El libro del Eclesiástico insiste en lo dañino que es la ira y el enojo y cómo nuestro orgullo desmedido puede convertirlos en venganza, una actitud destructiva en nuestras relaciones con Dios, con los demás y con nosotros mismos creados para el amor. El sabio nos invita a romper esa espiral de violencia con el único medio eficaz: el perdón. La única forma de salir airosos de la venganza y el rencor es restablecer la relación justa con Dios y perdonando sinceramente al otro.
San Pablo insiste oportuna e inoportunamente en la pertenencia del creyente a Cristo, "vivimos para el Señor... morimos para el Señor". Pertenecer al Señor no significa propiedad como si fuéramos objetos o tierras, "somos del Señor" significa vivir en comunión con El obteniendo así la fuerza de vida que brota de la resurrección de Cristo, vencedora de la muerte y que nos ha dado la vida plena. Palabras consoladoras del apóstol.
El evangelio de San Mateo en su capítulo 18, capítulo de normas básicas para la comunidad cristiana, ahora nos recuerda que junto con la atención a los más pequeños y débiles está el perdón como actitud indispensable para ser coherentes con la fe en el Señor y verdaderos testigos de Él en el mundo.
Cuando Pedro pregunta sobre cuántas veces hay que perdonar está buscando un límite a la exigencia del perdón y así poder justificar el querer "ponernos a mano con quien nos la debe". Sin embargo, la respuesta del Maestro es clara y contundente, debemos perdonar siempre. Jesús desea que podamos crecer en nuestro corazón que tiende a lo poco, a lo mezquino, a romper el miedo que tenemos de perdonar al otro porque para conseguirlo debemos practicar una gran renuncia a nuestro ego y hace falta mucho valor para extender el perdón y la misericordia y más bien sentimos muchas veces el deseo de venganza que pensamos llenará nuestro corazón.
Una forma de conseguir el perdón nos lo recuerda la parábola del rey misericordioso: nuestro Padre nos perdona continuamente y nos vuelve a aceptar en todo momento, envió a su Hijo no para juzgarnos y condenarnos, sino para que tengamos vida en abundancia. Cuando experimentamos el amor de Dios que nos perdona y aprendemos a vivirlo entonces, por consecuencia, podremos perdonar a quienes nos ofenden evitando así una vida vacía. Tenemos que perdonar para ser perdonados.
INVOCACION AL ESPÍRITU SANTO:
Espíritu Santo,
ilumina nuestro entendimiento,
para que al leer la Sagrada Escritura,
sintamos la presencia de Dios Padre
que se manifiesta a través de tu Palabra.
Abre nuestro corazón
para darnos cuenta del querer de Dios
y la manera de hacerlo realidad
en nuestras acciones de cada día.
Instrúyenos en tus sendas para que,
teniendo en cuenta tu Palabra,
seamos signos de tu presencia en el mundo. Amén.
TEXTO EVANGÉLICO PARA MEDITAR Y REZAR: Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. Entonces Jesús les dijo: El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’, El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda. Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía. Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes si cada cual no perdona de corazón a su hermano”
LECTURA: qué dice el texto: lee atentamente el texto las veces que sea necesario hasta que logres distinguir los personajes y sus relaciones, los verbos principales y la situación señalada con su antes y su después.
Una pregunta de Pedro a Jesús sobre las veces que hay que perdonar a quien nos ofende produce una respuesta contundente y hasta ejemplificada. Jesús afirma categórico que hay que perdonar no sólo “muchas veces”, sino “siempre”. Jesús ratifica su sentencia al modo oriental, con una comparación que pone al centro el Reino de los Cielos. La comparación tiene como protagonistas a un rey y dos siervos deudores. Y el diálogo es muy semejante para uno y para el otro. Un primer servidor le adeudaba muchos millones, no tenía con qué pagar y sólo podría hacerlo si eran vendidos él, su mujer, sus hijos y todos sus bienes, al modo de aquel tiempo. La súplica profunda del siervo movió la compasión del rey y éste le perdonó toda la deuda. Un segundo servidor le adeudaba poco dinero al siervo que había sido perdonado de su deuda millonaria y éste con exigencia agresiva le pedía que le pagara lo que le debía bajo amenaza de enviarlo a la cárcel. El segundo deudor de rodillas suplicaba paciencia y compasión, como el primero lo había hecho, pero no fue escuchado y sí fue enviado a la cárcel hasta que pagara todo lo que debía. Los testigos de lo ocurrido indignados fueron al rey y le contaron lo que sucedió. El rey llamó al siervo malvado y le cuestionó diciéndole: “¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Dicho esto lo entrega a los verdugos para que no sea soltado hasta que pague. Concluye Jesús su relato afirmando que “lo mismo hará el Padre celestial con aquellos que no perdonen de corazón a su hermano”.
