4º SEMANA DE PASCUA
Lunes 9 de mayo Bienaventurada Virgen María de Luján
Patrona de la República Argentina (Solemnidad trasladada)
Juan 19,25-27
Hoy celebramos con gozo la presencia intercesora y protectora de María, como Madre de nuestro pueblo, en la advocación de Nuestra Señora de Luján.
María es más que un simple ejemplo para nosotros. Ella nos acompaña en nuestro sufrimiento. Nuestra madre celestial está a nuestro lado, nos apoya y nos guía. Como Madre de la Iglesia, ella tiene la capacidad única de entender lo que estamos padeciendo.
María saca fortaleza de la oración y de la confianza en Dios, cuya voluntad es lo mejor para nosotros, aunque no la comprendamos; es ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en nuestros momentos de dolor, de diarios sufrimientos, con la mirada fija en la victoria de la resurrección.
“Santa María, gracias por tu ejemplo de confianza y abandono a la voluntad de Dios. Gracias, tam-bién, por la ayuda que nos ofreces por medio de tu intercesión. Nuestra Señora de Luján, ruega por nosotros.”
Martes 10 de mayo
Juan 10,22-30: “El Padre y yo somos uno solo”.
¡Qué afirmación más audaz! ¿Cómo reaccionaron los oyentes de Jesús? Algunos quisieron apedrearlo por igualarse a Dios, otros quedaron probablemente tan asombrados que, a la luz de esta declaración, comenzaron a meditar en todo lo que le habían escuchado decir y visto ha-cer. Ninguno de los oyentes se imaginó jamás que se encontraría cara a cara con Dios mismo. Incluso Moisés, pudo ver a Dios nada más que “de espaldas” y solo por breves instantes. Sin embargo, aquí estaba Jesús, en persona, ofreciendo la promesa de una relación que tendría efectos para siempre. Incluso más tarde dijo a sus discípulos que “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. En todo lo que dijo e hizo, Jesús mostró otra dimensión de Dios: el Padre celes-tial. Cada vez que realizaba una curación, Jesús revelaba la compasión del Padre; cuando perdonó a la mujer pecadora y cuando le ofreció agua viva a la samaritana estaba revelando la misericordia infinita del Padre. Cuando calmó la tempestad, hizo patente el ilimitado poder de Dios. Teniendo verdades tan maravillosas como éstas a nuestro alcance, podemos sentirnos muy reconfortados, porque gracias a Jesús, no solo podemos conocer personalmente al Padre celestial, sino pertenecerle a él, ahora y para siempre.
“Padre celestial, ayúdanos a entender lo que significa ser hijo tuyo, protegido por tu Hijo, el Buen Pastor, y enséñanos, Señor, a acudir a Jesús todos los días sabiendo que él es nuestro Señor y Protec-tor.”
Miércoles 11 de mayo
Juan 12,44-50: “Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que los que creen en mí no se queden en la oscuridad”.
En el Evangelio de hoy, el evangelista presenta un compendio de las enseñanzas de Jesucristo antes de relatar su pasión, muerte y resurrección. Este resumen incluye la unión del Padre y el Hijo y el hecho de que Jesús, la Luz del mundo, vino a salvar a la humanidad, no a juzgarla. También incluye el mensaje de que la palabra de Jesús nos juzgará el último día y que esa pa-labra se identifica con la palabra del Padre y con la vida eterna que emana del mandamiento del Padre.
San Juan reiteró invariablemente todos estos temas durante los doce primeros capítulos de su Evangelio, porque estaba deseoso de decirnos quién es Jesús, de modo que, conociendo a Cristo, podamos también conocer al Padre. Y conociendo al Padre, podemos conocer la luz y la vida. Por eso Jesús pronunció este mensaje a viva voz.
Estas palabras nos invitan a examinarnos, para ver si hemos crecido en nuestro entendimiento y aceptación de la vida y las enseñanzas del Señor.
Si aceptamos estas verdades de corazón y las vivimos, la vida que Dios desea dar a todos sus hijos puede hacerse realidad en nosotros. Si de veras queremos experimentar constantemente esta vida de amor, paz e iluminación, debemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a en-tender y aceptar a Jesús. Por el amor que brota de su Sagrado Corazón, Jesús nos invita a venir a su lado. Si recibimos el agua viva que él nos ofrece, Jesús realizará su obra en noso-tros, tal como lo hizo con la samaritana.
“Padre santo, ten piedad de nosotros, los pecadores, que deseamos caminar como hijos de la luz.”
