«Jesús nos invita a
salir de la tumba de nuestros pecados.
¡No hay ningún
límite a la misericordia divina
ofrecida a todos!»
(P. Francisco).
“Jesús le dijo:
Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá!.
Jesús
se presenta como la resurrección y la vida. Jesús es el único que puede ofrecer
la vida eterna, porque él es la resurrección y la vida.
Creer
en Jesús significa confiar en él y seguirlo, reconociendo que él es el Mesías y
el Hijo de Dios; significa entregarle nuestra vida y depender de él para todas
las cosas y confiar que, aunque la muerte física es ineludible para todos, la
vida eterna es posible a través de nuestra fe en Jesús. La muerte no es el
final, sino solo una transición a una vida mejor y más perfecta en presencia de
Dios.
del Evangelio de S. Juan 11,1-45
Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras
estado aquí no habría muerto mi hermano».
Jesús
siempre está con nosotros; somos sus amigos, eso es todo; hasta llora con
nosotros. Pero nosotros somos unos pobrecitos, somos como ese pájaro que se
golpea contra el cristal porque no ha encontrado todavía la pequeña salida que
le ofrece la ventana.
Nos
cuesta encontrar el sentido de la muerte cuando llevamos en lo más íntimo un
deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? Nos duele la muerte, la
lloramos.
En la
muerte no poseemos nada, no hacemos nada, no somos nada.
¿Cómo
afrontarla?
¿Nos
olvidaremos del tema y seguiremos adelante como si nada?
¿No
tomaremos postura alguna ante esta realidad?
¿Estará
todo perdido?
No. El Espíritu viene en ayuda de nuestra
debilidad, nos enseña a avanzar hacia la pobreza y la humildad de corazón.
Cuando
no podemos nada, Dios lo puede todo; cuando menguamos, hechos un silencio
total, Dios invade nuestra nada con su infinita ternura.
“Tú, Jesús, engrandeces nuestra nada. Bendito y alabado
seas.”
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
¿Cómo
comprender este hermoso misterio? Damos nuestra confianza a Jesús. Él está con
nosotros y nos enseña a mirar de frente la muerte, a provocarla con la vida.
Nos abre los ojos para ver resurrección donde solo había nada.
Con
Jesús, el amor está siempre naciendo. Todo va hacia Él, para estar siempre con
Él. Jesús nos espera más allá de la muerte, nos acoge en su gozo. Saber que su
Amor nos espera es la fuente donde se recrea nuestra esperanza.
Jesús,
que ama en plenitud, viene a nosotros con una promesa llena de vida: ‘Resucitará’,
le dice a su amiga Marta. En toda situación difícil aparece Jesús. Ninguna
muerte puede robar el futuro que Dios nos da.
‘Jesús, haznos oír
en el silencio del corazón tu palabra de vida: ‘Resucitarás’.
«Yo soy la resurrección y la vida: el
que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá».
Las
palabras de Jesús resuenan a repique de campanas en día de fiesta; son el
mensaje más hermoso que pueden oír nuestros oídos. Jesús camina victorioso a
nuestro lado.
Su
resurrección no es algo del pasado, es fuerza de vida que penetra todas las
grietas, abraza toda la realidad.
Jesús
convoca a la vida. Nadie, nunca, nos ha prometido tanto. Nuestra noche tiene
amanecer. Es Él quien resucita en la pobreza radical del corazón.
Él es
el Señor, el que toma el timón de nuestra endeble existencia. Nuestro orgullo
se acalla ante Él, mientras su vida nos fluye por dentro como un río de aguas
sonoras. Lo miramos resucitado.
‘Tú eres nuestra resurrección
y nuestra vida’.
«¿CREES ESTO?» «SÍ, SEÑOR: YO CREO».
¿Cómo
responder al amor de Jesús?
Lo haremos
con nuestra fe, que nos aleja de la oscuridad y abre claridades en nuestra
interioridad. Su resurrección ya está
presente en el corazón de nuestra vida.
Percibimos
sus huellas en nuestro viejo barro.
Tenemos confianza en Jesús.
Caminaremos hacia adelante con la música
de la alabanza y la danza del servicio.
Responderemos con nuestro amor, porque
solo el amor puede responder al Amado,
que no quiere más que amarnos.
Responderemos con la esperanza, que nos
hace mirar más allá, siempre más allá,
hasta descansar en el misterio de la
misericordia de Dios.
“Creemos en ti, Jesús,
resurrección y vida para todos”