LITURGIA SEMANAL - 1ª SEMANA DE ADVIENTO

1ª SEMANA DE ADVIENTO

El Adviento es un tiempo para preparar nuestros corazones
a acoger a Cristo Salvador, nuestra esperanza.

Lunes 29 de noviembre
Mateo 8, 5-11: “Al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un oficial romano suplicándole: Señor, tengo en casa un criado paralítico que sufre terriblemente. Jesús le contestó:«Yo iré a curarlo».El oficial romano replicó:«Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano…  Al oírlo, Jesús se quedó admirado y dijo a los que lo seguían:  Les aseguro que jamás he encontrado en Israel una fe tan grande. …

Lo primero que mueve y empuja al Centurión a acercarse a Jesús es la necesidad, la desesperación, la búsqueda de solución ante su urgencia. Si bien lo que necesita es la sanación de su sirviente, lo hace sin esperar y con rapidez, ni siquiera puede esperar a que vaya Jesús a su encuentro.
La segunda actitud del centurión es la de la humildad. La expresión: “no soy digno de que entres en mi casa”, es la mejor síntesis. La humildad es la verdad, la verdad de ni siquiera ser digno de que el mismo Jesús se acerque a él. No es un hombre religioso, no conoce sobre quién es el hombre al que le está hablando. Pero sí sabe quién es él, no se cree más de lo que es, se sabe así, y por eso pide en verdad, porque no pide ni más de lo que necesita, ni más de lo que le corresponde. Y pide con la frente baja, pide rogando, pide casi de rodillas, porque la oración, la humildad y el pedido son una síntesis perfecta que el corazón del Maestro no resiste.

Martes 30 de  noviembre     San Andrés Apóstol (F)
Mateo 4, 16-22  Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron”
    
La lectura del Evangelio de hoy es la versión de Mateo sobre el llamado a los primeros cuatro apóstoles. “Vengan y síganme y los haré pescadores de hombres,” les dice Jesús, y ellos dejan todo y van detrás de Él.
Andrés, junto a su hermano Pedro, es el primero en ser llamado por Jesús para que lo siguiera. Este humilde pescador debe haber visto algo muy especial en este hombre para hacerlo dejar inmediatamente sus redes, su modo de vida, y seguirlo. Andrés era miembro de ese pequeño, pero asombros grupo de hombres, que estuvieron dispuestos a confiar completamente en Jesús, y a obedecer su increíble mandato de llevar el Evangelio a todas las naciones, dejando atrás todas las seguridades y medios de vida, incluso a su familia. Siguen a Jesús en completa confianza, sin saber a dónde se dirige o qué les sucederá a ellos.


Diciembre       Intención de oración del Santo Padre
Recemos por los Catequistas, llamados  proclamar la Palabra de Dios, para que sean testigos de ella
 con valentía, creatividad y con la fuerza del Espíritu Santo,


Miércoles 1 de diciembre

Mateo 15,29-37: “Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino”.

El Evangelio de hoy narra un milagro asombroso, pero también muestra que no somos receptores pasivos en el banquete de la vida.   Jesús realizó el milagro; fue él quien alimentó a toda una multitud a partir de un poquito de comida, y nadie jamás pudo haberlo hecho. Pero todos los que allí se encontraban tenían un papel que desempeñar.
La multitud hizo su parte, porque buscaron decididamente a Jesús, incluso le trajeron a sus familiares y amigos enfermos. Cuando sintieron hambre, en lugar de irse de prisa a buscar comida, escucharon con calma a los discípulos, les obedecieron, se sentaron tranquilamente y esperaron a ver qué hacía Jesús, para luego contemplar el milagro que el Señor realizaba ante sus ojos y comer hasta saciarse.
Los Doce también tuvieron un papel básico que desempeñar en este milagro. Primero, Jesús les dio a conocer lo que le preocupaba: “Me da lástima esta gente”. Entonces, ellos buscaron lo que había disponible y se lo trajeron. Una vez que Jesús dio gracias por estos dones, y se produjo la multiplicación, ellos fueron quienes distribuyeron el alimento ante el asombro de todos.  El Señor es un Dios generoso, que nos da mucho más de lo que pedimos. Por eso, nos pregunta “cuántos panes” tenemos, aunque ya sabe la respuesta. Luego, toma lo poco que le ofrecemos y lo multiplica cien veces o más, hasta que nos saciemos de su gracia.
“Señor Jesús, te ofrecemos nuestro  corazón, nuestra  mente, nuestra voluntad. Toma, Señor, todos nuestros deseos, bendícelos y multiplícalos para el bien de tu Reino.”

Jueves 2 de diciembre      Primer jueves
Mateo 7,21.24-27: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.”

El evangelio de Mateo es el que más insiste en el tipo de vida que debemos llevar para agradar a Dios. El que se encuentra con el Señor no puede seguir actuando de la misma manera, porque el impacto de ese encuentro termina transformando las opciones concretas, las acciones, las reacciones externas, el estilo de vida del creyente. En el Evangelio de hoy se nos invita a edificar la propia vida sobre la roca firme.  Pero cuando este texto explica cómo hacer para que la propia vida esté bien asentada sobre la roca, nos dice que no basta la devoción, nos recuerda que es insuficiente la oración, … Nos dice que es necesario también dejar que Dios transforme el propio estilo de vida, nuestra forma de obrar. Nos enseña que para que nuestra vida esté firme es necesario practicar su Palabra: amar, servir, compartir, ser fiel, intentar vivir como él vivió. Y así nos llama a crecer, de manera que alcancemos esa fortaleza y esa seguridad que deseamos para nuestra existencia.
"Danos tu gracia Señor, para que podamos vivir tu Palabra, transforma nuestras actitudes, s reacciones, nuestra forma de vivir, nuestra manera de actuar. Orienta nuestra vida por tu camino, para que toda nuestra existencia esté firme, asentada sobre tu roca ".

