MEDITACION JUEVES SANTO - LOS AMÓ HASTA EL FIN

LOS AMÓ HASTA EL FIN
Meditación para el Jueves Santo

 
Hoy es un día particularmente apropiado para meditar en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo en el trato asiduo con Él, en el amor a la Igle-sia, en la caridad con los demás, en la preparación y acción de gracias de la Sagrada Comunión, en el hambre y sed de justi-cia…

Y ‘mientras estaban comiendo’, muy probablemente al final, Jesús toma esa actitud trascendente y a la vez sencilla que los Apóstoles conocen bien, guarda silencio unos momentos y realiza la institución de la Eucaristía.

El Cuerpo de Cristo es el nuevo banquete que congrega a to-dos los hermanos: Tomen y coman… El Señor anticipó sacra-mentalmente en el Cenáculo lo que al día siguiente realizaría en la cumbre del Calvario: la inmolación y ofrenda de Sí mis-mo al Padre, como Cordero sacrificado que inaugura la nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres, y que redime a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.

Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debili-dad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo.

 A las puertas de su Pasión y Muerte, ordenó las cosas de mo-do que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo. Por-que Jesús, aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de reno-var el prodigio hasta el final de los tiempos: Hagan esto en memoria mía.
Junto con la Sagrada Eucaristía, que ha de durar hasta que el Señor venga, instituye el sacerdocio ministerial.
Jesús se queda con nosotros para siempre en la Sagrada Eu-caristía, con una presencia real, verdadera y sustancial. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario.

En aquella noche los discípulos gozaron de la presencia sen-sible de Jesús, que se entregaba a ellos y a todos los hombres. También nosotros, cuando vayamos a adorarle en la Eucaris-tía, nos encontraremos de nuevo con Él; nos ve y nos recono-ce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa, y darle gracias por estar con nosotros, y acompañarle recordando su entrega amorosa. Siempre nos espera Jesús en el Sagrario.

La señal por la que conocerán que son mis discípulos es que se aman los unos a los otros.

Jesús habla a los Apóstoles de su inminente partida. Él se marcha para prepararles un lugar en el Cielo, pero, mientras, quedan unidos a Él por la fe y la oración.

Es entonces cuanto enuncia el Mandamiento Nuevo, procla-mado, por otra parte, en cada página del Evangelio: Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Desde entonces sabemos que “la caridad es la vía para seguir a Dios más de cerca”  y para encontrarlo con más prontitud..
El modo de tratar a quienes nos rodean es el distintivo por el que nos conocerán como sus discípulos. Nuestro grado de unión con Él se manifestará en la comprensión con los de-más, en el modo de tratarlos y de servirlos. “No dice el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino ésta: que se amen unos a otros”. La señal que no engaña nunca es la cari-dad fraterna (…). Es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración”.Les doy un mandamiento nuevo: que se amen…. Es un mandato nuevo porque son nuevos sus motivos: el prójimo es una sola cosa con Cristo, el prójimo es objeto de un especial amor del Padre.
Es nuevo porque es siempre actual el Modelo, porque estable-ce entre los hombres nuevas relaciones. Porque el modo de cumplirlo será nuevo: como yo los he amado; porque va dirigi-do a un pueblo nuevo, porque requiere corazones nuevos; porque pone los cimientos de un orden distinto y desconocido hasta ahora. Es nuevo porque siempre resultará una novedad para los hombres, acostumbrados a sus egoísmos y a sus ruti-nas.

En este día de Jueves Santo podemos preguntarnos, al termi-nar este rato de oración, si en los lugares donde discurre la mayor parte de nuestra vida, conocen que somos discípulos de Cristo por la forma amable, comprensiva y acogedora con que tratamos a los demás. Si procuramos no faltar jamás a la cari-dad de pensamiento, de palabra o de obra; si sabemos reparar cuando hemos tratado mal a alguien; si tenemos muchas muestras de caridad con quienes nos rodean: cordialidad, aprecio, unas palabras de aliento, la corrección fraterna cuan-do sea necesaria, la sonrisa habitual y el buen humor, detalles de servicio, preocupación verdadera por sus problemas, pe-queñas ayudas que pasan inadvertidas…
“Esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimien-tos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria” .

Cuando está ya tan próxima la Pasión del Señor recordamos la entrega de María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. “La inmensa caridad de María por la humanidad, hace que se cumpla, también en Ella, la afirma-ción de Cristo: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos“.




Gracias Señor,
porque nos amaste hasta el final,
hasta el extremo que se puede amar:
dar la vida por otro.

Gracias Señor,
porque en la última cena partiste tu pan y vino,
para saciar nuestra hambre y nuestra sed…
Gracias Señor,
porque en la Eucaristía nos haces UNO contigo,
nos unes a tu vida, en la medida en que
estamos dispuestos a entregar la nuestra…
Gracias Señor,
 porque en el pan y el vino
nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia.
Gracias Señor,
porque quisiste celebrar tu entrega,
en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.
Bendícenos, Señor; bendice a nuestros hermanos más frágiles
y enfermos con quienes hoy nos sentimos especialmente unidos;
que la fraternidad alumbre para ellos la esperanza.
AMEN.