MEDITACIÓN: lo que te dice Dios desde el texto: desde el texto busca lo que Dios te dice para tu vida ordinaria.
Todos estamos conscientes de que en la vida ordinaria cometemos o nos cometen todo tipo de ofensas: en la familia, en los grupos de amigos y de trabajo, en la comunidad eclesial y social, por lo tanto el tema no es raro sino muy real y cotidiano. Ya en tiempos de Jesús la ley decía que se podía perdonar hasta tres veces, solamente… La respuesta de Jesús, que inaugura el nuevo Reino de Dios y la nueva ley con su persona y su mensaje, se opone a la antigua ley del talión: al “ojo por ojo y diente por diente”. Una persona buena y sensata como Pedro (y como nosotros) sabe que se puede y debe perdonar algunas veces, pero el problema es saber “cuántas veces”, de tal modo que esos arranques nuestros de calculador perdón nos permitan seguir dentro de las leyes de la religión y de la tranquilidad de la conciencia. Seguramente ni Pedro ni nosotros esperamos la respuesta de Jesús, y menos estamos dispuestos a seguirla, pero aquí viene la luz de la parábola. Por lo visto todos los siervos eran deudores, y si al que más debía se le perdonó todo, a todos los demás igual se les perdonaría porque una primera súplica ya había abierto el corazón compasivo del rey. Así que aprendiendo de él los demás habrían de ser igualmente compasivos con sus compañeros, dado que ya no había deudas. Pero la lógica se rompe cuando uno no entiende como gracia el haber sido perdonado de todo y se porta de modo justiciero e incriminatorio con quien le adeuda poco. El problema del siervo “malvado” no está en ser deudor, porque todos somos deudores, quién más quién menos, sino en no haber aprendido a perdonar como él fue perdonado, de modo compasivo y misericordioso. Por eso, cuando nosotros no perdonamos y vivimos con rencores que pudren el alma y amargan la vida, lo que hacemos es mostrar que diferimos del pensar y sentir de Jesús, de Dios; que nos ganan la soberbia y el orgullo, y negamos rotundamente la necesidad de Dios y de su perdón, aparentando que somos buenos y perfectos, muy apegados a la “ley”, como los fariseos, pero no a Dios, Padre misericordioso. Por eso hay que aprender de Dios a perdonar siempre y de corazón a nuestro hermano, desde esta actitud se comienza a vivir “en el cielo”, porque se vive en Dios.
ORACIÓN: lo que tú le dices a Dios: desde tu vida iluminada por el texto háblale a Dios.
Dios y Padre Bueno, la Palabra de tu Hijo sobre el perdón nos muestra la manera de vivir para todos aquellos que siguen a Jesús y por eso se nos hace simplemente imposible, un perdón sin límites nos parece impensable; y nunca lo comprenderemos porque nos encontramos llenos de soberbia e hipocresía y porque no nos hemos sentido pecadores, ni nos hemos dispuesto a arrojarnos a tus pies, pidiendo compasión y perdón. Por eso, enséñanos a reconocernos pecadores, para saber perdonar de corazón. Enséñanos a pedir y a desear tu perdón, Señor; y, también, a perdonar a quien me haya ofendido. Sabemos que tu perdón siempre estás dispuesto a concederlo, porque Tú, Señor, eres generoso. Quieres que nosotros tus hijos, aprendamos a serlo, dando y perdonando.
CONTEMPLACIÓN: haz silencio en lo más íntimo de tu corazón y desde allí agradece, adora, alaba y bendice a Dios; ofrécele un cambio en tu vida para bien tuyo, de los demás y gloria de Él.
Durante la semana, dispongámonos a arrodillarnos, ante el Señor Jesús para pedir perdón, y que estamos dispuestos a perdonar también a los demás. Este es el mejor camino para crear y vivir como hermanos en nuestra Patria
ACCIÓN: ¿A qué te compromete el texto? ¿Qué ha movido la oración en tu interior? ¿Qué enseñanza encuentras? ¿Cómo hacer efectiva esa enseñanza?
* ¿Cómo interiorizar en este mensaje de reconciliación con Dios? Reflexionemos durante el día sobre la deuda de los diez mil talentos. Si en algún momento se nos da la oportunidad de perdonar una ofensa, repitamos en nuestro corazón estas palabras de la lectura: “El rey se compadeció, lo dejó ir y además, le perdonó la deuda”
* Como compromiso hacia el hermano pensemos en alguien con quien hayamos tenido una disputa, aunque sea pequeña, y busquemos la reconciliación con él o ella.
* Como compromiso para mí mismo, reflexionar sobre esas acciones que cometimos en el pasado por las cuales todavía nos reprochamos y las reemplacemos con un recuerdo bueno de nosotros mismos, para perdonarnos de la manera en que Dios ya nos perdonó sin que nosotros lo exigiéramos.
* Y por último, acercarme a Dios y sumergirme en el océano de su perdón en la Confesión.