Lunes 28 de
noviembre
Mateo 8, 5-11: “…
, se le acercó un centurión, rogándole: “Señor, mi sirviente está en casa
enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: Yo mismo iré a
curarlo. Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi
casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”. (… ) Jesús,
admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie
en Israel que tenga tanta fe”.
El centurión romano se acerca a Jesús, no para pedir por sí
mismo, sino por un servidor suyo que sufría terriblemente. La fe es más fuerte
cuando es en favor de otros y cuando se descubre a un Dios que sana, que no
mira el pasado para juzgar, sino el futuro para amar. Jesús se admira de la fe
de un extranjero: ‘en Israel no he
encontrado a nadie con tanta fe’, y presenta al soldado romano como un
ejemplo de fe. El centurión intuía que Jesús no necesitaba trasladarse hasta su
casa, porque su poder no estaba limitado a los lugares, y muestra así una fe
que reconoce que el poder y el amor de Dios no tienen límites geográficos,
culturales o nacionales y que no tiene color ni religión. El Centurión nos enseña a salir de nuestra
estrechez religiosa, para descubrir que Dios tiene caminos que nosotros no siempre vemos a primera vista. Y Jesús nos presenta el proyecto de su Padre,
que puede entrar en todas las estructuras, incluso las más impenetrables. Vivamos el adviento como un tiempo propicio
para dejar entrar en nuestra vida el aire fresco del amor y la sanación
compartida.
¿Es para nosotros, el adviento, un tiempo de sanación? ¿Cómo vivimos
nuestra fe llamada a ser compartida con todos?
Martes 29 de noviembre
Lucas 10,21-24: “Jesús se estremeció de gozo, movido por el
Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por
haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a
los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi
Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es
el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Dios ha elegido revelarse a los ojo y a los corazones de la
gente sencilla. Así le ha parecido bien y así ha actuado siempre. Su mismo
Hijo, siendo humilde y viviendo una vida sencilla, nos ha revelado al Dios del
amor y de la cercanía.
Él siempre abre el corazón de Dios al corazón humano humilde,
sencillo y pequeño, para que pueda ver lo que otros no ven y oír lo que otros
no oyen. Y Jesús, contemplando cómo los más pequeños y sencillos, recibían la
Buena Noticia y captaban los misterios más profundos del amor de Dios, se
alegraba profundamente. Jesús se goza
especialmente, porque es su Padre amado el que manifiesta a los sencillos esas
cosas profundas que permanecen ocultas para los que se creen sabios en este
mundo. Jesús, hoy da gracias a su Padre y nuestro Padre, por “esa gente sencilla”,
por los olvidados, los despreciados, los pequeños, porque son quienes pueden
captar su presencia y saben reconocer los signos de Dios.
Señor Jesús, que te alegrabas con los pobres, los pequeños, los
humildes, … danos la gracia de contarnos entre los simples de corazón, para que
podamos recibir tu palabra con docilidad y con gozo sin aferrarnos a las
seguridades de este mundo
Miércoles 30 de
noviembre San Andrés (F)
Mateo 4,18-22; "Mientras caminaba a orillas del mar de
Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano
Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo:
«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron
las redes y lo siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a
Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con
Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente,
ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron."
Adviento es reconocer y acoger al Señor que viene
continuamente a nosotros, y seguirle en el camino que conduce al Padre. En este
ambiente, hoy celebramos la fiesta del apóstol Andrés. Jesús llama a algunos
que, ya teniendo organizada su vida, les exige un cambio de ruta, una nueva
orientación a la existencia.
Esta fiesta nos recuerda que el llamado a una vocación de
especial consagración es iniciativa del Señor. La palabra del Señor es eficaz
creando en los corazones la disponibilidad para una respuesta generosa y sin
condiciones: ser enviado, predicar, escuchar, creer. Esta es la vocación y
misión de los apóstoles.
Al celebrar a san Andrés se nos exhorta a renovar y
reavivar nuestro seguimiento de Cristo. Sólo se puede dejar la familia y el
trabajo cuando percibimos la voz de Jesús y la aceptamos. Esto nos prepara para
cualquier sacrificio si nuestra fidelidad lo pide en toda circunstancia. En este tiempo de adviento somos llamados a
renovar nuestro espíritu misionero.
¿A cuántos anunciaremos de palabra y obra, que nosotros hemos
encontrado al Señor que nos llamó a seguirle?
Jueves 1º de
diciembre
Mateo 7, 21. 24-27 «No son los que
me dicen: "Señor, Señor", los que entrarán en el Reino de los Cielos,
sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo”.