Viernes 3 de diciembre   San Francisco Javier  (MO) Primer viernes

Mateo 9,27-31: “Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: “Ten piedad de nosotros, Hijo de David” Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: “¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?”. Ellos le respondieron: “Sí, Señor”.  Jesús les tocó los ojos, diciendo: “Que suceda como ustedes han creído”. Y se les abrieron sus ojos…”

El Evangelio en este día nos presenta la curación de dos ciegos que, gracias a la fe en Jesús pudieron recuperar la vista. Algunos elementos que aparecen en la Palabra de hoy nos ayudarán a vivir con intensidad este tiempo de adviento. El primero es la insistencia de los dos ciegos  que "gritando le piden a Jesús que tenga piedad de ellos". Llama la atención que en ningún momento los ciegos piden que los cure de su ceguera. Solo piden piedad, es decir, amor que se compadece, que se conmueve ante la debilidad del otro. Los ciegos solo están pidiendo eso, experimentar el amor compasivo de Jesús. Ese amor que es fuente de sanación.  La Palabra dice: "Jesús les abrió los ojos". Quizás este hecho nos lleve a cuestionarnos en que cosas necesitamos que Jesús nos abra los ojos para poder sacarnos de nuestras cegueras, en qué cosas necesitamos que Jesús nos mire con compasión para ser sanados por su amor.
Ojalá que hoy seamos muchos los que podamos experimentar el amor de Dios y podamos convertirnos en testigos, al igual que aquellos ciegos que no pudieron callar lo que han visto y oído.

Sábado 4 de  diciembre   Primer sábado

Mateo 9,35-10, 1.5ª. 6-8:
Rueguen… al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. (Mateo 9, 38)

El Evangelio de hoy comienza con una escena conocida: Jesús predica, hace curaciones y se da por entero a quienes acuden pidiéndole ayuda. Luego, hace una pausa, porque le impresiona la agobiadora necesidad que ve en la muchedumbre…y se vuelve a sus discípulos y les exhorta a que recen para que haya más operarios.  La siembra y la recogida de una cosecha tan abundante exigen el trabajo de todos en la comunidad de creyentes. Pero podemos tener la tranquilidad de que si pedimos ayuda, el Señor proveerá los trabajadores, junto con el amor, la perseverancia, la sabiduría y la gracia que se necesitan para acoger a los nuevos ciudadanos que llegan al Reino.  Jesús: quiere “trabajadores” para su cosecha, o sea, personas sencillas dispuestas a realizar el trabajo del Reino,  servidores deseosos de trabajar.  No se trata sólo de agregar horas de trabajo; es preciso encontrar el equilibrio entre nuestra diligencia y la fidelidad de Dios, entre nuestro trabajo y su gracia. Tal vez esto parezca una tarea pesada, pero Jesús nos recuerda que gratis hemos recibido la bondad y la gracia de Dios, y esto es lo que debemos esforzarnos por regalar. Así pues, hagamos todo lo que esté de nuestra parte para que el Reino de Dios se consolide entre nosotros.
“Señor mío Jesucristo, aquí estoy, dispuesto a que me uses en la misión de evangelizar al mundo. Estoy en tus manos, Señor.”

Domingo 5 de diciembre   (2º de Adviento)
Lucas 3,1-6: “Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios”.

En este segundo domingo de Adviento una de las propuestas del evangelio es la de ir al desierto para poder escuchar. ¿A quién? A nosotros mismos, a los hermanos y fundamentalmente a Dios. Porque a Dios siempre se lo ha escuchado en el desierto.  Esto no implica ir a un desierto ‘geográfico’. Es algo mucho más profundo. Es en medio de nuestra abultada agenda, tomarnos un tiempo a solas para estar con Dios. Ya no se trata de un lugar territorial sino de un espacio existencial: abrir la mente, el alma, el espíritu y el corazón, serenarnos, calmarnos y hacer silencio. No solo dejar de hablar. Se trata de algo más profundo. Se trata de ir al desierto, a ese lugar inhóspito para nuestra zona de confort y donde no somos nosotros los que manejamos la cosa sino que es otro quien la lleva adelante; un espacio en el que no somos especialistas; un clima al que no nos podemos acostumbrar. Y allí gritar y escuchar el grito. O la palabra. O el susurro de Dios. Ir a un lugar en el que no juguemos de local a que Dios nos sorprenda. Y dejarnos sorprender por Dios.
El Adviento es el tiempo para animarse a ir al desierto. Descalzarnos y hacer un buen rato de silencio. Y escucharnos. Y escuchar a Dios. Y escuchar el clamor de tantos hermanos. Y escuchar el latir de la Casa Común.


La venida permanente del Señor invita a los cristianos a estar atentos
y vigilantes, porque el “misterio del Adviento llena así todo el tiempo
que transcurre entre la primera venida en la humildad del pueblo de Belén
y la definitiva en la gloria del Reino de Dios. Cristo vino, viene y vendrá”.