1 DE ENERO - LLAMADOS A ALABAR, BENDECIR Y GLORIFICAR …

LLAMADOS A ALABAR,  BENDECIR Y GLORIFICAR …
Lucas 2,16-21


Hoy es el primer día del año 2022. Tenemos 365 días por delante, para vivir, para ser felices, en unión con nuestros Hermanos. ¿Qué mejor forma de vivir todos estos días glorificando y alabando  a Dios, y bendiciendo a los hermanos y hermanas?  Ésa es la mejor forma de vivir un año en paz.

La Iglesia nos propone a María hoy como ejemplo. Ella observaba todo lo que sucedía y lo guardaba en su corazón. Sabía ver la mano de Dios en todo y por eso sus palabras eran siempre de bendición. Así se nos dice en el evangelio de hoy.
Relata la adoración de los pastores. Lo más importante es que todos los personajes que aparecen en el relato se maravillan, glorifican y alaban a Dios.
Parece que son capaces de ver más allá de las apariencias. Porque las apariencias eran realmente pobres.

Apenas un niño recién nacido acostado en un pesebre, en un establo. Hay que estar muy marginado, hay que ser muy pobre, para que en un momento como ése, se deje así abandonada a una mujer.
Sin embargo, los ángeles habían despertado a los pastores de sus sueños y les habían dicho que aquel niño era el Mesías. Por eso alababan y glorificaban a Dios.

Y María lo guardaba todo en su corazón. De un corazón tan lleno de Dios, podían salir solamente palabras de bendición. María está bendita y por eso es capaz de bendecir, de alabar y glorificar a Dios. En aquel niño, en su hijo, veía al Salvador, el que nos iba a liberar de la esclavitud para convertirnos en hijos.
Hoy también nosotros tenemos que saber ver en el corazón de las cosas. Nuestra mirada debe ser capaz de ir más allá de la superficie, a veces deforme, fea, dolorosa, de los acontecimientos para ver en su interior la presencia de Dios que nos salva.

Al encon¬tramos con los otros,  veremos a un hermano o una hermana, un hijo de Dios. Veremos con los ojos de la fe la obra que Dios está haciendo en su corazón y no podremos más que alabar y glorificar a Dios y bendecir (bien-decir) de él o ella.

La primera lectura nos recuerda una antigua bendición que los cristianos deberíamos aprender de memoria para decirla muchas veces, los padres a los hijos y los hijos a los padres, los vecinos y los amigos unos a otros: "El Señor te bendiga y te guarde, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda lo que pidas, vuelva hacia ti su rostro y te dé la paz".

Si estas palabras brotasen de nuestro corazón cada vez que nos encontramos con al¬guien, posiblemente habría mucha menos violencia en nuestro mundo y la paz reinaría en nosotros y en la sociedad. Porque el otro no es más que un hijo de Dios como yo .