El evangelio de Mateo es el que más insiste en el tipo de
vida que debemos llevar para agradar a Dios y en la necesidad de cumplir la Ley
de Dios. El que se encuentra con el Señor no puede seguir actuando de la misma
manera, porque el impacto de ese encuentro termina transformando las opciones
concretas, las acciones, las reacciones, el estilo de vida del creyente. Hoy se nos invita a edificar nuestra propia
vida sobre la roca firme. En realidad es un deseo que habita en la profundidad
del ser humano: el deseo de sentirse seguro, fuerte. Porque una de las sensaciones más molestas y
dañinas es la de experimentar la fragilidad, la inseguridad. Pero cuando este texto explica cómo hacer
para que la propia vida esté bien asentada sobre la roca, firme y segura, nos
recuerda que es insuficiente la oración, que ni siquiera es suficiente dejar
las propias preocupaciones en las manos de Dios. Nos dice que es necesario
también dejar que Dios transforme nuestro estilo de vida, nuestra forma de
obrar. Nos enseña que para que nuestra vida esté firme es necesario practicar
su Palabra: amar, servir, compartir, ser fiel, intentar vivir como él vivió. Y
así nos llama a crecer, de manera que alcancemos esa fortaleza y esa seguridad
que deseamos para nuestra existencia.
El que está firme es “todo el que escucha la Palabra y la pone en
práctica” Pero quizás, antes de preguntarnos si la estamos poniendo en
práctica, tendríamos que preguntarnos si no nos hemos salteado el primer paso,
es decir, si realmente la escuchamos con atención e interés.
Viernes 2 de
diciembre
Mt 9,27-31:
“Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: «Ten piedad de
nosotros, Hijo de David». Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron, y él
les preguntó: «¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?». Ellos le
respondieron: «Sí, Señor». Jesús les tocó los ojos, diciendo: «Que suceda como
ustedes han creído». Y se les abrieron sus ojos...”
Adviento es tiempo de recobrar la vista. Las lecturas de
este día nos iluminan al respecto. Isaías nos recuerda que la venida del Mesías
estará acompañada por grandes liberaciones de males espirituales, físicos y
morales; el Evangelio nos presenta a dos ciegos que recobran la vista
anunciando a Jesús como el Mesías prometido. En este tiempo somos llamados a la
vigilancia, con los ojos bien abiertos para la llegada del Señor. Sin embargo, no basta con poder ver
físicamente; se necesita la humildad de reconocer que aunque vemos estamos
ciegos por nuestros comportamientos y actitudes negativas ante la vida y las
personas. No dejemos pasar este tiempo de gracia para pedir ayuda al Señor. Que
el “Ten piedad de
nosotros, Señor”,
de los ciegos, sea una aclamación
constante. Recordemos que la fe parte de un reconocimiento realista de nuestra
pobreza y llega así a una confianza absoluta en el poder de Jesús “Sí,
Señor, creemos que puedes hacerlo”.
Es un viaje difícil en tiempos de
autosuficiencia y desconfianza, sin embargo, siempre posible.
¿Qué me impide ver la llegada del Señor?
Sábado 3 de
diciembre San Francisco Javier (MO)
Mateo
9,35-10,1.6-8 Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio
el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o
dolencia. A estos Doce, Jesús los envió
con las siguientes instrucciones: «Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del
pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está
cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los
leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den
también gratuitamente.»
“Vengan conmigo”. Aquí está la primera
invitación que Dios nos hace, lo primero que nos pide. Nos invita a caminar con
él, a estar con él. Nos invita a salir del encierro de nuestro pequeño mundo
para que no estemos solos, para que a su lado sintamos cómo todo se nos hace
más interesante, más bello, menos duro.
El seguimiento no es tanto cumplir una ley; es más bien una
relación personal, un “estar con él”, pero es también una invitación a cumplir la
misión que él nos ha confiado. En este texto Jesús convoca a sus discípulos y
los envía a curar dolencias y a expulsar los demonios de la gente. En esta
expresión; expulsar los demonios, se
resumen todos los males del pueblo.
Al llamar “demonios” a esos males, se está indicando que no
se envía a los discípulos como médicos, sino en la medida en que esas
perturbaciones psicofísicas podían tener alguna raíz en los problemas del
corazón: odios, desengaños, etc.
Invitando a la conversión, los discípulos se preocupaban
por el hombre entero, sabiendo que la apertura sincera a Dios, nos abre el
camino para resolver mejor las dificultades de nuestra vida en la tierra.
Señor,
Jesús, creemos en tu poder y en tu amor, pero aumenta nuestra fe
Domingo 4 de
diciembre (2º domingo de adviento)
Mateo 3,1-12:
“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se
refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen
el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan ves tía una túnica de pelos de camello y un cinturón
de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de
Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,
y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. … Yo
los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí
es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias.
Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la
horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el
granero y quemará la paja en un fuego inextinguible."
En este tiempo, escuchamos el llamado de Juan ‘el Bautista’:
‘conviértanse porque está cerca el reino de los cielos’. La Conversión
que Juan propone. abre el camino a la llegada de lo definitivo. Él se presenta como
el precursor y Jesús, a su vez, planteará que la conversión, es más bien de
cara a lo que está por comenzar: la vida nueva según la buena noticia. Los
caminos de Jesús serán aquellos que conducen siempre a los últimos, los márgenes
y las fronteras.
Juan quiere orientar a sus connacionales por estas sendas
que conducen a Jesús. Por eso dice que no es digno de desatar las sandalias del
Mesías prometido, pero Jesús sí nos enseñará a agacharnos para lavarnos los
pies los unos a otros
En este tiempo de
adviento ¿nos preparamos para recibir a un Dios que nos invita a mirar siempre
hacia las fronteras existenciales de la vida?