lucas 18,35-43: "Cuando
se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo
limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron
que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara,
pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se
detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: «¿Qué
quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». Y Jesús le dijo:
«Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego
recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios…"
Jesús está ahora cerca de Jericó. En el camino, hay un ciego que pide limosna.
Sintiendo un rumor grande, él se informa sobre qué está sucediendo. Le
"anuncian" que está pasando Jesús de Nazaret. Ese hombre debe recibir
el anuncio de otros porque no ve. En efecto, todos tenemos necesidad de que
alguno nos anuncie a Jesús, que nos hable de él, porque nosotros, replegados en
nuestro mundo, somos como ciegos. Al escuchar ese anuncio, el ciego comprende
que Jesús es diferente de los otros que pasan. ¡A cuántos ha sentido pasar al
lado, quizás también dejando una ofrenda y luego continuando su camino! A
partir de ese anuncio comprende que Jesús puede curarlo. Por eso se pone
inmediatamente a rezar: ‘Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’; una oración simple, pero
verdadera, …. Jesús escucha esa oración, se detiene y lo hace llevar hacia él.
El diálogo que se intercambia entre Jesús y el ciego concluye con la curación.
Ese ciego no solo ve a Jesús con los ojos, lo ve con el corazón y se pone a
seguirlo. Es ciertamente un ejemplo para todos nosotros.
Señor, también nosotros estamos un poco al borde
del camino, ciegos y a oscuras, también nosotros tenemos nuestras cegueras y no
vemos la luz de tu verdad y el sentido de nuestra vida. Por eso te rogamos que
abras nuestros ojos y nos hagas ver la luz.
Martes
15 de noviembre
Lucas 19,1-10 …. Jesús se detiene en casa de Zaqueo y le cambia el corazón.
Jesús llega a Jericó, la ciudad más antigua del
mundo, símbolo de toda ciudad. No entra distraído o apurado. Jesús está siempre
atento a las personas. Zaqueo, un publicano, conocido pecador, quiere ver a
Jesús, pero es de estatura pequeña. Es un poco
como todos nosotros, demasiado cercanos a la tierra, demasiado preocupados por
nuestras cosas como para poder percibir a Jesús. No es suficiente hacer
solamente algún ajuste, quizás elevarse levantándose sobre las puntas de los
pies. Es necesario subir más alto, salir de la confusión de la multitud. Zaqueo
sube a un árbol, eso es suficiente para que Jesús lo vea. Quería ser él que
viera a Jesús, pero sucede lo contrario: Jesús lo exhorta a descender y a que
lo hospede en su casa. Esta vez el hombre rico no se va triste, al contrario,
desciende rápido y lo recibe en su casa. Luego del encuentro con Jesús, Zaqueo
no es más como antes: es feliz y con un corazón nuevo, más generoso. Decide
efectivamente dar la mitad de sus bienes a los pobres. No dice: "doy
todo". Él se convierte en una invitación a recibir al Señor y a encontrar
su propia medida en la caridad.
Pidamos a Jesús que fije su mirada sobre algunas situaciones que
afectan a nuestras familias, a nuestras parroquias, a nuestras Comunidades, o a
nuestro país.
Miércoles
16 de noviembre
Lucas 19,11-28 “Como
la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de
Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a
otro….
Jesús,
rodeado por una multitud, ha llegado al
final de su viaje y está a punto de entrar en Jerusalén. Alguno cree que ha
llegado el momento de la manifestación del reino de Dios, y quizás considera
ahora inútil todo compromiso. Pero Jesús narra una parábola sobre cómo se
espera al Reino y habla de un hombre noble que parte hacia un país lejano para
recibir la dignidad real. Antes de partir, confía a sus sirvientes una suma de
dinero para que la hagan fructificar durante su ausencia. Esos siervos no son
obviamente dueños de esa suma, sino administradores que deben obrar con
sabiduría y esfuerzo. Los primeros dos actúan en esa dirección. El tercero,
temeroso de correr riesgos, deposita la suma sin hacerla fructificar, porque
tiene miedo de perder la tranquilidad y quizás de desviarse del cuidado de lo
que es propiamente suyo. Piensa que la honestidad consiste simplemente en
conservar la suma que le ha sido confiada; le falta familiaridad con el señor y, en
consecuencia, corresponsabilidad por sus bienes. No llega a disfrutar ni
siquiera de lo que tiene y no podrá tampoco sentir las palabras dichas a los
dos primeros: Está bien, buen servidor, ya que has sido fiel en tan poca cosa,
recibe el gobierno de diez ciudades.
Señor, ayúdanos a
descubrir los dones que nos has dado, y a recordar que no son nuestros, sino
tuyos. Llénanos de tu fuerza para que podamos hacerlos fructificar, para servir
a los demás y darte gloria.
Jueves
17 de noviembre S. Roque González,
Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo (MO)
Lucas 19,41-44 “Cuando
estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también
hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a
tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con
empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con
tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra,
porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios”.
A la vista de
Jerusalén, Jesús estalla en llanto. Es mucho más que la simple capital de un Estado:
es la ciudad santa, meta deseada de todo israelita, símbolo de la unidad del
pueblo. Pero Jerusalén está traicionando su vocación de ciudad de la paz; la
injusticia y la violencia recorren sus calles, los pobres son olvidados, los
débiles son oprimidos, y, sobre todo, ella rechaza al príncipe de la paz que
viene a visitarla; no lo quiere ni siquiera muerto dentro de sus muros: Vino a
los suyos, y los suyos no lo recibieron. A la vista de la ciudad, Jesús llora.