Jueves 12 de mayo
Juan 13,16-20: “Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo: “Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican” No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió con-tra mí. Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy. Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió.”
Si el servidor no es más que su señor, ¿qué le queda al discípulo de Jesús? ¿Podrá vivir ha-ciendo el bien, huyendo de la cruz? No, porque tanto internamente como desde fuera, muchas fuerzas hostiles se levantarán para que el discípulo abandone esa tarea. El mal, de mil mane-ras, lo atacará. Si a Jesús esto le pasó, ¿cómo podría evitarlo un seguidor? Por eso, la alegría está en saber que por hacer el bien quien quiera vivir como Jesús será atacado incluso por sus más cercanos y gente querida. Es la cruz. Pero, de la mano de Jesús, tras ella está la resu-rrección. ¿Te atreves a vivir sólo por hoy como un discípulo real de Jesús?
Viernes 13 de mayo Bienaventurada Virgen María de Fátima (ML)
Lucas 11,27-28: “Dichosos todavía más los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Con esta respuesta, Jesucristo explica que su Madre, María Santísima, es bienaventurada principalmente por haber sido fiel en la escucha y en el cumplimiento de la Palabra de Dios, es decir que la sola maternidad corporal de María no fue la razón de esa bienaventuranza, porque dichoso es todo “el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica”. María escuchó, cre-yó y guardó la Palabra de Dios y sin duda es dichosa por ser la Madre de Jesús, el Redentor del mundo, pero más aún porque escuchó la Palabra de Dios y la guardó.
La Virgen María es bienaventurada no solamente por haber traído al mundo al Salvador y por haberlo amamantado, como reconocía aquella mujer del pueblo, sino especialmente por haber sido fiel oyente de la palabra y haberla puesto en práctica: por haber amado y haberse dejado amar por su Hijo Jesús.
Sábado 14 de mayo San Matías Apóstol (F)
Juan 15,9-17: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”.
Estas palabras de Jesús, están dirigidas a sus apóstoles, pero nos llegan también a nosotros. Todos estamos llamados a ser discípulos, a seguirlo y aprender a dar mucho fruto y amar al prójimo. La llamada proviene del amor del Padre y solo podemos responder si permanecemos en ese amor y permanecemos en él cuando obedecemos el mandato del Señor: “Que se amen unos a otros como yo los he amado”.
San Matías, cuya fiesta celebramos hoy, nos sirve de ejemplo. No se sabe mucho acerca de él, salvo que fue escogido para reemplazar a Judas, el que traicionó a Jesús. Matías recibió las enseñanzas de Cristo y permaneció en ellas, dando fruto para Dios, aun cuando haya per-manecido en gran parte “desconocido”. Como discípulo anónimo, él nos señala el camino. Si respondemos a la invitación de Jesús a ser sus discípulos y permanecemos en el amor de Dios y aprendemos de él lo que es el amor y cómo hemos de amarnos los unos a los otros, pode-mos dar fruto en la familia y en el trabajo, aunque tal fruto no sea objeto de gran atención para los demás, pero sí lo es para el Señor, pues él mismo nos ha escogido para dar fruto en las circunstancias de la vida cotidiana.
Domingo 15 de mayo (5º de Pascua)
Juan 13,31-33ª.34-45: “Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense tam-bién ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros".
Jesús está a punto de despedirse de sus discípulos y les deja un mandamiento nuevo que es como su testamento. Les dice que se amen unos a otros como él les ha amado. Ésa será la señal por la que conocerán que somos discípulos de Jesús. Jesús deseaba que los que no per-teneciesen a nuestra comunidad nos conociesen por el modo como nos tratamos unos a otros, por el modo como nos amamos y amamos a todos sin distinción. Jesús quería que nos amá-semos como él nos había amado.
Ése es el signo que hará descubrir a los que no son cristianos que la comunidad cristiana es la semilla de un mundo nuevo. Porque sólo Dios es capaz de dar vida a ese amor fraterno que hace que todo se comparta y que todos vivan más en plenitud. Cuando los que no son cristia-nos nos vean amar de verdad, necesariamente han de pensar que Dios está presente en nues-tra comunidad, porque las personas, por nuestras solas fuerzas, no podemos amar de esa ma-nera. Dios está con nosotros. Y cuando le dejamos actuar en nuestros corazones, experimen-tamos que un amor mayor que nuestras fuerzas brota de dentro de nosotros. Es el amor de Dios. Es el amor que es signo de la tierra nueva y del cielo nuevo.