No llora por él mismo, como en general hacemos nosotros, sino por esa ciudad y
por las numerosas ciudades que también hoy rechazan la paz, la justicia y el
amor. Jesús llora porque, si no se recibe el evangelio del amor, no quedará
piedra sobre piedra de las ciudades de los hombres. Por eso, a pesar del
rechazo, Jesús entra igualmente dentro de Jerusalén, casi forzando los muros.
Él muestra que el amor es más fuerte que toda violencia, también que la última
de ellas, que es la muerte.
Señor, queremos
contemplar tu corazón humano, enamorado de tu tierra y de tu pueblo y conmovido
por la ciudad amada. Queremos contemplar tus lágrimas y tus lamentos, que nos
revelan tu verdadera humanidad, capaz de sufrir por amor.
Viernes
18 de noviembre
Lucas 19,45-48 “Y
al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está
escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en
una cueva de ladrones». Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos
sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de
matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y
estaba pendiente de sus palabras."
Jesús sabe qué
es lo que le espera en Jerusalén, pero no huye, entra en ella y se dirige,
quizás todavía con lágrimas en los ojos, hacia el templo: este es el corazón de
la ciudad, el lugar de la presencia de Dios. Pero esa casa de oración ha sido
transformada en un mercado, en lugar de negocios, de compra-venta. No es más la
casa del amor gratuito de Dios para su pueblo, sino lugar donde comerciar tanto
la relación con Dios como la relación con los hombres. Airado, Jesús expulsa a
los vendedores: Mi casa será una casa de oración. La única relación verdadera,
lo único que tiene ciudadanía plena en la vida, es el amor gratuito para Dios y
para los hermanos. Jesús, después de haber expulsado a los comerciantes, se
queda en el templo dedicándose a anunciar cada día el evangelio, con lo cual el
templo vuelve a ser santuario de la misericordia y del amor gratuito del Señor.
Obviamente, se oponen a la predicación de Jesús los sabios y los que se creen
que ya poseen un lugar asegurado, los que conservan mentalidad de comerciantes
en el corazón. Al contrario, los pobres y los débiles, quienes necesitan de
todo sin poder reclamar nada, frente a la gratuidad del amor, acuden y están "pendientes de sus palabras". .
Señor, derrama en
nuestro corazón un verdadero espíritu de oración, para que cada visita a tu
casa sea un momento de verdadero gozo interior, de encuentro con el Padre Dios,
de alabanza y gratitud
Sábado
19 de noviembre Santa Isabel de
Hungría (MO)
Lucas 20,27-40: Jesús predica la resurrección que vence la
muerte .Porque Dios, no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en
efecto, viven para él». Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron:
«Maestro, has hablado bien». Y ya no se atrevían a preguntarle nada."
Jesús está
todavía en el templo. A diferencia de otros momentos no realiza ningún milagro;
su única fuerza en su Palabra. En
efecto, es su Palabra la que los opositores quieren hacer callar. El sistema de pensamiento de los saduceos
niega la resurrección. A este tema se refiere su pregunta. El caso que plantean
es más bien artificial, pero eficaz: una mujer que tuvo siete maridos, ¿de
quién será esposa luego de su muerte? Ellos razonan según la lógica humana,
mucho más restringida que la lógica de Dios. El evangelio muestra un mundo
completamente nuevo, comprensible solo para el que abre su propio corazón y su
propia mente a Dios. Un mundo en el que no cuentan más los lazos de sangre,
porque el Espíritu los sublima y los transforma. Es el mundo de los
resucitados: no se toma ni esposa ni marido, porque todos son plenamente hijos.
El Padre no abandona a sus hijos: el Dios de Jesús es el Dios de los vivos, no
de los muertos. El amor del Padre es más fuerte también que la muerte.
Te adoramos, Señor, tú que eres un Dios de
vivos, lleno de vitalidad y poder, que te gozas comunicando la vida a tus hijos
y no los abandonas en poder de la muerte. Concédenos que sepamos valorar tu llamado
a la vida eterna.
Domingo
20 de noviembre Jesucristo, Rey
del Universo (S)
Lucas 23,35-43; “El pueblo
permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros:
¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los
soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
«Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una
inscripción: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados
lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a
nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú
que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque
pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te
aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»."
Las últimas
palabras de Jesús son palabras de alguien que confía en el Padre: parecen las
últimas, pero en realidad son el comienzo de una vida nueva, dichas después de
un "no" y luego de un "sí". El "no" es al
evangelio de este mundo: ¡Sálvate a ti
mismo! Todos le gritaban: los jefes
del pueblo, los soldados y también uno de los dos crucificados con él.
"No",
responde el Señor. ¿Cómo podía salvarse a sí mismo, él, que había venido para
salvar a los demás? Luego está el "sí" al dolor de este mundo y a uno
de los malhechores que le dice: Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino. El último suspiro es
para responder "sí" a este malhechor. Se produce en ese momento una
gran oscuridad, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, y Jesús
pronuncia: Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu. Esta escena perturba a muchos: al centurión, a los conocidos y
al pueblo que se vuelve a casa. Esta escena del evangelio continúa perturbándonos
también a nosotros.
Dios Eterno, que podamos reinar ‘con’ y
‘como Jesús en clave de servicio, perdón y misericordia, para gloria de tu
santo nombre y para servicio y testimonio de todos nuestros hermanos. Amén